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Época de plenitud
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Maiakovski y París
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Maiakovski y América
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La chinche
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Los baños
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Suicidio de Maiakovski
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Análisis
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Maiakovski y la poesía
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Maiakovski y el teatro
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Obras y bibliografía
—
El Partido
Época de plenitud
Un gigante asustadizo, pero con una prodigiosa capacidad de creación que
superaba con mucho su talla física, Maiakovski podía dedicarse
simultáneamente a las más diversas actividades: poesía, teatro,
propaganda política, circo y cine, con una entrega total a cada una de
ellas. Además de su segunda versión del
Misterio bufo y de sus actividades en la ROSTA, al periodo comprendido entre los años 1920-1922 corresponden cuatro de sus mejores poemas:
150.000.000,
Acerca de esto,
Segunda orden al ejército del Arte y
La Canalla.
150.000.000,
que alude al volumen de la población Rusa de la época, es un poema
épico-burlesco. Iván, representante de los campesinos rusos, logra abrir
un túnel bajo el océano y a través de él, logra poner el pie en
América, donde se enfrenta con el presidente Wilson en un descomunal
combate. Wilson hunde su espada en el cuerpo de Iván, pero
milagrosamente, de esta herida comienzan a salir miles de Ivanes que se
multiplican hasta el infinito. Escrito con un ritmo dinámico y ágil, el
poema satisfizo plenamente a los críticos soviéticos, aun a los más
conservadores, que llegaron basta a olvidar las salidas de tono del
poeta en
Todavía es pronto para alegrarse.
En
Acerca de esto plantea el tema del amor no correspondido,
del amor humillado por los pequeño-burgueses. El héroe del poema, el
mismo Maiakovski, encerrado en una habitación y deseando ardientemente
escuchar la voz de su amada, acude al teléfono como a su última tabla de
salvación; pero su enamorada rehusa hablar con él. Entonces, en un
furioso arrebato de celos se convierte en un oso, un oso que vierte
torrentes de lágrimas, que llegan a formar un río sobre el cual el
poeta, flotando sobre sus propias lágrimas, se dirige a Moscú donde
espera encontrar a alguien que le comprenda y le ayude a buscar a su
amada. Moscú se encuentra cubierto de nieve. Nadie acude a su petición
de ayuda. Los que le rodean son los hombres de hace siete años,
pequeño-burgueses que ven en el poeta a su mayor enemigo y que se
acercan a él apuntándole con sus pistolas y sus fusiles. Disparan.
Primero desde cien pasos, luego desde diez, después desde dos,
finalmente a bocajarro. La siniestra visión se desvanece y el poeta
continúa navegando en dirección ahora del monte Ararat del futuro. Sin
embargo, el poeta ha muerto y es sólo su espíritu el que sigue viviendo
inundando el universo con sus poemas. Finalmente, el poeta acaba
enviando un mensaje a un químico del siglo XXX para que le resucite.
En
Acerca de esto, junto al del amor aparece por primera
vez en las obras de Maiakovski el de la resurrección, que iba a llegar a
sus más extraordinarias dimensiones en su futura obra dramática
La chinche.
La idea de la resurrección nació en Maiakovski a consecuencia de la
lectura de las obras de Einstein y la influencia que ejerció sobre el
poeta la teoría de la relatividad. Entre 1919 y 1921 Maiakovski había
empazado a leer las obras del físico alemán. Su amigo K. Jakobson
escribió:
En 1920 regresé a Moscú procedente de Europa; traía
multitud de libros e informes referentes a la actividad científica de
Occidente. Maiakovski me hizo repetir una y otra vez mis confusas ideas
sobre la teoría de la relatividad y sobre las discusiones que se habían
suscitado en torno a la personalidad y a las ideas de su autor: la
liberación de la energía, el problema del tiempo, la cuestión de saber
si la velocidad, sobrepasada la de la luz, no se convertiría en un
movimiento inverso en el tiempo, le apasionaban. Nunca había visto a
Maiakovski escuchar con tanta atención. En un momento dado me preguntó,
mirándome fijamente:
— ¿Crees tú que, según Einstein, el hombre podría lograr vencer a la muerte?
— Yo le miré un poco asombrado y él, con aquella obstinación tan conocida de todos nosotros, prosiguió:
— Estoy completamente convencido de que ése es el último sentido
de la teoría de la relatividad. Pero por si no la he comprendido bien,
yo buscaré a un químico para que me la explique punto por punto.
Estaba obsesionado en esta época por la idea de enviar a Einstein un telegrama de salutación concebido en estos términos:
A la ciencia del porvenir, el arte del porvenir.
Lenin
inicia entonces la Nueva Política Económica y Maiakovski se enfrenta
con el problema de la desorganización económica haciendo un llamamiento a
los artistas para que pongan su actividad al servicio de la producción.
Está deslumbrado por el progreso de las ciencias y el desarrollo de las
fuerzas productivas, a los que atribuye cualidades estéticas:
Bajo nuestros pies -escribió
-
hizo su aparición un resplandor más intenso que el del cielo: la
electricidad. Es la fábrica de duelas para toneles del príncipe
Nakachidz. Después de la electricidad, la naturaleza perdió interés para
mi. Era demasiado imperfecta.
En el tercero de sus grandes poemas de esta época,
Orden número dos al ejército del Arte,
continuación, en parte, de aquella primera, en la que instaba a los
pintores y a los poetas a cambiar el tono gris de las ciudades por medio
de la magia de sus producciones pictóricas, Finalmente, en
La canalla
predominan los tonos grises, un poco a lo Dostoievski, que tanto él
había censurado. El poeta aparece desilusionado por la mediocridad que
está envolviendo a la revolución. Con ironía mordaz ataca en él a los
burócratas y a los obreros con espíritu pequeño burgués, que pretenden
vivir sin colaborar en la construcción del socialismo:
Los hilos de la mediocridad han envuelto a la revolución.
Los pequeños burgueses hacen más daño que Wrangel...
Aunque en realidad lo que el poeta expresa, casi sin darse cuenta, en
este poema es la contradicción que comienza a encontrar entre su
concepción cósmica del futuro y una nueva sociedad que necesita
renovarse continuamente porque aún no ha agotado sus posibilidades.
Maiakovski no admitía el mundo de los hechos concretos. Los idealistas
como él intuyen en sus sueños al futuro, pero no son capaces de concebir
que son necesarios muchos años de esfuerzos y trabajos constantes para
que ese futuro pueda convertirse en realidad.
En estos años de plenitud, Maiakovski pone en tensión todas sus
fuerzas creadoras, hasta el punto de que, en los meses de marzo y abril
de 1921, es capaz de concebir y realizar tres comedias satíricas, dos de
ellas en tres actos y la otra en cuatro, destinadas al estudio
experimental del Teatro de la Sátira de Moscú:
¿Y qué sucedería si...?, una pequeña pieza sobre los popes y
Cómo ciertas gentes celebran las fiestas.
Comedias no muy bien construidas en las que predomina la intención
política, lo que hace disminuir su tono poético, pero en las que
Maiakovski se acerca más que nunca al teatro folklórico de las ferias
rusas, y sus personajes utilizando máscaras burlescas y vestidos de
trajes chillones, recordaban casi constantemente a la Petruchka
tradicional.
En octubre de 1922, la ROSTA, siguiendo una iniciativa del poeta,
decide montar un teatro ambulante, para ampliar de ese modo a
provincias su labor de propaganda. Maiakovski colabora en la empresa
escribiendo otras dos comedias, igualmente de tipo político:
La hazaña de ayer o lo que hemos hecho con el trigo requisado a los campesinos,
que viene a ser un simple manifiesto en cuatro actos destinado a
convencer a los campesinos de las regiones fértiles que su trigo ha
servido para aplacar el hambre de sus hambrientos hermanos de la región
del Volga. Y la titulada
A todos los Tic y Vlas, especie de
farsa de fantoches, simple fábula con moraleja, cuyos personajes parecen
ser la encarnación de los que el poeta dibujaba en sus carteles
publicitarios. Maiakovski nos refiere en ella la historia de dos
hermanos, ricos campesinos: Tic,
bestia como una piedra, y Vlas,
avisado y taciturno.
Vlas envía a su hermano a la ciudad para comprar clavos, pero cuando
Tic llega a ella se encuentra con que la fábrica está cerrada porque los
obreros, hambrientos, no tienen fuerza para trabajar. El comité de la
fábrica le pide que entregue su trigo para poder alimentar a los
obreros, pero Tic se niega y regresa sin haber podido cumplir su
encargo. En el camino, al llegar a un bosque, el caballo pierde una de
las herraduras y Tic, por falta de clavos, no pueda reponerla. Tiene que
pernoctar en el bosque y los lobos le asaltan y le devoran. Vlas, por
el contrario, va a la ciudad, entrega el trigo y los obreros, repuestos
de su hambre, pueden poner de nuevo en marcha la fundición y volver a
fabricar clavos, arados y hoces para los campesinos. Al final, la
moraleja era repetida una y otra vez por los altavoces, mientras los
espectadores abandonaban la sala:
Haced todos como Vlas, y no como Tic.
No sea
que también os coman los lobos.
Maiakovski y París
Tras la variada e intensa actividad desarrollada por Maiakovski en estos
años de plenitud, llega al fin para el poeta, en 1922, un pequeño
paréntesis de descanso. Su primer viaje a París, la ciudad que iba a
cautivarle para siempre, la ciudad donde tenían sus estudios los grandes
pintores que estaban abriendo nuevos caminos para el arte: Picasso,
Delaunay, Léger... La ciudad de los
music-hall con sus
espectáculos trepidantes. Maiakovski respira a sus anchas en la
atmósfera estimulante, suave y femenina de la ciudad. Vive las noches
brujas de Montparnasse y de Montmatre. Visita los estudios de los
pintores, el de Picasso en primer lugar, al que tanto admira, y al que
acude con un cierto temor, porque los partidarios del realismo han hecho
correr en la URSS la especie de que el pintor español ha abandonado el
cubismo para volver de nuevo a las formas clásicas.
Maiakovski nos ha dejado en sus
Esbozos parisienses,
escritos poco después de su retorno a la URSS, el eco de lo que supuso
para él poder ponerse en contacto con los grandes pintores de la
vanguardia artística europea:
El primer estudio que visité a mi llegada a París fue,
naturalmente, el de Picasso, el pintor más grande que posee hoy el arte
mundial. Picasso me recibió en medio de una amplia habitación cuyas
paredes se hallaban recubiertas por completo de cuadros: serio,
enérgico, amable, como buen español. Hablamos largamente; Picasso me
expresó su admiración por Douanier y Rousseau... Luego abordamos un tema
que a mí me interesaba particularmente: el de su retorno al clasicismo.
Le dije cómo algunos periódicos de la URSS habían reproducido sus
últimos dibujos con la indicación Retorno al clasicismo. Desarrollando a
continuación, en una serie de artículos ridículos, la idea de que si el
creador del cubismo había renunciado a sus excentricidades, con mucha
más razón los artistas rusos debían también renunciar a ellas para
volver de nuevo a una seria y honesta copia del natural. Por toda
contestación, Picasso me mostró su taller. Mis temores quedaron
disipados. En los lienzos en que el pintor trabajaba no podía percibirse
el menor síntoma de retorno al clasicismo. El estudio estaba lleno de
los más diversos objetos. Junto a sus cuadros de la época azul se veían
ligeras figuras construidas con hilo de acero... Luego, tras hojear el
catálogo de su exposición en Berlín, que se hallaba sobre la mesa, le
pregunté: ¿Acaso no te cansas de descomponer una y otra vez un violín en
sus diversos planos expresivos, para acabar convirtiéndole en un violín
de hilo de acero del que no puede arrancarse una sola nota? Así tiene
que ser el arte, me contestó. Entonces -continué yo- ¿por qué no coges
tus botes de pintura y te decides a animar un poco con ese brillante
colorido que te caracteriza, los muros grises de la Cámara de Diputados?
Seriamente, camarada Picasso, yo creo que ésa es una idea genial que no
debías tardar en poner en práctica.
Picasso mueve la cabeza con un gesto de duda, y sin la menor sombra
de sonrisa, me contesta: 'Genial, tienes razón, pero me resultaría
difícil convencer de ello a monsieur Poincaré y a los guardias de
París...
— A los guardias -le dije yo- se les puede esquivar con un poco de habilidad...
Picasso me prometió meditar detenidamente mi idea.
Tras el estudio de Picasso le toca el turno al de Delanuay, que
intentaba atacar de un modo indirecto el gusto enmohecido de los salones
franceses:
En los cuadros de Delaunay, incluso en los más antiguos,
de 1913 o de 1914, se nota una especie de presentimiento de la
revolución, como, por ejemplo, en esa torre Eiffel, que parece
desmoronarse sobre París en medio de un fondo atormentado de nubes color
naranja.
Finalmente, el poeta nos habla en los siguientes términos de su encuentro con el extraordinario Léger:
Tiene el aspecto de un verdadero pintor-obrero, que
llega casi a considerar su trabajo no como una especie de predestinación
divina, sino como un oficio interesante y necesario, como pueden serlo
los otros oficios a los que los obreros dedican su actividad... Se
inspira en la nueva estética industrial y tiene un sentido del color
excepcional... A mi alusión del interés que sus cuadros podían tener en
la URSS, no reaccionó como un comerciante egoísta que tiembla por sus
tesoros, sino que se limitó a decirme con sencillez:
— Puedes llevarte lo que quieras, y si el cuadro elegido no cabe por
la puerta, yo abriré la ventana para que puedas bajarle por ella.
El día para los pintores, la noche para los
music-hall: el
Mayol, el Alhambra, el Folies... Maiakovski conserva los programas de
los espectáculos que ha presenciado. En el Mayol, la revista en
veinticinco cuadros
Oh quel nu! de Léo Leliévre y Henri Varna.
En el Alhambra, un conjunto de variedades, al frente del cual se
encontraban Mistinguett y el bailarín americano Earl Leslie. En el
Folies-Bergére, la revista en cuarenta cuadros,
con las mujeres más bellas de París,
Folies sur folies, de Luis Lemarchand.
La nostalgia por la ciudad del Sena permanecerá siempre arraigada en
el corazón del poeta. Su espíritu quedó dividido entre el Este y el
Oeste. Entre París y Moscú. Años más tarde dejará traslucir esta confusa
fijación afectiva en uno de sus poemas:
Yo quisiera
vivir
y morir en París,
si no existiera
esta tierra
Moscú.
Conceptos que parecen dar la razón a Lunacharski cuando escribió, dirigiéndose a Maiakovski y a los futuristas:
Es
inútil buscar Picassos para los obreros. Vosotros afirmáis que los
obreros están todavía prisioneros del antiguo teatro, pero lo cierto es
que, apenas lo conocen. La verdad es que sois vosotros los que estáis
prisioneros de los cabarets de Montparnasse.
Maiakovski y América
De regreso de su viaje a París, el panorama estético de la URSS se ha
modificado hasta el punto de que los futuristas, que en 1918 eran el
único grupo de intelectuales afectos al nuevo régimen, se encuentran
casi desbordados por el auge que va alcanzando el realismo. Para
intentar oponerse a la influencia de los que él denomina
escritores conservadores, Maiakovski funda en 1923 la revista
LEF,
el Frente de Izquierdas del Arte, en la que colaboran, entre otros,
Boris Pasternak, Dziga Vertov y Sergio Eisentein. La nueva revista
publica en su primer número un manifiesto en el que se expresaba la
posición de Maiakovski y sus compañeros en la lucha estética que tenía
lugar en los centros culturales de la URSS. Maiakovski definiría el
Frente del Arte de Izquierda (LEF), como
el gran tema social expresado por todos los medios del futurismo. Había que exponer la realidad y las aspiraciones revolucionarias de las masas, pero con un estilo también revolucionario:
Constreñir
los materiales en viejos clichés formales, que no les corresponden,
conduce a degradar la espléndida materia que nos proporciona la entera
realidad soviética. Esa aspiración, en cierto modo también propia del realismo, está enfrentada a las corrientes del
arte por el arte aunque, igual que los modernistas, tiene que ver también con el periodismo:
El
LEF luchará con todas sus fuerzas contra la ficción, contra el
esteticismo y el psicologismo en el arte, por la pieza de propaganda,
por el periodismo de calidad, por la crónica diaria... Lucharemos por la
desestetización de las artes aplicadas, por el constructivismo. En
poesía preferimos el poema de agitación, las consignas propagandísticas.
Junto a los futuristas otros dos grupos de escritores quedaban
definidos: de un lado, los profesionales de la literatura, atentos a la
estética, a los efectos formales, y continuadores de la tradición del
escritor testigo de su época, preocupado por los problemas humanos. En
el otro extremo el Proletkult (Cultura proletaria), más tarde denominado
RAPP (Asociación de Escritores Proletarios), organización dirigida por
Bogdanov y encuadrada por militantes revolucionarios autodidactas, con
una concepción simplista de la cultura, según ellos determinada
mecánicamente por el origen de clase del escritor. Este movimiento
reflejaba el gusto de las masas obreras y campesinas recién
alfabetizadas, aunque resultaban ingenuas, melodramáticas, fotográficas,
maniqueas y con un contenido político elemental.
Proletkult exigía la nivelación de la creación sobre el gusto de
las masas. Maiakovski se proponía cambiar ese gusto, educar a las masas
en la revolución radical de las formas, desarrollar en ellas una nueva
sensibilidad.
Como las demás corrientes estéticas, también el LEF trataba de
arrastrar al Partido bolchevique tras sus tesis, convencerle de que eran
ellas las únicas verdaderamente revolucionarias. El LEF denunciaba al
academicismo por falta de compromiso político y les acusaba a ellos y a
Proletkult de conservadurismo formal. El LEF eran los únicos realmente
revolucionarios, mientras que
en arte los comunistas eran conciliadores;
no se comprometían con una ni con otra corriente. Para ellos la
vanguardia estética y la vanguardia política y social estaban muy lejos
de entenderse. No llegaron nunca a comprender que el Partido bolchevique
no podía comprometerse ni con los vanguardistas ni con un ninguna otra
corriente. Por eso algunos intelectuales pasaron de criticar a las demás
posturas estéticas a criticar al propio Partido bolchevique, metido en
medio de un verdadero fuego cruzado y que en muy pocas ocasiones emitió
juicios estéticos. No obstante, así como en los documentos del Partido
no existe ninguna crítica del vanguardismo, sí existen duras réplicas a
las tesis de Proletkult. Ahora bien, no cabe duda de que en los años
veinte el vanguardismo entró en crisis en toda Europa y, también en
Rusia, la corriente realista fue imponiéndose de nuevo. El lugar
privilegiado de la vanguardia en los primeros tiempos de la revolución
fue minado por la desconfianza, incomprensión y aún la hostilidad de las
masas hacia formas complejas, audaces y nuevas. El experimentalismo del
LEF, que tal vez no alcanzara resultados totalmente concluyentes,
tropezó con el clasicismo del gusto proletario. Finalmente cabe apuntar
otro factor que intervino en esa misma dirección: el sectarismo de unas
tesis presentadas como excluyentes de todas las demás y que no acabaron
de tomar formas precisas y definidas. Más que nadie, los vanguardistas
estaban en guerra con todos los demás y entre ellos mismos. Su
intolerancia creaba más problemas de los que resolvía. Eso precipitó su
caída.
En ese nuevo panorama soviético
Maiakovski se lanza a una campaña de propaganda de los productos
soviéticos: el vodka, los zapatos fabricados por las empresas estatales,
sirven de motivo al poeta para volver de nuevo a pintar brillantes
carteles y volver a escribir cientos de consignas, en los que su ingenio
triunfa sobre la evidente aridez del tema. Entregado de lleno a estas
tareas publicitarias, que resultaban tan de su agrado, le sorprende en
1924 la noticia de la muerte de
Lenin, que le lleva a escribir un poema necrológico lleno de profundo sentimiento.
En mayo de 1925, coincidiendo con la ruptura de sus relaciones
amorosas con Lili Brik, Maiakovski pudo realizar otro de sus sueños: el
viaje a América. Había estado mucho tiempo tratando de obtener un visado
que los imperialistas norteamericanos se negaban a concederle, hasta
que lo logró desde México. A América viajaba Maiakovski con carácter
oficial, como delegado de la Sociedad de Relaciones Culturales con el
extranjero, es decir, en representación oficial de la Unión Soviética.
Como la mayoría de los rusos de la época posrevolucionaria,
Maiakovski sentía admiración por los Estados Unidos. En su gigantesco
desarrollo industrial veía un ejemplo a imitar. Para Maiakovski
Norteamérica era una especie de anticipación del mundo fantástico de la
técnica y las máquinas con el que el poeta soñaba, y en aquel momento la
URSS se volcaba en su plan de electrificación para industrializar el
país. No debe extrañar que, por encima de las abismales diferencias de
enfoque político y económico, pudiera sentir admiración por un país que
había logrado crear un emporio industrial partiendo de la nada. Rusia
había vivido muchos años en contra de la historia. La autocracia de los
Romanov con su secuela de señores semifeudales y monjes milagreros había
impedido que el país pudiera convertirse en un estado moderno. En el
subconsciente colectivo del pueblo ruso se encontraba reprimido el deseo
de salir de su condición de pueblo campesino, de convertirse en una
gran potencia industrial.
Los Estados Unidos le entusiasmaron y le defraudaron a un mismo
tiempo. Se siente admirado al visitar las grandes urbes del país, tan de
acuerdo con sus propias ideas del futuro. Escribirá entusiasmado:
En Chicago, a través de verstas y verstas,
se lanzan hacia el cielo
los acróbatas de acero del mañana.
Pero por otro lado, se encuentra con la miseria de los suburbios, con la
discriminación de los negros, con la producción en serie, que convierte
al obrero en un esclavo de la máquina. La máquina dominando al hombre,
los objetos rebelándose contra el hombre, los dos grandes temores que
ensombrecían los sueños de futuro de Maiakovski. Al poeta, por ejemplo,
le entusiasmó Nueva York pero, como decía
no me quitaré gorra porque es una ciudad de la burguesía. Uno de los grandes poemas de Maiakovski de este periodo es
El puente de Brooklin, el lugar desde el que los obreros en paro se lanzaban al vacío en su cruda desesperación.
La estancia del poeta en América duró seis meses en los que escribió 22 poesías, un relato en prosa titulado
Mi descubrimiento de América y una obra dramática que no llegó nunca a terminar,
Comedia con homicidio,
de la que sólo se conservan algunos fragmentos. También pronunció
numerosas conferencias en Nueva York, Chicago, Detroit y otras ciudades.
Estuvo en contacto con los obreros de las fábricas y con la
intelectualidad progresista. El diario
The Nation tradujo y
publicó una parte de sus obras. Sagazmente Maiakovski comprendió ya
entonces que los Estados Unidos se convertirían en
el último defensor armado de la causa perdida de la burguesía. Por eso, decía a los obreros norteamericanos:
No abandonen el fusil.
Además de Estados Unidos tuvo ocasión de conocer también Cuba y México.
De nuevo en la URSS, y tras unas cortas vacaciones en Crimea,
Maiakovski, añorando sus antiguos contactos directos con el público,
decide emprender una segunda gira por provincias, pero esta vez para
llevar sus conferencias y sus recitados a las regiones más atrasadas del
país. Como de costumbre, el poeta consigue con creces sus propósitos de
impresionar a las multitudes, de sacudir su pereza mental con los
agudos dardos de sus paradojas.
Un periodista de Samara reseñaba del siguiente modo la presentación de Maiakovski en un teatro de la ciudad:
En
el escenario, el gigantesco Maiakovski, con su voz poderosa, que parece
hecha para replicar al trueno... Imperturbable, lanza sus palabras a la
sala, que resuenan en ella como el rugido desesperado de un león herido.
A su regreso le espera un doloroso acontecimiento: otro gran poeta de la revolución, Sergio Esenin,
se ha suicidado. Maiakovski vierte lágrimas sobre el cadáver de su
amigo. No acaba de creer que haya sido capaz de destruir por sí mismo el
tesoro de su existencia. Condena duramente su actitud:
En esta hora del mundo
en que nos encontramos,
lo difícil no es morir,
sino seguir viviendo
y luchando.
Aunque el tema del suicidio abunda en sus poemas, Maiakovski no sospecha todavía que él acabará por tomar la misma
absurda decisión de su amigo unos pocos años más tarde.
En abril de 1920, Maiakovski entra en contacto con el grupo de los
Blusas Azules, agrupación escénica que había introducido una nueva
modalidad teatral, la de los
Periódicos Vivientes. Los
componentes del grupo, para paliar la escasez de publicaciones provocada
por la carencia de papel, escenificaban en las calles de Moscú y de
Leningrado las noticias de actualidad, los artículos de fondo y hasta
las estadísticas económicas. Para lograr sus propósitos se valían de las
técnicas biomecánicas de Meyerhold y de la simplicidad expresiva de los
teatros de marionetas. Maiakovski, entusiasmado por la idea, escribe
para los Blusas Azules los
Cuplés sobre el metropolitano, una farsa en tres actos, escrita en colaboración con Ossip Brik,
Radio Octubre y un espectáculo trepidante,
El veinticinco.
Radio Octubre
es una divertida sátira política, cuyos personajes recuerdan
constantemente a la Petruchka de los teatros campesinos. En cuanto a
El veinticinco,
se trataba de un complicado experimento teatral en el que la acción,
más bien la intención, se expresaba por medio de Diarogramas,
proyecciones cinematográficas y música da fondo. Los actores se
limitaban a comentar las escenas que aparecían en la pantalla, y a veces
sus voces se veían ahogadas por la música estridente que lanzaban los
altavoces. Mezcla de bufonada y de tragedia,
El veinticinco venía a ser como una especie de continuación del
Misterio bufo,
aunque esta vez los elementos escenográficos ds tipo futurista
dominaban a los de tipo popular, que tanto habían contribuido al éxito
del
Misterio.
Mientras Maiakovski continúa entregado por completo a su labor
creadora, los enemigos del futurismo se infiltraron en el LEF,
provocando una crisis en la revista, que el poeta logra superar lanzando
una nueva publicación, la
Nueva LEF, a la que sólo tendrán acceso sus amigos incondicionales. Poco después es nombrado colaborador permanente del periódico
Komsomolskaia Pravda,
como corresponsal del cual hace viajes a Berlín, a Praga y sobre todo a
París, la ciudad por él tan añorada. En esta ocasión no se trata ya de
una visita esporádica, sino de una estancia prolongada, y Maiakovski
tendrá ocasión no sólo de visitar los estudios de los pintores y los
music hall,
sino de entablar amistad con personalidades literarias, como Aragón,
directores de cine como René Clair, con el que el poeta se siente muy
pronto identificado y al que promete escribir un guión cinematográfico, y
hasta para vivir una aventura amorosa al encontrar de nuevo a Tatiana
Iakovleva, la emigrante rusa a la que Maiakovski había conocido poco
antes de estallar la revolución. Tatiana fue una grata compañía para el
poeta mientras duró su permanencia en París; cuando llegó el momento del
regreso, Maiakovski le escribió una conmovedora carta proponiéndole
regresar con él pero Tatiana no tenia el temple de Lili ni concebía el
amor a la manera del poeta; por eso prefirió dar la carta por no
recibida, para contraer matrimonio, poco después, con un barón de
Centroeuropa, del que se divorciará unos años más tarde, para
convertirse en la esposa de un rico industrial americano. Maiakovski no
la olvidará del todo, y en parte parece aludir a ella cuando en sus
poemas y en sus obras dramáticas se indigna contra
los pequeños burgueses dispuestos siempre a convertir el amor en una transacción comercial.
La chinche
Durante su viaje a París y a Berlín, en 1928, Maiakovski, en un alarde
de su capacidad creadora, termina otra de sus grandes realizaciones
teatrales,
La historia de una chinche. Al pasar por Berlín en
su viaje de regreso a la URSS, trata de estrenar la obra en el teatro de
Piscator, pero sus intentos fracasan, y de nuevo será Meyerhold el
encargado de montar en todas sus dimensiones espectaculares los
complicados juegos escénicos de Maiakovski.
La historia de una chinche, o
La chinche
simplemente, está relacionada con la confusa situación que vivió la URSS
en los años siguientes a la terminación de la guerra civil,
especialmente la NEP, que promovió un cierto florecimiento del
capitalismo y, con él, de la burguesía. La tensión de la guerra se había
relajado y una incipiente economía mercantil sedujo a muchos cuadros
políticos y sindicales y, por supuesto, a los obreros de las grandes
ciudades. Las carreras de caballos, los juegos de azar, los
night-clubs, prosperaban en el país de los soviets.
Maiakovski vio derrumbarse su sueño de
una revolución cósmica
capaz de transformar no sólo las estructuras políticas y económicas,
sino la misma naturaleza del hombre; se siente angustiado ante el
panorama y arremete con ferocidad contra lo que considera un
resurgimiento del espíritu pequeño-burgués.
Es en
La chinche donde la sátira contra los pequeños
burgueses y sus anhelos de vida tranquila y sosegada de espaldas a la
construcción de una sociedad socialista, va a llegar a su punto
culminante, dando lugar a una de las mejores realizaciones del teatro
contemporáneo.
La chinche está dividida en dos partes: en la primera de
ellas Maiakovski presenta el tema de los pequeños burgueses ajenos a la
reconstrucción socialista: humillan el amor y se sirven de él para
trepar un eslabón en la escala de las categorías sociales. En la
segunda, se enfrenta con el tema de la resurrección que había iniciado
en
Acerca de esto y lo resuelve de una forma humorística, con
giros de farsa guiñolesca. Al final los pequeños burgueses quedarán como
animales extraños recluidos en un parque zoológico para que las
generaciones venideras puedan contemplarlos.
El argumento desarrolla la historia del obrero Prisipkin, que,
cansado de las privaciones y del trabajo, aspira a una vida más cómoda y
refinada, para lograr lo cual abandona a su novia, Zoia y seduce a la
hija de un rico peluquero. Zoia, que ama a Prisipkin, se suicida al no
poder resistir la traición. Prisipkin no da apenas importancia a su
muerte, preocupado sólo por calcular sus futuras ganancias al frente de
la peluquería. El suegro, por su parte, está también satisfecho de que
entre en la familia un proletario,
un miembro del Partido, que será una especie de seguro para la buena marcha del negocio.
La boda se celebra, pero se produce un incendio en el que todos
perecen menos Prisipkin, que queda congelado por los chorros de agua que
arrojan los bomberos. En la segunda parte, que transcurre cincuenta
años después, los científicos del futuro descongelan a Prisipkin, que
abre los ojos a un mundo completamente distinto al que dejó y que le
horroriza. Como recuerdo sentimental del pasado sólo le queda una
chinche, albergada en el cuello de su camisa, que ha sido descongelada
con él. Prisipkin quiere retenerla para conservar por lo menos un punto
de contacto con lo que fue su vida anterior, pero el animal escapa. Los
científicos ordenan la captura del extraño animal, y tras una
persecución cómicamente accidentada, el
pequeño-burgués vulgaris y la
chinche normalis
van a parar al zoológico, donde son exhibidos con orgullo, como únicos
supervivientes de dos especies totalmente extinguidas. En la escena
final, Prisipkin en un momento de lucidez, hace un emotivo llamamiento a
los curiosos espectadores que le contemplan horrorizados:
¡Ciudadanos!
¡Hermanos! ¡Amigos míos! ¡Mis queridos amigos! ¿De dónde venís
vosotros? ¿Cuánto tiempo hace que os han descongelado? ¿Por qué sólo yo
tengo que sufrir? ¡Ciudadanos!
La escena de la boda con el incendio posterior y la intervención
de los bomberos es un gran logro del teatro de Maiakovski, y recuerda,
tanto por su espíritu como por su técnica, a los momentos culminantes de
El Rinoceronte de Ionesco. En cuanto a la figura del
protagonista, el autor acertó por completo en dar a Prisipkin las
dimensiones sentimentales e inconsistentes que desde los dramas de Gogol
habían servido para caracterizar al pequeño burgués. Prisipkin, con su
guitarra y su chabacanería, da la impresión de haber descendido de otro
planeta y, al encontrarse en medio de un nuevo mundo funcional, se
alegra al descubrir la chinche bajo el cuello de su camisa y pretende
aferrarse a ella como al último vestigio del pasado.
Maiakovski encargó a Shostakovitch la música que debía subrayar
los episodios principales de su comedia. El gran compositor relató en
sus memorias cómo se desarrolló la entrevista con el poeta:
Cuando
estaba a punto de ponerme a trabajar, Maiakovski me preguntó: ¿Te gustan
las orquestas de bomberos? Yo, conociendo su desconcertante manera de
expresarse, le respondí que siempre habían sido mis preferidas. Entonces
él con la más completa seriedad, me explicó que desde niño le habían
apasionado las orquestas de bomberos y que por eso quería para 'La chinche'
una música que sonase a fanfarria, una música que desafinase como solían hacerlo las improvisadas orquestas de los bomberos.
Es la primera obra dramática en que Maiakovski emplea la prosa, y
en ella el vigor del diálogo, construido a base de réplicas concisas,
no desmerece en nada del conseguido con sus versos. Sin embargo, donde
se refleja de un modo más directo la inconfundible personalidad del
autor es en las frases sueltas pronunciadas por los vendedores
callejeros, los bomberos, los niños y los guardianes del zoológico.
Frases que tenían el mismo espíritu detonante que aquellas consignas con
las que Maiakovski, entre 1923 y 1925, hacía la propaganda de los
productos soviéticos y que, según le gustaba decir,
tenían el valor de un poema condensado.
La influencia de los espectáculos circenses se hace patente en
numerosas escenas de la obra, sobre todo cuando los bomberos se
adelantan por el parterre para apagar el incendio de la peluquería, y en
el zoológico, con la jaula en medio, los guardias y la estridente
fanfarria, que vienen a ser, a fin de cuentas, otros tantos números de
circo. Aunque toda la obra está construida a base de sorpresas y de
artificiosos juegos escénicos que acreditan la predilección de
Maiakovski por el teatro espectacular.
El estreno de
La chinche tuvo lugar el 15 de febrero de
1929. Meyerhold había dado a la primera parte un tono burlesco, al
estilo de los vodeviles del siglo XIX y, para evocar el mundo funcional
del futuro, habían construido en el escenario severas arquitecturas de
acero y cristal que hacían pensar en los sueños utópicos de Klebnikov.
Tras largos años de olvido,
La chinche fue repuesta de
nuevo, en 1955 en el Teatro de la Sátira de Moscú, con un extraordinario
montaje de Valentín Plutchek. La obra seguía conservando su antigua
agilidad burlesca sus hondas resonancias humanas, que hacen de ella una
de las piezas fundamentales del teatro contemporáneo.
Los baños
En la vida de Maiakovski ha aparecido otra mujer, Verónica Polonskaia,
joven actriz de cine sin ninguna clase de condicionamientos
perturbadores. Maiakovski siente la atracción de aquella muchacha
fuerte, deportista y dinámica, que se mueve a su lado con una vitalidad
desbordada. Viven juntos una corta temporada, que culminan con un viaje
al Cáucaso. Desgraciadamente, Verónica veía en el poeta más bien a un
mito viviente que a un hombre, y su actitud hacia él fue la de una
cariñosa condescendencia y no la de una entrega pasional.
¿Me ama en realidad? Yo crispo mis manos
y recojo,
para arrancarles su secreto,
a las margaritas,
que el aire de mayo ha dispersado.
Verónica se aparta de él. Maiakovski dirige a la joven largos
telegramas, a los que no obtiene contestación. Finalmente, un día lee en
un periódico la reseña de la boda de su amiga. Se indigna. Exige el
divorcio. Le escribe cartas conmovedoras, la última de las cuales está
fechada pocos días antes de su suicidio.
En el otoño de 1929, poco antes de suicidarse, Maiakovski escribe una
de sus más interesantes producciones teatrales, la más importante quizá
de sus obras dramáticas,
Los baños, donde el circo, los fuegos
de artificios, las consignas, el ritmo de los teatros de marionetas y
las fantasías futuristas se van a entremezclar para conseguir un
resultado definitivo. Los baños sirven para limpiar a los burócratas.
Con un ritmo dislocado y desconcertante, Maiakovski ataca a los
burócratas, defiende al futurismo tambaleante y censura a los teatros
del Estado, en los que la rutina había comenzado nuevamente a hacer su
aparición.
Es un drama en cinco actos con circo y fuegos artificiales, una
obra de propaganda. No aparecen personajes vivos, sino tendencias
personificadas. Como en la mayoría de sus obras dramáticas, los
personajes se encuentran divididos en dos grupos antagónicas: de un
lado, los burócratas, obsesionados por sus reglamentos; de otro los
obreros y los ingenieros, monótonos y mecánicos, pero conscientes de su
fuerza, como los impuros del
Misterio bufo.
Entre números de circo y fuegos artificiales desarrolla la
siguiente peripecia argumental: El ingeniero Chudakov ha construido una
máquina capaz de comprimir el tiempo; puede reducir centenares de años a
la condición de un mero instante. Pero le falta dinero para terminarla y
los burócratas son inflexibles: sus reglamentos no les autorizan a
conceder crédito alguno. A pesar de los esfuerzos de Velocipekin, que
recorre todos los despachos en busca de ayuda, Chudakov, al verse
desamparado, está a punto de vender sus planos a un extranjero, Puente
Kitch, que ha llegado a su laboratorio aprovechándose de la frivolidad
de una secretaria, Mesalinova, y de la indiscreción de un funcionario
estúpido, Ivan Ivanovitch. Chudakov resiste a la tentación y sigue por
su cuenta las investigaciones. En el primer ensayo de la máquina, el
inventor recibe del futuro, entre explosiones y fuegos de bengala, una
carta anunciándole que muy pronto llegará un ser de siglos distantes
para entrevistarse con él. Sin embargo, el experimento indica también
que algo obstruye el espacio en esa dirección.
Para lograr recursos con los que resolver el problema, Chudakov y
Velocipekin se presentan en el despacho de Pobedonosikov, jefe
principal de la Dirección de Coordinación. En el antedespacho tienen que
esperar mucho tiempo en compañía de un abigarrado grupo de aburridos y
soñolientos pretendientes, hasta que al fin el secretario de
Pobedonosikov, Optimistenko, les dice que su jefe no puede recibirles,
ya que sus importantes actividades no le dejan tiempo para nada.
Efectivamente, el director de la Coordinación se encuentra dictando un
largo e incongruente discurso a su secretaria, preocupado también por
elegir los nuevos muebles de su casa y preparar los detalles de un viaje
al Cáucaso en compañía de su amante, Mesalinova.
Convencidos de que es imposible hablar con el burócrata en el
templo inaccesible de su despacho, Chudakov y Velocipekin deciden
entrevistarse con él en el teatro pero le encuentran discutiendo con el
director de escena, porque en la obra que se representa aparece un
burócrata, y Pobedonosikov, que no se reconoce en su propio retrato,
está explicando al director la
sagrada misión de la burocracia.
Desesperado, el inventor decide colocar la máquina en la escalera de la
suntuosa mansión del director jefe de Coordinación. El tiempo pasa y la
máquina aumenta de tamaño, como si un cuerpo extraño se desarrollase en
su interior. Finalmente, entre fuegos artificiales, sale de la máquina
la Mujer Fosforescente. Ha llegado procedente del año 2000 y sólo por 24
horas, para conducir al porvenir a los que ella crea dignos de tal
aventura. Pobedonosikov, no dudando que él será uno de los elegidos,
prepara los sellos y los papeles timbrados que cree va a necesitar para
tan largo viaje y redacta una instancia solicitando las dietas que le
corresponden.
Cuando la máquina está preparada, los obreros y los ingenieros se presentan portando banderolas y cantando la
Marcha del tiempo.
Detrás de ellos llega Pobedonosikov montado en un carricoche de cartón,
en el que ha cargado una barahúnda de registros, sellos y toda clase de
papeles oficiales. Entonces, tras unos discursos incongruentes de
Pobedonosikov y de Optimistenko, la máquina, nueva versión del arca del
Misterio bufo,
se pone en movimiento, llevando consigo a los obreros y a los
ingenieros y dejando en tierra a los burócratas. Los cohetes estallan,
las luces de bengala iluminan la escena, la sala se llena de estrellas
relucientes y, en medio de toda esta apoteosis, Pobedonosikov increpa a
gritos al autor:
¡Eh, usted! ¡Si! ¡Usted, el autor! ¿Quiere decir quizá
con todo esto que yo y mis semejantes no somos necesarios para la
comunidad?
El personaje de Pobedonosikov, el burócrata rutinario e inflexible, lo había esbozado ya Maiakovski en dos de sus poemas,
La burocraciomaquia y
Horrores de papel,
escrito el primero en 1922 y el segundo en 1927. Pero donde ya le había
delineado es en el argumento de un film realizado en 1927,
El camarada Sabot, o
Abajo la grasa.
Sabot es ya un burócrata típico que quiere arreglarlo todo con fórmulas
y reglamentos y que con su papeleo impide la buena marcha de los planes
de reconstrucción socialista.
La idea de la máquina del tiempo la tomó el poeta de la novela de Wells
La máquina del riempo,
pero su espactáculo sólo tiene ese punto de contacto con la obra del
novelista inglés. Wells nos presenta el futuro de la Tierra con tonos
grises, habitada por una humanidad degenerada, por unos hombres
convertidos en larvas amenazadoras.
La Mujer Fosforescente nos
habla, en cambio, de un futuro luminoso, donde los hombres han superado
el odio y sus instintos de destrucción y se han convertido en unos seres
perfectos.
Los elementos de ciencia-ficción de
Los baños enlazan
con la teoría de la relatividad de Einstein, que se hacen patentes
cuando Chudakov explica a Velocipekin las características de su invento:
Yo he obligado al tiempo a detenerse o a dirigirse hacia no importa
qué dirección y a no imporia qué velocidad. Los pasajeros de mi máquina
podrán apearse del tiempo con la facilidad que ahora lo hacen de un
tranvía. Con mi máquina será posible inmovilizar un minuto de felicidad y
hacer qus las horas de angustia transcurran en décimas de segundo... Mi
máquina será capaz de hacer salir y ponerse el sol cien veces por
minuto.
A pesar de todo,
Los baños no es una obra de
ciencia-ficción sino satírica, un ataque despiadado a los burócratas y a
los que añoraban ocultamente el pasado, ataque que llega a su punto
culminante en el tercer acto, ejemplo típico de teatro en el teatro, en
el que los personajes de la obra discuten con el director de escena y
Pobedonosikov no se reconoce a sí mismo en el burócrata protagonista de
la comedia que se representa y afirma su derecho a una vida placentera.
Mesalinova colabora a ello dejando entrever su secreta nostalgia por los
tiempos pasados:
El arte debe reflejar la vida sobre un fondo de
bellos paisajes, los vicios también, y hasta la danza del vientre si es
necesario. ¿Por qué los directores de escena no se deciden a mostrarnos
cómo en París el Fox-trot reemplaza a la sección femenina, o bien
hacernos ver un desfile de modas en el viejo mundo decrépito. A
esta insinuación el director responde organizando una pantomima que da
lugar a Maiakovski a extender su sátira a los teatros oficiales, que no
dudaban en representar obras mediocres con tal de atraer espectadores.
El carácter satírico de
Los baños se desprende también
del propio nombre de los personajes: Mesalinova, Optimistenko,
Velocipekin, Pobedonosikov, este último recuerdo del de un consejero de
Alejandro III, Pobedonostsev. En esta pieza resultan mucho más humanos y
divertidos los personajes negativos que los positivos, sobresaliendo
sobre todo por la perfección de su dibujo distorsionado el orondo
director de Coordinación, el camarada Pobedonosikov. La habilidad de
Maiakovski para dar vida a tipos esperpénticos era en verdad
extraordinaria, hasta el punto que personajes como Prisipkin, el héroe
de
La chinche, y Pobedonosikov, protagonista de
Los baños, pueden muy bien colocarse al lado del Padre Ubu, de Jarry o de Puntila, de
Brecht.
Maiakovski celebró la primera lectura de su obra en el teatro
Meyerhold en septiembre de 1929, ante los actores de la compañía y un
reducido número de intelectuales. El éxito fue extraordinario. Según
Zochtchenko,
fue una lectura triunfal; los actores y los escritores
reían y aplaudían al poeta entusiasmados. Raramente es posible tener la
ocasión de presenciar una reacción tan positiva. Todo parecía
augurar, por lo tanto, un clamoroso éxito. Pero las fuerzas que
combatían al futurismo se habían puesto en acción dispuestas a dar un
golpe definitivo al movimiento en la obra de su figura más
representativa. A los partidarios del realismo no les faltaba razón en
algunas de sus afirmaciones sobre los excesos cometidos por los
futuristas en el teatro. Su error consistía en englobar dentro de los
extravagantes experimentos, las obras geniales de Maiakovski.
La primera representación de
Los baños tuvo lugar en el
Teatro de la Casa del Pueblo de Leningrado el 30 de enero de 1930 y fue
un índice de lo que la suerte le reservaba. El mismo Zochtchenko
escribe, refiriéndose a esta primera salida de
Los baños, que el público acogió la obra
con
una mortal frialdad. Yo no recuerdo haber oído reir a un solo
espectador ni haber escuchado un solo aplauso. Nunca he asistido a un
fracaso tan estrepitoso.
El estreno oficial en el Teatro Meyerhold, el 19 de marzo del
mismo año, tuvo idénticos resultados negativos y al día siguiente los
críticos teatrales de los diarios de Leningrado, ineptos o ciegos,
dedicaron al espectáculo de Maiakovski unos comentarios implacablemente
despectivos.
La estrella del poeta se había eclipsado definitivamente. El
brillante meteoro que fue la vida de Maiakovski comenzaba a
desintegrarse al no poder resistir el contacto con la atmósfera
enrarecida que le rodeaba.
Suicidio de Maiakovski
Esto no es para las masas. Los obreros y los campesinos no pueden
comprenderlo y es mejor que no lo comprendan. No debemos perder el
tiempo en explicárselo. Con esta demoledora dureza se expresaba uno de los críticos teatrales de Leningrado al referirse al estreno de
Los baños.
La vieja acusación que tanto dolía al poeta y que había llegado casi a
obsesionarle, se repetía, pero esta vez mucho más unánime.
Maiakovski acusa el golpe, pero intenta por todos los medios
superarlo, vencer una vez más los obstáculos que impiden el desarrollo
de sus ideas estéticas, convencerse a sí mismo de que el futurismo será,
a pesar de todo, el arte del mañana, el arte de los obreros y los
campesinos. El 19 de marzo escribe a Lili poniéndole en antecedentes de
las incidencias del estreno:
El estreno de 'Los baños'
ha
tenido lugar hace tres días. Dejando a un lado algunos detalles sin
importancia, es la primera obra mía que ha sido representada
completamente a mi gusto... Los espectadores se dividieron en dos
posturas antagónicas: unos decían que nunca se han divertido tanto;
otros, que nunca se habían sentido tan aburridos. Los críticos se han
ido todos con el segundo grupo.
Intenta defenderse. El 27 de abril asiste a un coloquio que se
celebra sobre su obra en la Casa de la Prensa, donde se le recibe
fríamente, casi con hostilidad:
Camaradas -dice-
, tengo
treinta y cinco años de vida física y quince de vida teatral y he
afirmado siempre mis ideas por la fuerza de mis propios pulmones, por la
potencia vigorosa de mi voz. No me importa que mi obra sea retirada. En
los últimos tiempos se ha formado la opinión de que mi talento debe ser
reconocido a escala universal. Estoy contento de que 'Los baños'
vengan a destruir esta opinión.
Le escuchan hablar en silencio, ni aplausos ni protestas vienen a
interrumpir sus palabras. Maiakovski comprende perfectamente lo que
aquello significa. Oficialmente se le respeta y se le seguirá
respetando, pero sus ideas estéticas han sido derrotadas. El futurismo
literario y artístico no puede prosperar.
Pero si los círculos oficiales no se atreven a enfrentarse
directamente con el poeta, sí que lo van a hacer algunos grupos de
estudiantes instigados por los partidarios del realismo. El 9 de abril,
en una fiesta celebrada en el Instituto de Economía, Maiakovski se ve
rodeado por una turba de jovenzuelos que le increpan y le acusan, una
vez más, de ser incomprensible. El poeta se yergue ante ellos y les
responde con una mezcla de tristeza y sarcasmo:
Hoy que todavía
vivo, me injuriáis, porque creéis de buena fe que son ciertas las
calumnias que han hecho correr acerca de mí... Cuando haya muerto,
leeréis mis versos con lágrimas en los ojos.
Regresa a su casa lleno de profundo desaliento. Se encuentra
solo. Lili no está a su lado para envolverle en la suave caricia de su
ternura; Verónica le ha abandonado; Esenin
ha muerto; Meyerhold está también ausente. Esta vez su crisis de
depresión es mucho más intensa que en otras ocasiones. Pocos días antes
del estreno Vladimir Yermilov, presidente de la Asociación de Escritores
Proletarios, publicó un artículo en
Pravda afirmando que la
obra del georgiano calumniaba a la clase obrera soviética. En respuesta,
el día del estreno, Maiakovski puso un cartel replicando que resultaba
imposible bañar a todos los burócratas a la vez porque no había
suficiente jabón y baños para ello, aparte de que contaban con el apoyo
de Yermilov. La Asociación le ordenó a Maiakovski quitar el cartel, y
éste obedeció.
Dos días antes de quitarse la vida, en su carta despidiéndose de la vida, dirigida
A todos Maiakovski alude a este incidente y advierte por dos veces que no se puede culpar a nadie de su suicidio:
No vale enumerar dolores, desgracias, ofensas mutuas. Reitera -ya lo había dicho tras el suicidio de Esenin-
que ese no era el método, pero su caso -añade- es diferente: él no es
realmente importante. Se despide de todos, incluidos sus camaradas de la
Asociación de Escritores Proletarios, y a Yermilov le dice que no debió
ceder:
Debí haber reñido hasta el fin. Esta es la clave de su
muerte. Después de una larga polémica, Maiakovski había abandonado las
posiciones del Frente del Arte de Izquierda y se había unido a la
Asociación de Escritores Proletarios. No debió haberse rendido. En esa
sencilla y terrible despedida dice:
La barca del amor ha varado en la vulgaridad.
La existencia del poeta se rompe: a las 10 de la mañana del 14 de
abril de 1930, Maiakovski pone fin a su vida en su estudio del pasaje
Lubianski, utilizando, probablemente el mismo pequeño revólver español
con el que ya había realizado un fingido suicidio al interpretar el
papel de Ivan Nov, el poeta vagabundo, protagonista de la película
Pero no por dinero.
Los últimos versos que escribió Maiakovski tienen un hondo
sentido patético; parece como si en ellos quisiera disculparse de la
absurda determinación que poco después iba a tomar, como si recordara su
condenación del gesto desesperado de Esenin:
Lo difícil no es morir,
sino seguir viviendo.
En 1936
Stalin declaró a Maiakovski
el mejor poeta de la era soviética y se creó un Museo Biblioteca.
Meyerhold escribiría más tarde, refiriéndose a la muerte del poeta:
La rudeza de Maiakovski era infinitamente frágil.
Al conocerse la noticia del suicidio, un estremecimiento doloroso
recorrió la URSS. Todos parecían sentirse responsables de la fatal
resolución del poeta. La multitud formó cola para desfilar ante su
cadáver. Todos quisieron rendir homenaje al gran poeta desaparecido. A
pesar de ello, sus obras dramáticas no volverán a ser representadas en
los teatros de la URSS hasta bastantes años después.
En 1959, cuando el
Misterio bufo fue repuesto de nuevo
en el Teatro de la Sátira de Moscú, al aparecer el Sputnik que el
director había hecho evolucionar en torno al hemisferio, el público,
puesto en pie, interrumpió la representación y guardó un minuto de
silencio en recuerdo del dramaturgo desaparecido. En la sala parecían
flotar las amargas palabras del poeta:
Cuando haya muerto, leeréis mis versos con lágrimas en los ojos.
Análisis
Vladimir Maiakovski fue el propagandista soviético por excelencia,
poniendo al servicio de la revolución su verso irrepetible. No es de
extrañar que en 1948 los imperialistas estadounidenses prohibieran la
reedición de los poemas de Maiakovski en Alemania, que estaban ya
traducidos, editados y dispuestos para la venta, porque siguen siendo un
formidable arma de combate.
Realizó una labor de agitación cultural inagotable. Dió charlas y
conferencias por todo el país, leyó sus obras en fábricas a lo largo y
ancho de la URSS y las debatió con los trabajadores, compuso por igual
libros de poesía y teatro, guiones cinematográficos, canciones para el
Ejército Rojo o consignas propagandísticas para instituciones del Estado
obrero. Sus numerosos viajes por el país, cientos y miles de
intervenciones ante obreros, estudiantes, campesinos y soldados del
Ejército Rojo, militantes del Partido, todo esto es una manifestación
del ardiente deseo del poeta de fundirse con las masas, unirse por
completo, indisolublemente, para expresar su deseo y anhelos, su estado
de ánimo y puntos de vista de una forma más armoniosa e impresionante,
compartir con ellas sus tristezas y alegrías, el dolor y la felicidad:
Yo
quiero ser comprendido por mi país, pero si no soy comprendido, qué se
le va a hacer, pasaré por la tierra natal como pasa la lluvia oblicua.
En estas palabras se siente amargura. No todos comprendían las
colosales dotes poéticas de Maiakovski, y a algunos sencillamente los
asustaba lo brillante e inconmensurable de su talento. No eran pocos los
que, armados más bien del garrote crítico que de la comprensión de los
secretos de la poesía, le proporcionaron muchos momentos amargos al
poeta. Pero para eso era Maiakovski, para después de sonreir ante el
ataque de turno y, venciendo el enojo, contestar con nuevas obra
talentosas, cada una de las cuales era un nuevo avance de su poesía, y
era un paso tan grande, que todos sus críticos se quedaban muy atrás,
atascados entre los restos de las concepciones imperantes en los años
veinte, mientras que el poeta traspuso el umbral de la inmortalidad.
Actor y testigo de los días que estremecieron al mundo, es
también el habitante desolado un tiempo privilegiado. Un personaje
ciclópeo, volcado hacia el futuro por un constante desacuerdo con la
dimensión mezquina del presente. Como un gigante sin acomodo posible,
fuera de escala en la realidad circundante, en un tiempo también
fugazmente fuera de escala. Condenado al amor, enfermo de sentimientos,
Maiakovski es un temperamento pasional, acosado por la depresión
periódica, una tremenda vitalidad, sacudida constantemente por la atroz
sensibilidad de una extraordinaria riqueza emocional. La tensión
creadora y la voluntad revolucionaria fueron los dos motores que
impulsaron el trayecto vital de un espíritu en el que la euforia y la
angustia se sucedían sin pausa.
El entusiasmo poético y revolucionario son los escudos que le
defienden del constante castigo. La fe en la palabra y en el
cumplimiento de la utopía. El clamoroso optimismo de Maiakovski
contrasta violentamente con los fuertes contraluces de su vida privada.
Su afectividad tempestuosa difícilmente podía encontrar satisfacción o
aun respuesta. La respiración de Maiakovski era tan fuerte que le ponía
constantemente al borde de la asfixia. Su respuesta más concluyente fue
el desarrollo de un acerbo y estruendoso sentido del humor.
Impensable el reconocimiento de cualquier síntoma de cansancio.
Prohibido el pesimismo y la autocompasión. La realidad circundante podía
ser desalentadora por un momento, pero el poeta debía seguir siendo
el rayo que no cesa. Hasta el agotamiento. Maiakovski murió verdaderamente en la brecha de la revolución. Por y para la revolución.
Grandiosa es la visión poética de Maiakovski, pero sin sabiduría.
El violento anticlasicismo de Maiakovski no deja de ser una falta de
comprensión profunda, además de una opción valiosa. Porque para
Maiakovski la poesía es una acción, además de un trabajo. Una acción
exaltada más que intensa. Maiakovski carece de la infinita paciencia del
verdadero revolucionario. Es un espíritu demasiado apasionado. Un
espíritu sin serenidad, en el que no cabe ninguna actitud contemplativa.
La perspectiva del cambio le embriaga, impidiéndole obtener gozo del
fulgor que anima el interior mismo de las cosas, del esplendor de cada
minuto, de la vibración única de cada movimiento de la luz. Hay en
Maiakovski una carencia casi total de sensualidad, como hay una ausencia
radical de metafísica.
En esta actitud cabe detectar tal vez uno de los mayores rasgos
de modernidad de Maiakovski. Su rechazo de la cultura acuñada, de la
tradición oprimente, de la escritura como forma noble del saber, que se
prolonga en una actitud personal de negación de las formas académicas,
de la farsa de la celebridad y el reconocimiento social. Maiakovski es
un alegre bárbaro aniquilando la escritura por la palabra viva,
recuperando entonaciones perdidas o imposibles, derribando como un
ariete muros de contención. Exigiendo que el arte sea vida y la
literatura comunión.
Todo en él es joven, casi infantil. Estaba condenado a ser indefinidamente joven, como la revolución que había abrazado:
No tengo en el alma ni un solo cabello gris
tampoco un ápice de ternura senil.
Hago retumbar el mundo con el trueno de mi voz
y avanzo
en la hermosura de mis veintidós años.
Pero hay en Maiakovski una brutal negación del pasado. El mito del
futuro lleva al poeta a hacer tabla rasa con todo lo sucedido. A
fetichizar todo lo nuevo. Pero el presente es una continua fuente de
insatisfacción y el futuro no acaba de llegar nunca:
Sólo quiero milagros.
Hay una hermosa inocencia en el entusiasmo de Maiakovski que le impide
emprender una larga y rica reflexión sobre la naturaleza profunda del
tiempo. Hay como una negación del tiempo como totalidad en aras del
tiempo presente:
Odio todo lo que está muerto. Amo todo lo que vive.
Maiakovski y la poesía
Formalmente considerada, la poesía de Maiakovski se encuentra encuadrada
dentro de la tónica general de la poesía europea de los años que
precedieron y siguieron a la primera guerra imperialista. Marinetti, con
su célebre manifiesto, no había hecho otra cosa que concretar un vago
deseo subconsciente de los poetas que les impulsaba a librarse de toda
vieja fórmula académica, a conseguir una poesía nueva, una poesía que
expresase en su forma externa los inquietantes momentos que el mundo
atravesaba. Cesar en la imitación servil a la naturaleza, dominar y no
ser dominados por el idioma. Dislocar los conceptos, las imágenes y las
palabras, del mismo modo que Picasso y los pintores futuristas
descomponían las formas de la naturaleza haciéndolas estallar en una
explosión de color.
Entre sus composiciones poéticas más importantes destaca
Lenin, escrito en 1924 y leido públicamente por él en la Sala Roja del Comité de Moscú del Partido el 21 de octubre.
Lo redactó para exaltar la personalidad de
Lenin,
que había muerto en enero de saquel año, y todo en él tiene una
carácter de epopeya contemporánea para honrar al dirigente de la
revolución de octubre.
Maiakovski definió la poesía como
un camino hacia el socialismo. Se consideraba
un ser vivo que habla a otra gente viva.
Una de sus mayores preocupaciones fue alcanzar un intenso grado de
comunicación con las demás personas. Comunicación viva que hace de su
poesía un arte declamatorio. Que le induce a recorrer toda Rusia, año
tras año, en interminables giras de recitales poéticos. Que convierten
su figura en algo semejante a los antiguos rapsodas.
Maiakovski mantuvo una personal relación con los miembros de la
escuela formalista
rusa, tan reactualizada por el estructuralismo. Relación que influye
más o menos conscientemente en la redacción de su poesía, atenta a la
construcción misma de la palabra, a las características morfológicas del
idioma, al juego de prefijos y sufijos, a la ordenación fonética y a la
trama de relaciones que constituyen la palabra y el período verbal.
La
consonancia de las últimas palabras, la rima, no es más que uno de los
innumerables medios de relacionar las líneas; por lo demás, uno de los
más simples y rudimentarios. Se puede rimar el principio de las líneas,
se puede hacer rimar el final de la primera línea con el principio de la
segunda, e incluso con las primeras palabras de la tercera y de la
cuarta.
La palabra es frecuentemente en Maiakovski una textura sonora, un
volumen verbal, un objeto semiabstracto cargado de valor semántico.
Para él
la palabra es el fin del escritor. Él es poeta de la
palabra viva, oral, ardiente; de la palabra que se rompe, se arroja, se
subleva; de la palabra absoluta, que desconoce y desprecia el silencio.
Palabra abrupta, rotunda, exaltada y sobresaltada. Palabra manejada como
un objeto arrojadizo o un instrumento contundente. Palabra enfática,
convulsa de emoción, tensa en el esfuerzo de ser escuchada por muchos
oídos.
El gigantismo oratorio de Maiakovskí es como un cataclismo verbal
como una invitación a la desmesura, como una fiesta del verbo alentada
por el salvaje soplo de una potencia desenfrenada.
La tensión apasionada de esta voz acuñada en los días que
conmovieron al mundo encubre, sin embargo, una conciencia rigurosa del
valor semántico y fonético de la palabra. Maiakovski era un trabajador
del lenguaje. Atento al sentido inmediato de la palabra pero también a
su misterio.
Por eso son fundamentales en él la voz, las imágenes, los juegos de palabras.
Voz, instrumento de comunicación, acto vivo de fraternidad y
afirmación, inagotable fuente de expresión y sentimiento. Imágenes que
agigantan, descomponen, desmesuran el mundo, creando perspectivas y
asociaciones maravillosas e insospechadas. Abriendo una ventana de la
realidad a la fantasía.
Juegos de palabras que hacen del lenguaje una aventura
vertiginosa e imprevisible, que denuncian la realidad reventándola
grotescamente, que relacionan esperadamente las oposiciones más
convencionales, desintegrándolas.
La palabra no debe describir, sino expresar por sí misma. La
palabra tiene perfume, color, alma. Pero el ritmo de la vida cambiado.
Todo ha adquirido una rapidez fulgurante, como en una cinta
cinematográfica. Los ritmos lentos, tranquilos, regulares de la poesía
antigua no tienen ya nada que ver con el psiquismo del ciudadano de hoy.
La fiebre es lo que más simboliza el movimiento de la vida
contemporánea. En la ciudad no hay líneas redondeadas, regulares,
medidas. Los ángulos, las rupturas, los zigzags son los rasgos
característicos.
Maiakovski va a deshacer los versos, les va a quitar a veces la
rima, el metro, la cadencia, pero, y en esto se diferencia de la mayor
parte de los poetas de la vanguardia europea, nunca les despojará de la
idea. A través de los fuegos de artificio de sus metáforas y de sus
paradojas, queda siempre perceptible un fuego ardiente, amoroso o
político, que da, aun sin él quererlo, un tono dostoievscano a algunas
de sus composiciones.
Los temas con los que Maiakovski se enfrenta en sus poemas son
múltiples y, a veces, contradictorios. En primer lugar, el del amor, y
junto a él el de los celos y el suicidio. El amor, el dolor y la muerte
unidos, como suelen estar siempre en la naturaleza y en la vida de los
hombres. Junto a los poemas de amor, los de combate, bruscos, agresivos,
sin ninguna concesión a la retórica, y al lado de éstos, sus poemas
satíricos, en los que se enfrenta abiertamente con los que no comparten
sus sueños de futuro y pretende destruirlos por medio de los dardos
envenenados de su sangrante humorismo. Formalmente quedan las consignas,
de tipo político o comercial, concisos y acerados:
El Partido
es una mano con un millón de dedos.
Sin embargo, el valor de los poemas de Maiakovski hay que buscarlo,
principalmente, en el tono monumental que sabe dar aun a sus más
insignificantes composiciones.
Maiakovski -escribe Ghukovski-
sabe cambiar el menor
grano de trigo en un monte Ararat. Las imágenes toman en sus versos
proporciones que ningún poeta ha sabido alcanzar. Se diría que mira
siempre el mundo a través de un telescopio. Por su parte, Angel María Ripellino sintetiza del siguiente modo la labor del poeta:
Maiakovski
trata al universo de igual a igual. Se coloca siempre a una escala
cósmica. Da lo mismo que se enfrente con el problema de la humanidad
dolorida, que con los bajos fondos de las grandes ciudades o con una
leve aventura amorosa, su verso resonará siempre más allá de los límites
de la Tierra, en la inmensidad del espacio.
Maiakovski y el teatro
La mayor actualidad de Maiakovski está tal vez contenida en su teatro,
al que justamente se puede calificar de genial. La imaginación de
Maiakovski y Meyerhold afirma los cimientos deslumbrantes de un teatro
popular auténticamente grande:
Un teatro revolucionario no sólo en cuanto al fondo, sino también en cuanto a la forma. Y más aún que los admirables textos concretos hay que destacar una concepción general del hecho escénico.
La gran intuición de Maiakovski y Meyerhold, insertos en la gran tradición rusa de Chejov y
Gorki, fue el postulado teórico:
Devolver al teatro su primitiva condición de espectáculo para difundir los principios de la revolución.
El teatro abandona los recursos psicológicos y recurre a técnicas del
circo, del cabaret, del mítin político. La representación es un acto
colectivo y abierto, en donde cabe lo inverosímil. El tema es una gran
síntesis épica de acontecimientos en curso.
Espectáculo que no está lejos de una fiesta rigurosa y disparatada, con recursos declamatorios de recital poético.
El texto dramático pasa a un justo segundo término en el orden de
prioridades de la representación. Esta ya no es el pretexto para una
exposición literaria, sino una reunión pública y un sistema de lenguajes
(visuales, rítmicos, sonoros, etc.) en interacción. La lógica del
espectáculo debe estar mucho más allá de la lógica verbal. La
representación ya no es una sucesión (y exhibición) de sentimientos,
sino de acontecimientos de resonancia colectiva. Captar el sentido de
esta aglomeración de materiales es una tarea para el espectador, a quien
se concede el honor ser considerado vivo, activo e inteligente.
El teatro debe ser un espectáculo detonante, una
plataforma donde lo insólito se convierta en herramienta para subvertir
la costra árida de la vida cotidiana. Como recurso primario, un
aparatoso sentido del humor.
En el prólogo que precedía a
Los baños, Maiakovski explicaba con claridad cuál era el verdadero sentido de la obra que los espectadores iban a presenciar:
El teatro ha olvidado que es, sobre todo, un espectáculo [...]
Mi trabajo teatral ha consistido siempre en una tentativa de devolver al teatro su primitivo carácter de espectáculo [...]
Dar vida, realizar propaganda y avivar tendencias, debe ser la misión del teatro de hoy comprendemos su dificultad [...]
El hábito de los comediógrafos de caracterizar a sus personajes, el
cómico, el ingenuo, el melancólico, o dar detalles sobre ellos, treinta
años, con barba, alto, moreno, después del tercer acto parte para
Voronej, donde se casa; es una costumbre estereotipada que debe
desaparecer, como debe desaparecer también el tono vulgar de los
diálogos. Los arcaicos errores, en fin, del teatro convencional
contemporáneo.
El teatro debe ser, sobre todo, un espectáculo, y para dar a este
espectáculo su mayor brillantez, Maiakovski intercalará entre las
escenas de sus obras dramáticas números de circo, de
music-hall
y hasta fuegos artificiales, siguiendo en parte de este modo los
principios que había expuesto Marinetti en su primer manifiesto, en el
que afirmaba que el teatro debía aumentar su espectacularidad echando
mano de
la gracia de los payasos y hasta de los efectos groseros y
dinámicos del cine cómico americano, para lograr de ese modo la gran
hilaridad futurista llamada a rejuvenecer la faz del mundo.
Los puntos de coincidencia entre el poeta italiano y el ruso eran
mucho más numerosos de lo que Maiakovski quería reconocer. La
diferencia entre los dos consistía en que el autor del
Misterio bufo,
partiendo de la común interpretación futurista del teatro, sabía dar a
sus obras unas inesperadas dimensiones populares al utilizar elementos
folklóricos arrancados de lo más profundo de la realidad étnica rusa.
Igor Ilinski, en un artículo publicado en 1940, incitando a los
teatros soviéticos a sacar las obras de Maiakovski del olvido en que
habían caído, escribía:
Todo el teatro popular ruso se encuentra
presente en la obra dramática de Maiakovski: las farsas ingenuas de las
barracas pueblerinas con sus diablos astutos y sus divertidos payasos;
las marionetas populares con el desbordante humorismo de Petruchka.
Al hablar del teatro de Maiakovski no puede dejar de citarse el
nombre del gran director Meyerhold. Los éxitos de uno están tan unidos a
los del otro que resulta difícil considerarles aisladamente. Como en el
caso de Stanislavski y Chejov, director y dramaturgo se revelan
mutuamente, al poner de manifiesto cada uno de ellos las cualidades
positivas del otro.
Las obras dramáticas de Maiakovski necesitaban para su puesta en
escena de las teorías biomecánicas de Meyerhold. Las teorías de
Meyerhold parecían ideadas para poner en escena las obras dramáticas de
Maiakovski.
Maiakovski aporta a la revolución un vigoroso humor, que podía
ser amargo en ocasiones, pero no dejaba nunca de ser optimista La sátira
de Maiakovski, siempre ferozmente crítica, era un acto saludable y
vital, para el que hacía falta no poca valentía. Sobre todo cuando
frecuentemente los espectadores se sentían retratados por las grotescas
marionetas del escenario.
Obras y bibliografía:
—
La chinche, Traducción de Jose María Coco Ferraris, Editorial Losange, Buenos Aires
—
El baño, Traducción de Jose Maía Coco Ferraris, Editorial Losange, Buenos Aires
—
La chinche y El baño, Traducción de Victoriano Imbert, Editorial Edaf, Madrid, 1964
—
Misterio bufo, Traducción de Victoriano Imbert, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1971
—
Vladimir Maiakovski o La rebelión de los objetos, Traducción de José Hesse, Editorial Fundamentos, Madrid, 1972
—
Poesía y revolución, Traducción de Jaume Fuster y Maria Antonia Oliver, Editorial Península, Libro de Bolsillo, Barcelona, 1971
—
Antología poética, Preliminar, selección y traducción Lila Guerrero, Editorial Losada, Buenos Aires
—
Vladimir Ilich Lenin, Traducción de A.Herráiz, Editorial Ráduga, Moscú, 1984
—
Yo mismo. Cómo hacer versos, Traducción Agustín García Tirado y Eulalia Soldevilla, Editorial Alberto Corazón
—
Poemas 1913-1916, Visor Libros, Madrid
—
Poemas 1917-1930, Traducción de José Fernández Sánchez, Visor Libros, Madrid, 2ª Edición, 1993
—
Conversaciones con el inspector fiscal y otros poemas, Ediciones 29, Barcelona, 1997
—
Elsa Triolet: Recuerdos sobre Maiakovski, Kairós, Barcelona, 1976
—
José Hesse: Vladimir Maiakovski, Editorial Epesa, Madrid, 1971
—
Alexander Nakarov: Antología de la poesía soviética, Ediciones Júcar, Madrid, 1974
—
V.Khardjiev y N.Ténine: La culture poétique de Maïakovski, L'Âge de l'Homme, Laussane, 1982
—
El Partido
El Partido
es como
un huracán bravío
en el que voces finas, quedas,
se han unido y fundido;
a su embate,
se quiebran las fortalezas del enemigo,
como del cañoneo
saltan los tímpanos de los oídos.
Desgraciado del hombre
cuando está solo.
Mal lo pasará,
ninguna batalla ganará,
todo el que posea una fuerza mayor
será su señor
e incluso los débiles
si son dos.
Pero
si en un Partido
se apiñan los pequeños
entonces
¡ríndete enemigo,
y quédate ahí quieto!
El Partido
es una mano de un millón de dedos,
apretada
con vigor,en recio puño demoledor.
Uno solo es absurdo,
uno es como ninguno,
uno,
por muy importante
que sea,
no levantará
ni una simple viga de madera
y menos un edificio
de cinco pisos.
El Partido
son
millones de hombros,
apretados, estrechamente,
unos contra otros.
Con el Partido
obras levantaremos
hasta el cielo,
ayudándonos siempre, elevándonos mutuamente.
El Partido
es la espina dorsal de la clase obrera.
El Partido
es la inmortalidad de nuestra causa entera.
El Partido
es lo único que jamás me traicionará.
Hoy dependiente soy,
pero mañana reinos del mapa podré borrar.
El cerebro de la clase,
la acción de la clase
la fuerza de la clase la gloria de la clase,
¡eso es el Partido!
El Partido y Lenin
son hermanos gemelos;
para la madre-historia,
¿quién es más entrañable de ellos?
Cuando decimos: Lenin
es como si dijéramos:
el Partido
Cuando decimos: el Partido
es como si dijéramos:
Lenin.