Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

lunes, 12 de marzo de 2012

José Vissarionovich Dzhugashvili ‘Stalin’ (1879-1953) - ( II )

 La revolución de 1905

Con la derrota de la autocracia en la guerra con Japón, desde comienzos de 1905 la situación en Rusia se agravó; por centenares estallaron los atentados, las huelgas, los motines militares. El ejército, reprimió despiadadamente las insurrecciones, hizo pedazos el levantamiento de Moscú y encarceló al Soviet de Petersburgo. Las provocaciones criminales y los incidentes raciales y religiosos se promovían en medio de la tempestad revolucionaria con el vano propósito de frenar el ascenso del movimiento obrero que se desató a lo largo de todo aquel año. Sólo en el domingo sangriento, los cosacos mataron a 140 obreros en Petersburgo. Las masas estaban en la calle y los reducidos comités revolucionarios salían de su aislamiento y de su clandestinidad. Esta primera revolución produjo millares de combatientes, héroes y dirigentes del proletariado. Y también produjo el instrumento de lucha política de que se dotaron a sí mismo los obreros, al margen de la legalidad zarista: los soviets.
De enero a octubre de 1905 Dzhugashvili se desplaza continuamente por Bakú, Tiflis, Kutais y Chiatury para intervenir en las asambleas obreras. También viaja hasta Moscú para conocer de primera mano la situación general del país y recibir instrucciones de la dirección del Partido. No duerme dos noches seguidas en el mismo sitio. En parte gracias a su persistente actividad proselitista, en el Cáucaso la tormenta tuvo tal violencia que arrasó con todo durante algunos momentos y la revolución gobernó en casi toda la región. El movimiento no fue tan intenso como en Polonia, Petersburgo o Moscú, pero se prolongó durante mucho más tiempo. Sólo en marzo de 1908 el Virrey de Georgia, Vorontzov-Dashkov, pudo telegrafiar al zar: Por fin la canalla está domesticada. En tres años de revolución, en el Cáucaso se quemaron más de 400 palacios de la nobleza, y sus bienes fueron expropiados y repartidos entre las comunas campesinas locales.
Pero todo ese entusiasmo había que encuadrarlo, organizarlo, conferirle un programa y una dirección, y Dzhugashvili volvió a demostrar entonces sus extraordinarias cualidades de militante revolucionario, de organizador profesional. Supo combinar la agitación bolchevique con las necesidades organizativas de la vanguardia obrera, participando en noviembre en la IV Conferencia de la Unión Caucasiana.
Las tesis leninistas se imponen en el III Congreso del Partido, celebrado en Londres en el mes de abril de 1905, al que los mencheviques fueron invitados, aunque no acudieron y se reunieron aparte en una conferencia celebrada en Suiza. La revolución profundizó la distancia entre mencheviques y bolcheviques. La polémica, hasta entonces ceñida al papel impreso, adquirió de repente toda su enorme dimensión práctica, intensificando la escisión interna. Lo que en principio sólo era una disputa organizativa fue ampliándose luego hacia una confrontación en la táctica, que Lenin combatió en su obra Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática.
En diciembre Stalin acudió a la Conferencia bolchevique de Tammerfors (Finlandia), donde conoció a Lenin. Era la primera vez que participaba en una reunión de los órganos centrales del Partido. Todos los militantes eran presa de un entusiasmo indescriptible y de la euforia del momento. En los descansos entre las sesiones se entrenaban disparando -al aire- con sus pistolas.
Aunque tenía una enorme estimación por las tesis de Lenin y había secundado siempre sus posiciones políticas e ideológicas, en la reunión se produjo una tensa discusión entre ambos.
Lenin presidía la sesión y, visto el reflujo revolucionario, propuso participar en las elecciones parlamentarias a la Duma. Dzhugashvili con su fuerte acento sureño levantó la voz para oponerse y propuso continuar con la táctica de boicot. La mayoría de los pocos delegados asistentes se manifestó a favor de la propuesta de Dzhugashvili y alguien llegó a calificar de crimen la participación en las elecciones. Lenin reconoció que se sentía cómplice de ese crimen pero que dada su prolongada lejanía del interior de Rusia, no podía conocer el estado de ánimo de las masas, por lo que dejaba al criterio de los militantes del interior decidir al respecto. Por ello se aprobó la propuesta de Dzhugashvili, aunque resolvieron aprovechar las reuniones electorales para propagar la insurrección armada.
Al finalizar la sesión, Lenin se acercó al georgiano para saludarle y estrecharle la mano. Desde entonces José Dzhugashvili fue conocido como José Stalin.
Otro de los acuerdos de Tammerfors fue tomar la iniciativa para recuperar la unidad dentro del Partido, por lo que se convocó el IV Congreso, que se celebró en abril de 1906 en Estocolmo. Este Congreso de unificación fue un éxito para los mencheviques, que obtuvieron la mayoría en las votaciones, aunque por un escaso margen. Stalin resultó elegido para representar a la organización caucásica y defendió dos ponencias.
El IV Congreso realizó también un balance de la Revolución de 1905, aunque bajo puntos de vista diametralmente opuestos. Las divergencias tácticas fundamentales concernían básicamente a tres puntos:
— Dado el carácter democrático de la revolución, los mencheviques adjudicaban a la burguesía liberal la dirección del movimiento
— No existían fuerzas revolucionarias aparte de la burguesía y el proletariado, por lo que los mencheviques no tomaban en consideración la importancia del campesinado, al que consideraban como una masa reaccionaria
— La cuestión de la lucha armada, pues mientras los mencheviques esperaban pasivamente la insurrección de las masas, los bolcheviques eran partidarios de crear destacamentos especiales de combate para dirigirla incluso antes de que estallara.
Sobre la cuestión campesina se pusieron de manifiesto tres posiciones en el Congreso:
— los mencheviques defendían la municipalización de las tierras
— los teóricos (encabezados por Lenin) propugnaban su nacionalización
— los prácticos (de los que Stalin formaba parte) abanderaban su reparto.
Después de la Revolución, además de los bolcheviques y los mencheviques, aparecieron un sinfín de organizaciones pequeño burguesas de todo tipo, proceso que si bien, por un lado, era normal dada la naturaleza burguesa de la Revolución, por el otro, ponía de manifiesto el atraso económico de Rusia: El atraso de Rusia explica la extraordinaria abundancia de corrientes y matices del oportunismo pequeñoburgués entre nosotros, decía Lenin (1).
En ese confuso cuadro político, Trotski no pertenecía ningún partido y no era siquiera una corriente, sino un personaje individualista que trataba de nadar entre todas ellas, buscándose aliados por todos los rincones que se hicieran eco de sus escritos. En Trotski fue siempre evidente su propensión a hablar de personas más que de estrategias o líneas políticas. Su discurso político, por tanto, no llega más allá de las grandes individualidades y sus soterradas conspiraciones y alianzas para adueñarse del poder. Él entiende los partidos como agregados de segundones que siguen ciegamente las órdenes de un jefe, en el peor estilo cuartelario. Su hondo desprecio por las masas trabajadoras e incluso por los mismos militantes comunistas, carece de parangón entre los pensadores progresistas, de los que queda muy lejos.
Lenin comparaba a Trotski con el menchevique Martov, pero mientras éste representaba a toda una tendencia dentro del movimiento obrero ruso, Trotski en cambio, representa únicamente sus vacilaciones personales y nada más. No obstante, Trotski se inclinó siempre a ser un peón de los mencheviques y todas sus ideas pertenecían a la corriente reformista de la socialdemocracia rusa, por más que él se esforzara en disfrazarlas con frases altisonantes. Cuando estalló la Revolución de 1905 fue elegido presidente del soviet de Petersburgo, un soviet donde los mencheviques eran la mayoría y fueron ellos precisamente los que le auparon a la dirección porque le consideraban uno de los suyos. Lenin resumía así sus continuas vacilaciones políticas:
Fue menchevique en 1903; se apartó del menchevismo en 1904; volvió a los mecheviques en 1905, sólo que presumiendo de fraseología revolucionaria; en 1906 volvió a separarse de ellos; a fines de 1906 defendió los pactos electorales con los demócratas-constitucionalistas (es decir, de hecho estuvo de nuevo con los mencheviques) y en la primavera de 1907 dijo en el Congreso de Londres que su diferencia con Rosa Luxemburgo era más bien una diferencia de matices individuales que una tendencia política. Trotski plagia hoy el bagaje ideológico de una fracción y mañana el de otra, en vista de lo cual se proclama por encima de ambas fracciones (2).
Después empezó a desempeñar un papel abiertamente liquidacionista, hasta el punto que Lenin atacó sus posiciones ideológicas cada vez con más intensidad. En 1914 Lenin volvía a hacer balance de su sinuosa trayectoria: Jamás, ni en un solo problema serio del marxismo, ha tenido Trotski opinión firme, siempre se ha metido por la rendija de unas u otras divergencias, pasándose de un campo a otro (3). Le acusaba de tránsfuga, uno de esos que se declaran por encima de las fracciones por la única razón de que hoy toman las ideas de una fracción y mañana las de otra (4). En una carta a Alejandra Kolontai le expone la propensión de Trotski a ocultar sus verdaderas posiciones derechistas con frases altisonantes aparentemente izquierdistas, hasta el punto de insultarle llamándole cerdo (5) y lanzar contra él las más furibundas acusaciones: el más vil arribista y fraccionista (6), conciliador, casamentera, charlatán, de falsear el bolchevismo y, finalmente, calificándole de Judas varias veces, una de ellas en una conocida carta a Inés Armand y otra en un artículo titulado El rubor de la vergüenza del Judas Trotski (7). La calificación de Judas a Trotski no tiene la simple noción de traidor que deriva del Nuevo Testamento; ni siquiera tiene un sentido religioso. Proviene de uno de los personajes de la novela Los señores Golovliov del escritor ruso M.Saltykov-Schedrin, y responde al prototipo de santurrón que encubre su perfidia con palabrería hipócrita. Por tanto, el papel de Trotski en el exilio estaba resultando penoso mucho antes de su conflicto con el Partido bolchevique en los años veinte, por lo que su discrepancia no fue nunca de tipo personal, con un determinado dirigente. Lenin lo remarcó con claridad:
Trotski agrupa a todos los enemigos del marxismo [...] Trotski agrupa a cuantos les es agradable y entrañable la disgregación ideológica; a cuantos les tiene sin cuidado la defensa del marxismo; a todos los filisteos, que no comprenden el motivo de la lucha ni desean aprender, pensar y buscar las raíces ideológicas de la discrepancia. En nuestros tiempos de confusión, disgregación y vacilaciones, Trotski puede convertirse fácilmente en el héroe de un día que agrupe a su alrededor todo lo trivial. Pero cuando más descarada sea esta tentativa, tanto más grandioso será su fracaso [...] Trotski agrupa y, por medio de fullerías, se engaña a sí mismo, engaña al partido y engaña al proletariado (8).
Las divergencias entre los bolcheviques y Trotski pasaron a enfrentarles en aspectos decisivos de la estrategia revolucionaria. Trotski contrapuso a la teoría leninista sobre la transformación de la revolución democrático burguesa en revolución socialista, teoría copiada al alemán Parvus, de la revolución permanente, que reflejaba su falta de fe en la hegemonía del proletariado en la revolución democrático burguesa: El error fundamental de Trotski consiste en que da de lado el carácter burgués de la revolución y no tiene una idea clara del paso de esta revolución a la revolución socialista (9). De este error deriva el siguiente: la negación de las posibilidades revolucionarias del campesinado, como aliado del proletariado. Por el contrario, Stalin estaba en el interior de Rusia defendiendo, a riesgo de su vida, las posiciones del Partido bolchevique. Fue uno de los pocos dirigentes que, tras el declive de la Revolución no se refugia en el exilio de la durísima represión. En el interior de Rusia la situación era extraordinariamente difícil y esa situación no la conocieron otros bolcheviques, como Zinoviev, que siempre vivió fuera de Rusia, ni tampoco Trotski, que jamás regresó al interior. En este tipo de actitudes se advierte otra de la falacias divulgadas acerca de Stalin como persona ávida de poder, porque las personas ambiciosas se aproximan a los poderosos de una manera directa, mientras que el georgiano tomó precisamente el sendero opuesto, el de la oposición, la clandestinidad y la cárcel. Su biografía, en este sentido, no deja lugar a dudas, poniendo una vez más al descubierto la inconsistencia de las versiones más difundidas. Stalin no era un militante de gabinete; su sitio estaba con los obreros perseguidos, en la lucha clandestina, incluso en momentos tan críticos como aquellos en los que comenzaba el reflujo de la insurrección y muchos vacilaban. De 1905 a 1909 la cifra de presos políticos pasó de 85.000 a 200.000 anuales. Entre los obreros había cundido la desmoralización, las organizaciones locales estaban dispersas y desorientadas. El zarismo parecía más fuerte que nunca y la revolución, apenas un sueño lejano. Siempre en la más rigurosa clandestinidad, Stalin asume sus responsabilidades políticas al frente de la organización caucásica y redacta un folleto titulado Dos batallas que constituye uno de los mejores, más claros y más sintéticos análisis de la Revolución de 1905.
No descansa. Tras la celebración del Congreso de Tammerfors, regresa a Tiflis, donde aprovecha las conquistas obtenidas en la Revolución para organizar los primeros sindicatos obreros. En 1906 organiza la publicación de otro diario legal, Dro (Tiempo) con una tirada de 200.000 ejemplares, que fue pronto clausurado por la censura zarista, pero al que en la clandestinidad sustituye Bakinski Rabochi (El Obrero de Bakú).
Tampoco cesa en su trabajo teórico, publicando su folleto Anarquismo o socialismo. A finales de 1905 y comienzos de 1906, en Georgia, un grupo de seguidores de Kropotkin dirigidos por V.Tcherkezichvili desataron una campaña contra los marxistas publicando en Tiflis los periódicos Nobati (La Llamada), Mucha (El Obrero), Jma (La Voz) y otros. No tuvieron influencia entre la clase obrera pero sí entre la pequeña burguesía, los estudiantes y los desclasados, lo que incitó a Stalin a criticar aquella corriente con un serie de artículos. Los cuatro primeros aparecieron en el diario bolchevique Ajali Tsjovreba (Vida Nueva) en junio y julio de 1906 y los otros no se pudieron publicar por el cierre del diario. Aquellos cuatro artículos se reprodujeron entre diciembre de 1906 y enero de 1907 en un diario sindical legal georgiano, Ajali Droeba (Tiempos Nuevos), ligeramente modificados. La reedición de los artículos fue solicitada por el sindicato de trabajadores y otros militantes, y el diario solicitó a Stalin que los retocara para hacerlos aúun más accesibles para un círuculo de lectores más amplio. Más tarde aquellos cuatro artículos tuvieron su continuación en los diarios Tchveni Tsjovreba (Nuestra Vida) en febrero de 1907 y Dro (Tiempo) en abril del mismo año. Pero Stalin nunca terminó aquella serie de artículos; a mediados de 1907 el Comité Central le envió a Bakú donde, algunos meses más tarde fue detenido.
Se trata de un estudio teórico, sencillo aunque completo, de las diferencias ideológicas y políticas entre ambas corrientes del movimiento obrero en el que repasa las ideas básicas de la dialéctica y el materialismo. Stalin afirma que el problema del anarquismo en Georgia no consistía en su escaso apoyo popular porque si sus tesis fuesen correctas, el pequeño núcleo anarquista cabaría abriéndose camino y ganándose el sostén de las masas. Pero no era -y no fue- así porque esas doctrinas eran erróneas y quedarán, dice Stalin, suspendidas en el aire.
Bastantes años después, en 1946, Stalin autocriticó estos primeros escritos, en dos aspectos básicos:
— la cuestión agraria, reconociendo que, frente a las de Lenin, sus tesis y las de la mayoría de los bolcheviques no respondían a la realidad
— que en los países atrasados no era necesaria la existencia de una mayoría obrera entre la población para que triunfe la revolución.
Naturalmente que salvando esas dos excepciones que él mismo destacó, los primeros escritos de Stalin muestran una sorprente lucidez y sencillez, aún al abordar las cuestiones filosóficas más complejas del materialismo dialéctico.
En abril de 1907 sale de nuevo de Rusia para participar en el V Congreso de Londres del POSDR. Rosa Luxemburgo también participó en este Congreso en representación de Polonia y Alemania, apoyando las tesis leninistas, excepto en un punto: no estaba de acuerdo con las expropiaciones y asaltos a mano armada que practicaban los destacamentos armados bolcheviques, cuestión en la que los leninistas quedaron en minoría. La cuestión era muy importante, como expuso Lenin, porque formaba parte de la preparación de la insurrección armada.
Es una de las cuestiones más desconocidas del trabajo revolucionario de los bolcheviques y en la que Stalin tuvo una destacada intervención. En plena Revolución de 1905 y cumpliendo los acuerdos del III Congreso, Stalin había creado un destacamento de combate y un laboratorio clandestino para la fabricación de explosivos. Por medio de Ordjonikidze, el destacamento mantenía contacto permanente con los grupos guerrilleros de campesinos que se alzaron en armas durante la Revolución.
En la noche del 12 al 13 de abril de 1906, en Dusheté, cerca de Tiflis, seis militantes bolcheviques armados vestidos con uniforme de soldados de un regiminto de infantería, haciéndose pasar por guardias, penetraron en la oficina local del tesoro público y recuperaron 315.000 rublos, una cifra astronómica para aquella época.
Una de las acciones más espectaculares de estos destacamentos armados fue ejecutada el 13 de junio de 1907 cuando asaltaron en Tiflis un furgón blindado del Banco del Estado. El jefe del destacamento que operaba en el Cáucaso, formado por 20 militantes y 5 adjuntos, entre ellos dos mujeres, era un militante armenio, Petrosian, conocido bajo el nombre de guerra de Kamo que llegó a entrar en la leyenda de la revolución bolchevique, hasta el punto de que Gorki escribió sobre él un perfil literario. Había perdido una de sus orejas en una acción armada y fue cuatro veces condenado a muerte, que le fueron conmutadas por una pena de 20 años de reclusión.
El dinero llegaba desde Moscú escoltado por un vehículo con cuatro soldados y un escuadrón de 50 cosacos a caballo. En Solalaskaia, una calle en pleno centro de Tiflis, no lejos del Palacio del Virrey Vorontzov-Dashkov, los bolcheviques se apostaron y, a la llegada del convoy, lanzaron una granada en medio del escuadrón cosaco. La explosión fue tan violenta que destrozó todos los cristales en dos kilómetros a la redonda. Después lanzaron otras dos bombas contra el furgón y abrieron fuego contra los cosacos desde los dos extremos de la calle. Con la primera explosión salió despedido el conductor del furgón, que perdió también sus cuatro ruedas. Pero los caballos se espantaron arrastrando el furgón y Petrosian tuvo que arrojar otra bomba para detener su marcha, tras lo cual entró en los restos calcinados del mismo y se llevó la caja fuerte en un caballo.
La policía no descubrió la trama del asalto hasta doce años después. El dinero estuvo un tiempo guardado en el Observatorio astronómico de Tiflis donde Stalin había trabajado. El problema era que acababa de salir de la imprenta del Estado y su numeración era consecutiva, por lo que uno de los miembros del destacamento, el que luego sería ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Litvinov, tuvo que salir al extranjero con los billetes para cambiarlos y fue detenido en París. También Petrosian fue detenido en Berlín, pero 375.000 rublos lograron llegar a la caja bolchevique.
El 26 de abril de 1906 se había producido otra expropiación en Dusheté, cerca de Tiflis cuando seis combatientes bolcheviques vestidos de oficiales penetraron en una delegación de Hacienda y se apoderaron de 315.000 rublos.
Hubo otras muchas acciones armadas de los destacamentos militares del Partido bolchevique, especialmente durante aquella etapa de reflujo de la Revolución. A Stalin la Ojrana le atribuyó siempre el lanzamiento de una bomba desde el tejado del Palacio del Príncipe Sumbatov.
Este trabajo militar de los bolcheviques fue analizado por Lenin en su obra La guerra de guerrillas y sirvió de experiencia para preparar luego la insurrección de 1917.
La lucha armada no era entonces incompatible para los bolcheviques con la participación electoral. Tras las grandes luchas de 1905, el zarismo tuvo que recular y convocar elecciones. Aunque al principio los bolcheviques promovieron el boicot, se abrió luego un cierto periodo de coexistencia de la lucha clandestina con la legal. Pero era el zarismo quien menos respetaba su propia legalidad: el 3 de junio el gobierno disolvió la II Duma con la excusa de que los diputados socialdemócratas habían fomentado un complot a mano armada. La mayor parte de los diputados fueron condenados a la deportación y a trabajos forzados. Stalin tuvo entonces que combinar el trabajo legal con la clandestinidad, organizando la denuncia de la campaña de intoxicación y creando los primeros núcleos armados de autodefensa que debían hacer frente a las Centurias Negras desatadas por el zarismo. En setiembre, mercenarios a sueldo de la patronal asesinan a Jaular Safaraliev, dirigente bolchevique en Azerbaián, convocando el POSDR una huelga general de respuesta en cuya manifestación participan 20.000 obreros. Ante la tumba del dirigente proletario, Stalin pronunció un emocionado discurso llamando a continuar la lucha hasta el final, por duro que fuera el camino.
Al mismo tiempo dirige la campaña electoral del Partido a la III Duma y redacta el programa electoral, que era un auténtico mandato de los obreros dirigido a los futuros diputados.
Además el 14 de febrero de 1908 organiza la huelga de los obreros de los pozos petrolíferos de Bakú en la que participaron 1.500 trabajadores.
Por eso es nuevamente detenido el 25 de marzo y encarcelado en la prisión de Bailov (Bakú) durante ocho meses. En aquella cárcel, prevista para 400 presos, se hacinaban unos 1.500 que dormían en los pasillos; en ella coincidió, Stalin con Ordjonikidze y el entonces menchevique Vychinski. Fue finalmente deportado por tres años a Solvytchegodsk, en el distrito de Vologda, contrayendo la tuberculosis a causa de las duras condiciones de vida y los rigores del traslado.
De allí se fuga el 24 de junio del siguiente año, peripecia que se convirtió en algo verdaderamente legendario. La tuberculosis que padecía era una enfermedad letal que hubiera acabado con su vida en pocas semanas. Pero durante la fuga le sorprendió una tempestad de nieve, el temible buran; en esos casos los esquimales se sepultan dentro de la nieve para salvar su vida, pero el georgiano siguió adelante por un río helado durante varias horas, hasta que encontró una cabaña. Al entrar, sus moradores le tomaron por un espectro con síntomas de congelación por todo el cuerpo. Lograron hacerle reaccionar, pero se desplomó y estuvo durmiendo dieciocho horas seguidas. Al despertar la tuberculosis había desaparecido por completo; cuando el frío no mata al hombre, mata sus enfermedades.
Stalin fue el militante bolchevique más perseguido y el que más fugas protagonizó, lo cual habla elocuentemente de su tenacidad y de su entrega. También se cuenta entre quienes cumplieron más años de presidio y conoció muchas de las espantosas cárceles zaristas, de las que muy pocos regresaron vivos. Si hubiera tenido que cumplir las condenas que le fueron impuestas, no le habría bastado con un siglo. En 18 años, desde 1899 a 1917 pasó cerca de 8 años encarcelado o confinado en Siberia, por lo que sus camaradas le llamaban «El Deportado»; pero también podrían haberle llamado «El Fugado»: se evadió en cinco de sus seis detenciones. Aquellas terribles condiciones de la deportación en la tundra son hoy apenas imaginables. Emil Ludwig relató así la vida de confinamiento en Kuleika, una espantosa región Siberia: Era una villa desolada compuesta únicamente de tres casas. El país no se libra de la nieve más que durante tres meses al año. Es la gélida estepa en la que el hombre debe vivir como un Robinson del Polo (10). Stalin tenía que fabricarse redes y arpones para pescar, lanzas para cazar y también hachas para cortar el hielo y la leña. Por la noche, hasta altas horas de la madrugada, a la luz de una triste vela, no faltaban las cartas, los libros y los periódicos; había que estar informado del desarrollo de la organización; había que seguir estudiando; había que mantener el contacto con los círculos obreros.
Desde el destierro redacta en noviembre de 1909 uno de sus escritos más importantes, las Cartas desde el Cáucaso, dos informes dirigidos a la dirección del Partido en el exterior en los que analiza la difícil situación de la organización socialdemócrata en la región. La primera de las Cartas aborda la situación del proletariado en Bakú, y la segunda en Tiflis. Ambos documentos se tenían que publicar en el Sotsial-demokrat, el órgano central del POSDR, pero el segundo de ellos fue saboteado por los mencheviques que lo dirigían y tuvo que ser publicado bastante después en otro medio.
Se fuga otra vez. A su regreso, la situación interna del Partido era dramática y Stalin tiene que enfrentarla perseguido de cerca por la Ojrana. No había fondos y, para sobrevivir, se ve obligado a trabajar de cochero, en una fábrica y en una imprenta. Al mismo tiempo, reorganiza otra vez la Unión y la imprenta clandestina en Bakú.
Era su despedida del Cáucaso. Petersburgo, el epicentro de la revolución rusa, esperaba al infatigable georgiano. Allí prepara meticulosamente otra de sus más conocidas acciones militares: el asalto con explosivos al Banco Popular Ruso, muy cerca de la fortaleza de Pedro y Pablo, logrando rescatar un botín de 350.000 rublos.
Una semana después aparece un nuevo periódico bolchevique que haría historia en todo el mundo: Pravda.

Plenos poderes del Comité Central

En enero de 1910 Stalin es nombrado delegado del Comité Central y, a pesar de que no había cumplido aún los 30 años, el Partido bolchevique le concede plenos poderes. Desde entonces abandona el marco regional del Cáucaso y asume la dirección práctica de toda la organización en el interior de Rusia, en las condiciones más rigurosas de clandestinidad, preparando el traslado al interior de las tareas organizativas del POSDR. Pero no puede cumplir esta misión porque en marzo es otra vez detenido y enviado a prisión. A pesar de su ausencia, la Conferencia del Partido que se celebra en París en junio de 1911 le elige miembro suplente de la Comisión de Organización del Comité Central.
Ese mismo mes le sustituyen la condena de confinamiento por la de destierro, lo que le impide residir en el Cáucaso. Se instala en Vologda pero se presenta en Petersburgo con documentación falsa, donde es otra vez detenido y desterrado.
En la Conferencia de Praga del Partido, celebrada en enero de 1912 con la asistencia de 28 delegados, se consagra definitivamente la ruptura con los mencheviques y el nacimiento de un partido leninista de nuevo tipo. Allí Stalin es elegido miembro de pleno derecho del Comité Central y máximo responsable del trabajo político en el interior. Para asumir esta tarea se fuga de Vologda en febrero de aquel año y, una vez reintegrado en la organización, dirige la publicación de la revista bolchevique Zvezda (La Estrella), para la que redacta varios artículos, al tiempo que dirige el trabajo parlamentario de los diputados bolcheviques de la III Duma y prepara en abril la edición de Pravda.
El 22 de abril, al dia siguiente de publicarse el primer número, le vuelven a detener. Deportado a Naryan, consigue huir en setiembre, sólo cinco meses después de su detención, y se reintegra a la clandestinidad en Petersburgo para preparar las elecciones a la IV Duma y encabezar los trabajos del Comité Central en el interior de Rusia. La vida del militante profesional era durísima. Las reuniones con los obreros acababan muy tarde porque tenían que comenzar muy tarde también, a la salida del trabajo. Pero la noche era uno de los mayores peligros para los revolucionarios que no encontraban alojamiento; acechaba la policía y acechaba el frío. Muchas veces no tenía casa para dormir por lo que, al finalizar las reuniones, acudía a alguna de las tabernas que abrían hasta altas horas de la madrugada y bebía té hasta la hora de cierre. Luego paseaba por la calle hasta que, a las cuatro de la madrugada, las fábricas abrían sus puertas.
Viaja a Moscú para entevistarse clandestinamente con Malinovski y los otros cinco diputados bolcheviques. En diciembre sale del país para trasladarse a Cracovia con el fin de intercambiar impresiones con Lenin y participar en una reunión del Comité Central ampliada con los diputados bolcheviques y otros destacados militantes del interior, once en total.
Dos cuestiones acaparan la atención del Comité Central durante cinco días. En primer lugar la abierta separación del grupo parlamentario socialdemócrata, entre los mencheviques, siete en total, presididos por Chjeidze, y los bolcheviques, con seis diputados.
Stalin se reintegra a la lucha pero renuncia a dirigir Pravda, cuyo contenido no acababa de satisfacer a Lenin. Se encarga de su reorganización Sverdlov con la ayuda de Molotov. Esta vez de Praga Stalin no regresa inmediatamente al interior. Lenin personalmente le encomienda la redacción de uno de sus libros más difundidos, El marxismo y la cuestión nacional, enviándole a Viena para que reúna la documentación existente al respecto. Tras leer el trabajo de Stalin, en febrero del siguiente año Lenin escribe en una carta dirigida a Gorki: Tenemos aquí un maravilloso georgiano que después de haber reunido todos los materiales austriacos y otros, se ha puesto a elaborar un gran artículo para Prosvetchenie (Formación). Era la primera obra que firmaba bajo el seudónimo de Stalin y, frente a quienes quisieron reducirla a un mero material de discusión, Lenin defendió que se trataba del fundamento del programa del POSDR en el tema nacional: El artículo es muy bueno, recalcó Lenin. Luego el artículo fue publicado legalmente por la editorial Priboi de Petersburgo, pero el ministro del Interior ordenó su retirada inmediata de todas las librerías.
La cuestión nacional estaba adquiriendo entonces un relieve muy importante por varias razones:
— el reflujo de la Revolución de 1905 y la represión subsiguiente habían conducido a un ensimismamiento de las organizaciones locales, que comenzaron a dispersarse por nacionalidades, a fomentar el localismo y el nacionalismo
— la entrada del capitalismo en su fase imperialista y la I Guerra Mundial ponían en el orden del día el problema de las anexiones, las colonias y las fronteras
— muchos de los dirigentes de la socialdemocracia, incluso los menos sospechosos de chovinismo, como Rosa Luxemburgo, no reconocían el derecho de las naciones a la autodeterminación, tendencia que llegó a penetrar en el seno mismo de los bolcheviques y a la que era necesario poner freno.
Por aquellas fechas Bujarin estaba en Viena, donde coincidió con Stalin y, aunque hasta 1915 no apareció la corriente interna dentro del Partido bolchevique, de la que formaba parte Bujarin, reacia al programa mínimo, democrático, ya se comenzaban a plantear discusiones al respecto. Esta línea se deslizaba hacia posiciones izquierdistas y en ella la cuestión de la nacionalidades era el caballo de batalla fundamental. Sin mencionar en ningún momento este debate interno, el folleto reafirma la tesis leninista acerca del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades e impugna implícitamente los primeros balbuceos izquierdistas.
El folleto de Stalin respondía -y responde aún hoy día- puntualmente a todas y cada una de las cuestiones planteadas por la opresión nacional, por lo que se convirtió en un verdadero manual que compendiaba los principios bolcheviques sobre la materia y que sólo cinco años después el mismo Stalin llevó a la práctica desde el Ministerio de las Nacionalidades.
El núcleo central de la argumentación de Stalin es que el derecho de las naciones -y de las colonias- a la autodeterminación no forma parte de la lucha del socialismo sino que constituye un principio puramente democrático que el proletariado asume e incorpora a su propio programa. La clase obrera no puede tolerar ninguna forma de opresión y debe defender a todos los oprimidos, incluso poniéndose a la cabeza de sus luchas y dirigiendo sus justas reivindicaciones: Los obreros luchan y lucharán contra todas las formas de la política de opresión de las naciones, desde las más sutiles hasta las más burdas, al igual que contra todas las formas de la política de azuzamiento de unas naciones contra otras. Por eso, la autodeterminación forma parte del programa mínimo del Partido bolchevique, de su lucha por la conquista de la democracia. En virtud de ese derecho básico, las naciones pueden unirse a otras o pueden separarse de ellas de manera voluntaria; finalmente, todas las naciones son iguales y no puede admitirse ninguna forma de injerencia de unas sobre otras.
Tras redactar el folleto, Stalin viaja de Viena a París, donde imprime las conclusiones de la reunión del Comité Central y, finalizado su trabajo, regresa clandestinamente en febrero a Petersburgo para reorganizar con Sverdlov la publicación de Pravda conforme a los debates mantenidos en el Comité Central.
Tampoco esta vez la policía zarista concede facilidades: detiene a Stalin gracias a una de las peores infiltraciones que padecieron los bolcheviques, la del presidente de su grupo parlamentario Malinovski. La presión de la policía zarista era tan fuerte que, además de Malinovski, de los 28 delegados bolcheviques presentes en el Congreso de Praga, otros tres más eran confidentes zaristas. Con Stalin cae detenido también Sverdlov.
Es desterrado a Krasnoiarsk, de ahí a la región de Turujansk y finalmente a Kurcika, dentro del círculo polar ártico, de donde ya no podrá fugarse. Cuatro largos años permanecerá deportado, aunque en diciembre de 1916 lo trasladan de nuevo a Krasnoiarsk, de donde saldrá gracias a la revolución de febrero de 1917.
Estando confinado en Siberia, estalla la I Guerra Mundial que pone a prueba a todas las organizaciones marxistas europeas. La tensión es enorme. La mayor parte de la socialdemocracia llama a la defensa de la patria, a morir peleando por los intereses de los imperialistas y matar a sus propios compañeros de clase. Por el contrario, Lenin apela a transformar la guerra imperialista en guerra civil, a enfrentarse con la propia burguesía.
Los debates fueron entonces tan intensos que también afectaron a las propias filas bolcheviques. No todos estuvieron de acuerdo con las tesis internacionalistas, especialmente en el extranjero. Por eso, en marzo de 1915 Lenin convocó en Berna una importante conferencia del Partido bolchevique. Durante y después de ella Lenin tuvo una fuerte polémica sobre ambas cuestiones con Bujarin, Radek, Piatakov y otros (a los que, para encubrir su identidad, Lenin calificaba en su correspondencia de japoneses porque huyeron de Rusia a Estados Unidos a través de Japón). Es importante analizar a fondo estas posiciones porque reaparecerían diez años después bajo formas distintas, sostenidas por las mismas personas que, finalmente, resultarían expulsadas del Partido bolchevique. De ese modo comprobaremos también que, igual que en el caso, de Trotski, con quien tenían tantas coincidencias, tampoco existió ningún problema personal sino que se trataba de errores políticos e ideológicos que venían de lejos. También coincidiendo con la postura de Trotski, esta corriente si bien aparenta sostener lemas izquierdistas, en realidad asumen las mismas tesis centristas de Kautski, que había entrado ya en su etapa de renegado, en varias cuestiones de gran importancia. Por eso uno de los errores de Bujarin y los suyos consistía precisamente en la posición a mantener frente al centrismo de Kautski.
El tema fundamental abordado en la Conferencia de Berna fue la consigna bolchevique de oponer la guerra civil a la guerra imperialista. Frente a ella Bujarin defendió la misma tesis que expondría tres años después en contra de la paz de Brest-Litovsk, desconectando la guerra imperialista de la guerra civil, de la lucha de clases, algo que aparece repetido en todos sus diversos y contradictorios alineamientos políticos. Finalmente las tesis de Lenin fueron apoyadas por todos los delegados, excepto por Bujarin, que no aceptó la consigna del Partido y la exigencia de derrota del gobierno propio. En este punto adoptó posturas claramente derechistas.
Del problema de la guerra imperialista, se pasó a discutir la cuestión del programa mínimo del Partido, especialmente el derecho de autodeterminación, que el mismo grupo de delegados no admitía. Se trataba, por tanto, una vez más, de la misma postura sostenida por Trotski. El programa mínimo del Partido bolchevique no era más que expresión de la naturaleza democrática de la revolución, que Trostki desde fuera y los izquierdistas desde dentro, no admitían. Lenin lo expuso así en una carta a Inés Armand:
Hay que saber conjugar la lucha por la democracia con la lucha por la revolución socialista, subordinando la primera a la segunda. En esto estriba toda la dificultad; en esto está toda la esencia. Los tolstoianos y los anarquistas rechazan lo primero. Bujarin y Radek se han confundido, no saben combinar lo primero con lo segundo (11).
Bujarin no estaba de acuerdo con el programa mínimo del Partido bolchevique, que le parecían concesiones a la burguesía. Pretendía saltar directamente a la revolución socialista y no aceptaba la necesidad de luchar por las reivindicaciones democráticas, lo que le daba una aureola izquierdista. Los debates conducían directamente a la cuestión del Estado. Lenin desplegó una crítica más precisa de estas tesis en el artículo titulado Acerca de la naciente tendencia del economismo imperialista. Allí calificaba las tesis de Bujarin y los demás justamente como nuevo economismo o economismo imperialista. Decía que Bujarin sólo se preocupaba de la economía y no estudiaba la política. En el fondo, pues, esas posiciones de Bujarin no eran más que revisionismo, una tendencia derechista y burguesa dentro del movimiento comunista que Bujarin disfrazaba con su rechazo del programa mínimo, de la lucha por la democracia, a favor de un tránsito inmediato al socialismo.
A causa de esas divergencias Lenin propuso públicamente a Bujarin la redacción de un artículo que sacara a la luz la verdadera naturaleza de las divergencias existentes. A pesar de que le había recomendado que dejara madurar sus ideas sobre el Estado, Bujarin no le hizo caso y emprendió inmediatamente la redacción de dos artículos. El primero se tituló Hacia una teoría del Estado imperialista y en él desarrolló algunas tesis apenas esbozadas en El imperialismo y la economía mundial y que Lenin se negó a publicar porque contenía graves errores de principios. Un segundo artículo de Bujarin apareció en diciembre de 1916, El bandidesco Estado imperialista publicado en dos revistas alemanas diferentes.
Bujarin se había lanzado aparentemente a criticar a Kautski, cuando en realidad -decía Lenin- le ayudó con sus propios errores. En sus escritos sostenía que los bolcheviques debían mantener una hostilidad de principios contra el Estado, contra todo Estado, lo que daba lugar a que Lenin considerara las tesis de Bujarin como el colmo del absurdo; una vergüenza, semianarquismo. Consideraba también que se le olvidaban las diferencias de los marxistas con los anarquistas respecto al Estado y que con sus posiciones rueda evidentemente hacia el pantano (12).
Lenin trató de desarrollar una crítica a todo el conjunto de tesis de Bujarin, incluida su obra El imperialismo y la economía mundial, pero otras ocupaciones se lo impidieron. No obstante, se conocen varios apuntes que dejó escritos para aquel artículo, el llamado cuaderno azul, y un borrador titulado Contribución al problema del papel del Estado que fueron luego incluidos por Lenin en un cuaderno de notas al que tituló El marxismo y el Estado (13) que le sirvió para redactar luego El Estado y la revolución, obra en la que desarrolla la teoría marxista acerca del Estado. En ella refuta las tesis de Kautski e, indirectamente, las de Bujarin, según expuso en dos cartas, una a Kolontai y otra a Armand:
Estoy preparando (ya tengo casi listo el material) un artículo sobre el problema de la actitud del marxismo respecto al Estado. He llegado a conclusiones todavía más duras contra Kautski que contra Bujarin [...] El problema es sumamente importante; Bujarin es mucho mejor que Kautski, pero los errores de Bujarin pueden echar a perder esta causa justa en la lucha contra el kautskismo (14).
Bujarin es kautskiano, insistía Lenin, y se hace preciso insistir en que también utilizaba ese mismo calificativo para referirse a Trotski (15), aunque por razones distintas, precisamente en una época en la que Kautski se había convertido ya en un renegado del marxismo. En lo concerniente en las relaciones con los mencheviques, desde 1903 Lenin venía insistiendo en la lucha sin cuartel contra los conciliadores. Por el contrario, en la Conferencia de Berna, Bujarin trató de impulsar una actitud diferente. Nadie apoyó sus tesis, pero a pesar de su soledad, Bujarin no rectificó y en la primavera de 1915 logró apoyo para sus tesis en Piatakov y Bosch. En el verano de 1915 Piatakov y Bosch propusieron al Partido bolchevique un plan de colaboración con el grupo menchevique de la Duma y otros centristas. En el verano de 1916 Lenin dedica varios artículos a combatir esta peligrosa corriente de ideas que ya estaban influyendo sobre la socialdemocracia alemana e incluso trataban de introducirse también entre los bolcheviques: critica a Rosa Luxemburgo en el artículo Sobre el folleto Junius y a los neoeconomistas rusos en Balance de la discusión sobre la autodeterminación, Acerca de la naciente tendencia del economismo imperialista, Respuesta a P.Kievski, que era el seudónimo de Piatakov, y Sobre la caricatura del marxismo y el economismo imperialista. En estos artículos Lenin menciona reiteradamente a Kautski: no basta denunciar a los oportunistas ni hablar de traición sino que hay que deslindar los campos también con el renegado Kaustski y los centristas y considerar el fenómeno revisionista con carácter general, como una tendencia generada por la nueva etapa imperialista. No obstante las consistentes críticas de Lenin, Bujarin publicó por su cuenta una versión resumida del primer artículo en 1916, y luego, en 1925, la versión íntegra, en la que no rectificó ninguno de sus errores, ni tampoco respondió a las objeciones que había recibido. En el prólogo a su folleto llegaba a afirmar -nada menos- que era Lenin y no él quien había cambiado de opinión. Eso significaba que en 1925 Bujarin seguía manteniendo las mismas opiniones, que no había cambiado de criterio. El problema era que diez años después, la hostilidad de principios de Bujarin contra el Estado, se había convertido en hostilidad hacia la dictadura del proletariado.
También aparecieron entonces las divergencias entre Lenin y Bujarin acerca del imperialismo. El debate sobre la guerra estaba íntimamente unido al debate sobre la cuestión nacional, las anexiones, la guerra internacional, la defensa de la patria... Era el imperialismo emergente lo que se presentaba ante los bolcheviques como un fenómeno nuevo, distinto, preñado de consecuencias y de desafíos para la revolución. Hacia finales de 1915 Bujarin redactó El imperialismo y la economía mundial, una de sus obras más conocidas, que iba precedida de un prólogo de Lenin. Según confirma el propio Bujarin, el libro no era más que de un desarrollo de la tesis que ya había difundido previamente en su artículo. Aunque en el prólogo Lenin no critica expresamente la obra de Bujarin directamente, sino, una vez más, a través de Kautski, si se comparan con las tesis de El imperialismo, fase superior del capitalismo es fácil comprobar que las tesis básicas de ambos no son en absoluto coincidentes.
El estudio de Bujarin tenía un falso tono internacionalista: su antimperialismo de 1915 no cuadraba para nada con su negación del derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas ni con su rechazo del programa mínimo en general. También aquí sus planteamiento internacionales nada tenían que ver con los internos.
Sus tesis sobre el imperialismo, también muy influidas por Kautski y Hilferding, acaban en la defensa del ultraimperialismo, que niega la existencia de contradicciones internas entre los Estados capitalistas, a los que considera como un bloque monolítico. Por el contrario para Lenin bajo el imperialismo es consustancial la rivalidad entre potencias imperalistas por el reparto del mundo, hasta el punto de que son ellas las que conducen a la guerra.
En su obra El imperialismo y la economía mundial Bujarin critica expresamente el ultraimperialismo de Kautski y afirma que el imperialismo es la concurrencia de varios trusts nacionales; pero no descarta que esa concurrencia pueda ser eliminada, con lo cual -reconoce- desaparecería el imperialismo y se crearía un trust único mundial. Es más, considera que eso es lo que va a suceder en el futuro: En el proceso histórico que sobrevendrá en breve el capitalismo mundial se orientará hacia un trust capitalista nacional único por absorción de los más débiles (16). No podemos rechazar esta posibilidad, dijo Bujarin en el VI Congreso de la Internacional Comunista, porque de lo contrario no serían ciertas tampoco las tesis de Marx sobre la centralización creciente del capital. De una manera tan burda interpretaba él esa ley económica, como si la caída de la tasa de ganancia permitiera imaginar una tasa de ganancia cero, es decir, un capitalismo sin plusvalía.
Las fallas de esta tesis son múltiples. En primer lugar, aunque Bujarin fue uno de los primeros en insistir particularmente sobre la intervención del Estado en la economía en la fase imperialista, en este extremo, el Estado desaparece completamente y habla únicamente de la lucha de los trusts, sin tener en cuenta la lucha de los Estados a los que esos trusts pertenecen. En segundo lugar, la sola posibilidad de un capitalismo sin competencia, sin rivalidad, es inimaginable, por lo que nunca será posible un trust único.
Bujarin defiende esta misma tesis por otra vía, que extrae de Hilferding. Su obra El imperialismo y la economía mundial preserva los errores fundamentales de Hilferding acerca del capitalismo organizado y la eliminación de las crisis en la nueva fase imperialista. Bujarin repite su teoría acerca de que bajo el imperialismo se amortiguan las crisis y que los capitales son capaces de organizarse frente a ellas y superarlas. En la economía monopolista todo el sistema económico, según Bujarin, se convierte en una especie de gran empresa, de trust gigantesco o trust nacional de Estado (17). La competencia en el interior queda sustituida por la competencia en el exterior, es decir, en la guerra: La formación de los trusts capitalista desplaza casi enteramente la concurrencia al campo de la concurrencia exterior (18).
Bujarin no habla de sobreproducción ya que prefiere utilizar el término desproporción entre las diferentes ramas de la economía. La sobreproducción es solamente una de esas desproporciones, la que se da entre la producción y el consumo, y solamente sirve para poner de manifiesto que el capitalismo carece de planificación, que está mal organizado, que es anárquico. En el capitalismo monopolista (capitalismo de Estado lo llama él) las crisis son imposibles (19).
Como las crisis en el capitalismo de Estado son imposibles, Bujarin las traslada al exterior. El internacionalismo de Bujarin tiene también ese componente: no es en la lucha de clases sino en la esfera internacional donde hay que combatir contra el capitalismo, porque es fuera de las fronteras donde sus fundamentos se quiebran. Los problemas más imporantes de nuestra época, dice Bujarin, están vinculados al imperalismo, o lo que es lo mismo, a las cuestiones internacionales. Desde la Internacional Comunista Bujarin denuncia que los partidos comunistas son insuficientemente internacionalistas y les exige que subordinen todas las demás tareas al problema de la lucha contra la guerra mundial.
Aunque no utiliza la expresión revolución permanente, Bujarin está en la misma línea que Trotski, y también proclama el bolchevismo a escala de Europa occidental. Lenin critica todas estas tesis, defiende la ley del desarrollo desigual de los diferentes países y afirma que lo que defiende Bujarin ni es bolchevismo ni es marxismo siquiera (20). También desde este punto de vista el internacionalismo de Bujarin era falso.
La influencia de Kautski sobre Bujarin se observa en otro aspecto: ambos separan la política de la economía imperialista y consideran que la nueva fase del capitalismo es sólo una política de anexiones. Pero ese análisis es erróneo; ambos aspectos son indisolubles; el imperialismo se desprende de la transformación monopolista del capitalismo. No es posible un capitalismo sin guerras imperialistas y sin anexiones; para acabar con éstas es imprescindible acabar antes con el capitalismo.
Tres años después todas estas concepciones erróneas reaparecerán, creando importantes conflictos en el seno del Partido bolchevique a consecuencia de la paz de Brest-Litovsk. Bujarin persistió siempre en sus viejas concepciones de 1915 e incluso creó un órgano de prensa al margen del Partido para defenderlas, al más puro estilo faccional. Aunque en la Conferencia de Berna nadie apoyó sus tesis, se unió luego con el grupo de los japoneses para promover su propio periódico. Este tipo de alianzas muestra la falta de principios de todos ellos, ya que nada les unía entre sí excepto su oposición a las tesis leninistas. Este tipo de alianzas heterogéneas de los disidentes creó un serio precedente que se repetirá diez años después cuando se formó la oposición unificada encabezada por Trotski y Zinoviev.
También en el caso de Bujarin comprobamos que las divergencias no eran de tipo personal, ni mucho menos tenían que ver con Stalin; se trataba de un enfrentamiento de larga duración con tesis básicas del leninismo que se irán reproduciendo luego en cada recodo de la lucha. El enfrentamiento de Trotski y Bujarin era con el propio Partido bolchevique.

Al frente de la revolución proletaria

La Revolución de febrero de 1917 libera a Stalin de su confinamiento en Siberia. Regresa a Petrogrado (antigua Petersburgo) el 12 de marzo y se instala en un modesto apartamento de la calle Fontaka que comparte, junto con su mujer, su hijo, Molotov y Dzerzhinski. El Comité Central le nombra delegado bolchevique en el Comité Ejecutivo del Soviet y, además, le encomienda la dirección de Pravda junto con Kamenev. Pero sus posiciones políticas, tras varios años de destierro, no responden a las necesidades de la revolución en aquel momento. Stalin, como el resto de la dirección bolchevique en el interior, continúa hablando de república democrática y de presionar al gobierno provisional para exigirle la apertura inmediata de negociaciones de paz. Estaba anclado en el pasado, mientras las posiciones leninistas habían dado un salto adelante gigantesco, lo mismo que toda la situación, interna e internacional.
En abril Lenin llega a Petrogrado, regresa a Rusia después de muchos años de exilio. En la misma estación sus camaradas le saludan con discursos protocolarios de bienvenida. El zarismo había sido reemplazado por la República, la autocracia por la democracia; los bolcheviques podían actuar libremente entre los obreros y eso les llenaba de satisfacción. Hasta los mencheviques y los eseristas, es decir la izquierda, alcanzaron cargos en el nuevo gobierno. Pero Lenin no estaba nada contento con la postura adoptada por la dirección del Partido ni por el Prava entre febrero y abril. A pesar de lo avanzado de la noche y del cansancio, reunió inmediatamente a la dirección del Partido en un hotel. Su alocución no fue nada complaciente y duró dos horas, en las que criticó duramente a sus camaradas.
Lenin sostenía que la Revolución de Febrero había creado una dualidad de poder: por un lado los soviets obreros y, por el otro, el gobierno burgués, con el que no cabía ninguna clase de contemplaciones: había que llamar a su derrocamiento, había que reclamar todo el poder para los soviets y, en suma, había que dar un giro estratégico a la línea del Partido, poniendo en primer plano la lucha por la revolución socialista.
No contento con ese jarro de agua fría, Lenin dijo que por su colaboración con la burguesía durante la guerra imperialista, el socialismo estaba podrido en todos los países: había que crear partidos comunistas enteramente nuevos.
Lenin redacta sus Tesis de abril en las que condensa esas nuevas posiciones, pero el choque es tan fuerte que Kamenev no sólo no las publica en Pravda sino que las critica y continúa defendiendo la naturaleza meramente democrática de la revolución proletaria.
Stalin, por el contrario, rectificó y asumió la nueva línea leninista, pero fue el único porque en el Comité Central seguían prevaleciendo las viejas posiciones.
Con la Revolución de Febrero no todos regresaron a la batalla política desde Siberia, como Stalin. Además de Lenin, volvieron otros exiliados, las viejas figuras políticas, más conocidas en los cenáculos de París y Berlín que entre los obreros de Rusia. Habían huido despavoridos de las detenciones y las cárceles y ahora querían gozar de su oportunidad de encumbrarse al calor de la nueva República burguesa. En este sentido, no se puede admitir ningún paralelismo entre Trotski y Stalin ni histórica ni políticamente. En febrero de 1917, cuando estalla la revolución, mientras Stalin permanecía recluido en Siberia, Trotski estaba en Nueva York, editando la revista Novi Mir (Nuevo Mundo). Este simple detalle lo define todo. Mientras la vida de Stalin casi se confunde con la del mismo Partido bolchevique, la estancia de Trotski dentro del mismo no fue más allá de unos pocos años. Desde Nueva York, Trotski trató de embarcar hacia Rusia, pero su viaje fue interrumpido en Halifax al resultar detenido por el gobierno de Canadá durante un mes. Fue liberado a petición del gobierno provisional de Kerenski. También los imperialistas británicos presionaron para liberar a Trotski y que lograra volver a Rusia, según el espía británico Bruce Lockhart, para poder utilizar sus disensiones con Lenin. En sus memorias Lockhart criticó la postura del gobierno británico: No tratamos a Trotski con astucia. En el momento de estallar la primera revolución estaba en el exilio en América. No era bolchevique ni menchevique... Era lo que Lenin llamaba un trotskista, es decir, un individualista y un oportunista. Revolucionario con un temperamento de artista y sin ninguna duda dotado de un gran coraje físico. Nunca había sido y no podía nunca ser un hombre serio de partido. Su actitud ante la primera revolución fue severamente condenada por Lenin... En la primeravera de 1917, Kerenski pidió al gobierno británico que facilitara el regreso de Trotski a Rusia... Como de costumbre en nuestra postura respecto de Rusia, adoptamos medidas desastrosas. Trotski fue tratado como un criminal. En Halifax fue internado en un campo de concentración. Y después de provocar su amargo resentimiento, fue cuando le permitimos regresar a Rusia.
En mayo Trotski llega a Petrogrado desde Nueva York y, después de 14 años de exilio, con una Revolución por medio, no ha sido capaz de constituir un partido. Sigue siendo fiel a sí mismo, un personaje con la cabeza llena de ideas, pero eran sólo teorías; nadie le sigue, carece de apoyos de ningún tipo. Falto de su propia organización, se vio obligado a adherirse a la organización de los llamados mezhrayontsi, socialdemócratas que vacilaban entre los bolcheviques y los mencheviques. El 10 de mayo Lenin acudió a una reunión con este pequeño grupo para plantearles las condiciones para su integración en el Partido bolchevique y tomó notas de la reunión. En ellas Lenin dice que después de exponerles esas condiciones tomó la palabra Trotski fuera del orden del día pactado para manifestar que él no era bolchevique y que no aceptaba la condiciones de ingreso. El grupo no aceptó entonces la unificación, pero, tres meses después, en agosto, los mezhrayontsi declararon que no tenían discrepancias con los bolcheviques e ingresaron en el Partido. A pesar de la oposición de algunos viejos cuadros bolcheviques, como Kalinin, junto con ellos también entraron en el Partido Trotski y sus escasos seguidores. Fueron muchos los mezhrayontsi que, al sumarse a las filas bolcheviques, rompieron para siempre con el oportunismo. Pero el ingreso de Trotski y de algunos de sus adeptos en el Partido fue, como demostraron los acontecimientos posteriores, puramente formal: en la práctica, siguieron defendiendo sus opiniones equivocadas, infringieron la disciplina y minaron la unidad ideológica y orgánica del Partido.
La insistencia de Lenin en admitir a Trotski dentro del Partido era puramente táctica. Se habían acabado las pequeñas reuniones conspirativas; la legalidad del Partido bolchevique requería personas capaces de hablar ante auditorios numerosos. Por otro lado, los avatares de Pravda demostraban que el Partido también carecía de buenos escritores y periodistas. Se imponía abrir el Partido a los intelectuales y por eso entró Trotski.
En junio Stalin asiste al I Congreso de los Soviets, resultando elegido miembro del Comité Ejecutivo Central y de su Buró Permanente en representación de la minoría bolchevique. También interviene en la Conferencia de las organizaciones militares del Partido.
Un mes después el Comité Central le encomienda organizar la huida de Lenin y queda al frente del funcionamiento del Partido, organizando el VI Congreso, el primero en la legalidad aunque, en realidad, se celebró casi clandestinamente. Stalin leyó el informe de la dirección y pronunció el discurso de clausura sobre la cuestión nacional. En ausencia de Lenin, fue Stalin quien ocupó su puesto al frente del Partido.
El Congreso rechazó las propuestas de Preobrajenski, quien negaba la posibilidad de que la revolución socialista triunfara en Rusia que, en su opinión, sólo era posible si el proletariado de los países de Europa occidental se levantaba. En la misma línea, Bujarin manifiestó que la revolución era imposible porque los campesinos formaban un bloque con la burguesía y no seguirían a la clase obrera.
El Congreso eligió una nueva dirección que, al incorporar al pequeño núcleo trotskista, se amplió considerablemente a 21 miembros, más otros 10 suplentes. Su composición no podía satisfacer a Lenin. Se trataba más de un órgano deliberante que del estado mayor de la revolución que Lenin exigía.
El problema se puso de manifiesto durante la reunión del Comité Central celebrada el 15 de setiembre, cuando Kamenev propuso quemar dos cartas enviadas desde el extranjero por Lenin para preparar la insurrección. Stalin, por el contrario, reclamó que ambas cartas se comunicaran y se discutieran en las organizaciones del Partido, pero su propuesta fue rechazada.
El 8 de octubre se entrevista clandestinamente con Lenin para perfilar los detalles de la insurrección. Dos días después el Comité Central aprueba la consigna insurreccional y, para prepararla, se crea un centro dirigido por Lenin y Stalin. Además Stalin también organiza un comité militar revolucionario y transmite la consigna insurreccional a los responsables bolcheviques del trabajo sindical.
Los preparativos insurreccionales de Lenin fueron aprobados en la reunión del Comité Central de 10 de octubre. Se eligió un centro político para dirigirla (al que se llamó Buró Político) formado por Lenin, Stalin, Zinoviev, Kamenev, Bubnov y Sokolnikov.
Pero poco después, en una nueva reunión del Comité Central, Zinoviev y Kamenev se oponen a la insurrección y la traicionan al publicar los preparativos en la prensa. Lenin exigió la inmediata expulsión de ambos del Partido y, ante el incumplimiento de sus exigencias, llegó a enviar una carta de dimisión a la dirección del Partido.
La siguiente reunión del Comité Central se celebró seis días más tarde y fue ampliada a 25 personas. Se eligió un centro práctico para llevar a cabo la insurrección, formado por Sverdlov, Stalin, Dzerzhinski, Bubnov y Uritski.
Stalin, protagonista directo de aquellos hechos y más ecuánime juzgando a Trotski de lo que la propaganda imperialista nos ha presentado, narraba así el papel de Trotski en aquellas jornadas: Estoy lejos de negar el papel indudablemente importante desempeñado por Trotski en la insurrección. Pero debo decir que Trotski no desempeñó, ni podía desempeñar, ningún papel particular en la insurrección de octubre, y que, siendo presidente del Soviet de Petrogrado se limitaba a cumplir la voluntad de las correspondientes instancias del Partido, que dirigían cada uno de sus pasos. Más adelante añade: Trotski peleó bien en el periodo de octubre. Pero en el periodo de octubre no sólo Trotski peleó bien; ni siguiera pelearon mal gentes como los eseristas de izquierda, que entonces marchaban hombro con hombro con los bolcheviques. Debo decir, en general, que en el periodo de la insurrección triunfante, cuando el enemigo está aislado y la insurrección se extiende, no es difícil pelear bien. En esos momentos hasta los elementos atrasados se hacen héroes. Pero la lucha del proletariado no es una ofensiva continua, una cadena de éxitos constantes. La lucha del proletariado tiene que pasar también por sus pruebas y sufrir sus derrotas. Y verdadero revolucionario no es quien da muestras de valor en el periodo de la insurrección triunfante, sino quien, peleando bien cuando la revolución despliega una ofensiva victoriosa, sabe asimismo dar muestras de valor en el periodo de repliegue de la revolución, en el periodo de derrota del proletariado; quien no pierde la cabeza y no se acobarda ante los reveses de la revolución, ante los éxitos del enemigo; quien no se deja llevar del pánico ni cae en la desesperación en el periodo de repliegue de la revolución.
Trotski también propuso aplazar la insurrección para sincronizarla con el II Congreso de los Soviets, delatando la fecha de inicio de la revolución. Con ese proyecto, el Gobierno Provisional podía ganar tiempo para agrupar a todas las fuerzas contrarrevolucionarias, dejaba el comienzo de la revolución en manos de mencheviques y eseristas, que en aquellos momentos controlaban los Soviets, y podían aplazar su Congreso. El mismo día en que se inició la insurrección, el 24 de octubre, Trotski se opuso a ella en la reunión de la minoría bolchevique del II Congreso de los Soviets, diciendo que la detención del Gobierno Provisional no está en el orden del día. Lenin, por el contrario defendía que todo está pendiente de un hilo: en el orden del día figuran cuestiones que no pueden resolverse por medio de conferencias ni de congresos, sino únicamente por los pueblos, por las masas, por medio de la lucha de las masas armadas.
La misma noche de la revolución, el 25 de octubre, se reunió el II Congreso de los soviets que aprobó la formación del Gobierno, entonces llamado Consejo de los Comisarios del Pueblo, declarándolo responsable frente al nuevo Comité Ejecutivo Central, también nombrado por el mismo Congreso.
Lenin había propuesto a los socialistas revolucionarios de izquierda entrar a formar parte del nuevo Gobierno, pero éstos no habían aceptado alegando que solamente se integrarían en un gobierno de coalición integrado por todos los partidos socialistas. Se opuso a esta pretensión, ya que consideraba que los mencheviques y los eseristas de derecha eran unos agentes del imperialismo, que habían sido los principales enemigos de la insurrección y que intrigaban en contra del Poder soviético.
Los mencheviques y los eseristas presionaban al Gobierno revolucionario, alegando que era puramente bolchevique y no soviético. El día 29 el Vikzel, el Comité Ejecutivo del Sindicato de los Ferroviarios, dominado por los oportunistas, difundió un comunicado, en el que admitía que el Gobierno Kerenski ha sido incapaz de mantener el poder pero se añadía que el Consejo de Comisarios del Pueblo formado en Petrogrado con el apoyo de un sólo Partido no puede ser reconocido y apoyado por todo el país. El comunicado afirmaba que era necesario un Gobierno que tuviera la confianza de todos los demócratas.
Ante esta postura Zinoviev y Kamenev, que se habían reincorporado al Comité Central en el momento de la insurrección, junto con otros miembros de Comité Central, vacilaron y criticaron la formación del nuevo gobierno, aceptando los argumentos de los oportunistas. En la reunión del día 29 (en la que Lenin y Stalin estaban ausentes) el Comité Central recomendó la ampliación del Gobierno y el ingreso en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de los oportunistas y de los representantes del Vikzel. Kamenev comenzó a negociar con los oportunistas su entrada en el Gobierno.
Lenin se negó a hacer concesiones porque no consideraba a eseristas y mencheviques como demócratas y socialistas, sino agentes de la reacción que estaban tratando de debilitar el poder soviético, que trataban de introducirse en el Gobierno como un caballo de Troya. Dijo que había que interrumpir toda clase de negociación, que el gobierno bolchevique era un gobierno soviético legítimo porque había sido elegido en el Congreso de los Soviets, que el Vikzel era un sindicato oportunista y que lo fundamental era que las masas apoyaban al Gobierno soviético. Por tanto, buscar el apoyo de los oportunistas era un absurdo. Concluyó su intervención con estas palabras: Hemos propuesto al Vikzel transportar las tropas a Moscú. Se ha negado. Tenemos que dirigirnos a las masas y ellas lo derrocarán.
Sin embargo, Trotski logró que la proposición de Lenin fuera rechazada, propugnando, en cambio, que la oposición ingresara en el Gobierno en una proporción del 25 por ciento. Logró también que el Comité Central decidiera seguir negociando con el Vikzel para desenmascararle. Como siempre Trotski adoptaba una posición intermedia, conciliadora y oportunista.
Pero al día siguiente, Lenin ganó en toda la línea. El Comité Central adoptó una resolución en la cual se afirmaba que la oposición que se ha formado en el interior del Comité Central se ha apartado íntegramente de todas las posiciones fundamentales del bolchevismo y, en general, de la lucha proletaria de clases y que el Comité Central confirma que es imposible renunciar a un gobierno puramente bolchevique sin traicionar la consigna de ‘todo el poder a los Soviets’, puesto que la mayoría del II Congreso Panruso de los Soviets, sin ninguna exclusión, ha entregado el poder a este Gobierno.
El 3 de noviembre la mayoría del Comité Central, de la cual formaba parte Stalin, lanzó un ultimátum a la minoría instándola a someterse a las decisiones del Comité Central. En respuesta, la minoría (Kamenev, Zinoviev, Rikov, Miliutin y Noguin) dimitió del Comité Central afirmando que no podía asumir la responsabilidad de una política desastrosa y que se reservaban el derecho de dirigirse a las masas para promover un gobierno de todos los partidos soviéticos.
De nuevo Zinoviev, Kamenev y los demás habían creado una facción separada del Partido que pretendía actuar con su propia línea. La minoría afirmaba que sin un acuerdo con los demás partidos socialistas existe un único camino: el mantenimiento de un gobierno puramente bolchevique sobre la base del terror político.
En realidad Zinoviev y Kamenev seguían sin estar convencidos de la posibilidad por parte de los bolcheviques de mantener el poder. Las mismas vacilaciones que habían tenido en vísperas de la insurrección las mantuvieron después. Sería un error sin embargo pensar que las contradicciones en el seno del Comité Central fueran divergencias tácticas, de apreciación de la situación y que la diferencia estribaba en que Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central tenían simplemente una mayor confianza en la solidez del nuevo gobierno soviético. Evidentemente existía este elemento. La obsesión de los cinco de la minoría en pedir un acuerdo con los oportunistas reflejaba una incomprensión absoluta de la situación que se había creado, del desprestigio de los oportunistas y de la fuerza que el apoyo de las masas proporcionaba al poder soviético. Pero, por encima de todo ello existía una contradicción sobre una cuestión de principio: sobre la naturaleza de la política de los partidos revisionistas.
Muchos años después Stalin escribiría:
¿En qué consiste la regla estratégica fundamental del leninismo? Consiste en reconocer: 1) Que cuando se avecina un desenlace revolucionario, los partidos conciliadores constituyen el más peligroso apoyo social de los enemigos de la revolución.
2) Que es imposible derribar al enemigo (al zarismo o la burguesía) sin aislar a estos Partidos.
3) Que por ello en el periodo de preparación de la revolución los principales golpes deben dirigirse a aislar a estos Partidos, a separar de ellos a las grandes masas trabajadoras (21).
En esto estriba la divergencia. Kamenev y Zinoviev en el mes de octubre se habían opuesto a la insurrección alegando que, por agudizarse las contradicciones, mencheviques y eseristas se verían necesariamente arrastrados a apoyar la revolución. Este es el punto de vista que mantienen después de la insurrección. Lenin estaba en total desacuerdo con esto: su opinión era que los revisionistas eran agentes de la contrarrevolución y que al profundizarse la revolución les arrojaría cada vez más en brazos de la reacción. Se trataba, pues, de una divergencia de fondo.
 La salida de la guerra imperialista

En política exterior, el nuevo Estado inició una política revolucionaria, basada en el internacionalismo proletario, la lucha por la paz y el reconocimiento del derecho de autodeterminación de todas las naciones y países coloniales. La presencia del primer Estado socialista en la Historia abre toda una nueva época de relaciones internacionales, transformando radicalmente el Derecho Internacional y toda la diplomacia conocida hasta entonces. Los imperialistas ya no tienen las manos libres y todo un rosario de países consigue salir de la negra noche colonial gracias a la URSS.
El II Congreso de los soviets había aprobado, antes que nada, el decreto por el que se comprometía a sacar a Rusia de la guerra imperialista. Por su parte, los bolcheviques habían conquistado el poder prometiendo al pueblo ruso la paz. En consecuencia, había que entablar inmediatas negociaciones con el enemigo; se trataba de un primer pasó imprescindible para aclarar, ante el pueblo ruso y el mundo, que el gobierno soviético deseaba acabar con la guerra.
En cumplimiento del decreto sobre la paz, el gobierno se dirigió el 8 de noviembre a las potencias imperialistas proponiendo el inicio de negociaciones. Francia, Inglaterra y Estados Unidos no respondieron a ninguna de las tres comunicaciones que les enviaron. En cuanto a Alemania, al día siguiente Lenin llamó por teléfono a Dujonin, jefe del Estado Mayor del Ejército y le ordenó que con carácter inmediato entablara conversaciones. Stalin se encontraba junto a él. Dujonin se negó afirmando que el nuevo gobierno no gozaba del apoyo popular. La respuesta de Lenin fue inmediata: En nombre del Gobierno de la República rusa y por orden del consejo de los Comisarios del pueblo, le destituyo por desobedecer al Gobierno y porque su conducta causa perjuicios incalculables a las masas trabajadoras de todos los países, y sobre todo a los ejércitos. Stalin cuenta: El momento era terrible [...] Recuerdo que, después de haber permanecido un segundo en silencio frente al aparato, Lenin se levantó y su cara estaba iluminada por una luz interior. Se veía que había tomado su decisión.
Una hora más tarde Lenin y Stalin dirigían un llamamiento a todos los soldados, a todos los marineros. En el llamamiento se decía: Soldados, la causa de la paz está en vuestras manos. No permitáis a los generales contrarrevolucionarios comprometer esta gran causa. También pedían que los regimientos que mantienen las posiciones en las trincheras elijan inmediatamente representantes plenipotenciarios para comenzar negociaciones oficiales de armisticio con el enemigo. Este llamamiento permitió a Lenin y Stalin desbaratar la resistencia y las maniobras contrarrevolucionarias del Alto Estado Mayor y reforzar las posiciones bolcheviques en el Ejército.
Lenin estaba convencido de que era necesario hacer todos los esfuerzos posibles para lograr que las negociaciones de paz alcanzaran su objetivo. Para ello había que hacer todas las concesiones necesarias y aceptar las condiciones que los alemanes presentaran, por duras que fueran. Seguir en guerra con Alemania constituía un auténtico suicidio. El nuevo poder no se había consolidado, el ejército seguía siendo el viejo ejército zarista y aún no se había realizado en él una profunda depuración. Pero, sobre todo, los soldados estaban cansados de luchar. Sin duda la clase obrera hubiera respondido a un llamamiento del Partido y se hubiera sumado a la guerra revolucionaria. Pero los campesinos no lo harían y, en la estrategia leninista, el apoyo de los campesinos constituía el elemento clave. El proletariado mantendría el poder a condición de conservar el apoyo del campesinado, y los campesinos querían ardientemente la paz. Lograr la paz significaba conservar la alianza obrero-campesina.
Pero las posiciones dentro del Partido respecto a la guerra no eran homogéneas sino que coexistían tres líneas divergentes que, además, no eran nuevas, sino que venían de atrás, de las mismas posturas adoptadas en 1915 con respecto a la guerra imperialista:
— Una era la posición encabezada por Lenin, Sverdlov y Stalin de firmar la paz a toda costa, cualesquiera que fueran las condiciones exigidas por Alemania.
— La segunda posición era la de Bujarin y los llamados comunistas de izquierda que, ante la dureza de las condiciones alemanas, proponían desencadenar la guerra revolucionaria.
— En cuanto a Trotski, su posición era intermedia, centrista, ni guerra ni paz; si los alemanes insistían en sus pretensiones, no había que aceptarlas, pero tampoco había que proclamar la guerra revolucionaría.
La oposición de izquierda sostenía que firmar la paz no resolvería absolutamente nada y que, en caso de hacerlo, la revolución se enfrentaría con toda una serie de ultimátums por parte de los alemanes, que pretenderían imponer concesiones cada vez más duras.
En la reunión del Comité Central de 23 de febrero Stalin expuso: Suponer que no tendremos una tregua y que habrá continuos ultimátums significa pensar que en Occidente no hay absolutamente ningún movimiento. Nosotros pensamos que el alemán no puede hacerlo todo. Además, nosotros confiamos en la revolución. Esta afirmación de Stalin ilustra claramente la verdadera postura suya y de Lenin sobre la cuestión de la paz.
Para los bolcheviques, el reforzamiento y consolidación de la alianza obrero-campesina constituía la condición necesaria del éxito de la revolución. La revolución en occidente, de la cual había numerosos síntomas, constituía un importante factor de consolidación de la revolución soviética, pero era una posibilidad, no una realidad en marcha con la que se pudiera especular de forma aventurera a costa de la revolución ya existente. Lenin criticaba continuamente a sus adversarios, que jugaban con una guerra revolucionaria para la que no había condiciones en base a las fuerzas interiores de Rusia.
Para Trotski la postura de los dirigentes bolcheviques era un síntoma de nacionalismo, de abandono de las posiciones del internacionalismo proletario y de la revolución mundial. Él presumía de tomar en consideración el factor internacional. No cabe duda de que Lenin y Stalin también tomaban en cuenta este factor pero dentro del marco de la concepción leninista del carácter desigual del desarrollo imperialista. Según Trotski, ante las dificultades de la revolución, el único aliado de la revolución estaba constituido por el proletariado europeo.
Alemania, presionada por el movimiento huelguístico, inició el día 20 de enero de 1918 las conversaciones en Brest-Litovsk. Trotski fue encargado por el Comité Central y el Gobierno de dirigir las negociaciones con el imperialismo alemán en su condición de ministro de Asuntos Exteriores y, mientras ambas partes discutían los términos del acuerdo, se firmó un armisticio inicial. Las condiciones exigidas por Alemania resultaron humillantes para Rusia, ya que perdía Ucrania, Bielorrusia y los Estados bálticos y, además, debía pagar fuertes sumas de dinero. Por eso el 28 de enero, unilateralmente, Trotski rompió las negociaciones, a pesar de que tenía orden de aceptar las condiciones alemanas, por duras que fueran. Pero cuando tales condiciones -muy duras en efecto- fueron presentadas, Trotski declaró que el gobierno soviético no las aceptaba y, en el momento decisivo (10 de febrero), anunció la desmovilización del Ejército. Como no se había firmado ningún acuerdo de paz, los imperialistas alemanes aprovecharon esta frivolidad para desatar una ofensiva en toda línea y ocupar vastas extensiones de territorio soviético. Les habían servido la excusa en bandeja.
Según Trotski el gobierno soviético no debía oponer resistencia ante el avance enemigo porque, ante esta actitud pacifista, los proletarios de Occidente se sublevarían y los soldados alemanes reclamarían la paz. Había que esperar de brazos cruzados; la revolución corría un serio peligro pero la paz llegaría por sí misma: La revolución europea -declaró Trotski- es lo único que puede salvarnos, en el sentido pleno de la palabra. Esta posición de Trotski era consecuencia de sus clásicos errores:
— la tradicional desconfianza hacia el campesinado que anticipaba sus posteriores discrepancias acerca de la construcción del socialismo en un sólo país. Era, por tanto, un error estratégico consustancial a las posiciones políticas e ideológicas que había manifestado desde siempre. Para Trotski, ante las dificultades de la revolución rusa, la única reserva estratégica estaba constituida por el proletariado europeo y no por los campesinos rusos.
— la revolución permanente que provocaría la llegada al poder del proletariado simultáneamente en todos los países europeos, lo que significaba desconocer la ley leninista del desarrollo desigual y esperar que llegaran desde fuera a salvar a Rusia del naufragio.
— menosprecio de las contradicciones interimperialistas en una situación en la que, como había reconocido Lenin nuestra existencia depende, en primer lugar, de la existencia de une radical división en el campo de las potencias imperialistas. Había que aprovechar al máximo los enfrentamientos entre los distintos países capitalistas.
Las tesis sobre la salida de la guerra de Trotski, Kamenev, Zinoviev, Bujarin y otros condujeron, en palabras de Lenin, a una paz mucho más humillante, por culpa de quienes no quisieron aceptar la primera. En la reunión del Comité Central del 18 de febrero dijo: La historia dirá que vosotros habéis cedido la revolución. Podíamos haber firmado una paz que no hubiera amenazado en absoluto la revolución. No tenemos nada: en la retirada no lograremos ni siquiera volar lo que dejamos atrás. Y concluía con las siguientes palabras: Es preciso proponer la paz a los alemanes. Stalin apoyó la propuesta de Lenin y añadió que a su juicio eran suficientes cinco minutos de fuego intensivo para que en el frente no quedara un solo soldado ruso.
La decisión de Trotski creó una situación insostenible para el nuevo poder revolucionario, que tuvo que llamar a la movilización de obreros y campesinos para la defensa del país y trasladar a la Guardia Roja a los frentes. Aquellos días empezó la formación de nuevas unidades militares revolucionarias, consagrándose el 23 de febrero como fecha inaugural del Ejército Rojo. A costa de numerosas víctimas, la ofensiva fue finalmente contenida frente a Petrogrado, así como en Ucrania y Bielorrusia y el 3 de marzo se firmó la paz de Brest-Litovsk.
En vista de la experiencia de Brest-Litovsk, en abril el Consejo de Comisarios del Pueblo (gobierno) nombró esta vez a Stalin como jefe de la delegación encargada de mantener conversaciones de paz con la Rada ucrania.
Se había logrado un momento de respiro para reorganizar el nuevo Estado y todo el sistema económico. Los soviets se apoderaron del Banco Central, se anularon los empréstitos, se nacionalizó la industria, se aprobó la nueva Constitución y se trasladó la capital a Moscú.
Notas:
--  Roman Malinovski, miembro del Comité Central del Partido bolchevique y presidente de su grupo parlamentario durante dos años, fue posteriormente desenmascarado como agente de la policía zarista. A causa de ello los bolcheviques padecieron una dura campaña difamatoria, tanto por parte de la prensa burguesa como de los mencheviques. La policía sólo se infiltra en las organizaciones revolucionarias para desmantelarlas, mientras apoya y sostiene a los reformistas y colaboracionistas. En su etapa de diputado Malinovski pronunció encendidos discursos contra la autocracia, de los que incluso la prensa reaccionaria de la época se hizo amplio eco. Pero sorpresivamente, sin contar con el Partido, abandonó su tarea y se presentó en casa de Lenin, que entonces vivía en Polonia. No solamente los mencheviques, sino también Bujarin, denunciaron a Malinovski como lo que realmente era. Dentro del Partido se formó una comisión de investigación integrada por Lenin, Zinoviev y Jakob Ganetzki para examinar el asunto, decidiendo que no existían pruebas suficientes para acusar a Malinovski de confidente, pero que debía ser expulsado del Partido por haber dimitido sin autorización. La decisión se tomó a pesar de las advertencias de Elena Rozmirovitch, secretaria del grupo parlamentario bolchevique de la Duma. Tras la revolución, Malinovski se presentó en Rusia y fue detenido. El 5 de noviembre de 1918, se abrió en su contra un proceso criminal en Moscú. En aquella época Elena Rozmirovitch era la presidenta de la comisión de investigación del Comité Ejecutivo Central de Rusia, y su segundo marido, Nikolai Krilenko, fue el fiscal del caso. Resulta curioso apuntar también que era Krilenko quien redactaba aquellos famosos e incendiarios discursos que Malinovski pronunciaba en la Duma zarista. Esta vez el fallo fue condenatorio porque la Revolución se había apoderado de los archivos de la Ojrana, en los que figuraba su nombre, y Malinovski fue pasado por las armas por traición a la causa del proletariado.
(1) V.I.Lenin: «El socialismo y la guerra», en Obras Completas, tomo 26, pg.372.
(2) V.I.Lenin: «El sentido histórico de la lucha interna en el Partido en Rusia», en Obras Completas, tomo 19, pg.394.
(3) V.I.Lenin: «El derecho de las naciones a la autodeterminación», en Obras Completas, tomo 25, pg.332.
(4) V.I.Lenin: «Acerca de una violación de la unidad que se encubre con gritos de unidad», en Obras Completas, tomo 26, pg.214.
(5) V.I.Lenin: Carta a Alejandra Kolontai de 17 de febrero de 1917, en Obras Completas, tomo 49, pg.446.
(6) V.I.Lenin: Carta a Zinoviev de 24 de agosto de 1909, en Obras Completas, tomo 47, pg.209.
(7) V.I.Lenin: Obras Completas, tomo 20, pg.102.
(8) V.I.Lenin: «Carta al Colegio del CC del POSDR en Rusia», en Obras Completas, tomo 20, pg.47.
(9) V.I.Lenin: «El objetivo de la lucha del proletariado en nuestra revolución», en Obras Completas, tomo 17, pg.393.
(10) Staline, Éditions de Deux-Rives, Paris, 1945, pg.40.
(11) V.I.Lenin: Carta a Inés Armand de 25 de diciembre de 1916, en Obras Completas, tomo 49, pg.399.
(12) V.I.Lenin: Cartas a A.G. Shliapnikov de 11 de marzo y 17 de junio de 1916, en Obras Completas, tomo 49, pgs.222 y 284. Otra crítica aparece también en su artículo «La internacional de la juventud», en Obras Completas, tomo 30, pgs.235 y stes.
(13) V.I.Lenin: Obras Completas, tomo 33, pgs. 333 y stes.
(14) V.I.Lenin: Cartas a Inés Armand y Alejandra Kolontai escritas hacia el 17 de febrero de 1917, en Obras Completas, tomo 49, pg.447.
(15) V.I.Lenin: Carta a Henriette Roland-Holst de 8 de marzo de 1916, en Obras Completas, tomo 49, pg.218.
(16) N.I.Bujarin: El imperialismo y la economía mundial, Ruedo Ibérico, Paris, 1969, pgs.127 y 131.
(17) N.I.Bujarin: El imperialismo y la economía mundial, Ruedo Ibérico, Paris, 1969, pg.65.
(18) N.I.Bujarin: El imperialismo y la economía mundial, Ruedo Ibérico, Paris, 1969, pg.115.
(19) N.I.Bujarin: El imperialismo y la economía mundial, Ruedo Ibérico, Paris, 1969, pg.166.
(20) V.I.Lenin: «Acerca de la naciente tendencia del economismo imperialista», en Obras Completas, tomo 30, pg.70.
(21) José V. Stalin: La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos. Prefacio al Libro Camino de Octubre.
Continúa.

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