— Un joven inquieto
— Viaje por Europa
— Cabalgando con Pancho Villa
— Corresponsal en la guerra imperialista
— En la revolución de octubre
— Fundador del Partido Comunista de Estados Unidos
— Caza de brujas contra Reed
— En el II Congreso de la Internacional Comunista
— Obras de John Reed en castellano
— Viaje por Europa
— Cabalgando con Pancho Villa
— Corresponsal en la guerra imperialista
— En la revolución de octubre
— Fundador del Partido Comunista de Estados Unidos
— Caza de brujas contra Reed
— En el II Congreso de la Internacional Comunista
— Obras de John Reed en castellano
Digan lo que digan sobre el bolchevismo, es indiscutible que la
revolución rusa es uno de los sucesos más grandiosos de la historia de
la humanidad y el alzamiento de los bolcheviques es un fenómeno de
importancia universal.
(Diez días que estremecieron al mundo)
(Diez días que estremecieron al mundo)
Un joven inquieto
John Silas Reed nació el 22 de octubre 1887 en Portland, en el estado norteamericano de Oregón, en la costa del Pacífico. Su familia pertenecía a la alta burguesía pero en ella todavía sobrevivía el espíritu emprendedor y democrático de la América del siglo XVIII y mitad del XIX. Su abuelo fue un pionero lleno de personalidad, uno de sus tíos fue un marino aventurero que siempre volvía a casa contando historias que parecían sacadas de las narraciones de Jack London. Su padre fue todo un personaje. Hombre culto e inteligente, se dedicó (cuando John era muy joven) a una lucha sin cuartel contra la corrupción y el caciquismo en el Estado. De su mano Reed supo lo que representaba la minoría dominante, el poder de los monopolios, las maniobras de los aparatos políticos, y el servilismo de la justicia y la prensa. Su madre era, por el contrario, conservadora y durante toda su vida intentó frenar la evolución moral y política de su hijo.Niño tímido y mimado, estudió primeramente en Morristown, un colegio de élite y más tarde en la Universidad de Harvard, donde jamás aprendió las reglas del juego. Era un estudiante que quería ser diferente y lo fue. Desde antes de llegar a Harvard sintió repulsión por los métodos de la enseñanza tradicional, y se rebeló contra las normas de la casa hasta que conoció a Charles Towsend Coppeland, alias Gopey, un profesor nada convencional y con él vivió una rica experiencia de comunicación, debates y aprendizaje.
Aunque fue un notable deportista -jugó en el equipo de rugby-, Reed destacó sobre todo como animador de las revistas que se publicaron en la Universidad, causando más de un dolor de cabeza a los rectores con su periódico satírico El Burlón, en el que mostraba un estilo ingenioso y brillante, por lo que recibió numerosas proposiciones para escribir en grandes diarios y revistas ilustradas. En aquella época empezó a escribir un buen número de poemas, y narraciones que rara vez quedaron terminadas. Poseedor de talento, todo hacía creer que estaba destinado a ser gran poeta y cuentista mundial. Su pujante e irrefrenable temperamento, sin embargo, lo llevó a experimentar directamente la vida. Se empapó vehementemente el espíritu radical que atravesó la vida universitaria, conociendo ampliamente los ideales liberales, anarquistas y socialistas que proliferaban entre los estudiantes.
Viaje por Europa
Una vez licenciado en Harvard, con título universitario, en 1910, emprendió un largo viaje por Europa pasando por Inglaterra, Francia -donde frecuentó los medios artísticos- y España. En España apreció la sencillez y la amabilidad de la gente y se sintió fascinado por el contraste que ofrecían las glorias del pasado con la miseria del presente. Visitó San Sebastián, Burgos (de donde escribió: la poderosa historia de aquel sitio me avasalló como un torrente. Entre la tenue luz, la sombra del castillo, el monte gris a cuyo pie nació el Cid, se recortaba contra el Este. Uno podía imaginarse una espléndida partida de caballeros descendiendo en sus monturas por las calles retorcidas para ir a expulsar al moro de Toledo), Valladolid, Salamanca, (donde recordó a Lope de Vega, Calderón y Cervantes), Toledo y Madrid, que le causó una gran desilusión.Volvió a París, el sitio más maravillosamente hermoso y sensual que puedas imaginarte, escribió a un amigo. En Francia conoció a Madeleine, la imagen exacta de una hermosa gitana con la que se prometió en matrimonio y en la que pensaba fielmente cuando volvió a Norteamérica con el propósito de ganar un millón de dólares y casarse. O sea lo contrario de lo que hizo.
En 1912, tras su vuelta de Europa, se trasladó a Nueva York, instalándose en Greenwich Village, donde frecuenta y se convierte en uno de los protagonistas del ambiente bohemio y progresista:
En Nueva York, escribió, por vez primera, amé, y escribí de las cosas que veía con un fiero gozo de creación; y me supe al fin capaz de escribir. Allí tuve mis primeras percepciones de la vida de mi tiempo. La ciudad y su gente eran para mí un libro abierto, todo tenía su historia, dramática, llena de tragedia irónica y de humorismo terrible. Allí pude ver por vez primera que la realidad trascendía todas las magníficas invenciones poéticas del melindre y el medievalismo. No me sentía bien ni contento cuando me ausentaba mucho tiempo de Nueva York.Allí se incorpora al personal editor de la revista The Masses, el principal órgano de expresión de los intelectuales progresistas norteamericanos. El propósito confeso de The Masses era
social: atacar eternamente viejos sistemas, viejas morales, viejos prejuicios toda la carga de ideas desgastadas que los difuntos nos han impuesto e instaurar muchos nuevos a cambio. Así, desde la acera común, nos proponemos embestir a los espectros, con florete más que con hacha, con franqueza más que con indirectas. Nos proponemos ser arrogantes, impertinentes, de mal gusto, pero no vulgares.En este momento único de la contracultura norteamericana, Reed trabaja entro otros, con Max Eastman (el director de la revista), Eloy Delí, Theodore Dreisser -el autor de Una tragedia americana-, Van Wyck Brooks, Walter Lippmann -que acabó siendo una de las más ilustres plumas del sistema-, Upton Sinclair y Eugene O'Neill. En el ambiente intelectual progresista de Greenwich Village, Reed conoce y establece una prolongada relación amorosa con Mabel Dodge. También descubre que más que poeta y escritor puede ser el gran cronista de importantes acontecimientos históricos y sociales y entra en relación con las ideas políticas más progresistas, con Eugene Debs, Bill Haywood, Carlos Tresca, Emma Goldman y Alejandro Berkman. Pero las ideas por sí solas -escribió para un bosquejo autobiográfico que no pudo concluir- no significaban gran cosa para mí. Yo tenía que ver. En mi vagabundear por la ciudad no podía sino advertir la fealdad de la pobreza y toda su causa de males, la cruel desigualdad entre los ricos que tenían demasiados automóviles y los pobres que no tenían suficiente para comer. No fueron los libros los que me enseñaron que los obreros producían toda la riqueza del mundo, la cual iba a manos de quienes no la ganaban.
En vez de atarnos a cualquier credo o teoría de reforma social, daremos expresión a todos, siempre y cuando sean radicales [...] Los poemas, relatos y dibujos que la prensa capitalista rechaza por su excelencia, hallarán la bienvenida en esta revista [...] Sensible a todo nuevo viento que sople, jamás rígida en una sola [...] fase de la vida: tal es nuestro ideal para The Masses. Y si cambiamos de parecer, bueno, ¿por qué no habríamos de hacerlo?.
Su toma de conciencia resulta ciertamente de la experiencia directa, pero su sensibilidad y sus lecturas le predispusieron para ello. La época ayudaba también. Los sindicalistas revolucionarios norteamericanos, los llamados wobblies de la IWW (Industrial Worker of the World), la organización revolucionaria mas implantada de la historia de los Estados Unidos, eran hombres tan fascinantes como Big Bill Haywood -sobre el que Reed intentó escribir un libro y que, curiosamente, también murió en Moscú donde se refugió al ser perseguido en su país- enemigos de la colaboración de clases.
Los wobblies habían protagonizado luchas muy duras en todos los centros industriales de los Estados Unidos, y en febrero de 1913 encabezaron la huelga de la región de Patterson, Nueva Jersey. Allí se trasladó Reed junto con algunos de sus amigos para apoyar al proletariado. En la gran huelga textil de Paterson, Nueva Jersey, trabajó con Haywood, Tresca, Elizabeth Gurley Flynn y otros sindicalistas de la IWW.
Su testimonio muestra que dominaba ya las mejores cualidades del periodismo revolucionario: simplicidad, belleza, emoción, profundidad. El comienzo de su crónica es ejemplar:
Hay una guerra en Patterson, Nueva Jersey. Pero es un curioso tipo de guerra. Toda la violencia es obra de un bando: los dueños de las fábricas. Su servidumbre, la policía, golpea a los hombres y mujeres que no ofrecen resistencia y atropella a multitudes respetuosas de la ley. Sus mercenarios a sueldo, los detectives armados, tirotean y matan apersonas inocentes. Sus periódicos, el Paterson Press y el Paterson Cali, incitan al crimen publicando incendiarios llamados a la violencia masiva contra los líderes de la huelga. Su herramienta, el juez Carrol, impone pesadas sentencias a los pacifistas obreros capturados por la red policiaca. Controlan de modo absoluto la policía, la prensa, los juzgados. Se les enfrentan cerca de veinticinco mil trabajadores de la seda, de los cuales quizá diez mil participan activamente. Su arma es el piquete de huelga. Déjenme contarles lo que vi en Paterson y entonces podrán decir ustedes cuál de los sectores en lucha es ‘anarquista’ y contrario a los ideales norteamericanos.Detenido y condenado sumariamente por desafiar a un policía, sintió la injusticia hasta en el trato que recibió, porque él como intelectual, fue tratado con guante blanco por los mismos que asesinaban a los trabajadores. Entusiasmo con aquella batalla de la lucha de clases, Reed criticó a los reformistas, ajenos a la lucha, una lucha que ganó las simpatías de la bohemia de Greenwich Village lo que permitió una efímera, pero luminosa conexión entre el arte y el proletariado militante.
Pensando en aquellos obreros ennoblecidos por algo más grande que ellos mismos, Reed sugirió la posibilidad de montar un gran espectáculo teatral que serviría para hacer propaganda cara a la resistencia, para conseguir fondos económicos. Cuatro meses más tarde la función tuvo lugar gracias al apoyo de diversos sindicatos. El espectáculo que fue un éxito para la propaganda, pero no para conseguir fondos, lo describe así Robert Rosenstone:
Los actores representaban vívidamente sucesos en los que habían participado: los piquetes masivos, la llegada de la policía, las brutales peleas entre gendarmes y huelguistas, los tiros a la multitud que habían matado a un obrero, la procesión fúnebre y el entierro [...] del desfile del primero de mayo con banderas al vuelo y estruendo de bandas y la reunión final en la que unánimemente juraban nunca regresar al trabajo mientras no se satisficiera la exigencia de una jornada de ocho horas [...] El público, en gran parte de trabajadores neoyorquinos más unos cuantos bohemios y simpatizantes de clase media, se levantó a unir sus voces al primer canto de ‘La Internacional’ [...] Salvada la sutil distancia entre actor y espectador, la multitud era una con los huelguistas: abucheaba a la policía, rugía al unísono canciones revolucionarias, responda a las palabras de Tresca, Haywood Flynn [...] hasta los solemnes momentos del funeral, presenciado en actitud estática mientras las lágrimas corrían por muchas mejillas.
Cabalgando con Pancho Villa
Convertido ya en un personaje bastante conocido (Aunque apenas se halla a medio camino entre los veinte y los treinta años, y hace sólo cinco que salió de Harvard -escribió Walter Lippmann- John Reed tiene ya una leyenda), Reed sintió una gran atracción por la revolución mexicana, en cuya vorágine pensaba forjar su personalidad como individuo y artista. Olvidó los miedos, abandonó a Mabel Dodge y consiguió contratos con el diario Metropolitan y más tarde con el World; también tenía que escribir para The Masses y otras revistas progresistas. Cruzó Río Grande, viajó hasta al cuartel del general Urbina en Durango y no tardó en encontrarse en el campo de batalla. A lo largo de un año y medio, consiguió ganarse la confianza de los revolucionarios y terminó involucrándose activamente en la guerra revolucionaria.La primera ciudad mexicana que visitó fue Ojinaga que había sido tomada y recuperada cinco veces. Apenas si algunas casas tenían techo, y todas las paredes mostraban hendiduras de bala de cañón. En aquellas habitaciones vacías, estrechas, vivían los soldados, sus mujeres, sus caballos, gallinas y cerdos robados en la campiña circunvecina, los fusiles, hacinados en los rincones, las monturas, apiladas entre el polvo, los soldados, harapientos, escasamente algunos poseían un uniforme completo. Desde allí envió una nota al general Mercado que resultó interceptada por el general Orozco, rival del anterior que le escribe: Estimado y honorable señor. Si usted pone un pie en Ojinaga, lo colocaré ante el paredón y con mi propia mano tendré el gran placer de hacerle algunos agujeros por la espalda. Fue la primera vez pero no la ultima que corrió graves peligros. Poco tiempo después se encontró con Pancho Villa que apareció a la cabeza de sus tropas en un amanecer del desierto. Los federales resistieron durante un tiempo razonable -justamente dos horas- o, para ser minucioso, hasta que Villa con su batería y galopando junto a las bocas de los cañones, persiguió al enemigo hasta hacerlo cruzar el río en una huida.
Con los apuntes tomados sobre el terreno escribió Reed otro de sus libros memorables: México insurgente, obra en la que combina un estilo literario preciso, objetivo, fiel a la verdad, como es propio del periodismo, con una extraordinaria calidad formal y gran cuidado por los detalles y las descripciones, tanto del paisaje como de los grandes personajes revolucionarios mexicanos.
Esta es la descripción que pone en boca de Pancho Villa del papel imperialista desempeñado por los españoles en México en contra de la revolución:
Nosotros los mexicanos hemos tenido trescientos años de experiencia con los españoles. No han cambiado en carácter desde los conquistadores. No les pedimos que mezclaran su sangre con la nuestra. Los hemos arrojado dos veces de México y permitido volver con los mismos derechos que los mexicanos; y han usado esos derechos para robarnos nuestra tierra, para hacer esclavo al pueblo y para tomar las armas contra la libertad. Apoyaron a Porfirio Díaz. Fueron perniciosamente activos en política. Fueron los españoles los que fraguaron el complot para llevar a Huerta al Palacio Nacional. Cuando Madero fue asesinado, los españoles celebraron banquetes jubilosos en todos los Estados de la República. Considero que somos muy generosos [con los españoles].Reed no contempla la guerra y la revolución solamente a través de las batallas y la política, la reconstruye a través de un extenso campo de detalles que nos permiten ver más allá de lo que habitualmente nos enseñan los libros de historia o las películas. Describe, entre otras cosas, el país del general Urbina del que oye contar cosas como ésta: Es bueno para los asuntos del campo, que es tanto como decir que es un bandido y asaltante con mucho éxito [...] Hace pocos años era un peón igual que nosotros; ahora es un general y un hombre rico. En otra ocasión escucha las lamentaciones de un viejo campesino que ha perdido sus reses con las requisiciones de que no se haya enriquecido a pesar de ser un alto mando, pero al mismo tiempo, se siente orgulloso con su rectitud. De otro campesino explica: No olvidaré muy pronto el cuerpo famélico y los pies descalzos de un viejo con cara de santo que habló pausadamente así: ‘La revolución es buena. Cuando concluya no tendremos hambre, nunca, nunca si Dios es servido. Pero es larga y no tenemos alimentos que comer y ropas que ponernos. Porque el amo se ha ido lejos de la hacienda; no tenemos herramientas ni animales para trabajar y los soldados se llevan todo nuestro maíz y nuestro ganado’. La esclavitud que el pofirismo y después el huertismo impone a los peones o pelados queda perfectamente manifiesta en sus trabajos. Pasa por una zona pacífica en la que sus habitantes no participan en el esfuerzo revolucionario. A su pregunta, ¿por qué no pelean los pacíficos? la respuesta es: Ellos no lo necesitan ahora. No tienen ni rifles ni caballos como nosotros. Están ganando, ¿y quién alimentará a las tropas si nosotros no sembramos? No señor. Pero si la revolución pierde, entonces no habrá más pacíficos. Nos levantaremos con nuestros cuchillos y nuestros látigos. Un médico, dedicado de pleno a sus menesteres le explica:
Esta revolución, recuérdelo, es una lucha del pobre contra el rico -reflexionó un momento y comenzó a desvestirse. Mirando su mugrienta camiseta, el doctor me hizo el honor de expresar la única frase que sabía en inglés: ‘Tengo muchos piojos’.La revolución mexicana fue, al mismo tiempo, una revolución democrática constitucional que encarna el liberal Francisco Madero, y una revolución social agraria contra los latifundistas que representan, cada uno a su manera, Pancho Villa y Emiliano Zapata. Es también una revolución anticlerical A pesar de las consabidas excepciones, los curas toman partido por los señores. Reed asiste a una comida donde las palabras reaccionarias de un clérigo hace decir a uno de los viandantes: ¡La revolución tendrá que ajustar cuenta con los curas! Villa y Zapata los odian, confiscan sus bienes, propugnan la separación de la Iglesia y el Estado.
En 1916, la prensa norteamericana acusó a Villa de una serie de crímenes detrás de los cuales Reed y sus amigos vieron la mano del gran capital norteamericano que poseía grandes intereses en México. Reed ya famoso por su libro México insurgente volvió a defender de nuevo la revolución mexicana y confió a sus amigos que estaba dispuesto a reunirse con sus viejos camaradas en contra del ejército estadounidense.
En 1970 Paul Leduc rodó México insurgente en 16 mm. ampliada a 35 mm. que está considerada como una de las 25 mejores películas del cine mexicano.
Corresponsal en la guerra imperialista
Al iniciarse en 1914 la guerra imperialista en Europa fue enviado allá y visitó el frente en compañía del dibujante Boardman Robinson. Los dos estuvieron en los Balcanes y en Rusia, donde escribió La guerra en la Europa oriental (1916), ilustrada por Robinson. Durante la guerra Reed volvió a demostrar la unión entre sus ideas revolucionarias y su capacidad de cronista. Su definición de lo que significa esta guerra es bastante contundente:[Este] es un período de profunda desilusión, de amargo despecho, para quienes creímos que las naciones estaban llegando a la edad adulta, y que algún día los Estados Unidos del Mundo permitirían el florecimiento de algunas ideas maravillosas para la reconstrucción de la sociedad humana, en que la tierra sería prolífica como un campo de primavera. Y he aquí a las naciones lanzadas una a la garganta de la otra. Como perros y con tan poca razón. Estos caballeros militares nos presentan el sublime espectáculo de cada nación de Europa armada para defenderse contra todas las demás, de pánicos mutuos, malentendidos, espionaje y amenazas; y el arte, la industria, el comercio, la libertad individual, la vida misma, pagando impuestos para mantener monstruosas máquinas de muerte [...] En verdad, este militarismo es algo mucho más fuerte de lo que nunca imaginábamos. Ya no es una expresión del impulso humano primario de combate; es una ciencia, y los ejércitos de conscriptos europeos han impregnado de ella cada hogar. Es lo único que el hombre de la calle no pone en tela de juicio. La tácita aceptación de la necesidad de tremendos armamentos por parte de la burguesía europea, evasora de impuestos, hace del militarismo el hecho culminante de nuestro tiempo. Esta guerra parece ser la expresión suprema de la civilización europea.De nuevo se lanzó al teatro de los acontecimientos para contar unos hechos sobre los cuales ya había tomado partido. Su desprecio contra ese fiero sentimiento irracional llamado patriotismo, no le impidió comprender que este sentimiento había impregnado, al menos en un primer estadio, el corazón de las masas y había emborrachado hasta a la socialdemocracia. En nombre de la patria y de la democracia, muchos de los escritores y artistas de su tiempo, muchos de sus amigos se enfangaron en esa vasta ciénaga de sentimiento bélico, de venganza, despecho, patriotismo en que se había convertido la civilización occidental. Salvo una minoría que representaron hombres como el internacionalista alemán Carlos Liebknecht -que Reed entrevistó en la clandestinidad- y el pacifista inglés Bertrand Rusell al que apoyó con estusiasmo-, el resto se había dejado llevar por un deseo que mataba todo lo bueno del hombre, su intelecto, sus sueños de amor y libertad, el arte y la literatura, y habían dejado paso a la barbarie. Como periodista viajó por Europa y conoció directamente los horrores de la guerra. En Europa Oriental estuvo bastante tiempo y tuvo ocasión de relacionarse estrechamente con los rumanos, los servios y los rusos. Vio en ellos ciertos rasgos de sencillez y humanidad que había encontrado en los mexicanos, pero mientras estos últimos estaban imbuidos por sentimientos revolucionarios, los pueblos europeos se mostraban atraídos por los ideales reaccionarios que alimentaban la guerra. En Rusia estuvo de detenido durante dos semanas y fue seguido benévolamente por la Ojrana, la policía zarista. Se sintió fascinado por este gran país donde intuyó un fuego poderoso y destructor que opera en sus entrañas y se apercibió de que los revolucionarios rusos no eran diletantes sino auténticos profesionales.
Cuando el 2 de abril de 1917, el congreso votó a petición del pacifista Wilson a favor de la entrada de Estados Unidos en la guerra, acabó toda una época, lo mismo que había acabado en Europa. En nombre de los valores americanos se persiguió con saña a los progresistas. Los que habían apoyado aires renovadores como el de Rooselvelt -que por cierto, expresó personalmente su deseo de fusilar a Reed-, se convirtieron al patrioterismo. Los internacionalistas, los sindicalistas de la IWW, los intelectuales progresistas de The Masses fueron calumniados, perseguidos, multados, sus oficinas asaltadas, sus periódicos prohibidos y no pocos de ellos asesinados, linchados a la vieja usanza.
Muy joven John Reed había alcanzado la cumbre del del periodismo en los Estados Unidos. Se le reconocía como el mejor corresponsal de guerra, en el momento en que principiaba la lucha en Europa. Todos se lo disputaban, lo querían atraer por su nombre, por la calidad de sus relatos.
Pero no era ese su camino. De vuelta de Europa, se convirtió en uno de los dirigentes internacionalistas y escribió una y otra vez contra la guerra donde le dejaron publicar. Dijo con ironía que una regla segura de seguir es que hoy en día, cuando oigas a la gente hablar de ‘patriotismo’, no quites la mano de tu reloj. Pero más seriamente apuntó sobre los beneficiarios de la guerra, contra los grandes capitalistas y las grandes compañías, señalando nombres y apellidos de los manipuladores camuflados detrás de las asociaciones patrioteras. Explicó a los obreros que harían bien en darse cuenta de que su enemigo no es Alemania, ni Japón; su enemigo es ese 2 por ciento de Estados Unidos que posee el 60 por ciento de la riqueza nacional, esa banda de ‘patriotas’ sin escrúpulos que ya le han robado cuanto tenía y ahora planean hacerlo soldado para que les defienda el botín. Nosotros abogamos por que el trabajador prepare su defensa contra dicho enemigo. Esta es nuestra preparación.
Conoció entonces a Louise Bryant. El impacto que le causó se refleja en esta emocionada nota escrita pocos días después de su primer contacto: La presente va para decir, en lo principal, que me he enamorado de nuevo, y que creo haber hallado por fin a la mujer de mi vida. Ninguna certeza al respecto, desde luego. Ella no quiere. Es dos años menor que yo, indómita y recta, valiente, bella y graciosa a la vista. Amante de toda aventura del espíritu y la mente, realista con un precioso desdén del estatismo y la fijeza. Rehúsa atarse y atar [...] trabajó en publicidad, tuvo éxito, lo dejó en la cresta de la ola; estuvo cinco años en un diario, tuvo gran éxito, lo dejó al madurar y querer algo mejor. Y en este vacío espiritual, este suelo no fertilizado, ha crecido (no me imagino cómo) para ser una artista, una individualista rampante y gozosa, una poeta y una revolucionaria.
Esta mujer excepcional fue primordial en los años siguientes para Reed, que no exageraba en su descripción, aunque había nacido cuatro años antes de lo que le dijo. Amante del arte y de la revolución, difícilmente podría encontrar Reed alguien más parecida a él mismo. También trabajó en The Masses así como en la revista anarquista Blast, de Alexander Berkman.
Situado en contra de la corriente patriotera, Reed tuvo que enfrentarse con un contexto hostil. Hasta su madre le recriminó su actitud, pero él reafirmó una y otra vez que aquella no era su guerra, que de ser enrolado -no lo fue por su enfermedad del riñón- no pelearía, porque para él esta guerra significa una fea locura de chusma que crucifica a quienes dicen verdades, asfixia a los artistas, relega a la reforma, las revoluciones y el funcionamiento de las fuerzas sociales. En Estados Unidos, los ciudadanos que se oponen a la entrada de su país en la rebatiña europea son ya motejados de ‘traidores’, y a los que protestan contra la restricción de nuestros magros derechos de libre expresión se les llama ‘lunáticos peligrosos’ [...] Durante muchos años, este país va a ser la peor morada para los hombres libres.
En la primavera de 1917 comienza a escribir una autobiografía, que quedará inconclusa, titulada Casi treinta años, y establece el siguiente balance de su vida:
Tengo veintinueve años y sé que éste es el fin de una parte de mi vida, el fin de la juventud. A veces me parece que con él termina también la juventud del mundo; ciertamente la gran guerra nos ha hecho algo a todos. Pero es asimismo el principio de una nueva fase de la vida y el mundo en que vivimos está tan lleno de raudo cambio, color y sentido que apenas puedo evitar imaginarme las espléndidas y terribles posibilidades del tiempo por venir. Durante los últimos diez años he recorrido la tierra de un lado a otro empapándome de experiencia, lucha y amor, viendo y oyendo, probando cosas. He viajado por toda Europa, y a las fronteras de Oriente, a México, empeñado en aventuras; viendo hombres inmolados y quebrantados, victoriosos y risueños, hombres con visiones y hombres con sentido del humor. He mirado a la civilización cambiar y ensañarse, endulzarse a lo largo de mi vida, y he tratado de ayudar; y la he visto marchitarse y desmoronarse en el rojo estallido de la guerra [...] Aún no estoy del todo harto de mirar, pero llegaré a estarlo; eso lo sé. Mi vida futura no será lo que ha sido. Y por ello quiero detenerme un minuto, y ver hacia atrás, orientarme.Continúa
No hay comentarios:
Publicar un comentario