Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

domingo, 1 de abril de 2012

JOSÉ DÍAZ RAMOS (1896-1942) - ( I )


José Díaz nació en Sevilla el 3 de mayo de 1895 en el número 9 de la calle Huerto del barrio de la Macarena, actualmente calle General Bohórquez. Al norte de la capital andaluza, la Macarena es un barrio deprimido y proletario; la familia de José Díaz también era obrera y pronto se trasladaron a vivir al número 4 de la calle Adelantado al lado de la Resolana. Su padre era panadero y su madre, cigarrera, trabajó toda su vida en la fábrica de tabaco. Como sus compañeras de trabajo, en el mismo lugar de trabajo era donde amamantaba a sus hijos. José fue el segundo de una descendencia de seis, de la que fallecieron dos hermanos.
Está acabando un siglo y entonces, como hoy, Sevilla era una ciudad de clases y, por tanto, de contrastes, espejo de las dos Españas de Machado, la de la abundancia y la pobreza, la de la alegría y la de la tristeza. Allí tenía su asiento la rancia aristocracia terrateniente andaluza que hacía ostentación de lujo y despilfarro y se divertía con las corridas de toros. Era también el centro comercial andaluz, un mercado permanente que desde el puerto del río Guadalquivir siempre había alcanzado hasta la lejana América. De ahí que la presencia de la burguesía fuera igualmente importante. Estas eran la clases del jolgorio y la frivolidad, entonces en un apogeo que, de espaldas a la calle, imaginaban eterno. Puerta de la hispanidad, colonialista, la oligarquía sevillana cree vivir una mentira permanente y un esplendor ficticio. Es una ciudad escaparate, la de las exposiciones universales, donde el mercado y el engaño conviven más hermanados que en ninguna otra parte.
Pero al otro lado de la acera se agolpa un proletariado famélico y miserable que se hacina en chabolas y corrales donde la música y el baile tenían un recorrido tan corto como los miserables jornales que cobran. Lo mismo que la educación: más de la mitad de la población era analfabeta. José fue de los que pudo estudiar de los seis a los once años de edad. En 1905, cuando tenía diez años, el mal tiempo arruinó las cosechas en Andalucía, apareciendo el paro y una hambruna terrible que asoló los hogares proletarios, llevándose a muchos de ellos al cementerio y a los demás, luto y lágrimas.
Al año siguiente empezó a trabajar como obrero panadero, oficio que desempeñaba también su padre, en un horno de la calle Valle en la puerta de Osario. Luego cambió varias veces de lugar de trabajo dentro de la misma profesión pero las condiciones laborales eran siempre las mismas, especialmente terroríficas para un niño: trabajo nocturno durante 15 horas diarias y el calor sofocante del horno en una de las ciudades más calurosas. Aquellas jornadas de trabajo se hacían interminables, agotadoras, despertando en José, desde muy niño, un sentimiento de rebeldía cultivado por su propia sensibilidad revolucionaria. En la panadería de la calle Hombre de Piedra, una de las que desembocan en la Alameda, conoció a su compañera Teresa, también obrera como él. Con 17 años ya había aprendido el oficio, que desempeñaría hasta 1932.

El sindicato de panaderos ‘La Aurora’

Sobreponiéndose a la brutal represión de la época, los obreros se organizan, pero repudian el reformismo de la UGT. La miseria obliga a gritar en voz alta y eso es lo que el anarcosindicalismo dio entonces a los obreros sevillanos. En 1888 la FTRE libertaria había sido disuelta pero no liquidada. En 1904 había en Sevilla 24 asociaciones obreras, todas ellas alineadas con el anarcosindicalismo. Al año siguiente, el hambre no facilita la organización sindical de la clase obrera; parece que no hay salida a la miseria capitalista y, como suele suceder, muchos se desmoralizan justo cuando la situación está a punto de reventar. Se acerca la Semana Trágica de Barcelona, el acontecimiento histórico que marca una época en el movimiento obrero español. Asesinan a Francisco Ferrer, en Vizcaya estalla una huelga general y se funda la CNT (1910).
La lucha revolucionaria es contagiosa; no importa en dónde estalle ni a veces tampoco por qué, pero siempre acaba extendiéndose como una inundación. En Andalucía la ola de rebeldía llega más tarde, con la Revolución rusa de 1917, pero también llega inexorablemente. Es el trienio bolchevique, un periodo de lucha comprendido entre 1917 y 1920. Primero saltan los jornaleros del campo, destacando que no se trata de levantamientos espontáneos sino organizados y preparados por los sindicalistas. Como si fuera otra ley, la lucha revolucionaria siempre se inicia de una manera pacífica, pero acaba, como entonces en Andalucía, con incendios de las cosechas y, en ocasiones, de los aristocráticos cortijos.
En 1917 José Díaz ya estaba afiliado al sindicato de panaderos La Aurora, del que fue nombrado presidente, dirigiendo dos huelgas por motivos económicos. Desde joven destaca entre los panaderos sevillanos. Su vivacidad y alegría, su inteligencia clara y su actitud enérgica, eran condiciones que muy pronto atrajeron el aprecio de los obreros, que vieron en él a uno de sus dirigentes naturales. Su primera escuela de lucha, donde aprendió las nociones elementales del combate contra la burguesía, fue en las sociedades de resistencia, muchas de las cuales se transfomaron posteriormente, entre ellas la de panaderos, en sindicatos de oficios, armas rudimentarias de lucha, en las que comenzaban por aquel tiempo a agruparse los obreros. El sindicato formaba parte de la CNT y dentro de la confederación libertaria José Díaz fue también contador y tesorero de la Federación Local. Él mismo reconoció que, además, en su interior formó parte de un grupo anarquista de acción directa que practicaba la acción directa, participando en varias acciones armadas. Por tanto, durante diez años, hasta que en 1927 ingresó en el Partido Comunista, José Díaz osciló entre el sindicalismo obrero y la violencia revolucionaria, participando en varios enfrentamientos a tiros con los pistoleros de la patronal que realzaron su prestigio entre la clase obrera sevillana.
La primera noticia sobre su actividad en el movimiento obrero es cuando el 16 de febrero de 1918 preside la reunión de los obreros aserradores, clavadores y similares, en su sede del número 43 de la calle Marqués de Tablantes. Contaba 23 años de edad y, como se aprecia, su actuación abarcaba ya todos los sectores obreros sindicales.
La CNT se había reorganizado en sindicatos únicos de ramo en el Congreso de Sans, con trece sindicatos únicos. El 1 de mayo de 1918 tuvo lugar en Sevilla el congreso que constituyó la Federación Obrera Regional Andaluza (FORA), en el que participaron 52 delegados representando a unos 30.000 obreros.
Tras el Congreso se multiplican las luchas obreras y estallan huelgas de carácter general. En 1918 hubo 32 huelgas, siendo la lucha por el aumento de salarios el motivo más recurrente.
En 1919 los sindicatos desplegaron una intensa labor de propaganda en la que participó José Díaz como representante de la FORA. En tan sólo un año en toda Andalucía se multiplican por 25 los obreros afiliados, y en Sevilla por cerca de 30, pasando de 1.240 a 36.948, con organizaciones en 42 localidades, el 42 por ciento de los ayuntamientos y 525 afiliados en poblaciones de 10.000 habitantes. Esto expresa fielmente el carácter del anarcosindicalismo sevillano, donde es superior en términos absolutos y relativos, el número de afiliados urbanos que el de los rurales. En la capital sevillana había 18.336 afiliados, la mitad del total provincial. Pero en 1919 se contabilizan 50 huelgas, incluyendo la general de febrero a marzo.
Los gremios más conflictivos son los panaderos, al que pertenece José Díaz; los albañiles, metalúrgicos, aceituneros, hiladores y tejedores y obreros de las fábricas militares.
En Sevilla José Díaz presidió el 18 de diciembre de 1919 una reunión del sindicato de panaderos La Aurora y sus ramos afines, acordando que la dirección se entrevistase con el gobernador civil para aclarar un punto sobre el trabajo diurno o nocturno, abogando todos los reunidos por la unificación del gremio.
En el Congreso de la CNT reunido en Madrid, en el teatro de la Comedia, en diciembre de 1919, asistieron 450 delegados que representaban a 700.000 obreros afiliados. Allí los obreros discutieron sobre la Revolución rusa y acordaron la adhesión de la CNT a la Internacional Comunista. Aquel mismo mes de diciembre de 1919 la Federación de Juventudes Socialistas acordó unirse sin demora a la Internacional Comunista y pocos meses después, en abril de 1920, se constituyen como Partido Comunista de España.

La huega de panaderos de 1920

En Sevilla aquel fue el año más agitado. Sólo en la capital el total de huelgas contabilizadas fue de 43, incluyendo la huelga general de diciembre. Aparecen los cierres patronales (Banesto logró así abortar una huelga), las bombas y los disparos.
José Díaz no era sólo el dirigente de los panaderos sevillanos, sino de todos los trabajadores de la capital andaluza. Su labor sindical se desarrollaba entre los más diversos oficios. Así, el 4 de enero de 1920 preside una reunión de sombrereros en la que se acordó que una comisión visitara al patrono José Lora para obligarle a que sus operarios trabajen a jornal y no a destajo como ahora lo vienen haciendo, y que en caso contrario, se declare la huelga parcial. Dos días después se volvió a reunir el sindicato de sombrereros presidido por José Díaz: Los reunidos trataron de la huelga que sostienen con la casa del patrono Lora, acordándose nombrar una comisión de tres individuos para que lo visiten con el fin de participarle que persistirán en la huelga si no admite a sus operarios, a jornal en vez de a destajo. También se acordó socorrer a dichos obreros en huelga con la suma de tres pesetas diarias.
Las huelgas no bastan porque los patronos tienen todos los medios a su alcance para forzar a los obreros con el hambre. Sevilla sigue los pasos de Barcelona, donde la lucha obrera se complementa con la lucha armada. Por eso un patrono, Amadeo Saturnino, sufre un atentado el 5 de enero, resultando detenido Aparici, que culpa a Sanabria y a Adame. El 10 de enero hubo otro atentado fallido contra el arquitecto de la Exposición Universal en las cercanías de su vivienda. Así comenzaban las acciones del movimiento obrero contra la Exposición, que culminarían con la huelga de 1928.
Un día después se vuelve a reunir el gremio de los panaderos: Abierta la sesión por el compañero José Díaz, se dio lectura al acta de la sesión anterior, siendo aprobada. Se acordó el ingreso en la Federación Regional. En consecuencia, José Díaz presidió la sesión en la que el sindicato de panaderos La Aurora se integra dentro de la FORA. Además, durante la reunión se dio lectura a un escrito del Instituto de Reformas Sociales de Madrid, ratificando las horas de trabajo desde las 5 de la madrugada a las 11 de la noche. La conciencia de clase empieza a despertar la solidaridad entre todos los proletarios, que aparecen estrechamente unidos por un mismo destino: los panaderos también acuerdan prestar apoyo material a los compañeros albañiles en huelga. Por el contrario, acuerdan no intervenir en la Junta Local de Reformas Sociales porque no hace cumplir la ley a los patronos que la infringen.
Entre la Alameda de Hércules y la Resolana, la calle Peral era entonces el centro del anarquismo sevillano, donde se hacinaban los obreros en corrales de vecinos y donde, conviviendo con el hambre, el trabajo agotador y la penuria, se aspiraba a conseguir logros revolucionarios que hacían soñar en una sociedad más justa para todos. Allí, en el número 1, se volvió a reunir el 27 de enero el sindicato de panaderos, presidido por José Díaz. Al comenzar la reunión José Díaz leyó tres cartas de otros tantos obreros afiliados pidiendo ayuda; se recaudaron cinco céntimos diarios para cada uno. También se acordó facultar a la dirección del sidicato para que continúe los trabajos emprendidos para convertir los trabajos nocturnos en diurnos. Finalmente encargaron a la dirección del sindicato que redactara un elenco de reivindicaciones, que fueron las siguientes:
— Reconocimiento del sindicato por los patronos. No elaborar pan falto de peso
— No empezar el trabajo antes de las cinco de la mañana
— Que el personal no asociado no pueda trabajar con el que no lo esté
— Que los patronos no puedan despedir a ningún obrero sin el visto bueno del delegado del sindicato
— En las panaderías mecánicas regirán los siguientes jornales: maestros, 10,25 ptas; oficiales primeros, 6,75 ptas; oficiales segundos, 6; ayudantes, 5; maquinistas, 4,25; y aprendices, 3,50. En las no mecánicas regirán para los mismos cargos los siguientes jornales: 10,25; 8; 5; 3,50.
El sindicato acordó conceder un plazo de 48 horas a los patronos para contestar. Se preparaba una nueva huelga. El día 21, en vísperas del paro, los obreros explican su actitud, apareciendo en la prensa un artículo de fondo. Pero lo patronos tratan de rendir a los obreros mediante el hambre. Mantienen los hornos abiertos trayendo esquiroles procedentes de Cádiz. Por su parte, el sindicato vacía la caja de resistencia para dar de comer a los obreros más necesitados.
Los huelguistas organizan piquetes que se distribuyen por todos los barrios de la ciudad; impiden el trabajo de los esquiroles, informan a los demás obreros, extienden la solidaridad y logran parar todos los hornos. La policía también sale a la calle para detener a los obreros que actúan en los piquetes. Corrompidos hasta la médula, los políticos salen en la prensa negando que exista ninguna huelga. Sin embargo, ésta se extiende a otros sectores. Los patronos especulan con ella y con el precio de la harina para subir los precios del pan. Ante el fraude capitalista, se requisan sacos de harina a los almacenistas. La ciudad está alarmada por la falta del alimento básico y, para muchas familias, único. La escasez provoca colas enormes, asaltos a panaderías, acaparamiento y continuos incidentes.
En la reunión sindical del 5 de marzo toma la palabra José Díaz. Su testimonio es directo, duro, sin concesiones. No basta con declarar la huelga; hay que pelear hasta el final por los derechos. Hay que dar un paso al frente. Aconseja a todos los obreros que están trabajando que se sumen a la huelga, anuncia que los obreros no acudirán a más reuniones con el gobernador civil y que, en lo sucesivo, se entenderán única y exclusivamente con los patronos. El acto termina en un ambiente de euforia, dando todos vivas a la huelga.
Los capitalistas y su Estado represor también dan un paso al frente. El 9 de marzo detienen a dos sindicalistas acusados de los disturbios de Triana. El gobernador impide las reuniones sindicales y el ánimo de los obreros comienza a decaer. Éstos se manifiestan favorables a la negociación con una serie de condiciones, entre las cuales, que acudiera la dirección de la patronal autorizada para discutir con ellos y, en caso de acuerdo, que se firmara por ambas representaciones el laudo que pusiera fin a la huelga, dándose a cada uno de ellos copia del acta original que quedaría depositada en la alcaldía, en donde constarán los acuerdos tomados.
Los patronos rechazan algunas de las condiciones de los panaderos: no reconocen al sindicato ni aceptan su visto bueno para despedir a los obreros, rechazan también la presencia de delegados obreros en los talleres, también se niegan a dar a los obreros un día de descanso retribuido a la semana y se niegan a reducir la jornada de trabajo. Pero la huelga acaba con un señalado triunfo para los panaderos.
Desde entonces José Díaz acrecentó su prestigio y autoridad entre toda la clase obrera sevillana. Había demostrado sus dotes de dirigente obrero: combativo, audaz, firme y con una conciencia de clase a toda prueba. No se dejó embaucar ni sorprender en las discusiones con los patronos y el gobernador civil; hizo frente con aplomo a los provocadores y pistoleros a sueldo de los capitalistas, con los cuales se batió a tiros por las calles en más de una ocasión.
Pero toda victoria tiene su precio. Como es natural, comienzan por aquellas fechas las persecuciones policiales contra el dirgente sindical, que tiene que aprender el arte de la conspiración y de la clandestinidad.

Guerra de clases a orillas del Guadalquivir

La huelga acabó de consumar la dicotomía de clases en la que vivía la sociedad sevillana. En la segunda mitad de 1920 el gobernador civil prohibió las reuniones sindicales. La policía clausuró los centros obreros. Pero se siguen celebrando clandestinamente, sin la presencia del delegado gubernativo. En Sevilla la policía detiene y encarcela a Saturnino Barneto, amigo de José Díaz, a José Oliveira y a siete siindicalistas más. Pero a pesar de la represión, los obreros pierden el miedo y la lucha sindical se transforma en una lucha de clases, política, reforzando las posturas más radicales y las acciones directas. Hay represalias contra los esquiroles, peleas, disparos, heridos y muertos. Las huelgas obreras no remiten en la ciudad: en octubre están en huelga los obreros de las tres fábricas militares, los carpinteros, los cocheros, que se adhieren a Solidaridad Obrera, el periódico anarquista clandestino, los barberos y los plateros. La lucha continúa sin miedo a las consecuencias de la represión.
El 3 de septiembre de 1920 se logra la unidad de acción entre UGT y CNT, lo que en Sevilla se traduce en una huelga general que durará desde noviembre hasta el 8 de diciembre. La ciudad se paraliza y hay acciones armadas. En la calle Fabiola, en la casa de Ramón Ibarra, explota una bomba, muriendo un soldado, y resultando heridos otros dos. Por la noche estallan dos bombas en las proximidades de Eritaña. A las 10,20 de la noche estalla un explosivo colocado en la puerta de entrada al palacio Arzobispal. Herido en la espalda por varios disparos, el 12 de diciembre fallece un capitalista del corcho. Sus obreros estaban en huelga parcial y los disparos los realizan dos individuos de traza modesta. El 21 de enero ejecutan al policía Espejo cuando intentaba cachear a un sindicalista que le disparó a bocajarro. Ese mismo día varios policías intentaron detener al presidente de uno de los sindicatos, que huyó, fue perseguido y asesinado bajo el mostrador de una farmacia. Otros tres sindicalistas fueron asesinados a tiros por la policía y otro más herido.
Detenidos 64 cenetistas barceloneses por Martínez Anido, se reclama la huelga general en toda España en su apoyo, y la respuesta obrera sevillana no se hizo esperar. Será el sindicato del metal el que concrete las peticiones: Que sea reconocido el sindicato único con sus delegados de fábrica, obras y talleres; solución de todos los conflictos de forma satisfactoria para los obreros; abolición del trabajo a destajo y extensión de la jornada de ocho horas a todos los trabajadores.
A partir de 1921 la guerra entre las clases es total. Arrecia la represión de la policía contra los obreros: detenciones, cierres y disparos de los soldados contra los piquetes. Se cierran imprentas, como la de la calle Alhóndiga 21, que trabajan para los sindicatos, detienen a sindicalistas que siguen cobran cuotas clandestinamente. El 9 de febrero hay en la cárcel del Pópulo, que está en el Arenal, un total de 482 presos de los que 205 son sindicalistas y de éstos 160 están por orden del gobernador civil. Algunos sindicalistas que son llevados camino de la cárcel por policías o por la guardia civil, aparecen asesinados por la espalda.
Por su parte, los sindicatos únicos imponen multas a los patronos. Los atentados se multplican. El 9 de marzo de 1921 ejecutan al Presidente del Gobierno, Eduardo Dato.
José Díaz abandonó Sevilla para cumplir misiones revolucionarias, y vivió en Jerez (gran centro anarcosindicalista), en Granada, Madrid y Barcelona.
Cuando en 1922 vuelve a Sevilla, le detienen, pasando diez meses en la cárcel. Ésta es un antro espantoso, de lo peor que pueda imaginarse. En las noches de lluvia, los presos tienen que permanecer de pie en la celda porque el agua penetra a cántaros. Se niegan a ser conducidos desde la cárcel y se amotinan.
Continúa.

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