Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

martes, 17 de abril de 2012

Rosa Luxemburgo (1871-1919) - ( I )


Sumario:
— Nacida bajo la autocracia zarista
— La lucha ideológica entre los marxistas polacos
— Traslado a Alemania
— La batalla contra el revisionismo
— La revolución de 1905
— La discusión sobre el partido
— El imperialismo y la acumulación de capital
— La ruptura con Kautsky
— Renace Espartaco
— La fundación del Partido Comunista alemán
— El águila del proletariado internacional

Nacida bajo la autocracia zarista

De origen judío, esta luchadora proletaria nació el 5 de marzo de 1871 en Zamosc, ciudad próxima a Lublin, en Polonia oriental, entonces sometida al Imperio zarista. Era la hija pequeña en una familia de cinco hermanos, a quien una lesión mal atendida le dejó un defecto permanente en la cadera. Aunque Zamosc era muy pobre y los judíos constituían el último eslabón en la jerarquía social, el abuelo de Rosa Luxemburgo había fundado un próspero negocio de maderas y pudo pagar los estudios de sus hijos en los mejores institutos de Berlín. Su familia se desenvolvió en un ambiente muy culto, influenciado por los más avanzados escritores occidentales, especialmente alemanes. Muy allegado a ellos era el poeta sefardí León Pérez, agitador contra el zarismo y defensor del nacionalismo polaco. Polonia pugnaba por sobrevivir repartida y dividida por dos grandes naciones, como Alemania y Rusia, aunque en medio de una opresión asfixiante podía beneficiarse también de su proximidad a dos civilizaciones tan distintas y tan fructíferas. Ese crisol de influencias determinó el abierto contenido internacionalista que caracteriza la obra de Rosa Luxemburgo.
Cuando tenía tres años su familia se trasladó a Varsovia. En el colegio estaba prohibido hablar polaco, aunque clandestinamente los jóvenes lo hacían como forma de protesta contra el intento de rusificación que trataba de desplegar el zarismo. Las escuelas eran un nido de agitación contra el absolutismo. Cuando terminó sus estudios se le negó la medalla de oro, pese a que todas sus calificaciones eran extraordinarias, a causa de su actividad clandestina.
En 1887 Rosa Luxemburgo, que sólo contaba entonces 16 años, ya era militante del Partido Revolucionario Socialista Proletariat y se relacionaba con los círculos obreros más conscientes. En aquella época Proletariat había sido prácticamente desmantelado. El zarismo había asesinado a los dirigentes obreros y gran parte de los cuadros de la organización se encontraban en prisión o deportados. Sólo grupos muy pequeños de conspiradores seguían manteniendo la llama de la resistencia. Formado en 1882, Proletariat tenía vínculos estrechos con los populistas rusos y en aquellas fechas, fruto de la dispersión, comenzó a cometer acciones armadas a la desesperada. Pero a diferencia de los populistas que Lenin analizó en sus primeros escritos, Proletariat estaba claramente influido por el marxismo.
Pero pronto el movimiento obrero comenzó a resurgir de los rescoldos del terror zarista y en 1889 se creó el sindicato Federación de Trabajadores Polacos, en la que intervino Rosa Luxemburgo. Una huelga convocada en Lodz acabó con una horripilante masacre de 46 obreros asesinados por la guardia zarista, una de las peores de la historia. La persecución política llegó a Rosa Luxemburgo, que en 1889 tuvo que abandonar su país y cruzar la frontera clandestinamente.
Se refugió en Zurich, entonces un hervidero de revolucionarios de todas las latitudes. Allí estudió Filosofía, Ciencias Naturales, Matemáticas, Historia, Política y Economía, y conoció a Plejanov, Axelrod, Vera Zasulitch, Parvus y otros marxistas rusos, alemanes y polacos. Pero sobre todo, conoció a León Jogiches, como ella también marxista, judío y polaco, que sería su compañero para el resto de sus días, influyéndose recíprocamente.

La lucha ideológica entre los marxistas polacos

Jogiches disponía de una considerable fortuna, que puso a disposición de Axelrod y Plejanov para que pudieran desarrollar el partido socialdemócrata ruso, aunque acabó rompiendo pronto con ellos. Entonces Luxemburgo y Jogiches se dedicaron a reagrupar a las fuerzas revolucionarias polacas, y con Proletariat, la Federación de Trabajadores Polacos y dos grupos escindidos del PPS (Partido Socialista Polaco) crearon una nueva organización con las mismas siglas (Partido Socialista Polaco), que en 1893 comenzó a editar en París Sprawa Robotnizca (La Causa Obrera). El amplio informe del nuevo Partido a la II Internacional fue redactado por ella. Este informe demuestra ya una extraordinaria clarividencia política a la hora de trazar la línea política del Partido, que debía huir tanto del blanquismo como del reformismo. Ponía el acento en la lucha de masas y la necesidad de educarlas en el combate a través de la organización sindical y las reivindicaciones democráticas. Con sólo 22 años Rosa Luxemburgo demostraba ya una extraordinaria capacidad de análisis y un precoz instinto revolucionario.
Sin embargo, las tesis que sostenía ya entonces sobre la cuestión de las nacionalidades oprimidas y el derecho de autodeterminación, distaban de resultar correctas. En aquella época este problema era tremendamente complejo, y más en Polonia, un país que no solamente estaba ocupado sino que su independencia se enfrentaba a tres formidables enemigos como Alemania, Rusia y el Imperio Austro-Húngaro, que se la habían repartido. Rosa Luxemburgo no defendió nunca un principio único y universal para resolver este problema, sino que acudió siempre a soluciones tácticas y cambiantes en función de cada caso concreto. Sólo Lenin desarroló después acertadamente el principio de autodeterminación que, con la entrada en la fase imperialista del capitalista, adquiría una importancia trascendental. No deja de ser significativo que Lenin, partícipe de una nación opresora, analizara la cuestión mucho mejor que Luxemburgo, originaria de una nación oprimida. El internacionalismo de la gran revolucionaria polaca la llevó en este punto a cometer un importante error estratégico, subestimando la energía nacionalista de amplias capas populares de Polonia. Ahora bien, incluso en sus errores Rosa Luxemburgo demostraba una gran capacidad de análisis y de aplicación creadora del marxismo, que no se limitaba a repetir frases hechas y que extraía del marxismo toda su energía revolucionaria.
La unión dentro del Partido Socialista no duró mucho. Instalados en el exilio de París en 1892, los dirigentes de Proletariat rectificaron y promovieron la consigna de la independencia de Polonia. Se desató una feroz lucha ideológica (pero por parte de sus adversarios también plagada de descalificaciones) que llegó hasta el Congreso de Zurich de la II Internacional, donde Plejanov (y con él Engels) votó a favor de la independencia de Polonia, en contra de las tesis de Luxemburgo.
Se produjo la escisión, creando Luxemburgo el nuevo SDKP (Partido Socialdemócrata Polaco), opuesto a la independencia de Polonia. Todas las calumnias y los sucios intentos del PPS por expulsar al Partido Socialdemócrata de Luxemburgo de la Internacional fracasaron, e incluso el nuevo partido obtuvo cierto éxito en el Congreso de Londres de 1896 al ganar una votación en contra de la independencia y a favor de la autodeterminación.
Mientras todo esto sucedía en el exilio, en el interior de Polonia la situación era bien distinta, con el movimiento obrero paralizado y ajeno a aquellas discusiones. Las organizaciones estaban desmanteladas y entre quienes se esforzaron por fortalecer al nuevo Partido Socialdemócrata destacó pronto uno de las gandes figuras del movimiento comunista internacional, Félix Dzherzinski, que logró agrupar a los marxistas lituanos con los polacos en un sólo partido, que adoptó las siglas SDKPL.

Traslado a Alemania

Por aquellas fechas comenzó a colaborar en Neue Zeit el influyente periódico dirigido por Kautsky, en el que sus artículos llamaron la atención de toda la socialdemocracia por su profundidad, el acopio de datos y la agudeza en la exposición, aunque jamás fue reconocida por los dirigentes del PPS, que siguieron lanzando ignominiosas acusaciones contra ella. Pero todo eso no impidió que con sus escritos alcanzara un enorme prestigio internacional, que la llevó a visitar Francia durante varios meses, en los que tuvo oportunidad de conocer a Jules Guesde, y Vaillant, el héroe de la Comuna de París. Decidió instalarse a Alemania, que entonces era el corazón del movimiento obrero internacional y donde radicaba una parte importante del proletariado polaco. En mayo de 1898 radicó en Berlín y contrajo un matrimonio de conveniencia con un alemán para cambiar su pasaporte ruso por el prusiano y poder así desarrollar actividades políticas (prohibidas a los extranjeros) y no correr tampoco el riesgo de ser extraditada a su país.
Fue destinada a Silesia por el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) para agitar entre los mineros polacos, y entonces pudo comprobarse otra de las grandes cualidades de Luxemburgo: la oratoria, la capacidad de transmitir y llegar a las masas obreras con un mensaje claro y lleno de entusiasmo revolucionario. Los obreros de las minas le llevaban flores y le pedían que no se marchara, que se quedara con ellos para ayudarles en sus luchas. Se ganó la simpatía del máximo dirigente de la II Internacional, Carlos Kautsky, con cuya familia mantuvo una amistad íntima, así como de otras figuras revolucionarias de la época, como Franz Mehring y August Babel, así como con Clara Zetkin, que inició los primeros anaálisis marxistas sobre la situación de la mujer trabajadora.
Por su triple condición de mujer, judía y extranjera, los problemas le persiguieron dentro de un partido, que ya entonces era el más numeroso y organizado del mundo, aunque no del todo limpio ni mucho menos. Tuvo numerosos roces en los que sacó a relucir su fuerte personalidad; no era de las que se callaba ni se doblegaba ante ningún santón, por más fama que tuviera. En una ocasión escribió replicando a los insultos de la redacción del influyente diario Vörwarts lo siguiente: Existen fundamentalmente dos tipos de seres vivos, los vertebrados que gracias a eso pueden andar y, en ocasiones correr, y los invertebrados, que solamente pueden reptar y vivir como parásitos. Así de vivo era su genio... Sólo tenía 27 años y ya se enfrentaba a la vieja guardia socialdemócrata, cargada de medallas, pero que empezaba a dar alarmantes muestras de esclerosis política.
Su estilo incisivo le costó multas gubernativas e incluso en junio de 1904 fue condenada a varios meses de prisión por injurias al rey.

La batalla contra el revisionismo

Dentro del SPD las tendencias reformistas se consolidaron y crecieron. Para combatirlas Rosa Luxemburgo escribió en 1899 Reforma social o revolución, una de sus obras fundamentales en la que, paralelamente a Lenin, desarrolla la batalla contra el revisionismo moderno de Bernstein. Las ideas entonces expuestas por Bernstein siguen siendo las mismas que toda laya de revisionistas, y traidores del movimiento obrero han seguido defendiendo hasta nuestros días. Todo lo que hoy en día oímos, ya fue formulado hace un siglo, y la historia lo ha refutado. Frente al parlamentarismo que embobaba a la socialdemocracia, Rosa Luxemburgo escribe: Es cierto que, formalmente, el parlamentarismo sirve para dar expresión a los intereses de toda la sociedad dentro de la organización estatal. Por otro lado, sin embargo, lo único que el parlamento permite manifestarse es a la sociedad capitalista, es decir, una sociedad en la que los intereses capitalistas son predominantes.
Por eso este libro es un material obligado de lectura y reflexión en las filas del movimiento obrero revolucionario. No se trata de otra cosa que de la defensa de la vigencia del marxismo, y en él están ya refutadas las mismas acusaciones que hoy se lanzan contra las ideas comunistas.
Luxemburgo no se opone a las reformas sociales sino que rechaza el argumento de que se puede llegar al socialismo a través de una reforma paulatina del capitalismo. Rosa Luxemburgo demuestra que la táctica revisionista supone una aceptación del sistema capitalista: Quien para transformar la sociedad se decide por el camino de la reforma legal, en lugar y en oposición a la conquista del Poder, no emprende, realmente, un camino más descansado, más seguro, aunque más largo, que conduce al mismo fin, sino que, al propio tiempo elige distinta meta; es decir, quiere, en lugar de la creación de un nuevo orden social, simples cambios, no esenciales, en la sociedad ya existente. Así, tanto de las concepciones políticas del revisionismo como de sus teorías económicas, llegamos a una misma conclusión: que no tienden, en el fondo, a la realización del orden socialista, sino simplemente a la reforma del orden capitalista; que no quieren la desaparición del sistema de salario, sino el más o el menos de explotación. En una palabra: pretenden la aminoración de los excesos capitalistas, pero no la destrucción del capitalismo mismo.
En contra de Bernstein y los revisionistas, que preveían un capitalismo organizado, pacífico y planificado, Rosa Luxemburgo anuncia la inevitabilidad de las crisis económicas y el gran alcance que iban a adquirir. Considera a los revisionistas como herederos de Kant, de Proudhon y de Lassalle, al tiempo que defiende que el desplome de todo el sistema capitalista es inevitable. Para ella el colapso inevitable del capitalismo es la piedra angular de la ciencia marxista, que poco a poco debe irse imponiendo sobre todos los errores utopistas pequeñoburgueses que le han precedido. Considera, además, que la ley del hundimiento inevitable del capitalismo forma parte de la tradición teórica de la socialdemocracia alemana y que, al separarse de ella, Bernstein la ha traicionado. La socialdemocracia siempre había pensado que el socialismo llegaría con una crisis general y aniquiladora, de que el capitalismo acabaría por sí solo y víctima de sus propias contradicciones.
Además diferencia muy agudamente las crisis iniciales del capitalismo producto de su crecimiento infantil con las crisis de decadencia que aún no han llegado pero que cabe esperar. Aquellas primeras crisis, decía Luxemburgo, derivan de la fase de expansión del capitalismo, mientras que las futuras van a ser crisis de envejecimiento y decrepitud. Esta genial aportación, que luego desarrollaría Lenin, aparece por vez primera en Luxemburgo.
Los límites del capitalismo están en el mercado: el capitalismo no es capaz de una expansión ilimitada precisamente por esa falta de salidas a la producción, aunque llega a afirmar, lo que es bastante discutible, que bajo el capitalismo el intercambio domina la producción.
Luxemburgo trata de fundamentar la inviabilidad del capitalismo como modo de producción, aunque tomando en consideración contradicciones que por un lado son puramente objetivas y, por el otro, son secundarias y no pueden tener esa virtualidad. Pone al mismo nivel la contradicción entre la socialización de la producción y la privacidad de la apropiación, con la contradicción entre la producción y el consumo. Critica a Bernstein porque defiende la posibilidad de superación de las crisis por el capitalismo, cuando según ella la eliminación de las crisis supone la superación de la contradicción entre producción e intercambio. El capitalismo desaparecerá como consecuencia de la crisis de subconsumo. No habría crisis si la producción coincidiera con el mercado, si éste tuviera una capacidad de expansión ilimitada.
Hay también en esta obra otras importantes aportaciones que luego desarrollará también Lenin, como la negación de que el monopolismo pueda resultar compatible, según decía Bernstein, con la progresiva democratización: A consecuencia del desarrollo de la economía mundial y la agudización y generalización de la lucha competitiva en el mercado mundial, el militarismo y la marina de guerra han pasado de ser instrumentos de la política mundial a llevar la voz cantante tanto en la vida interior como en la exterior de los grandes Estados. Y si la política mundial y el militarismo suponen una tendencia ascendente en el momento actual, en consecuencia la democracia burguesa se moverá en línea descendente.

La revolución de 1905

La revolución rusa de 1905 fue también la revolución polaca, que fue donde aparecieron sus primeros brotes. El domingo 22 de enero de 1905 la guardia zarista disparó contra una manifestación de 200.000 obreros en San Petersburgo matando a 2.000 de ellos e hiriendo a otros muchos. Como consecuencia de ello se produjo un levantamiento general en todo el imperio que se prolongó hasta diciembre, participando millones de obreros por primera vez en la historia. El absolutismo, que simultáneamente estaba siendo derrotado por Japón en la guerra, se vio contra las cuerdas y mostró su vulnerabilidad ante el proletariado. En octubre se vio obligado a ceder, reconociendo algunos derechos políticos básicos y convocar elecciones.
Como suele ocurrir, la contundencia de los hechos zanjó una interminable discusión en el seno de la socialdemocracia rusa que, constituida como partido (POSDR) en 1898, se había escindido cinco años más tarde en varios grupos, entre ellos los bolcheviques y los menchviques. La revolución demostró que Lenin tenía razón: el capitalismo se había desarrollado en Rusia, había que desatar una revolución democrático burguesa contra el zarismo y esa tarea sólo la podía cumplimentar el proletariado.
En Alemania (y en la II Internacional en general) sólo Rosa Luxemburgo se interesaba por las cuestiones rusas. Se interesa por la escisión en el POSDR y, estallada la revolución, escribe numerosos artículos y pronuncia conferencias ante los obreros alemanes, vivamente interesados por la suerte de sus compañeros de clase, mientras la burocracia del SPD miraba hacia los kadetes y los eseristas.
Los artículos y conferencias le cuestan una condena por incitación a la violencia y pasa una temporada en prisión. Al salir comprende que no basta con escribir sino que es imprescindible la intervención directa sobre el terreno, por lo que a finales de diciembre de 1905 se traslada clandestinamente a Varsovia, todavía en estado de guerra, con la tropa patrullando por la calle, los comercios cerrados, las reuniones prohibidas y las barricadas cerrando todos los accesos.
El 4 de marzo es detenida en Varsovia junto con León Jogiches aunque logró su libertad el 28 de junio a causa de su delicado estado de salud, y fue expulsada de Varsovia. Viajó entonces San Petersburgo y luego a Finlandia, donde escribió su obra Huelga de masas, partido y sindicatos, al calor de la experiencia de la revolución. En enero del año siguiente la autocracia zarista ´condenó a Jogiches por alta traición a ocho años de trabajos forzados, aunque logró huir de prisión en abril.

La discusión sobre el partido

La batalla conta el revisionismo dentro del SPD no acabó con la expulsión de Bernstein y los demás revisionistas del Partido. Ésta es la diferencia fundamental con Rusia y los bolcheviques, que no solamente rompieron de palabra, sino en los hechos, creando una auténtica organización revolucionaria. En la escisión dentro del POSDR, Rosa Luxemburgo se mantuvo equidistante entre los mencheviques y los bolcheviques. Su concepción al respecto era diferente de la de éstos, a los que criticaba su centralismo a ultranza.
Luxemburgo asimilaba la postura bolchevique con la que anteriormente ella había criticado a Proletariat por blanquista. Este es uno de los errores más graves de su pensamiento, la idea imprecisa de la organización como proceso que está directamente enfrentada a la tesis leninista de la necesidad de un partido dirigente, organizado conforme a los principios del centralismo democrático.
Esta errónea tesis de Luxemburgo, tan difundida hoy día, desarma peligrosamente a la clase obrera, hasta el punto que la Internacional Comunista se vio obligada a plantarle batalla otra vez en 1925 para desterrarla del seno de los partidos y evitar el espontaneísmo. La revolución rusa de 1917 fue posible porque fue dirigida por el Partido bolchevique, mientras que sólo unos meses después, la revolución alemana de 1919 fracasó porque no existía allí un partido de esas características: En el momento de la crisis -escribió Lenin- los obreros alemanes se han visto sin un partido verdaderamente revolucionario debido a la tardanza en hacer la escisión, debido a la maldita tradición de la ‘unidad’ con la banda de lacayos, venal (los Scheidemann, Legien, David y cía) y falta de carácter (los Kautsky, Hilferding y cía).
Era Lenin y no Luxemburgo quien tenía razón también en este punto: no existe revolución sin una vanguardia comunista con una línea política adecuada que se ponga a la cabeza de la clase obrera, que mantenga una implacable lucha ideológica contra las desviaciones que van surgiendo por el camino, que preserve la vigilancia ideológica en el mismo interior de sus filas, que se fortalezca depurándose de los elementos oportunistas y al mismo tiempo se mantenga unido y disciplinado.
No eran esos los fundamentos de la socialdemocracia alemana, anclado en el burocratismo y sólo preocupado por los recuentos electorales. En el Congreso de 1904 Luxemburgo había logrado introducir, entre fuertes rechazos internos, la vía de la huelga general política, pero eran pocos los que estaban dispuestos a comprometerse con ella. Era evidente que el SPD había degenerado en el reformismo más ramplón, pero a diferencia de Rusia no había en Alemania una alternativa sólida porque aunque Luxemburgo apuntaba en la buena dirección, aún no había roto con ellos y carecía de un alternativa organizativa adecuada.
Continúa

No hay comentarios:

Publicar un comentario