El pacto Molotov-Von Ribbentrop
En los años treinta del siglo XX, la agresiva política exterior de las potencias fascistas había debilitado la posición del imperialismo anglo-francés en vastas regiones como el Mediterráneo oriental y occidental, el norte de África, los Balcanes y el Extremo Oriente, así como en puntos estratégicos y vías de comunicación tan vitales como Suez o Gibraltar. Desapareció la hegemonía anglo-francesa de Europa, levantada sobre los cimientos del Tratado de Versalles. Las fuerzas del Eje se estaban instalando peligrosamente en algunos puntos clave del mundo para proseguir desde todas partes su expansión con redobladas energías. El acuerdo de Munich de 1938 entre las potencias occidentales y la Alemania nazi demostró que ya no eran sólo las colonias sino la misma Europa la que estaba destinada a ser esclavizada y colonizada por el fascismo.
Frente a los países fascistas, la política de las potencias occidentales fue la estimular el expansionismo del Eje, tratando de volcarlo hacia el este, hacia la Unión Soviética, haciendo todo tipo de concesiones. Trataban de lograr que en un ataque contra la Unión Soviética Hitler se desgastara lo suficiente como para luego ellos poder imponerse sobre ambos y dictar sus condiciones.Pero pesar de toda la propaganda anticomunista de los nazis, en realidad, sus ambiciones no se enfilaban exclusivamente contra la Unión Soviética, sino contra Europa en general, incluidas Gran Bretaña y Francia.
Molotov fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores en sustitución de Litvinov con el propósito de acelerar la firma de un tratado tripartito de asistencia mutua con Gran Bretaña y Francia. Su primer discurso en el cargo, pronunciado el 31 de mayo de 1939, no dejó lugar a ninguna duda: la Unión Soviética estaba por la paz y esta paz no comprendía sólo a las grandes potencias sino, además, a todas los pequeños países de Europa central, incluidos los que tenían fronteras comunes con la Unión Soviética, a quienes ofrecía todas las garantías necesarias. Era también una oferta concreta: Molotov declaró que su país estaba dispuesto a concluir un acuerdo por el que todos los países firmantes se concederían asistencia militar en caso de agresión. Que el discurso de Molotov no era puramente retórico quedó claramente demostrado cuando se mostró dispuesto a prestar apoyo militar incluso en el caso de lo que calificó como una agresión indirecta, es decir, de un ataque por medio de golpes de Estado o presiones internas que lograran un cambio de gobierno favorable a los agresores. Molotov puso encima de la mesa estas cuestiones en todas las conversaciones mantenidas con diplomáticos, militares y representantes franceses y británicos. Se esforzó en prevenir a las potencias occidentales del ataque que se les vendría encima, proponiendo a sus gobiernos respectivos la necesidad de establecer acuerdos internacionales de seguridad colectiva con el fin de frenar la expansión fascista. Pero estos países, si bien nunca cerraban el camino de las conversaciones, no hacían sino tratar de alargarlas lo más posible con objeto de utilizarlas para presionar a Hitler con la amenaza de un cerco y una poderosa alianza contra Alemania.
Sobre todo en la política británica de entreguerras se aprecia una enorme hipocresía. Hasta que Londres y otras ciudades inglesas no fueron cruelmente bombardeadas por la aviación alemana, los británicos confiaron en llegar a un acuerdo amistoso con Hitler para repartirse el mundo. Pese a la declaración formal de guerra en setiembre de 1939, las conversaciones entre bastidores proseguían, así como los suministros de ayuda económica y militar. En los diez primeros meses de 1938 el comercio de armas entre Estados Unidos y Alemania alcanzó la suma de 400.000 dólares; el capital norteamericano invertido en Alemania era en ese mismo año del orden de los 1.000 millones de dólares y el británico de unos 200 millones. Igualmente las exportaciones de chatarra y mineral de hierro alcanzaron 1'7 millones de toneladas frente al millón del año anterior. Un mes antes de la declaración de guerra se celebró una reunión entre Wilson, un asesor personal del Primer Ministro y un representante del Partido Laborista, Baxton, quienes propusieron al representante alemán Wohltat, un plan de colaboración anglo-germana de largo alcance para abrir nuevos mercados en el mundo y explotar los ya existentes en beneficio mutuo, entre los que citaron expresamente a la Unión Soviética y a China.
Mientras las potencias occidentales persistían en tratar de alcanzar un acuerdo general con la Alemania nazi, obstaculizaban las negociaciones con la Unión Soviética para garantizar la paz en Europa y poner freno a la expansión de las potencias del Eje. Las conversaciones con los diplomáticos soviéticos no tenían otro objeto que maniatar a la URSS con obligaciones cuyo cumplimiento la arrastrara a una guerra con Alemania. Por ello las conversaciones con las potencias occidentales llegaron a un callejón sin salida: trataban de ganar tiempo para concluir su acuerdo con Alemania.
Ante esta situación, la Unión Soviética aceptó los ofrecimientos de Alemania y en agosto de 1939 firmó el pacto llamado Molotov-Von Ribbentrop que resultó providencial, ya que lanzó a los imperialistas a una batalla entre ellos mismos, dejando un margen de dos años a la URSS para que se preparara frente a la agresión.
Se trataba de un pacto de no agresión, no de ningún tipo de alianza entre ambos países. Por lo demás, el acuerdo entre la URSS y Alemania era lógico tanto desde el punto de vista histórico como geoestratégico. Tanto el zarismo como la posterior República surgida de la Revolución de Febrero formaban parte de la Entente imperialista, esto es, del acuerdo con Gran Bretaña y Francia enfilado contra Alemania. Por ello, Alemania favoreció la llegada de Lenin desde Suiza hasta Rusia, atravesando su territorio. Ya entonces los bolcheviques fueron acusados de integrar a Rusia en una alianza con los imperialistas alemanes. Tras la Revolución de Octubre se firmaron varios tratados entre ambos países: en 1918 la paz de Brest-Litovsk, en 1922 el tratado de Rapallo y en 1926 el de Berlín. Tanto Alemania como Rusia fueron países aislados e incluso humillados diplomáticamente por los tratados internacionales que pusieron fin a la I Guerra Mundial. Hasta la llegada de los nazis al poder, en la nueva República alemana se fraguaron toda una serie de planes de colaboración económica y militar con le Unión Soviética. Uno de los partidarios de esa colaboración era Rathenau, el ministro de Asuntos Exteriores que, no por casualidad, fue asesinado por elementos de extrema derecha, igual que el francés Barthou. Los alemanes pudieron eludir las prescripciones del Tratado de Versalles gracias a la URSS, donde pudieron reorganizar su ejército. En 1932 ochocientos oficiales alemanes se instruían en la URSS y se instalaron fábricas conjuntas de armamento.
Aunque la llegada de Hitler al poder paralizó esa colaboración, los imperialistas británicos y franceses siempre sospecharon de las vinculaciones entre ambos países. El Pacto Molotov-Von Ribbentrop continuó aquella misma línea porque la Unión Soviética no podía ni luchar en dos frentes ni mucho menos con ambos bloques imperialistas confabulados. Tenía que aprovechar las profundas contradicciones entre las grandes potencias para preservar su seguridad y pudo disponer de dos opciones para pactar, acogiéndose a la primera oportunidad que se le presentó, que fue la de Alemania. Es por ello totalmente explicable el enfado de los imperialistas occidentales cuando exponen este asunto en sus panfletos: el pacto entre ambos países llevó toda la furia hitleriana hacia el oeste y sus cálculos se vinieron abajo estrepitosamente. Aún no se han recuperado de aquel revés...
El tratado firmado entre ambos países, además de un pacto de no agresión, comportaba un protocolo por el cual -según es corriente leer- la Unión Soviética se repartía Polonia con Alemania. La propaganda imperialista con sus tergiversaciones acerca de este acontecimiento histórico no trata sino de lavar la cara a los nazis y ocultar el hecho fundamental de que la URSS salvó momentáneamente a bielorrusos y ucranianos del terror y los campos de concentración hitleranos, al tiempo que fortalecía sus defensas y recuperaba territorios que eran suyos históricamente y no de Polonia. Para salir de la I Guerra Mundial, la Revolución de Octubre, además del Tratado de Brest-Litovsk con Alemania había tenido que firmar también el Tratado de Riga, por el que cedía a Polonia las regiones occidentales de Bielorrusia y Ucrania, como reconoce Fontaine:
La frontera quedó fijada a doscientos kilómetros al este de la línea Curzon, que debía su nombre al del ministro de Asuntos Exteriores británico que propuso hacerla coincidir con la de demarcación entre las poblaciones polacas de un lado y las ucranianas y bielorrusas de otro. La Rusia blanca y Ucrania se encontraban así cortadas en dos. Era evidente que en la primera oportunidad Moscú plantearía de nuevo los problemas derivados de este trazado artificial. Y la primera ocasión será el ataque alemán contra Polonia. A grosso modo esta línea Curzon separará a alemanes y soviéticos en 1939. Cuatro años más tarde Roosvelt y Churchill la reconocerán, tras algunas modificaciones, como frontera definitiva (1).Lo que se había dividido no era Polonia en 1939 sino Bielorrusia y Ucrania en 1921, de modo que la URSS no se apropiaba de una parte de Polonia sino que recuperaba algo que era suyo y que se le había arrebatado. Para los que gustan más de la geografía que de la política, esto es lo que se puede leer en un manual: en marzo de 1921 la paz de Riga había fijado la frontera polaca a 250 kilómetros al este de la frontera étnica (2) lo que, traducido, significa que se le habían arrebatado a la Unión Soviética todos esos territorios. También Wiskemann expone lo mismo:
Los rusos fueron derrotados y, en consecuencia, tuvieron que aceptar el tratado de Riga, formado en marzo de 1921, según el cual la línea Curzon, que seguía bastante de cerca las divisiones étnicas, y que había sido propuesta por el Foreign Office, fue abandonada a favor de una frontera ruso-polaca situada más al este. Así, unos seis millones de ucracnianos, ortodoxos o uniatos y rusos blancos, quedaron a la fuerza dentro de Polonia. Aunque en Occidente se habló mucho más de los agravios alemanes contra la nueva república polaca, la minoría casi rusa de ésta era incomparablemente mayor que la alemana; estaba enteramente formada por campesinos pobres y, por tanto, más desamparada. La mayor parte de los rusos, comunistas o no, consideraban rusos a los ucracnianos. Por ello, la Polonia de entreguerras fue tan inaceptable para la URSS como lo habría sido para la Rusia zarista, pues la propaganda soviética la describió como un país de pequeños propietarios agrícolas antiproletarios, aunque la mayoría de los polacos eran también campesinos pobres. La extensión de Polonia después de Versalles ea amenazadora, aunque esto no se tuvo en cuenta e incluso fue bien acogido en la medida en que contribuía a contener a los soviéticos ((3)).Por lo mismo, esos territorios no retornaron en la posguerra a poder de Polonia y en eso estuvieron de acuerdo todos los países, de donde se puede deducir que lo que era justo en 1945 también debía serlo seis años antes. Lo mismo cabe decir de Besarabia, integrante de Rusia antes de la Revolución de Octubre y luego reincorporada a la soberanía soviética, así como Estonia, Letonia y Lituana, países independizados tras la Revolución, y los territorios de Finlandia próximos a Leningrado, que también fueron integrados después de una breve guerra entre ambos países en 1939.
Polonia tuvo la gran oportunidad de asegurarse el dominio de aquellos territorios de Ucrania y Bielorrusia cuando Molotov le propuso un acuerdo que suponía el recnocimiento de las fronteras existentes, es decir, la renuncia por parte de la URSS a las regiones perdidas en 1921. Es preciso, en consecuencia, explicar las razones de ello. Con la colaboración del Vaticano, la reacción polaca en el gobierno aspiraba a repartirse con Alemania Ucrania entera. Ante la posibilidad de optar entre Alemania y la URSS, Polonia había tomado su decisión y prefería ponerse de acuerdo con loz nazis. Ante la posibilidad de quedarse con una parte o con todo, prefirió quedarse con todo. Lo que nunca imaginó Polonia es que no iba devorar sino a ser devorada.
La guerra de la Unión Soviética con Finlandia puso, otra vez, de manifiesto la verdadera catadura de Gran Bretaña y Francia que, mientras tenían la guerra declarada a la Alemania nazi, luchaban a su lado en Finlandia. Desde Oriente Medio, un teletipo del general francés Weygand a su superior en París, le propone romper los riñones de la Unión Soviética atacando desde Siria las instalaciones petrolíferas del Cáucaso. De esta forma, el Ejército Rojo quedaría atrapado en dos frentes tan lejanos como Finlandia en el norte y el Cáucaso en el sur.
En una semana Polonia desapareció como Estado, lo cual fue consecuencia tanto del III Reich como de su propia política. Durante las negociaciones de Molotov con Gran Bretaña y Francia para llegar a un acuerdo de seguridad colectiva, un aspecto fundamental de las mismas fue la necesidad de que, en caso de agresión alemana, el Ejército Rojo debía penetrar en suelo polaco para enfrentarse con la Wehrmacht ya que ambos países carecían de fronteras comunes. Tanto Gran Bretaña como Francia lo reconoceron así y exigieron a Polonia que autorizara la entrada de las tropas soviéticas, algo que el reaccionario gobierno polaco negó rotundamente. Prefirieron entregar su país a los nazis antes que recabar la ayuda de la Unión Soviética.
Tras la ocupación de su país por los nazis, el gobierno polaco huyó a Londres a través de Rumanía. Entonces el Ejército Rojo avanzó las fronteras de la URSS, que situaron casi exactamente en la línea Curzon, encontrándose con la Wehrmacht exactamente en Brest-Litovsk. Pareció que los viejos fantasmas de 1918 volvían a florecer para el movimiento comunista internacional, casi con los mismos protagonistas. Los que criticaron el acuerdo de Brest-Litovsk, volvían a criticar éste. Éstos imaginan que los procesos revolucionarios son rectos y lineales y que nunca hay necesidad de girar ni retroceder, que cualquier acuerdo con el enemigo es siempre malo por sí mismo, que en las batallas sólo cabe la victoria o la derrota, sin ningíun término medio. También hay hoy -como los hubo entonces- quien opina que hay imperialistas buenos (Gran Bretaña y Francia) e imperialistas malos (Alemania, Italia, Japón) y que un pacto con éstos es rechazable, mientras que no hubieran opinado de la misma forma si el acuerdo se hubiera firmado con los primeros. En todas estas posiciones se aprecia una gran ingenuidad pero, sobre todo, se aprecian planteamientos que nada tienen que ver con el comunismo.
El Pacto supuso una tremenda derrota de los planes de las potencias occidentales de enfrentar a Alemania con la Unión Soviética. Con este pacto Alemania pretendía guardarse las espaldas en el este mientras atacaba por el oeste. Había llegado a las mismas fronteras de la Unión Soviética, pero antes de enfrentarse al Ejército Rojo pretendía ganar y acumular aún más potencial económico y militar con el sometimiento de las poderosas naciones industrializadas del occidente europeo.
Tuvo profundas repercusiones en el ulterior desarrollo de la escena internacional. Sirvió para romper el contubernio antisoviético forjado en Locarno y Munich al enfrentar a unas potencias imperialistas contra otras, de cuya rivalidad dependía en buena parte la supervivencia del poder soviético. La agudización extrema de las contradicciones imperialistas terminó con la política de resolver sus rivalidades a costa de terceros, y en primer lugar de la propia Unión Soviética. Ahora esas contradicciones se tenían que resolver a costa de unos u otros imperialistas. La política de tolerancia, apaciguamiento y no intervención, que había acabado con la República española, se vio finalmente enfrentada al militarismo del III Reich que tanto habían contribuido a alimentar. Cuando en el verano de 1941 Alemania violó sus compromisos del Pacto de no agresión, la situación internacional, comparándola con la de agosto de 1939 había cambiado radicalmente: Inglaterra ya estaba en guerra con Alemania; Estados Unidos estaba próximo a incorporarse a la contienda; Japón tenía un exacerbado conflicto con el imperialismo norteamericano en vísperas del ataque a Estados Unidos en Pearl Harbour.
En lugar del aislamiento diplomático en que se encontraba la Unión Soviética en el verano de 1939 ante la amenaza de guerra en dos frentes simultáneamente, en occidente y en Lejano Oriente, el retraso en el ataque contra la Unión Soviética permitió comenzar la guerra en unas circunstancias mucho más favorables. En 1941 se daban todas las condiciones para una alianza anglo-soviética con la perspectiva de que Estados Unidos se adhiriera a la misma, es decir, para la formación de una coalición antifascista, como en realidad se constituyó. Por lo tanto la prórroga obtenida gracias al pacto de no agresión con Alemania resultó ser suficiente para evitar que la Union Soviética fuera arrastrada a una guerra en una situación internacional tan desfavorable como la que existía en 1939. Dos años después la Wehrmacht no combatía a un Ejército Rojo aislado sino que debía combatir también contra las potencias occidentales.
Junto a la Unión Soviética estaban un poderoso número de potencias occidentales también enfrentadas a Alemania y era posible establecer una sólida alianza bélica para enfrentarse a las fuerzas del Eje. En numerosos países cuyos gobiernos burgueses se habían derrumbado, se había desencadenado a pesar de ello un poderoso movimiento guerrillero. Todo esto obligó a la Wehrmacht a una extrema dispersión de sus fuerzas, para asentar las áreas conquistadas y evitó un golpe aún més fuerte y concentrado contra el país de los soviets.
En esos dos años se produjo un notable fortalecimiento del Ejército Rojo, que le permitió triplicar sus efectivos y prepararse meticulosamente en las nuevas técnicas bélicas que los nazis estaban poniendo en práctica en el frente occidental. Se desarrolló el sistema de defensa antiaérea, y en los primeros once meses de 1940 se pusieron en funcionamiento 100 nuevos buques de guerra, así como 125 nuevas divisiones que se formaron y equiparon entre 1939 y 1941. Igualmente fueron evacuadas 1.523 empresas industriales instaladas en la frontera occidental de la URSS y trasladadas hacia el interior en millón y medio de vagones.
En los tres años y medio anteriores a la guerra, la producción industrial creció a un ritmo del 13 por ciento anual, mientras la producción de armamento aumentó un 39 por ciento anual. En este mismo periodo de tiempo, en previsión de la guerra, fueron puestas en pie cerca de 3.000 fábricas nuevas. Al atacar la Alemania nazi a la Unión Soviética, Stalin dijo que la guerra de hoy es una guerra de motores. La ganará el que tenga una superioridad aplastante en la fabricación de motores. El tiempo no tardaría en darle la razón, y el fortalecimiento de la retaguardia, el gigantesco esfuerzo desplegado por la industria militar soviética constituyó uno de los factores decisivos del triunfo en la guerra contra el fascismo de 1940-1945.
En 1926 la industria soviética fabricaba únicamente 500 vehículos motorizados, y el Ejército Rojo sólo disponía de 38 tanques; en 1931 el número de aviones en funcionamiento era de 860. Era necesario acabar rápidamente con esta situación, ante los peligros que acechaban al socialismo por todas partes, y el único modo de lograrlo era una rápida industrialización socialista. Cuando todas las potencias imperialistas se estaban rearmando furiosamente y tramaban todo tipo de agresiones contra la URSS, se hacía cada vez más necesario equipar y modernizar el Ejército Rojo, introducir una serie de novedades técnicas teniendo en cuanta las recientes experiencias bélicas. Esta fue una preocupación constante del poder soviético desde los tiempos de Lenin, quien ya previno acerca de las intenciones guerreras del imperialismo: Debemos estar alerta y aceptar ciertos sacrificios duros en bien del Ejército Rojo [...] Frente a nosotros tenemos a la burguesía de todo el mundo que solamente busca la forma de estrangularnos. Lo contrario era invitar al imperialismo a entrar a saco en la Unión Soviética. Quienes se opusieron entonces a ello, y quienes todavía hoy lo critican amargamente, no dan a entender sino su interés en que el Ejército Rojo hiciera frente a la poderosa Wehrmacht con sus divisiones acorazadas y su artillería con los viejos cañones decimonónicos tirados por mulas, como se emplearon en la guerra civil. Sin la colectivización del campo y la industrialización socialistas la Unión Soviética hubiera sucumbido estrepitosamente ante las divisiones acorazadas y los tanques nazis. La Unión Soviética tenía que integrar la diplomacia y la política exterior con el desarrollo industrial y el poder militar. La guerra moderna sería en gran escala y duraría más que la guerra de 1914-1918. Toda la vida del país se vería envuelta en ella y era tan importante preparar las comunicaciones y el transporte, como tener una fuerza aérea, un Ejército y una armada moderna.
A comienzos de la guerra la potencia de fuego del Ejército Rojo era notablemente inferior, en cantidad y calidad, a la de los invasores fascistas, desventaja que no fue equilibrada hasta bien entrada la guerra.
El presupuesto militar se elevó desde los 17.500 millones de rublos en 1931 hasta los 56.900 en 1937. Se formó la Brigada Mecanizada en 1930, con dos batallones de tanques y otros dos motorizados y equipados con artillería y equipos de reconocimiento. También se creó en 1932 una Academia de Mecánica y Motorización, dentro de la Escuela de Guerra, que instruía a los oficiales dentro de las modernas técnicas de operación bélicas con blindados. Se crearon cuerpos de ejército completamente mecanizados, se impulsaron las dotaciones de vehículos motorizados, las fuerzas aéreas, y en 1931 se crearon las primeras unidades de paracaidistas del mundo. En 1941 había ya 25 cuerpos motorizados; el parque de tanques había subido ya hasta las 7.000 unidades en 1935, con 100.000 camiones y 150.000 tractores; en 1937 estaban en servicio 3.578 aviones de combate y transporte. Las primeras divisiones de tanques sólo estuvieron dispuestas un año antes de la invasión fascista, siendo un logro gigantesco de la ingeniería militar soviética el carro de combate T-34, uno de los modelos más avanzados de la época, y que no tardaría en hacer valer sus condiciones en la defensa del socialismo. Se proyectaba formar para la primavera de 1941 unos 20 cuerpos mecanizados nuevos, pero no hubo tiempo material para ello y la industria soviética estaba ya funcionando por encima de sus posibilidades de producción. Lo mismo sucedió con las previsiones de construcción aeronáuticas.
En este año se aprobó el IV Plan Quinquenal que preveía un reforzamiento aún mayor del socialismo en la economía, junto con una sustancial elevación del bienestar y el nivel cultural del pueblo soviético. La producción industrial debía duplicarse y existían ya proyectos para constituir grandes reservas de alimentos, materias primas y combustible en previsión de la guerra. El estallido de la guerra frustró todos estos proyectos, pero a pesar de todo se obtuvieron éxitos importantes: la producción industrial creció un 45 por ciento, la de maquinaria un 76 por ciento, la agraria un 41 por ciento, etc. Se constata, pues, un gigantesco fortalecimiento del socialismo en todos los terrenos frente a la crisis económica y política del imperialismo, despedazado por sus contradicciones internas, por los levantamientos de las masas populares, por el choque de los bloques rivales. Contrastan igualmente los esfuerzos soviéticos en lograr la paz frente al rearme feroz y el expansionismo de las potencias imperialistas. Si, como dijeran Marx y Engels, la guerra pone al descubierto las debilidades de los sistemas sociales caducos, la victoria soviética y antifascista en la Segunda Guerra Mundial no tardaría en poner de relieve la vitalidad del socialismo y de las masas populares frente a la decadencia y el parasitismo de que hicieron gala a lo largo de toda la guerra la reacción y los monopolistas que la desataron.
Tampoco es desdeñable el hecho que tal retraso pusiera al desnudo la estrategia militar fascista, basada en la movilidad, la penetración en profundidad y la sorpresa, factores todos ellos que eran completamente distintos de los experimentados en la I Guerra Mundial y que a ciertos Ejécitos, como al francés, le ocasionaron serios reveses por su insistencia y fijación en los aspectos pasivos de las confrontaciones bélicas, la guerra de trincheras, etc., tal y como se demostró con el desastre de la línea Maginot. Cuando la Wehrmacht pretendió aplicar esta lección tan bien aprendida en el frente occidental contra el Ejército Rojo, éste se hallaba ya al tanto de los movimientos operativos de los nazis, que no pudieron contar con tal ventaja. La sorpresa, clave de las acciones militares hitlerianas, sólo pudo funcionar eficazmente en las primeras semanas de la guerra en el frente oriental.
Durante esos casi dos años de ventaja de que dispuso la Unión Soviética y mientras las potencias occidentales se venían abajo una por una y con una facilidad sorprendente, el poder soviético se reforzó notablemente y preparó sus fronteras y sus puestos defensivos frente a los vecinos que acechaban en espera del momento propicio para lanzarse al ataque.
La gran guerra contra el fascismo
Ante todo la guerra mundial, que para los soviéticos fue una guerra patriótica, una guerra de liberación nacional frente a un ocupante extranjero, fue una contienda que se entabló entre la Unión Soviética y la Alemania nazi. En comparación con la magnitud de los combates en el frente de Europa oriental, los demás frentes (Extremo Oriente, norte de África, Europa occidental) tuvieron una importancia muy pequeña. Baste decir que mientras los Estados Unidos tuvieron menos de 300.000 bajas en toda la guerra, los soviéticos tuvieron 30 millones, es decir, cien veces más. Toda Europa debe a la Unión Soviética la victoria sobre las hordas hitlerianas.La resistencia soviética frente al poderoso ejército hitleriano es uno de los episodios heroicos más grandes de toda la historia de la humanidad. Las consignas del Partido de resistir a ultranza frente al enemigo, la guerra de guerrillas, la entrega sin límite de los combatientes del Ejército Rojo y el trabajo infatigable del proletariado y los pueblos de la URSS, unidos a la fortaleza del régimen socialista, fueron las razones de la victoria soviética sobre la bestia nazi. Los países capitalistas no ofrecían apenas resistencia al avance fascista y Hitler pensó que la Unión Soviética caería como fruta madura. Mientras una capital occidental tan emblemática como París cayó humillada con apenas un paseo militar, Kiev retardó el avance nazi seis semanas, Odessa lo hizo en ocho y Moscú rechazó dos feroces asaltos, Stalingrado se convirtió en el teatro de la mayor batalla bélica de la historia, pero los nazis no lograron penetrar en su interior y Leningrado fue cercado pero jamás los nazis pudieron entrar en la capital de la revolución. Los agresores no se encontraron al pueblo soviético con los brazos abiertos, como esperaban, sino con una fiera oposición.
En el otoño de 1941, cuando las hordas hitlerianas se acercaban a Moscú, sus vecinos observaron la evacuación, primero de los niños y los ancianos, luego de los archivos y oficinas ministeriales y, finalmente, de los altos funcionarios de la administración. Una mañana cundió el pánico y los moscovitas comenzaron a agolparse en la estación de Kazán y a abandonar la ciudad, hasta que por la tarde repentinamente comenzaron a retornar otra vez a sus casas, porque vieron que Stalin no sólo no había abandonaba Moscú, sino que se le pudo ver sentado en el asiento trasero su viejo Packard descapotable. Los moscovitas se lanzaron a la calle y fueron muchos los que pudieron saludar a Stalin en la Avenida Gorki.
El Ejército Rojo resistió y venció; el proletariado y las masas populares resistieron y vencieron, y todo ello fue posible porque se sentían partícipes del nuevo Estado socialista y tenían una confianza ciega en el Partido Comunista y en Stalin.
La derrota del fascismo en la II Guerra Mundial no fue sino un reflejo del éxito obtenido por la Unión Soviética en la construcción del socialismo, así como de la correcta política exterior desarrollada, y de una orientación militar adecuada al tipo de guerra que se estaba dirimiendo. Por otra parte dejaba al descubierto la bancarrota del sistema imperialista y su manifiesta inferioridad ante la nueva sociedad que había inaugurado la Revolución de 1917.
El hecho adquiere aún más realce si comparamos la victoria soviética en 1945 con las anteriores confrontaciones militares en las que se había visto envuelta la Rusia zarista, derrotada en la guerra de Crimea (1853-1856), humillada por Japón en la guerra de 1905 y hundida por la guerra mundial de 1914. En la I Guerra Mundial Alemania estaba venciendo sobre Rusia, a pesar de verse obligada a luchar en dos frentes y de no contar con Japón ni con Italia. A pesar de disponer en 1941 con factores notablemente más favorables, Alemania, poniendo en liza el ejército más formidable de toda la historia, fue incapaz de derrotar a la Unión Soviética, lo que destaca el formidable avance que había experimentado este país después de la revolución.
Sin embargo, entre los cálculos de los estrategas hitlerianos contaba la idea de que el régimen soviético se encontraba al borde del desmoronamiento. Presumían una gran debilidad de la retaguardia soviética, incapaz de soportar el primer embiste de la Wehrmacht. Presumían que tras los primeros fracasos del Ejército Rojo sobrevendrían levantamientos en todas las regiones que saludarían alborozados la progresión germana hasta los Urales. Los fascistas, lo mismo que los imperialistas occidentales, se habían creído sus propias falsedades acerca de la actitud de las masas hacia el socialismo y esperaban que éstas se pusieran a disposición de los invasores. El avance alemán en los primeros momentos de la guerra fue una verdadera prueba de fuego, porque al penetrar profundamente en territorio soviético, los pueblos soviéticos no sólo no se arrojaron en brazos de los fascistas, como éstos esperaban, sino que defendieron a muerte a su país. Decía Stalin en esos primeros momentos de la guerra: Progresando hacia el interior de nuestro país el Ejército alemán se aleja de su retaguardia alemana, está obligado a operar en un ambiente hostil, a crearse una nueva retaguardia en un país extranjero que, por otra parte, disgregan nuestros guerrilleros, lo que desorganiza a fondo el revituallamiento del Ejército alemán, lo hace temer por su retaguardia y mata en ella su fe en la estabilidad de la situación. Mientras que nuestro Ejército opera en su propio país, goza del incensante apoyo de su retaguardia, está regularmente provisto de hombres, municiones, víveres y tiene una confianza firme en su retaguardia.
La solidaridad entre las diversas nacionalidades de la URSS se mostró tremendamente fuerte, y el Estado soviético puso a prueba con éxito su solidez en todos los campos. Stalin constataba: Nunca jamás la retaguardia ha sido tan sólida como en el presente. Es muy probable que cualquier otro Estado con pérdidas territoriales como las que nosotros hemos sufrido hasta hoy, no habría resistido la prueba y habría periclitado. Si el régimen soviético ha soportado con esta facilidad la prueba y reforzado todavía más su retaguardia, se debe a que el régimen soviético es, en el momento actual, el régimen más sólido [...] Las lecciones de la guerra testimonian que el régimen soviético no sólo se ha revelado como la mejor forma de organización del florecimiento económico y cultural del país durante los años de construcción pacífica, sino también como la mejor forma de movilización de todas las fuerzas del pueblo para responder al enemigo en tiempo de guerra. Tras un corto periodo histórico, el poder soviético creado hace 26 años ha hecho de nuestro país una fortaleza indestructible. De todos los Ejércitos del mundo, el Ejército Rojo es el que posee la retaguardia más sólida y segura.
En condiciones extremadamente difíciles, en medio del hostil cerco imperialista, se había llevado a cabo la industrialización socialista del país, y de este modo la Unión Soviética pudo superar su gran atraso, colocándose a la cabeza del mundo en cuanto a progreso social. La segunda conflagración internacional demostró claramente que la guerra moderna pone a prueba el total de los recursos materiales y morales de un país: nada se sustrae a sus devastadores efectos, y todas las energías son requeridas para lograr la victoria. Esto implica la coordinación de múltiples y variados factores: frente y retaguardia, economía, política y guerra. Actualmente no se puede ganar una guerra fiándose unilateralmente en uno sólo de los aspectos de la misma: hay que tener una superioridad manifiesta en todos ellos y en todos ellos el socialismo se demostró superior al capitalismo.
En febrero de 1931, en la I Conferencia de activistas de la industria, Stalin constataba que marchamos 50 ó 100 años detrás de los países más adelantados. En 10 años tenemos que ganar este terreno. O lo hacemos o nos aplastan. Y efectivamente 10 años después, en 1941, la Unión Soviética tuvo que hacer frente a la brutal agresión fascista. Sólo el tremendo esfuerzo de la retaguardia bajo la dirección del PCUS hizo posible la movilización de todas las energías humanas y materiales que desnivelaron esa ventaja de los agresores. Y esto no era más que fruto de los éxitos en la construcción económica socialista de preguerra.
La Unión Soviética triunfó porque había hecho la revolución, porque había derrotado ya a todos los imperialistas que anteriormente habían invadido su país y porque los pueblos soviéticos tenían plena confianza en su gobierno y su Estado socialistas. Pero triunfó, ante todo, porque todo el trabajo del pueblo, del Estado y del Ejército estaba dirigido por un Partido Comunista fortalecido y experimentado que en todo momento supo estar a la altura de los acontecimientos, sin dejarse llevar por el derrotismo ni por el oportunismo. Ya Lenin había escrito que la capacidad defensiva del país que ha sacudido el yugo capitalista, que ha entregado la tierra a los campesinos, que ha implantado el control obrero sobre los bancos y las fábricas [...] es muchísimas veces mayor que la capacidad defensiva de un país capitalista.
El PCUS dirigió con éxito todos los esfuerzos del pueblo soviético para alcanzar la victoria y dio ejemplo a la vez al participar sus militantes en cabeza de todas las tareas, tanto en la retaguardia (120.000 colaboradores en la defensa de Moscú junto al Ejército Rojo) como en el frente. Así se pudo elevar continuamente la producción, a pesar de la falta de mano de obra y de especialistas que se fueron al frente. En 1943, por ejemplo, se pusieron en funcionamiento más de 10.000 empresas industriales. Fruto de este trabajo político del PCUS fue el ingreso de 5 millones de nuevos militantes comunistas durante la guerra.
También en el frente, una acertada línea político-militar del PCUS permitió al Ejército Rojo disponer de todo lo preciso para llevar a buen fin las operaciones planteadas sobre el campo de batalla. El Ejército Rojo poseía un arma que sólo podía poseerla el Ejército del Estado socialista. Esa nueva arma era el trabajo político y de Partido encabezado por la Dirección General Política del Ejército Rojo y la Dirección General Política de la Marina de Guerra, que funcionaban con las atribuciones de Secciones del Comité Central del PCUS.
El Ejército Rojo no era un conglomerado de mercenarios ni tampoco un cuerpo expedicionario de invasores. Dijo Stalin en febrero de 1943 que el Ejército Rojo defiende la paz y la amistad entre los pueblos de todos los países. Ha sido creado no para conquistar otros países, sino para defender las fronteras de los soviets. El Ejército Rojo ha respetado siempre los derechos y la independencia de todos los pueblos. Se caracterizaba por constituir un Ejército regular, no voluntario, reclutado en el seno de la sociedad soviética, y dirigido y orientado por el Partido Comunista en base al sistema de comisarios políticos. Más de la mitad de los militantes comunistas estaban en el frente, y entre la tropa y oficiales los militantes del Partido eran el 13 por ciento (cifra que al final de la guerra ascendió hasta el 25 por ciento, cuando en la guerra civil era de sólo un 5 por ciento), a los que hay que sumar un 40 por ciento de komsomoles. En la escala de oficiales el 80 por ciento eran militantes del Partido Comunista; unos tres millones de comunistas cayeron en combate. Como ya indicara Lenin, han quedado relegados irreversiblemente al pasado los tiempos en que las guerras se hacían por mercenarios o representantes de una casta medio aislada del pueblo. Las guerras se hacen hoy por los pueblos. Precisamente nadie como el Ejército Rojo representó a su pueblo durante la guerra, derrochando heroísmo, coraje y energía sin medida para acabar con los planes exterminadores del fascismo.
Los comunistas dentro del Ejército Rojo desarrollaban la lucha ideológica contra las tendencias erróneas que surgían espontáneamente entre los combatientes: el derrotismo, el aventurerismo, los afanes de revancha y venganza y otras variantes del militarismo burgués que conducían al saqueo, al botín de guerra y otras formas de menosprecio hacia el pueblo. De nuevo recurriendo a Lenin recordamos su frase en la que decía: En toda guerra la victoria depende, en resumidas cuentas, del estado de ánimo de las masas que vierten su sangre en el campo de batalla. El convencimiento de lo justo de la guerra, la conciencia de inmolar su vida para bien se sus hermanos, levanta el ánimo de los soldados y los lleva a soportar dificultades inauditas. El desarrollar este ánimo y esta conciencia en el seno de los combatientes soviéticos fue una de las tareas más importantes que cumplieron los comunistas en las primeras líneas del frente.
En la cúspide del Ejército Rojo se hallaba el Gran Cuartel General, y por encima de él y como sección especial del gobierno se formó el Comité Estatal de Defensa, presidido por Stalin y otros cuatro dirigentes del PCUS. Era este reducido núcleo el que llevaba sobre sí toda la responsabilidad en la dirección de la guerra, especialmente Stalin que era también presidente del Gran Cuartel General, cuyas funciones eran más específicamente militares que la del anterior. Escribió el mariscal Zhukov en sus Memorias: La labor del Gran Cuartel General se basaba en los principios leninistas de mando centralizado de las tropas [...] Fue un órgano colectivo de dirección de las acciones bélicas de las fuerzas armadas. Su labor se basaba en una combinación racional de mando colectivo y unipersonal. En todos los casos el Jefe Supremo [del Cuartel General, o sea, Stalin] era el que decidía en última instancia. Las ideas y los planes de las operaciones estratégicas y las campañas se elaboraban en el Estado Mayor General con la participación de algunos miembros del Cuartel General. A esto precedía un gran trabajo en el Buró Político [del PCUS] y el Comité Estatal de Defensa. Se examinaba la situación internacional en el periodo dado y se estudiaban las potenciales posibilidades políticas y militares de los países beligerantes. Únicamente después del estudio y el examen de todas las cuestiones generales se hacían pronósticos de carácter político y militar. Como resultado de toda esta compleja labor se determinaba la estrategia política y militar por la que se guiaba el Cuartel General del Mando Supremo.
Dentro del Gran Cuartel General y del Comité Estatal de Defensa Stalin jugó un papel destacado en la dirección política y militar de la guerra, quien por sus méritos y su gran labor fue elevado al grado de mariscal, máximo cargo dentro del Ejército Rojo. Según Zhukov:
Cuando se preparaba la operación de turno, Stalin solía llamar al Jefe del Estado Mayor General y a su adjunto, y examinaba minuciosamente con ellos la situación operativo-estratégica en todo el frente soviético-alemán, el estado de las tropas de los frentes, los datos proporcionados por los diversos servicios de información y la marcha de la preparación de las diversas reservas de todas las armas. Luego se llamaba, para que acudieran al Cuartel General, al Jefe Logística del Ejército soviético, a los Jefes de distintas armas, así como de los departamentos del Comisariado del pueblo de Defensa, que tenían que asegurar todo lo necesario para la operación dada.Pero no solamente el carácter proletario y la dirección comunista caracterizaban al Ejército Rojo; se trataba también de un Ejército moderno, provisto de los sofisticados avances técnico-militares que la industria socialista pudo proveerle. La organización militar del Ejército Rojo estaba acorde con su carácter clasista, pero también con las modernas técnicas de dirección de la guerra. Destacaba por el rechazo a supeditarse a un sólo medio técnico de combate, poniendo de relieve la necesidad de coordinar todas las armas y medios bélicos: artillería, bombardeo, guerrilla, cerco, etc. Por el contrario los mandos occidentales daban mayor o menor importancia a la aviación estratégica, a los combates navales, etc., según los casos y las circunstancias. Como escribió Stalin: En el transcurso de la guerra el Ejército Rojo se ha transformado en un Ejército especializado. Ha aprendido a combatir al enemigo con golpe seguro, teniendo en cuenta sus lados fuertes y débiles, como lo exige la ciencia militar moderna. Cientos de miles y millones de combatientes del Ejército Rojo se han hecho dueños en el manejo de sus armas: fusil, sable, metralleta, artillería, morteros, carros de combate, trabajos de ingeniería y en la aviación. Decenas de miles de jefes del Ejército Rojo se han hecho maestros en el arte de conducir a sus tropas. Han aprendido a combinar el valor y el coraje individuales con el arte de mandar los Ejércitos en el campo de batalla; han renunciado a la absurda y peligrosa táctica lineal y han adoptado resueltamente la táctica de maniobra. Por otra parte, la vieja táctica de guerra de trincheras y de posiciones, heredada de la primera gran guerra por los países capitalistas, y que al igual que la supeditación de las acciones bélicas a los bombardeos masivos de ciudades e industrias o a los combates navales, formaban parte de la táctica dilatoria de las potencias occidentales en la primera parte de la guerra. El Ejército Rojo, desde los primeros momentos de la agresión, se esforzó por romper la estrategia nazi de guerra relámpago, de desarticular al grueso de las fuerzas enemigas practicando la política de resistencia a ultranza con objeto de romper los planes del fascismo y elevar, al mismo tiempo, la moral de los combatientes.
Después el Jefe Supremo, su adjunto y el Jefe del Estado Mayor General analizaban las posibilidades operativo-estratégicas de nuestras fuerzas. El Jefe del Estado Mayor General y el adjunto del Jefe Supremo recibían el encargo de sopesar y calcular nuestras posibilidades para una u otra operación que se pensaba llevar a cabo. Habitualmente, el Jefe Supremo nos daba cuatro o cinco días para realizar esa labor. Al expirar ese plazo se tomaba una decisión preliminar. Después de lo cual el Jefe Supremo encomendaba al Jefe del Estado Mayor General que pidiese a los Consejos Militares de los frentes su parecer acerca de la operación planeada.
Mientras trabajaban el mando y el Estado Mayor del frente, se realizaba en el Estado Mayor General una gran labor creadora de planificación de la operación y cooperación de los frentes. Se señalaban tareas a los servicios de información, a la aviación de largo alcance, a las guerrillas que actuaban en la retaguardia del enemigo, a los órganos de comunicaciones para el traslado de nuevos contingentes de tropas de reservas del Mando Supremo y de recursos materiales.
Por fin se señalaba el día en que los comandantes en jefe de los frentes deberían presentarse en el Cuartel General para informar del plan de las operaciones en el frente. Por lo común, el Jefe Supremo los escuchaba en presencia del Jefe del Estado Mayor General, del adjunto del Jefe Supremo o de algunos miembros del Comité Estatal de Defensa.
Después de un examen cuidadoso de los informes Stalin confirmaba los planes y los plazos de las operaciones señalando aquello a lo que se debía prestar especial atención.
Finalmente, el Ejército Rojo se basaba en sus propias fuerzas y en el abastecimiento que el pueblo soviético le proporcionaba desde la retaguardia. La fuerza del Ejército Rojo se basaba en su régimen socialista, pues siguiendo a Lenin nosotros creemos que un Estado es fuerte cuando el pueblo tiene conciencia política. Es fuerte cuando las masas están enteradas de todo, pueden formarse opinión de todo y hacerlo todo conscientemente. Sólo en sus pueblos, en su régimen socialista, podía confiar para derrotar a los ocupantes fascistas.
Pero no fue despreciable, ni mucho menos, la ayuda que prestó a la Unión Soviética el movimiento de liberación antifascista desplegado por todos los rincones del mundo a los que alcanzaba esta plaga reaccionaria. En ningún país de Europa los ocupantes fascistas tuvieron ningún espacio de seguridad, como manifestó Stalin ya en noviembre de 1941: Únicamente los idiotas hitlerianos no pueden comprender que no solamente la retaguardia europea, sino también la retaguardia alemana de las tropas alemanas es un volcán preparado para explotar y sepultar a los aventureros hitlerianos.
El factor clave que impulsó este formidable movimiento revolucionario de liberación fue la dirección de los comunistas, que desde un principio se colocaron a la cabeza en la lucha contra el fascismo internacional y sus colaboradores locales. La crisis económica, política, moral y cultural, que ya había estallado antes de la guerra pero que ahora alcanzaba cotas de máxima agudización con la guerra, hizo que la vanguardia comunista adquiriera bien pronto estrechas y firmes conexiones con el movimiento de masas. Con el transcurso de la guerra, mientras este movimiento no hacía sino crecer y fortalecerse en la misma lucha, los sectores burgueses se iban hundiendo en el pantano de la represión indiscriminada, en la colaboración con los invasores, en el descrédito popular, en las divisiones internas y en la descomposición final. Nada de esto puede extrañar a nadie; se trata de un proceso lógico e irreversible bajo el imperialismo; no hace falta acudir a las injerencias de nadie ni a factores externos y extraños a las propias masas populares en ebullición; también sobre esto Lenin había escrito hacía mucho tiempo que la guerra ha enseñado y enseña a las masas al crear una situación revolucionaria, profundizándola y extendiéndola.
En la guerra, y gracias al esfuerzo soviético, un gran número de pueblos no sólo lograron expular de sus países al fascismo invasor, sino que también echaron por la borda a su burguesía, iniciando la vía de la construcción del socialismo.
Todo el sistema imperialista había sufrido un duro golpe y se hallaba al borde de la bancarrota final.
Notas:
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