Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

sábado, 20 de octubre de 2012

Jack London (1875-1916)

El escritor estadounidense Jack London, cuyo verdadero nombre era John Griffith London, nació en San Francisco en 1875. Hijo de una madre soltera de origen adinerado, Flora Wellman, neurótica y aficionada al espiritismo. Se cree que su padre debió ser William Chaney, periodista, abogado y figura destacada en el desarrollo de la astrología en los Estados Unidos.
Debido a la precaria salud de su madre, el joven Jack fue criado por una antigua esclava, Virginia Prentiss, que se convirtió en su segunda madre. Flora se casó con John London, veterano de la guerra civil, con quien se trasladaron a Oakland. Entonces pasaron a formar parte de la clase trabajadora.
Ya desde niño tuvo que alternar la escuela con el reparto de periódicos. De espíritu aventurero y con una visión romántica de la vida, ejerció los más variados oficios, como pescador y marino, antes de regresar a la escuela a los 19 años.

En los muelles de Oakland (San Francisco) donde se instala su familia a los catorce años, se inicia su atracción por el mar, su afición a la bebida y sus contactos con la delincuencia.
A Jack London le tocó vivir los tiempos difíciles del cierre de fronteras. La expansión territorial podía darse por terminada alrededor de 1890. El avance del ferrocarril, que unió en 1869 el Atlántico con el Pacífico, había contribuido decisivamente a la caída de la frontera salvaje. La conquista del Oeste había concluido. Las tierras sin dueño, de océano a océano, habían desaparecido. Las grandes oportunidades parecían haberse extinguido. Era como si hubiera llegado el ocaso de la aventura, la hora final del héroe individualista e intrépido.
Antes de los grandes cambios que siguieron a la guerra, un hombre que se quedase sin trabajo siempre podía encontrar otro, y, si fracasaba en un negocio, podía comenzar de nuevo en otra dirección. Y, en ambos casos, como último recurso, aún le quedaba la posibilidad de dirigirse hacia el oeste y obtener del Estado tierras para cultivar. Actualmente, en cambio, el campo estaba ya ocupado, las grandes extensiones de tierras estatales habían desaparecido entre las manos de los magnates del ferrocarril y de los especuladores, y el mundo de los negocios aparecía saturado. De ser un combate libre e individualista, la lucha por la vida se había convertido en una confrontación de dos fuerzas disciplinadas y organizadas: la del capital y la del trabajo.
La industrialización se llevaba a cabo con salarios bajos, largas jornadas y pésimas condiciones de trabajo. Los despedidos, accidentados o no, quedaban normalmente en la indigencia, sin derecho a compensación alguna, pasando a formar parte del ejército reservista de desempleados, el submerged tenth o diezmo oculto descrito por London en su Guerra de clases. Una inmigración de origen irlandés y centroeuropea atraída frecuentemente con señuelos de fabulosas remuneraciones, vendría a empeorar las duras condiciones en que se encontraba ya el trabajador, al constituir una mano de obra barata, poco exigente e ignorante.
En 1894, la huelga en las factorías Pullman es reprimida con tropas federales, mientras dos columnas de desempleados, capitaneadas por Coxey desde el oeste medio y por Kelly desde California, marchan —Jack London entre ellos— sobre Washington en petición de trabajo. El vagabundo, a menudo un antiguo obrero sin empleo, se convierte en una figura familiar del paisaje estadounidense. Si en Los vagabundos del ferrocarril London nos presenta unos bocetos de primera mano sobre las calamidades de este vagabundo, Crane y Dreiser, en las grandes ciudades del este, describen las colas de mendigos ante los refugios de caridad en busca de una sopa y un camastro en que dormir.
La marcha concluiría para London en la prisión de Niagara Falls, cumpliendo una condena de un mes por vagabundo, lo que marcaría uno de los hitos de su vida. Por un lado, contribuiría a hacer de él un experto conocedor del mundo al margen de la ley, conocimientos de los que —como se puede apreciar por su libro Los vagabundos del ferrocarril— se mostraría siempre orgulloso; por otro, estas correrías sirvieron para iniciar en él un proceso de concienciación social. London toma una decisión: enrolarse en el incipiente partido socialista de Oakland.
London era un lector ávido y enseguida se planteó convertirse en escritor como alternativa a la rutinaria vida en las fábricas. Había emprendido su práctica de escritor a los diecisiete años, con su temprano y aislado acierto en un concurso periodístico, al conseguir el primer premio con la descripción de un tifón, una experiencia vivida durante su labor de marinero en el Sophie Sutherland. Años después, a su regreso de Alaska, comenzarían los días agotadores y las noches en blanco, sentado ante una máquina de escríbir alquilada, pugnando por convertirse en escritor. En Martin Eden (1909), novela autobiográfica escrita ya en la cumbre de su carrera, dejó London un cuadro vívido de la dura brega y de las miserias que acompañaron su iniciación literaria: los repetidos intentos de publicar sus relatos, los rechazos sistemáticos, la intensa penuria, las horas tesoneras de trabajo y estudio, la obstinación, los desalientos, los primeros triunfos... Y al fin, tras el enorme éxito de La llamada de la selva (1903) y de El lobo de mar (1904), se convirtió en uno de los autores más afamados de Estados Unidos.
La fiebre del oro, y las condiciones en que vivían los mineros, fueron la excusa perfecta para encontrar en el socialismo la solución a los problemas de la clase obrera y transmitirlo a sus libros.
Dedicó mucho tiempo a navegar por la Bahía de San Francisco y viajó a México como corresponsal de guerra en la revuelta de Villa y Carranza en 1914. Su mujer lo convenció también para viajar algún tiempo a Hawai, intentando apartarlo un poco de la tensión de su vida en el rancho.
Sus novelas fueron llevadas al cine en multitud de ocasiones. Entre las más divulgadas están La llamada de la selva (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo Blanco (1907) y Martin Eden (1909).
Sin embargo, London escribió también otras obras de marcado carácter social con profundas críticas hacia el capitalismo, entre ellas El pueblo del abismo (1903) o El talón de hierro (1908). También nos dejó John Barkeycorn (1913), especie de confesión autobiográfica en forma de novela de tesis. Libros suyos como El pueblo del abismo (1903), Guerra de clases (1905) o Revolución y otros ensayos (1910), nos muestran al London preocupado por las cuestiones sociales, en un análisis marxista de la lucha de clases y de la explotación capitalista.
Su cima literaria la alcanzará con esa extraña fábula de anticipación política, El talón de hierro una expresión con la que Jack London designa a la oligarquía. A partir de los conflictos sociales americanos y de la fracasada revolución rusa de 1905, London expone la lucha que algún día estallará entre la oligarquía y el pueblo. Con una gran imaginación, previó el conjunto de los acontecimientos que se desarrollan en nuestra época, entre ellos ciertos aspectos de lo que habría de ser el fascismo casi veinte años después. Tenía el genio que ve lo que permanece oculto a las muchedumbres y poseía una ciencia que le permitía anticiparse a los tiempos. Resulta sobrecogedor comprobar cómo auguró la crisis de 1929, la expansión del capital financiero, el nacimiento de la partitocracia, el intercambio desigual, las convulsiones del movimiento obrero, sus traiciones y derrotas. La descripción del proceso de burocratización sindical y su posterior corrupción generalizada es sencillamente atronadora.
Jack London era socialista, más aún, socialista revolucionario pero la militancia de London es casi desconocida. Conocía en profundidad el marxismo y del pensamiento revolucionario de su época y abandonó el Partido Laborista en cuanto esta organización mostró su tendencia reformista. Sólo un estudioso del marxismo pudo escribir esta terrible novela que sobresalta por su actualidad y por su clara anticipación del futuro inmediato al que conducía el capitalismo.
A través de un personaje, Ernesto Everhard, podremos constatar cómo veía London el proceso de concentración de capital, cómo descubrió y describió la tendencia hacia el estado policial, la ruina de la pequeña y mediana burguesía agraria, industrial o comercial. Como el autor, Everhard fue obrero y trabajó con su manos. Es el hombre que en su libro descubre la verdad, el sabio, el fuerte, el bueno.
El Talón de Hierro es un análisis profundo y documentado sobre el desarrollo del capitalismo, una continuación novelada de El Capital de Marx y de El imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin. Es una novela que guarda algunas sorpresas, incluso para un lector aventajado; en sus páginas muchos se verán atrapados en el terrible laberinto de perder la noción del tiempo histórico.
Laberinto radicalmente distinto al planteado en l923 por Aldous L. Huxley en Un mundo feliz. Para quienes hayan leído ambas novelas futuristas la diferencia quedará clara: el mundo descrito por Huxley es sólo eso, un mundo de especulación novelesca, sencillamente imposible, ahistórico en la medida en que el capitalismo no puede existir sin explotación ni plusvalía. El Talón de Hierro, por el contrario, es el mundo de nuestros días previsto a principios del siglo anterior. Como socialista revolucionario y como marxista, también el personaje creado por Jack London, Ernesto Everhard estuvo convencido de la victoria última del proletariado frente a la oligarquía, el Talón de Hierro.
Jack London acabó suicidándose en Glen Ellen (California) el 22 de noviembre de 1916, cuando tenía cuarenta años de edad.


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