Sumario:
Últimos años junto a Marx
El peso de dirigir a diario el movimiento socialista en varios países y
de repeler a los enemigos patentes y latentes del marxismo se volvió
entonces sobre Engels, quien escribió lo siguiente de aquel periodo:
A consecuencia de la división del trabajo que existía entre Marx
y yo, me tocó defender nuestras opiniones en la prensa periódica, lo
que, en la práctica significaba luchar contra las ideas opuestas, a fin
de que Marx tuviera tiempo de acabar su gran obra principal.
Lo que dijo en este pasaje refiriéndose a los artículos que insertaba
en la prensa, era válido también para la correspondencia con los
socialistas de diferentes países, pues era también él quien la mantenía
en buena parte.
En sus esfuerzos por constituir partidos socialistas,
Marx
y Engels prestaron singular atención al movimiento obrero alemán. Y eso
no era casual. Después de concluida la guerra franco-prusiana y caída
la Comuna de París,
el centro de gravedad del movimiento obrero se desplazó a Alemania. En
cartas y artículos Engels analizó a fondo las causas por las que los
obreros alemanes se pusieron después de la Comuna de París al frente del proletariado internacional.
Además de considerar como tales una intensa revolución industrial
y una aguda lucha de clases relacionada con aquélla, Engels estimó que
el movimiento obrero alemán debía su papel de vanguardia en buena medida
al hecho de que había obtenido en el marxismo el programa de que habían
carecido sus antecesores: los ingleses y los franceses. Pese a las
condiciones favorables, no era fácil constituir un partido obrero en
Alemania. Fue forjándose en lucha contra la burguesía y los
terratenientes, y contra las tendencias pequeño burguesas que adoptaban
formas oportunistas. Engels continuó repudiando en sus cartas y
artículos el lassalleanismo; al mismo tiempo ayudó al Partido de
Eisenach a rectificar su línea, criticando los conceptos teóricos
inmaduros que exponía y los errores políticos que cometía.
La escasa madurez teórica de la fracción de Eisenach se
manifestó, entre otras cosas, en el hecho de que en 1872 había publicado
en el
Volksstaat, su órgano central, una serie de artículos en
los que un tal Mülberger, doctor en Medicina, trataba el problema de la
vivienda. Engels expresó una enérgica protesta contra la interpretación
que aceptaban los de Eisenach y dio a la prensa unos artículos
polémicos recopilados luego en un folleto titulado
Contribución al problema de la vivienda.
Según demostró, los artículos de Mülberger constituían la primera
pretensión de imponer en Alemania las concepciones proudhonianas
demolidas por
Marx en su ensayo
Miseria de la filosofía.
En el espíritu de Proudhon, Mülberger hacía proyectos fantasmagóricos
de eliminar los males del capitalismo, concretamente, acabar con escasez
de viviendas, sin destruir las raíces del problema: el modo capitalista
de producción. Soñaba con convertir a cada inquilino en propietario de
su vivienda, a la sociedad entera en una
comunidad de inquilinos libres e independientes,
a cada proletario, en dueño de una casita y una pequeña parcela de
tierra. Haciendo ver lo reaccionarios que eran semejantes planes, Engels
escribió que
mientras exista el modo de producción capitalista,
será absurdo querer resolver aisladamente la cuestión de la vivienda o
cualquier otra cuestión social que afecte a la suerte del obrero. La
solución reside únicamente en la abolición del modo de producción
capitalista, en la apropiación por la clase obrera misma de todos los
medios de subsistencia y de trabajo. Eso podía realizarse sólo por
medio de la acción política del proletariado y la dictadura que éste
implantase. La dictadura del proletariado acabaría con cuantas
desgracias estaba condenada a sufrir la clase obrera en la sociedad
capitalista; además, borraría las diferencias entre la ciudad y el
campo. Al impugnar los planes proudhonistas de mantener la pequeña
propiedad campesina sobre la tierra, Engels indicó que en la cuestión
agraria al proletariado se le presentaba
una feliz oportunidad para
trabajar la tierra en grande por los trabajadores asociados, única
manera de poder utilizar todos los recursos modernos, las máquinas,
etc., y mostrar así claramente a los pequeños campesinos las ventajas de
la gran empresa, por medio de la asociación. Mülberger consideraba
imposible borrar las diferencias entre la ciudad y el campo. Por
elcontraro, Engels demostró que no era utópico que la revolución
socialista y la dictadura del proletariado acabasen con uno u otro
antagonismo de la sociedad capitalista. No deseaba conjeturar cómo se
resolvería el problema de la vivienda o cualquier otro en la futura
sociedad socialista. Querer sacar recetas de antemano y creerlas útiles
siempre, significaría suplantar la ciencia por la hechicería. Los
artículos de Engels referentes al problema de la vivienda
contrarrestaron las tentativas de imponer las teorías proudhonistas en
Alemania.
Pero más difícil fue erradicar las tradiciones lassalleanas, que estaban todavía muy marcadas en la Unión General de Obreros Alemanes
y tenían cierto ascendiente sobre el Partido de Eisenach. Esto se
evidenció con claridad en 1875, cuando ambas facciones se fusionaron. En
aquel momento había desaparecido el motivo de la fundamental
discrepancia táctica entre las dos organizaciones, porque se sobrepuso
definitivamente la unidad nacional
por arriba, por medio de la
monarquía prusiana. En Alemania se puso al orden del día la constitución
de un partido socialdemócrata unido. Por lo general,
Marx
y Engels no estaban en contra de que los partidos se uniesen, pero sí
impugnaban las uniones apresuradas y carentes de principios. Estimaban
que una clara y firme plataforma para la unificación era garantía de una
unidad verdaderamente sólida y premisa de que se fundase un combativo
partido proletario de masas. En reiteradas ocasiones alertaron a los
líderes eisenachianos contra la unidad
a cualquier precio. Pese a las advertencias de Marx y Engels, pudo más la propensión transigente de Liebknecht. Mientras Bebel estaba preso, Liebknecht
entabló conversaciones con los líderes lassalleanos, y de ello nacería
el proyecto de programa que debía servir de plataforma para la unión de
los dos partidos. Cuando Marx
y Engels se vieron sorprendidos con aquel proyecto que contenía serias
concesiones al lassalleanismo manifestaron su más enérgica protesta a
los dirigentes del Partido de Eisenach. En carta dirigida a Bebel,
que acababa de recobrar la libertad, Engels protestó contra la falta de
principios ideológicos y sometió el programa propuesto a una crítica
exhaustiva.
La importancia de las concesiones a los lassalleanos se apreciaba
en el programa en cuestión, que contenía la tesis de Lassalle sobre
una masa reaccionaria única
y la reivindicación de que el Estado ayudase a organizar sociedades de
productores. Pero nada decía de los sindicatos ni de las huelgas, ni
tampoco de la solidaridad internacional de los obreros. En vez de la
consigna de la dictadura del proletariado, proclamaba la consigna
lassalleana de un
Estado popular libre. En su crítica, Engels arremetió contra la confusión oportunista en la cuestión del Estado:
Siendo
el Estado una institución transitoria, que se utiliza en la lucha, en
la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un
absurdo hablar de un ‘Estado popular libre’; el proletariado, mientras
necesita todavía el Estado, no lo necesita en interés de la libertad
sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como sea posible
hablar de libertad, el Estado como tal deja de existir. Este pasaje de la carta de Engels a Bebel fue calificada por
Lenin como
uno de los razonamientos más notables, si no el más notable, de las obras de Marx y Engels respecto al Estado.
Lenin
subrayó que por algo los dirigentes de la socialdemocracia alemana, que
desvirtuaron la teoría marxista sobre el Estado, durante años se habían
resistido a hacer pública la carta citada.
Pero la crítica del proyecto de programa hecha por Engels no
convenció a algunos dirigentes del Partido de Eisenach. Por ejemplo, en
varias cartas a los
londinenses Liebknecht trató de justificar la posición que había adoptado en las conversaciones con los lassalleanos. Como resultado,
Marx y Engels entraron más a fondo en el asunto, y el primero escribió en 1875 su trascendental folleto titulado
Crítica del Programa de Gotha. Esta obra expone con la máxima amplitud los criterios de Marx y Engels con respecto al Estado y a la dictadura del proletariado. Contiene la consideración de Marx que resume toda su teoría revolucionaria del Estado:
Entre
la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la
transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este
período corresponde también un período político de transición, cuyo
Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaría del
proletariado. En la
Crítica del Programa de Gotha Marx
hizo el análisis económico de la sociedad futura y estableció el
vinculo entre el desarrollo del comunismo y la desaparición del Estado.
Distinguió dos fases de la sociedad comunista: la inicial y la superior.
Fue un descubrimiento científico de gran alcance. La primera fase -la
inferior- del comunismo, llamada por lo general socialismo, se
caracteriza, dada la propiedad social sobre los medios de producción,
por la distribución de los bienes materiales según el trabajo. Restada
la cantidad del trabajo que va a parar a los fondos sociales, el
productor recibe de la sociedad cuanto le ha dado. En la fase superior
del comunismo, en la cual un alto nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas y de la productividad del trabajo social crearán la
abundancia de bienes materiales, se aplicará ya otro principio en la
distribución, será
de cada uno según su capacidad, a cada uno, según sus necesidades. El pronóstico de
Marx
sobre el periodo de transición y sobre las dos fases de la sociedad
comunista fue una inapreciable aportación al acervo del comunismo.
Pese a la crítica que Marx
y Engels hicieron al proyecto de programa, éste fue adoptado con
reformas insignificantes en el Congreso de Unificación reunido en Gotha,
que no dejó de influir en el desarrollo del Partido. A raíz de la
unificación, se mezclaron elementos inadecuados, aumentó la confusión
teórica y varios dirigentes se entusiasmaron con el socialismo pequeño
burgués de Dühring, un profesor de la Universidad de Berlín que inventó
un nuevo socialismo que debía revolucionar la filosofía, la economía
política y el socialismo, aunque no era más que una mezcla de teorías
pequeño burguesas. Para no distraer a Marx de su trabajo sobre
El Capital, Engels decidió que sería él quien criticaría al
aburrido Dühring. Conforme a la vieja costumbre,
Marx escribió para la nueva obra de Engels el capítulo décimo, dedicado a la economía política. A comienzos de 1877 en el periódico
Vorvärts (
Adelante), órgano de la socialdemocracia alemana, empezaron a publicarse bajo el irónico título de
Revolución en la ciencia hecha por el Sr. Eugenio Dühring una serie de artículos de Engels.
Esto provocó el descontento de los admiradores que Dühring tenia
en la socialdemocracia alemana. En el Congreso que este partido convocó
en Gotha en mayo de 1877 propusieron dejar de publicar aquellos
artículos so pretexto de que no ofrecían interés alguno para los
lectores. No obstante, el Congreso acordó continuar publicándolos, sólo
que no en el periódico sino en un suplemento científico.
A mediados de 1878 publicó su último artículo contra Dühring, y el mismo año los recopiló todos en un libro que tituló
Anti-Dühring. Esta obra se haría muy famosa. En vista de que el
sistema
de Dühring abarcaba una rama muy amplia de conocimientos, Engels se vio
obligado, siguiendo a este autor paso por paso, a tratar los temas más
diversos:
De este modo, la crítica negativa tomó un aspecto
positivo; la polémica se convirtió en una exposición más o menos
coherente del método dialéctico y de la concepción comunista del mundo,
mantenidos por Marx y por mí, en una serie bastante considerable de problemas.
Así, en la polémica con Dühring surgió una original enciclopedia que
sistematizaba los criterios marxistas respecto a un gran abanico de
cuestiones de filosofía, ciencias naturales, economía política y
socialismo. En esta obra Engels esgrimió un consecuente materialismo e
impugnó todas las concesiones al idealismo. Rebatiendo la filosofía
idealista y el materialismo vulgar, defendió y desarrolló la dialéctica
materialista como ciencia sobre las leyes generales que rigen la
evolución de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento humano.
Hizo por vez primera balance de sus estudios teóricos de ciencias
naturales. Manejando numerosos ejemplos de matemáticas, física, química y
biología, demostró que
en la naturaleza se imponían, a través del
caos de los cambios innumerables, las mismas leyes dialécticas de la
dinámica que también en la historia presiden la eventualidad aparente de
los acontecimientos. Con esta obra el marxismo avanzó en cuanto
ciencia sobre la transformación revolucionaria del mundo. Esta obra de
Engels ha venido ofreciendo desde entonces una valiosísima fuente para
estudiar el marxismo y ha servido de arma en la lucha contra sus
enemigos. A base de tres capítulos de la misma, Engels escribió el
folleto
El desarrollo del socialismo desde la utopía a la ciencia,
en el cual, a guisa de introducción, accesible para todos, a la teoría
del comunismo científico, caracterizó tres fuentes y tres partes
integrantes de marxismo.
El
Anti-Dühring fue un duro golpe a los elementos pequeño burgueses del Partido Socialdemócrata Alemán.
El 19 de octubre de 1878 el Reichstag aprobó una ley contra los
socialistas. Utilizó como pretexto varios atentados seguidos contra el
emperador, con los que nada tenían que ver los socialdemócratas
alemanes. Era evidente que el Gobierno de Bismarck decidió azuzar a las
clases dominantes y la pequeña burguesía contra el
fantasma rojo.
La ley antisocialista prohibía cuantas organizaciones, asociaciones y
órganos de prensa hacían propaganda socialista; en una cláusula especial
facultaba a las autoridades para implantar el estado de excepción.
En vista de que la táctica de las clases dominantes ante la
socialdemocracia había cambiado bruscamente, el partido debía mostrarse
capaz de orientarse con rapidez en los acontecimientos, de cambiar de
táctica y de estructura orgánica. Pero la práctica evidenció que no
estaba preparado para salir airoso de aquella prueba que le ponía la
historia. Aún antes de que la ley entrase en vigor, se descubrió el
fracaso de la dirección del partido. En vez de crear sin demora una
organización y un periódico clandestinos, el Comité Central resolvió,
unido a la fracción socialdemócrata del Reichstag, la disolución
voluntaria del Partido.
Marx
y Engels manifestaron enseguida su violenta protesta contra tan
oportunista táctica. Al querer volver a los líderes del partido a la vía
revolucionaria, Marx
y Engels cifraban sus mayores esperanzas en los obreros de Alemania.
Engels señaló más de una vez en sus cartas que movimiento alemán tiene
la peculiaridad de que las masas siempre corrigen los errores de sus
dirigentes:
Así ocurrirá, obviamente, en esta ocasión.
En efecto, los obreros, pese a la confusión de sus dirigentes,
comenzaron a restablecer poco a poco los contactos interrumpidos y a
formar una organización clandestina. Ante esta iniciativa y haciendo
caso a la crítica de Marx y Engels, los mejores dirigentes del partido, Bebel en primer lugar, empezaron a rectificar su política. Requiriendo de los dirigentes combatir sin tregua a los oportunistas,
Marx
y Engels fueron explicando al partido que era inevitable separarse de
los elementos de tendencias burguesas. Este problema se puso al orden
del día en 1884 (ya después de la muerte de Marx),
cuando la mayor parte de la fracción
socialdemócrata en el Reichstag se propuso votar a favor de un subsidio
por abrir unas nuevas líneas de navegación marítima, con lo cual
apoyaría la política colonialista de Bismarck. Ese hecho condujo a
Engels a plantear la cuestión de la escisión del Partido.
Además de hostilizar el oportunismo de derecha en la socialdemocracia alemana, Marx y Engels fustigaron también a la
izquierda, a los demagogos. El oportunismo de
izquierda surgió en el período de las leyes de excepción, vinculado al nombre de Johann Most, director del periódico
Freiheit,
quien al criticar los errores oportunistas de la fracción
socialdemócrata del Reichstag, acabó por negar la necesidad de que el
partido se presentara a las elecciones y utilizase las posibilidades
legales. Aquellas críticas del parlamentarismo desembocaron en una
campaña desenfrenada contra todos los dirigentes del partido, en cuyo
curso, como dijo
Marx,
no se arremetía ya contra unos u otros personajes, sino que se difamaba a todo el movimiento obrero alemán.
En setiembre de 1879 se puso sobre el tapete la necesidad de fundar un
partido nuevo. El Primer Congreso clandestino (Widen, 1880) expulsó a
Most de sus filas. Además, suprimió del Programa de Gotha el pasaje en
que se decía que el partido propugnase sus objetivos empleando
todos los medios legales, con lo cual reconoció que era menester combinar el trabajo legal con el clandestino, en que siempre habían venido insistiendo Marx y Engels. Con su repulsa del oportunismo tanto en la teoría con en la práctica, Marx
y Engels hicieron un buen servicio la socialdemocracia alemana para que
pudiese forjar su táctica y su estructura orgánica en las duras
circunstancias de la ley de emergencia, así como para que tomase rumbo a
la lucha revolucionaria.
Pese a que centraban la atención en el movimiento obrero en Alemania,
Marx
y Engels no dejaban de interesarse por otros países. Estudiaban a fondo
las condiciones en que fue desarrollándose el movimiento obrero francés
después de la caída de la Comuna.
Engels dedujo que uno de los defectos esenciales del movimiento
anterior había sido la falta de contactos entre París y las provincias,
que no apoyaron al París revolucionario y, a veces, hasta actuaron
manifiestamente contra él. En el período posterior, aquella separación
disminuyó de modo considerable y las reservas de la revolución,
campesinas en primer término, comenzaron a concentrarse. Engels
consideró otro fenómeno positivo el hecho de que la experiencia de la Comuna de París
hubiese sido un golpe a las teorías pequeño burguesas que habían
prevalecido en el movimiento obrero francés: el proudhonismo, el
blanquismo, etc., y ayudase a los obreros franceses a asimilar la teoría
científica del proletariado internacional.
En ese período el marxismo comenzaba a calar en las masas obreras
de Francia. En su camino se interponía, entre otras cosas, el
sectarismo de los socialistas de ese país. Engels escribió sobre ese
particular:
A muchos socialistas franceses les horroriza pensar que
la nación que hizo feliz al mundo alumbrándolo con los ideales franceses
y poseyó el monopolio de las ideas, y París, antorcha del mundo entero,
deben ahora de repente recibir de un alemán, que es Marx,
las ideas socialistas hechas. Sin embargo, así es; además supera tanto a
todos nosotros con su genialidad, con su casi excesivo rigor científico
y su fabulosa erudición, que si alguien intentara criticar sus
descubrimientos se quemaría en el empeño... Yo no comprendo en general
cómo se puede envidiar a un genio. Es un fenómeno tan singular que
nosotros, que no tenemos ese don, sabemos de antemano que es
inaccesible; pero envidiarlo puede sólo una nulidad completa. Pero
Benoit Malon y Paul Brousse, acusaron a Jules Guesde y Paul Lafargue,
fundadores del Partido Obrero de Francia, de ser potavoces de Marx. No aceptaron el programa del Partido Obrero propuesto por Guesde y en el que la parte teórica había sido redactada por Marx. Engels refirió en una de sus cartas cómo había ido elaborándose aquel documento:
Guesde llegó aquí cuando era necesario trazar el proyecto de programa del Partido Obrero de Francia. Enseguida Marx,
que estaba en mi habitación, en presencia mía y de Lafargue, le dictó
la introducción: el obrero es libre únicamente cuando es dueño de sus
medios de producción, y eso es posible tanto en forma individual como
colectiva; el desarrollo económico va acabando con la forma individual
de la propiedad, y día tras día, ese proceso irá intensificándose; de
ahí que quede sólo la forma de propiedad colectiva, etc. Era un
exponente magistral de una argumentación convincente, lacónica y clara
para las masas; rara vez vi algo semejante y sus fórmulas sucintas me
maravillaron. Luego discutimos el resto del contenido del programa,
añadiendo o eliminando algo; pero lo incierto de afirmar que Guesde era
un portavoz de Marx lo muestra el hecho de que había insistido en incluir la reivindicación absurda de su propia cosecha sobre el salario mínimo.
El programa fue aprobado -con una variante algo deteriorada- el
14 de octubre de 1880 en el Congreso del Partido Obrero en El Havre.
Marx
calificó aquel hecho como síntoma de que en Francia estaba brotando un
movimiento verdaderamente obrero. Pero los oportunistas dirigidos en
aquel partido por Malon y Brousse, comenzaron las polémicas contra dicho
documento y contra los principios de la estructura orgánica partidista.
Lanzaron la consigna bakuninista de
autonomía, reclamando para cada organización local el derecho de modificar el programa del partido y
adaptarlo a sus condiciones particulares.
Rechazando las metas finales del partido, proponían formular únicamente
reivindicaciones que pudieran verse satisfechas en las condiciones
existentes. Guesde y Lafargue criticaron aquella política pequeño
burguesa de
posibilismo y de renuncia al carácter clasista del partido para
ganar votos en las campañas electorales. Marx
y Engels les apoyaron pero criticaron algonos errores, en particular,
su propensión al dogmatismo y al sectarismo, así como la insuficiente
elasticidad en la táctica. Cuando en 1882 en el Congreso de Saint
Etienne se produjo la división entre los guesdistas y los
posibilistas,
los fundadores del marxismo la calificaron de un progreso del partido
proletario. Con motivo de aquella división en el movimiento socialista
francés, Engels adelantó tesis de que la pugna entre dos tendencias
-revolucionaria y oportunista- era en el contexto del capitalismo un
fenómeno legítimo para el desarrollo de los partidos obreros:
Por lo
visto todo partido obrero de un país grande sólo puede desarrollarse
mediante la lucha interna, en plena correspondencia con las leyes del
desarrollo dialéctico en general. Engels adujo el ejemplo de la lucha entre los eisenachianos y los lassalleanos en Alemania; entre los guesdistas y los
posibilistas en Francia.
Conceptuando la lucha contra el oportunismo como ley de
desarrollo inminente para cada partido obrero en el contexto de la
sociedad de clases, los fundadores de marxismo insistían en que era
necesario depurar los partidos proletarios de los elementos que
pretendían convertirlos en partidos pequeño burgueses y reformistas. Si
en Francia la constitución del partido proletario fue creándose en medio
de una tensa lucha interna, en Inglaterra se habían gestado para ello
condiciones más difíciles aún. El movimiento obrero inglés que antes
había ofrecido al mundo el primer ejemplo de lucha proletaria política e
independiente (el cartismo) y que después de un período de receso,
guiado por la Internacional,
comenzó a reanudar la lucha de clases, volvió a encerrarse en el
estrecho marco de las reivindicaciones económicas. Los dirigentes
tradeunionistas, creyendo que el único objetivo del movimiento obrero
era procurar el aumento de salarios y la reducción de la jornada
laboral, se oponían a que el proletariado desatase una lucha política
como fuerza independiente, algo de gran interés para la burguesía
inglesa. Al ahondar en el análisis que aún en los años 50 hizo de las
causas de la victoria temporal del oportunismo en el movimiento obrero
inglés, Engels escribía en 1883 a Bebel:
No se deje engañar a ningún precio creyendo que aquí hay
un verdadero movimiento proletario [...] Y aparte de lo imprevisible,
aparecerá aquí un movimiento obrero realmente general, sólo cuando los
obreros se den cuenta que el monopolio mundial ejercido por Inglaterra
se ha quebrado. La participación en el dominio del mercado mundial fue, y
sigue siendo, la base de la incapacidad política de los obreros
ingleses.
Según
Marx
y Engels, una de las causas del atraso del movimiento obrero inglés
radicaba también en la indiferencia, propia de los obreros de aquel
país, por toda teoría, lo cual permitía a la burguesía tenerlos bajo su
influencia ideológica. Como resultado, en Inglaterra no había ningún
partido proletario independiente, sino varios grupos socialistas
enemistados. Para impulsar en Inglaterra la creación de un partido
proletario, Marx
y Engels mantuvieron contactos con representantes obreros y fueron
ayudándoles a asimilar la teoría marxista. Así, en 1881 Engels publicó
en el periódico
Labour Standard una serie de artículos
demostrando, de forma accesible para los obreros ingleses, que no
bastaba sólo con la lucha económica y que para abolir la explotación
capitalista era necesario crear un partido de vanguardia. En el artículo
titulado
El Partido Obrero, explicaba a los trabajadores
ingleses que el papel político que jugaban era indigno de quienes forman
parte de la clase obrera más organizada de Europa; les explicó también
que hacían las veces de apéndice de la burguesía liberal. Aludiendo al
movimiento obrero desplegado en el continente, realzó la importancia de
constituir un partido obrero independiente y la necesidad de que el
proletariado combatiese por el poder político. En su artículo
Las clases sociales: las necesarias y las sobrantes
demostró que la clase obrera podía administrar perfectamente las
grandes industrias prescindiendo de los capitalistas, cuya intervención
era cada día más perjudicíal.
Marx
y Engels acertaban al desentrañar el defecto fundamental de que
adolecía el movimiento obrero de uno u otro país y dar con los
obstáculos que se interponían allí a que la teoría socialista se
fundiese con el movimiento obrero. Los mejores representantes del
movimiento obrero de todos los países siempre acudían a
Marx y Engels para que les ayudasen. El prestigio y la confianza ilimitados que Marx
y Engels se habían ganado en el movimiento obrero convirtieron a los
ambos en los dirigentes acreditados del proletariado internacional.
A la vez que dirigían el movimiento obrero, Marx
y Engels proseguían sus estudios teóricos, que consideraban como una
parte muy importante de su trabajo; sin teoría revolucionaria, no hay
tampoco movimiento revolucionario:
Nosotros dos, Marx y yo -leemos en una carta de Engels-
debemos realizar trabajos científicos muy determinados, que, como
vemos, nadie más puede o siquiera desea hacer. Debemos aprovechar este
período de calma en la historia universal para concluirlos. Quién sabe,
cuándo un acontecimiento vuelva a arrojarnos al centro del movimiento
práctico; con tanta más razón debemos emplear la corta tregua para
desarrollar, por poco que sea, la teoría, que tiene no menos importancia.
Marx trabajaba entonces en los tomos segundo y tercero de
El Capital,
pero su enfermedad le interrumpía cada vez más a menudo. El máximo
rigor científico, la recia autocrítica y el afán de sintetizar lo nuevo
que aportaba la vida, le obligaban a tratar reiteradamente los problemas
clave de su obra. Cada generalización teórica que hacía en
El Capital, la basaba en el estudio de un inmenso número de hechos y documentos.
Simultáneamente a la propaganda del marxismo y a defenderlo en la
prensa contra los ataques, Engels continuaba estudiando a fondo las
ciencias naturales. Habiendo comenzado estos estudios ya en Manchester,
donde podía ocuparse de ellos sólo de vez en cuando, después del
Congreso de La Haya acometió una obra extensa sobre la dialéctica en la
naturaleza. Escribió la introducción, pero tuvo que interrumpirlo por la
necesidad de criticar a Dühring. Terminado el
Anti-Dühring en
junio de 1878 reanudó la obra interrumpida, escribiendo varios capítulos
y haciendo un sinnúmero de apuntes y esbozos. Pero después de la muerte
de
Marx, creyendo que su primera tarea era concluir
El Capital, volvió a dejar a un lado la
Dialéctica de la Naturaleza,
que habría de quedar inconclusa y el texto de cuyo manuscrito fue
publicado por vez primera en la URSS en 1925, en alemán y en ruso. Pese a
ser una obra inconclusa, la
Dialéctica de la Naturaleza es un
venero de ideas. Su introducción es un ensayo brillante del desarrollo
de las ciencias naturales, desde el Renacimiento hasta Darwin. Engels
demostró cómo la concepción dialéctica de la naturaleza fue abriéndose
paso en la lucha contra la metafísica. Realzó el papel que en ello
correspondía a la práctica y a la producción, las que determinaron, en
última instancia, el desarrollo de la ciencia. Hizo una síntesis
filosófica de las ciencias naturales de su tiempo y mostró que todo en
la naturaleza se producía dialécticamente, por lo cual el único método
acertado para conocerla
era la dialéctica materialista. Al analizar las diferentes formas de
movimiento de la materia, su unidad, sus mutaciones y sus peculiaridades
cualitativas, Engels puso los cimientos de la clasificación dialéctica
materialista de las ciencias naturales. A lo largo de toda su obra fue
intransigente con la seudociencia y el clericalismo; criticó a los
idealistas y a los materialistas vulgares, la metafísica y el burdo
empirismo. Caracterizando el estado de las ciencias naturales desde el
punto de vista de la concepción del mundo más avanzada, más
revolucionaria -el materialismo dialéctico-, Engels se asomaba bastante
al futuro, formuló varias hipótesis y anticipó algunos descubrimientos
científicos que se harían mucho más tarde. Por ejemplo, propugnó la
tesis de la estructura compleja de los átomos, afirmando que no eran
meras partículas ínfimas de la materia. El desarrollo de la ciencia
corroboró luego este concepto de Engels.
En el brillante ensayo titulado
El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre
Engels demostró que el trabajo fue determinante para la constitución
fisiológica del hombre, para el surgimiento del idioma y para la
formación de la sociedad humana.
Pese a que en algunas particularidades concernientes a la física,
la química y la biología, que desde entonces han progresado mucho,
algunas tesis de Engels han envejecido, su
Dialéctica de la Naturaleza tiene un gran valor científico y filosófico hasta nuestros días.
Maestro del proletariado europeo
El 14 de marzo de 1883 moría Carlos
Marx,
lo que dejó consternado a Engels, causándole un cambio decisivo para el
resto de su vida. Aquella noche Engels informó por cable a los
camaradas la gran pérdida que acababa de sufrir el movimiento obrero
internacional:
A pesar de que hoy en la tarde lo he visto yaciendo
inmóvil en su lecho, con el rostro petrificado para siempre, no puedo
todavía hacerme a la idea de que su inteligencia genial ha dejado de
enriquecer al movimiento proletario de los dos hemisferios, escribió a Liebknecht.
La humanidad tiene un talento menos, la mente más prodigiosa de nuestro tiempo, decía a F.A.Sorge.
La muerte de Marx
fue para Engels doblemente dolorosa: moría no sólo el genial jefe del
movimiento al que él mismo había consagrado su vida, sino también su
compañero de toda la vida, fiel amigo y camarada.
El 17 de marzo de 1883 Marx
fue inhumado en el cementerio de Highgate, de Londres. Ante la tumba de
su amigo un Engels pronunció un discurso emocionante ensalzando la
gesta científica de Marx y la heroica vida de aquel luchador por la causa del proletariado, por la causa de todos los trabajadores y oprimidos.
En aquellas duras jornadas, cuando tuvo que informar de la muerte de
Marx a los revolucionarios de todos los países, Engels no se doblegó ante aquel horrible golpe.
Ahora tú y yo somos, quizá, los últimos que quedamos de la vieja guardia de los tiempos anteriores a 1848 -escribía a un camarada al día siguiente de la muerte de Marx-
.
Pues bien, continuemos. Las balas silban, los amigos caen, pero esto no
es insólito para nosotros. Si cualquiera de los dos cae abatido por una
bala, ojalá nos entre bien que no tengamos que retorcernos demasiado al
agonizar.
Si en vida de Marx Engels hizo cuanto estuvo a su alcance para abrir el camino al genio y ayudarle a escribir
El Capital,
después de la muerte de su gran amigo dejó a un lado sin el menor
titubeo sus propios estudios científicos y consagró el resto de su vida a
concluir la obra y publicarla. Ante todo habría de dar a la prensa el
original del segundo tomo de
El Capital, luego, el tercero y, finalmente, los borradores del cuarto (
La teoría de la plusvalía), sin hablar ya de otros escritos menos voluminosos de
Marx. Al empezar a trabajar con los manuscritos de
El Capital,
a los 62 años de edad, Engels vivía carcomido por la inquietud de que
no podría cumplir sus propósitos. Tenía que descifrar la ilegible
escritura de Marx,
arreglar todos los manuscritos que quedaban de él y recopilarlos en una
obra íntegra y consumada. Salvo él nadie podía hacerlo. Cuando al poco
de la muerte de
Marx una gran enfermedad le hizo guardar cama durante casi seis meses, privándole de la posibilidad de poner en orden
El Capital, escribíó en una carta:
Esto
me desasosiega sobremanera, porque soy yo el único de los que quedo con
vida capaz de descifrar esta escritura, de comprender esas abreviaturas
de palabras y de frases enteras. En su afán de recuperar el tiempo
perdido a causa de la enfermedad, se pasaba las noches enteras pasando a
limpio los manuscritos de
Marx.
Como resultado, volvió a enfermar y los médicos le prohibieron de nuevo
sentarse al escritorio. Entonces decidió contratar a un secretario.
Tendido en un sofá, dictaba el texto, de las 10 de mañana a las 5 de la
tarde.
Pero pasar a limpio el manuscrito no era más que una parte de lo
que hacía. Tenía que realizar un extenso trabajo creador. El original
del segundo tomo de
El Capital tenía dos variantes completas y
otras seis incompletas. A la par de varios apartados redactados de forma
exhaustiva, había en él otros, no menos importantes, pero apenas
esbozados. Por eso Engels tuvo que estudiar escrupulosamente el
manuscrito con todas las variantes de sus diferentes pasajes y redactar
él mismo varios intercalados. Como señalaría luego en su prólogo al
segundo tomo de
El Capital, procuró hacerlo
en el espíritu del autor.
En febrero de 1885 Engels dio por concluido el trabajo con el original
del segundo tomo y remitió el manuscrito a la imprenta. Luego, sin la
menor dilación, empezó a dictar el tercer tomo. Esta obra de Marx, comentaba,
es
excelente y brillante. Es realmente una revolución inaudita en toda la
economía política. Sólo así nuestra teoría obtiene un fundamento
incólume, y nosotros podremos actuar triunfando en todos los frentes.
La redacción definitiva del tercer tomo costó a Engels una tensión
colosal. Tuvo que hacer varias trasposiciones y adiciones, explicándolas
todas con los
máximos escrúpulos. Ordenaba los manuscritos de Marx con gran esmero y evocando siempre el mayor afecto a su autor:
Necesitaré trabajar bastante aún -escribía- porque en un hombre como Marx cada palabra es oro. A mí me resulta grato: haciendo este trabajo me siento de nuevo en compañía de mi viejo amigo.
Tardó casi diez años en preparar la edición de tercer tomo, no
sólo por lo extensa y complicada que era la obra, ni porque se le fue
debilitando la vista. Además de esa labor tenía un sinfín de
ocupaciones. Tuvo que corregir la versión inglesa del primer tomo que él
mismo había terminado en 1886; debía supervisar las nuevas ediciones
del primero y del segundo, así como varias publicaciones y traducciones
de otros escritos de Marx (
Miseria de la filosofía,
El 18 Brumario de Luis Bonaparte,
La guerra civil en Francia,
Las luchas de clases en Francia, etc.) y también los suyos propios, escribiendo
prefacios a todas ellas.
En 12 años que vivió después de la muerte de Marx, Engels redactó numerosos artículos y publicó dos libros, ambos de gran valor teórico. Editando en 1884
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado cumplía el testamento de
Marx,
que había incubado la idea de escribir sobre dicho tema, había reunido
material para hacerlo, pero le había faltado tiempo para consumar su
idea. Engels utilizó los fragmentos que Marx había sacado, acompañados de sus observaciones críticas, del libro de Lewis H. Morgan
La sociedad antigua.
Lenin calificó este estudio como una de las
obras básicas del socialismo moderno.
Fue un nuevo avance en la concepción materialista de la historia y en
la interpretación de los problemas del comunismo científico. Puso los
cimientos a los estudios marxistas de la sociedad primitiva, del origen,
las etapas y las formas de desarrollo de la familia. Pero lo
fundamental es que Engels hizo en él un análisis histórico del origen y
del desarrollo del Estado, así como de las premisas de su desaparición
para el futuro. Mostró a través de toda la historia universal, empezando
por la sociedad primitiva, cómo fueron surgiendo las clases y el
Estado, explicó el papel que en la lucha de clases correspondía a este
último, sus peculiaridades y formas en las diferentes fases de
desarrollo. Engels desenmascaró las teorías burguesas de que el Estado
era una estructura por encima de las clases y, basándose en hechos
históricos, demostró que en la sociedad de clases antagónicas, el Estado
era un instrumento de la clase dominante. Como en la historia ha habido
períodos sin clases, y por consiguiente sin Estado, sobrevendrá
inminentemente una fase nueva en la cual el Estado dejará de existir:
Con
la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado.
La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base
de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina
del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de
antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.
Es trascendental también
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana,
escrito en 1888, donde Engels explicó la actitud del marxismo ante los
filósofos anteriores a él, expuso la filosofía de Hegel y la de
Feuerbach, así como la influencia que habían ejercido en
Marx
y en él mismo. También desentrañó los defectos cardinales de la
filosofía idealista del primero y la cortedad del materialismo del
segundo. Como en otras obras suyas, Engels propugnó el partidismo de la
filosofía, encuadrando cuantas cuestiones analizaba en la lucha entre
los dos campos filosóficos: el materialismo y el idealismo.
Ofrecen gran interés teórico las cartas que Engels escribió a
comienzos de los años 90 abordando el tema del materialismo histórico.
Criticó en ellas a los vulgarizadores de este último, quienes sostenían
que el factor económico era el único activo en el proceso histórico,
mientras la superestructura política e ideológica no representaba sino
corolario pasivo de aquél y no tenía ningún ascendiente sobre la
historia. Explicó que los factores económicos no causaban efectos
automáticamente, que los hombres mismos eran los forjadores de la
historia y que en el proceso histórico las condiciones económicas
resultaban determinantes sólo en última instancia:
La situación
económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura
que sobre ella se levantan -las formas políticas de la lucha de clases y
sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla,
redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los
reflejos de todas estas batallas reales en el cerebro de los
participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas
religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un
sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las
luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su
forma. Al desarrollar la idea de que la superestructura,
comprendido el poder estatal, ejerce una influencia inversa sobre la
economía de la sociedad, Engels preguntó:
¿Por qué luchamos por la dictadura política del proletariado si el poder político es económicamente impotente?
Engels no pudo reanudar su trabajo sobre la historia de Irlanda ni sobre la
Dialéctica de la Naturaleza, ni tampoco redactar otras obras que había concebido. Se proponía escribir una detallada biografía de
Marx, la historia del movimiento socialista alemán de 1843 a 1863 y la historia de la I Internacional. Pero logró publicar solamente una biografía breve de Marx y varios artículos y prólogos (
Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas,
Marx y la Nueva Gaceta Renana, etc.), dilucidando el primer período de la lucha junto a Marx por fundar el partido del proletariado. Tampoco llegó a preparar la edición del cuarto tomo de
El Capital, titulado
Teoría de la plusvalía. Los estudios económicos de Marx fueron tan vastos y profundos que esta obra es aún más extensa que
El Capital
y su publicación fue inicialmente acometida por Kautsky, que ofreció
una versión manipulada de la misma. La versión definitiva y precisa que
hoy conocemos es obra de los comunistas soviéticos y gracias a ella
conocemos todo el pensamiento económico anterior a
Marx, expuesto por él mismo.
Consagró mucho tiempo y esfuerzos a la dirección del movimiento
proletario internacional. Escribió que éste, mientras cobraba auge,
requería su ayuda con mucha más frecuencia de la que él mismo quisiera
en vista de la labor teórica que estaba realizando.
Sin embargo,
para quien como yo ha actuado durante
más de cincuenta años en este movimiento, los trabajos relacionados con
él constituyen un deber indeclinable, que reclama ser cumplido
puntualmente. Engels era consciente de la responsabilidad que asumía al sustituir a Marx tanto en el campo de la teoría como en el de la dirección política práctica:
Durante
toda mi vida he venido cumpliendo mi destino: he sido el segundo violín
y creo haberlo cumplido de manera aceptable. Me alegraba acompañar a un
primer violín tan excelente como era Marx. Pero ahora que en las cuestiones de la teoría tengo que hacer las veces de Marx
y tocar el primer violín, no puedo dejar de tener faltas, y nadie lo
comprende mejor que yo. Pero solamente cuando sobrevengan tiempos más
tempestuosos, sabremos valorar realmente lo que hemos perdido con la
persona de Marx.
Ninguno de nosotros tiene una óptica tan amplia como la suya en cada
momento preciso, cuando era necesario actuar con rapidez, dar con la
solución acertada y encauzar enseguida el golpe contra el lugar
decisivo. Cierto es que en los períodos de calma sucedía a veces que los
acontecimientos confirmaban que la razón la tenía yo y no él, pero en
los momentos revolucionarios sus juicios eran casi infalibles.
Para comprender lo inmenso y complejo que era entonces dirigir el
movimiento socialista internacional, hay que saber que éste iba
ampliándose muchísimo, y en los diferentes países las condiciones y el
carácter de la lucha variaban bastante:
Después de fallecer Marx -escribió luego Lenin-
Engels, solo, siguió siendo el consejero y dirigente de los socialistas
europeos. A él acudían por igual en busca de consejos y orientaciones
tanto los socialistas alemanes, cuya fuerza a pesar de las persecuciones
gubernamentales, aumentaba constante y rápidamente, como los
representantes de países atrasados, por ejemplo, españoles, rumanos y
rusos, que debían meditar y sopesar bien sus primeros pasos. Todos ellos
aprovechaban el riquísimo tesoro de conocimientos y experiencias del
viejo Engels.
En el movimiento socialista de Inglaterra y de Estados Unidos,
Engels criticó su alejamiento de las masas, su sectario y su dogmatismo,
añadiendo que era incapaz de aplicar la teoría marxista a las
condiciones concretas de cada país. Tomaba en consideración las
peculiaridades de aquellos dos países, en que el proletariado, por
distintas razones económicas y políticas, iba a la zaga de la burguesía,
muy ducha en engañar, corromper y sobornar a los obreros. La primera
tarea de los socialistas en estos países -señalaba Engels- era despertar
la conciencia política de la clase obrera y organizarla sobre una base
teórica que, aunque no fuese aún elevada, debía ser capaz de abrir la
brecha en la influencia burguesa. Por eso Engels criticó a los
socialistas alemanes residentes en Estados Unidos, quienes, habiendo
convertido la teoría del comunismo científico en un dogma muerto,
pretendían imponerla a los obreros norteamericanos, atrasados e
indiferentes a cualquier teoría:
Los alemanes no han sabido hacer de
su teoría la palanca que pusiese en movimiento a las masas
norteamericanas. Ellos mismos no comprenden en la mayoría de los casos
esta teoría y la abordan doctrinaria y dogmáticamente como algo que debe
aprenderse de memoria y creen que esto bastará en todas las ocasiones
de la vida. Para ellos es un dogma y no una guía para la acción. Creyó que los socialistas de Estados Unidos deberían, siguiendo la táctica que
Marx
y él emplearan en el período de 1845 a 1848, participar en todo
movimiento realmente general de la clase obrera, admitiendo el punto de
partida de éste tal como era de hecho y, poco a poco, ir poniéndolo a la
altura de la teoría, insistiendo en que cada error cometido y cada
revés sufrido era consecuencia irreversible de las tesis teóricas
incorrectas del programa primitivo.
En el movimiento socialista de Inglaterra la situación era algo
parecida a la de Estados Unidos. En los años ochenta el movimiento
obrero, por fin, se animaba. En lo socioeconómico esto se debía a que
Inglaterra iba perdiendo su antiguo monopolio industrial en competencia
con Estados Unidos y Alemania y a que había entrado en una fase de
recesión económica, que vino a empeorar fuertemente la condición de las
grandes masas obreras. Pero, pese al auge del movimiento de masas,
registrado en la primera mitad de aquella década, las organizaciones
socialistas no pasaban de ser sectas enfrentadas y sin influencia entre
los obreros.
Engels se esforzaba por formar también en Inglaterra a los
marxistas instruidos en lo teórico, que contactasen con el movimiento
obrero y fuesen capaces de poner los cimientos de un auténtico partido
obrero. Lanzó una campaña contra la oportunista Federación Socialdemócrata
y contra Hyndman, su dirigente, a quien consideraba -como habría de
comprobarse luego- por un arribista carente de escrúpulos. Tomó parte
activa en la escisión de la Federación. En su casa se reunían los
militantes de izquierda, entre ellos, Eleonora
Marx y su marido Edward Aveling, periodista. Pero no quiso solidarizarse de antemano con la Liga Socialista, formada a raíz de la escisión, mientras no demostrase en la práctica que su orientación era acertada. Al poco tiempo la Liga Socialista se deslizó hacia el anarquismo y los partidarios de Engels rompieron con ella.
En la segunda mitad de la década del 80 en Inglaterra se registró
un gran auge del movimiento obrero: se fundaron las primeras trade
uniones de obreros de baja calificación, se produjeron huelgas, la mayor
de las cuales fue una general de los portuarios de Londres (1889),
saludada por Engels como comienzo de un viraje en el movimiento obrero
inglés, en el que él participó de modo activo. Había reunido en torno a
él un pequeño grupo de socialistas -Eleonora
Marx,
Edward Aveling- y de proletarios que les seguían, como Thomas Mann,
John Burns y William Thorne. Por consejo de Engels, el matrimonio
Aveling desplegó en los barrios obreros de Londres una activa agitación,
cuyas consignas eran la implantación de la jornada laboral de 8 horas y
la fundación de una organización política proletaria independiente.
Engels acogió bien la constitución del Partido Obrero Independiente
en 1893, al que se unieron al principio sus partidarios: los Aveling,
Mann y otros. Pero también en esta organización llegaron a prevalecer al
poco tiempo los elementos oportunistas, y los partidarios de Engels
salieron de ella.
Engels declinaba todas las propuestas de fundar una nueva
organización proletaria internacional, considerándolo prematuro, porque
en países importantes no se habían creado aún partidos socialistas y,
tanto en Europa como en América, la situación política no se había
agudizado lo suficiente como para poner al orden del día la institución
de una nueva Internacional. Engels concebía ésta como
netamente comunista,
esperaba que proclamaría los principios del comunismo científico y no
sería sólo una asociación propagandística, sino también militante. Pero
entonces estimaba que no había llegado todavía la hora de fundar esa
internacional de verdad. Sin embargo, cuando los elementos oportunistas encabezados por los posibilistas franceses y la Federación Socialdemócrata
de Hyndman se prepararon en 1883 para fundar una organización
internacional, Engels se lanzó al combate para frustrar todo intento de
crear una Internacional oportunista. Opinaba que la lucha desplegada con
motivo de la convocatoria de un congreso internacional continuaba a las
que se habían sostenido en el seno de la Internacional.
El enemigo es el mismo -escribió a F.A.Sorge-
con la única diferencia de que ha sustituido la bandera del anarquismo
por la del posibilismo, de igual manera vende sus principios a la
burguesía por unas concesiones paliativas y, fundamentalmente, por
privilegios para sus dirigentes (miembros de municipalidad, de la bolsa
de trabajo, etc.). La táctica es la misma.
La repulsa de Engels a los oportunistas fue una premisa necesaria
para el éxito del Congreso de París (1889), en el cual se fundó la II Internacional.
En su seno Engels rebatió tanto a reformistas como a anarquistas.
Aplaudió los acuerdos del Congreso de Bruselas (1891) que expulsó a
estos últimos de la Internacional. El Congreso de París resolvió celebrar todos los años el Primero de Mayo
como jornada internacional del proletariado. Realzándola como primera
acción internacional del proletariado en lucha, Engels escribió el 1 de
mayo de 1890 el prólogo a una nueva edición alemana del
Manifiesto del Partido Comunista, explicando las vicisitudes que este documento había tenido desde que apareció. Hizo recordar que cuando 42 años antes
Marx
y él lanzaron al mundo la consigna ¡Proletarios de todos los países,
uníos!, fueron muy pocas las voces que contestaron. Pero desde entonces
el movimiento obrero había avanzado mucho, testimonio de lo cual era
para Engels aquella jornada internacional:
El espectáculo de hoy
abrirá los ojos a los capitalistas y a los terratenientes de todos los
países y les enseñará que la unión de los proletarios del mundo es ya un
hecho. ¡Ojalá estuviese todavía Marx a mi lado, para verlo con sus propios ojos!
Pese a su avanzada edad, Engels siempre asistió a las manifestaciones de los obreros ingleses el Primero de Mayo.
En 1893 estuvo asimismo en Zurich en el III Congreso de la Internacional.
Pronunció un discurso en su sesión de clausura en inglés, francés y
alemán. Conmovido por la acogida entusiasta que le dispensaron los
delegados, declaró que no la atribuía a su propia personalidad, sino a
la de un
colaborador del gran hombre cuyo retrato nos preside y señaló al de
Marx.
Han pasado 50 años justos desde que Marx y yo nos sumamos al movimiento, publicando nuestros primeros artículos en los Anales franco alemanes
.
Desde entonces el socialismo, de unas pequeñas sectas se ha convertido
en un poderoso partido que hace temblar a todo el mundo oficial. Marx
murió pero, si siguiera vivo, no habría nadie en Europa y América que
pudiera con tanto orgullo echar una mirada retrospectiva a la causa de
su vida.
El viaje de Engels a Zurich, pasando por Viena y Berlín fue
triunfal. Al hablar en mítines masivos, señalaba siempre que los
aplausos que le aclamaban no eran para él, sino para Marx, del cual había sido colaborador y compañero de lucha.
Si yo he logrado hacer algo para el movimiento en cincuenta años que he venido participando -manifestó en Viena-
,
no requiero por ello recompensa alguna. ¡Mi mejor recompensa sois
vosotros! Tenemos camaradas en todas partes: en las cárceles de Siberia,
en los yacimientos auríferos de California y hasta en Australia...
Somos una gran potencia que infunde miedo, una potencia de la que
depende más que de las demás grandes potencias. Eso me causa orgullo.
Fundada la II Internacional, la actividad política partidista de Engels adquirió mayores proporciones. En aquel período le causaba grandes recelos el Partido Obrero de Francia.
En las cartas dirigidas a Paul y Laura Lafargue, Engels explicó los
errores que Paul y algunos otros socialistas franceses habían cometido
con respecto al movimiento dirigido por el general Boulanger, un
aventurero político. Estimando que una de las primeras tareas de los
socialistas de todos los países era evitar la amenaza de una guerra
generalizada, insistió en que el movimiento boulangerista era muy
peligroso, por estar amasado en el chovinismo y el revanchismo.
Debido a los importantes éxitos electorales del Partido Obrero de Francia
a comienzos de los años 90, varios dirigentes cayeron en las tendencias
oportunistas y en su labor empezaron a insistir en la necesidad de
ganar votos.
Al objeto de formar una fracción parlamentaria lo mayor posible, los
guesdistas y otros socialistas accedieron a que su fracción se ligara a
un nuevo grupo socialista formado en el parlamento, dirigido por
Millerand y Jaurès. Engels calificó aquel
matrimonio de interés como sumamente peligroso y advirtió con insistencia que los socialistas no se dejasen llevar por los millerandistas.
Un año antes de morir, se manifestó contra el oportunismo en la
cuestión agraria, expresado en el programa agrario de los socialistas
franceses adoptado en el Congreso que el Partido Obrero
reunió en Nantes en 1894. En este documento el partido asumió el
compromiso de proteger de la ruina la propiedad campesina en la sociedad
capitalista. Los socialistas franceses prometieron
salvar la
propiedad no sólo a los pequeños campesinos, sino también a los
arrendatarios que explotaban a los obreros asalariados. Los socialistas
de Francia que incluyeron en su programa aquellas tesis oportunistas no
se quedaron solos. Los socialdemócratas alemanes formularon propuestas
análogas en su Congreso de Frankfurt aludiendo al programa de los
socialistas franceses adoptado en Nantes y acogido, presuntamente,
con aprobación por Federico Engels.
Por eso Engels tuvo que intervenir públicamente tanto contra el
programa de Nantes como contra los representantes de la socialdemocracia
alemana que lo apoyaban. En una carta enviada a la redacción del
periódico
Vorwärts (
Adelante) escribió que no sólo no
había aprobado, sino que había criticado el programa de Nantes y que los
hombres que querían conservar la pequeña propiedad campesina deseaban
algo imposible en el aspecto económico y asumían un punto de vista
reaccionario para hacer menos doloroso para los campesinos su inexorable
fracaso. Engels criticó estos programas en el artículo
El problema campesino en Francia y en Alemania publicado en 1894 en
Neue Zeit (
Tiempo Nuevo),
diciendo a los socialistas franceses y alemanes que habían amoldado los
programas del partido proletario a las ilusiones que tenían los
campesinos como pequeños propietarios. Engels explicó que esas
concesiones oportunistas que prometían perpetuar la propiedad campesina,
en vez de explicar a los campesinos
la absoluta certeza de que la
gran producción capitalista pasará por encima de su impotente y
anticuada pequeña explotación, como un tren por encima de un carrito de
mano. Al mismo tiempo Engels insistió en que la cuestión agraria
era de enorme importancia para los partidos socialistas. Para conquistar
el poder político, hasta en los países más industrializados, los
partidos socialistas deberían trabajar en el campo y convertirse allí en
una fuerza. Engels se opuso resueltamente a la tendencia a reunir sin
escrúpulos votos campesinos, a los intentos de atraer al lado del
proletariado las capas del campesinado que por su condición no podían
ser aliados suyos. Era necesaria una actitud diferenciada respecto al
campesinado. Esbozó la táctica que los partidos socialistas deberían
emplear antes y después de la toma del poder frente a los pequeños
campesinos, lo campesinos medios y los campesinos ricos, así como frente
a los grandes terratenientes.
Al analizar la actitud hacia el campesinado por el partido
socialista después de la toma del poder, Engels no predeterminó las
formas concretas de poner a las pequeñas haciendas campesinas en el
camino de la agricultura socialista cooperativizada, dado que esta
formas dependerían de las condiciones concretas en que el proletariado
obtendría el poder político:
Es igualmente evidente que cuando
tengamos el poder del Estado no podremos pensar en expropiar
violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin
ella) como nos veremos obligados a hacer con los grandes terratenientes.
Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá, ante
todo, en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia
un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo y
brindando ayuda para ese objeto. Y aquí tendremos, ciertamente, medios
sobrados para presentar al pequeño campesino una perspectiva de ventajas
que ya hoy tienen que parecerle evidentes.
La crítica del programa de Nantes fue un rechazo a los
oportunistas que había no sólo en el partido francés, sino también en
otros partidos de la II Internacional,
en primer término, en la socialdemocracia alemana, la cual seguía a la
vanguardia del movimiento obrero internacional. En el contexto de las
leyes de excepción, supo ampliar sus contactos y consolidar su
influencia, gracias a que combinaba el trabajo legal y el clandestino y,
bajo la dirección de
Marx y Engels, no dejaba de combatir el oportunismo.
La lucha contra el revisionismo
Dimitido Bismarck y derogadas las leyes de excepción contra los
socialistas, en el Partido Socialdemócrata volvió a plantearse el
problema de la táctica y los métodos de lucha.
Por un lado, había surgido una oposición oportunista de izquierda,
dirigida por jóvenes intelectuales y estudiantes que pretendían ser los
teóricos y dirigentes del partido. No aceptaban la necesidad utilizar
las posibilidades legales, exigían renunciar a la actividad
parlamentaria y acusaban al partido de oportunismo. Cuando
Sachsische Arbeiter Zeitung (
Gaceta Obrera de Sajonia),
el órgano de los jóvenes, como se llamaba a los izquierdistas, insinuó
que Engels se solidarizaba con ellos, él criticó su táctica.
El Congreso del Partido Socialdemócrata Alemán reunido en 1891 en Erfurt acordó que si los dirigentes de los
jóvenes incumplían las resoluciones, serían expulsados. Los representantes de la oposición izquierdista abandonaron aquel Congreso.
Pero la lucha que sostenía Engels en el interior de la
socialdemocracia alemana -lucha de alcance internacional- iba en dos
direcciones y él concentró el fuego de su crítica contra los
reformistas, que pregonaban la evolución pacífica hacia el socialismo,
denunciándolos como enemigos jurados de la clase obrera. El viraje a las
concesiones hecho por las clases dominantes, había significado que en
el interior del partido se reactivasen también los elementos
oportunistas de derecha, que, admitiendo que el gobierno de las clases
dominantes podía actuar en bien de todo el pueblo, plantearon la
revisión a la teoría marxista del Estado; como consecuencia afirmaban
que la nueva sociedad llegaría desde un
gradual desarrollo pacífico.
Surgió el peligro de que la influencia que ejercían los
oportunistas de derecha repercutiera en el proyecto de programa que en
vez del viejo, el de Gotha, el partido debía aprobar en el Congreso de
1891 en Erfurt. En vista de ello Engels decidió publicar la
Crítica del Programa de Gotha, y la carta adjunta de
Marx, que en 1875 se destinó únicamente a los dirigentes del partido. Al publicar la
Crítica del Programa de Gotha
Engels sabía que los oportunistas saltarían indignados. No se equivocó.
Varios dirigentes reformistas interrumpieron la correspondencia con él.
La discusión del proyecto de programa de la socialdemocracia alemana le
dio el pretexto
de caerle al oportunismo conciliador de Vorwärts
y a la alegre, piadosa, divertida y libre evolución
del viejo y sucio capitalismo hacia la sociedad socialista.
Engels criticó argumentadamente las reivindicaciones políticas y
económicas que contenía el proyecto de programa así como la idea de que
sería posible establecer pacíficamente la república, e incluso la
sociedad comunista.
Luego, en 1895, poco antes de morir, Engels lanzó una segunda bomba ideológica: la introducción que había escrito a la obra de
Marx La guerra civil en Francia,
criticando la veneración supersticiosa hacia el Estado y demostrando
que éste no era sino una máquina por medio de la cual una clase mantenía
oprimida a otra. A las teorías oportunistas del tránsito pacífico al
socialismo, opuso la experiencia de la Comuna de París, que había demostrado en la práctica que la clase obrera, una vez en el poder,
para
no perder de nuevo su dominación recién conquistada, tenía, de una
parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta
entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios
diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción,
revocables en cualquier momento.
Engels concluyó su introducción a
La guerra civil en Francia fustigando a los oportunistas del Partido Socialdemócrata Alemán en los siguientes términos:
Últimamente,
las palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo
horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis
saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: he ahí la dictadura del proletariado.
En aquel período histórico era necesario aprovechar la legalidad
burguesa para ampliar la propaganda socialista, fortalecer las
organizaciones proletarias y desarrollar la conciencia y la unidad del
proletariado. El proletariado alemán constituía entonces la punta de
lanza del movimiento revolucionario internacional, y Engels resaltó que
había suministrado a sus camaradas de todos los países un arma nueva al
mostrarles el modo de utilizar eficazmente el sufragio universal. Pero a
partir de aquí los reformistas desarrollaron el culto al voto,
oponiéndolo a la lucha revolucionaria de masas y a la lucha armada. Para
Engels el voto era un arma de gran efectividad en aquellas condiciones
porque permitía utilizar las instituciones burguesas contra las instituciones mismas.
Por lo tanto, era obligado utilizar el voto, saber dominar esa forma de
lucha, pero en modo alguno como el instrumento decisivo para alcanzar
la victoria sobre el capitalismo.
En aquel escrito Engels planteaba la táctica del proletariado
para una época en que la base capitalista tenía todavía gran capacidad
de extensión, y a la cual le correspondía un régimen de democracia
burguesa. La utilización revolucionaria del voto se correspondía, en
definitiva, con una situación de auge mundial de la burguesía, y
mientras se mantuviera esa situación, permitía un compromiso, una
especie de contrato entre ambas clases. Por tanto, advertía Engels, si
la burguesía rompe ese contrato, la socialdemocracia queda en libertad y
puede hacer lo que quiera. Engels no consideraba que aquella situación
pudiera prolongarse indefinidamente. Advertía que los crecientes éxitos
de la socialdemocracia en las elecciones al Reichstag acabarían por
alarmar a las clases dominantes, y éstas decidirían renunciar a la
legalidad burguesa establecida por ellas mismas, para emplear la
violencia contra la clase obrera y su partido.
Cuando la clase obrera logra organizar un partido revolucionario
de vanguardia, se convierte en el enemigo por antonomasia del Estado
burgués. En su obra
El papel de la violencia en la Historia escribió:
En
política sólo hay dos poderes decisivos: la fuerza organizada del
Estado, el ejército, y la fuerza elemental, no organizada, de las masas
populares. Para acabar con esa dualidad de poderes en diciembre de
1894 el Reichstag sometió a debate un nuevo proyecto de ley
antisocialista, con el pretexto de que la socialdemocracia fraguaba un
golpe de Estado. La labor legal que venía realizando la
socialdemocracia, aumentando cada vez más su influencia sobre las masas,
le creaba grandes dificultades. Por entonces asomaba ya la época del
imperialismo y la burguesía comenzaba a clamar por romper con aquella
legalidad creada por ella misma, porque una táctica acertada del
proletariado permitía volverla en su contra. No era la socialdemocracia
sino las clases dominantes quienes tramaban un verdadero golpe de Estado
contra su propia legalidad.
Engels no tenía ningún respeto supersticioso hacia la legalidad burguesa, de modo que en su introducción a la obra de
Marx La lucha de clases en Francia
enfocó la cuestión de la lucha armada desde un punto de vista práctico,
y comprobó que, dada la evolución de las nuevas armas y las nuevas
técnicas creadas por la burguesía en ascenso, una victoria efectiva de
la insurrección sobre las tropas en la calle sería una de las mayores
rarezas. Señaló que en comparación con los tiempos de 1848 y de 1871,
las condiciones de la lucha armada callejera habían cambiado. El
ejército se fortaleció y estaba mucho mejor armado que antes; los
ferrocarriles permitían trasladar con rapidez las tropas, las calles
rectas y largas de las nuevas barriadas urbanas facilitaban el empleo de
cañones y fusiles perfeccionados. Por tanto, en comparación con 1848
las condiciones eran menos favorables para los combatientes de la
población civil y mucho más favorables para las tropas. No significa que
los combates callejeros no vayan a desempeñar papel alguno en el
futuro, sino que deberán preferir el ataque abierto a la táctica pasiva
de las barricadas. Con esto Engels adelantaba uno de los aspectos más
importantes de la táctica insurreccional, que desarrollaría más tarde
Lenin, basándose en la experiencia de la insurrección de Moscú y en el transcurso de la revolución socialista.
No habían de pasar muchos años para que la situación que
describiera Engels se invirtiese, para que fuese una de las mayores
rarezas la posibilidad de utilizar de forma revolucionaria el voto. En
1914, con la guerra imperialista y con la imposición en el interior de
los países capitalistas de la reacción más desenfrenada, la posibilidad
de utilizar la legalidad burguesa contra la propia burguesía desapareció
para siempre. Por el contrario, la táctica de la ofensiva, de la
guerrilla, combinada con las huelgas políticas de masas, cobró gran
impulso. Desde entonces el arma nueva del proletariado pasó a ser la
huelga general política combinada con la lucha armada. Hoy día el
recurso generalizado de la lucha armada contra el imperialismo y el
monopolismo es una de las características más señaladas del proceso
revolucionario. El recurso a la lucha armada contra el imperialismo es
una característica de la época actual.
Tal fenómeno debe explicarse en un contexto diferente al de la época de
Marx
y Engels. La expansión del capitalismo y la formación del mercado
mundial han dado lugar a la liberación de amplísimas masas humanas del
capitalismo, al retroceso del colonialismo. Es una etapa de declive de
la burguesía, de transición de la burguesía progresista al reaccionario
capital financiero, es la época del imperialismo, de las convulsiones
imperialistas. Es forzoso, pues, que bajo la dominación reaccionaria del
capital financiero la táctica del proletariado tuviera que cambiar.
Este texto de Engels, verdadero venero de enseñanzas militares,
ha sido el más manipulado por los revisionistas. Al publicarlo Engels
tuvo que hacer caso a los dirigentes del partido residentes en Alemania,
que le exigían -dada la tensa situación del país por los debates de la
ley contra el golpe de Estado- que suavizase algunos pasajes de su
ensayo e incluso que omitiese algunos. Engels criticó la posición
indecisa de la dirección del Partido y su afán de
actuar exclusivamente en el marco legal.
Pero, forzado a contar con la opinión de la dirección, consintió que se
omitieran varios pasajes en las galeradas y que se modificaran algunas
formulaciones, debido a lo cual, a juicio de Engels, el texto inicial
perdió algo. Lo comentó en su carta a Kautsky de 25 de marzo de 1895:
Mi
texto quedó algo deteriorado a causa de la indecisión de nuestros
amigos berlineses, asustados por el proyecto de ley preventiva contra un
golpe de Estado, cosa que yo hube de tomar en consideración, a pesar
mío.
Los oportunistas no tuvieron reparos en calumniar a quien había
consagrado su vida a la lucha por la dictadura del proletariado y había
combatido sin tregua el reformismo y el oportunismo. Afirmaron que en la
introducción a
La lucha de clases en Francia, su postrer
artículo, Engels había revisado sus criterios y aceptado el camino del
reformismo. Algunos dirigentes falsearon el texto descaradamente,
presentando a Engels como un partidario del tránsito pacífico al
socialismo. El 30 de marzo de 1895, el periódico
Vorwärts (
Adelante), órgano central del Partido Socialdemócrata, publicó un editorial titulado
Cómo se hacen hoy las revoluciones
en el que, sin conocimiento de Engels, se citaban algunos fragmentos de
su Introducción especialmente escogidos y arrancados del contexto, que
daban la impresión de que Engels era partidario de
la legalidad a toda costa. Engels protestó a Guillermo Liebknecht, director de
Vorwärts, contra esa tergiversación de sus opiniones y exigió que publicase el texto íntegro de su escrito.
Luego la Introducción de Engels, a instancia suya, se publicó en la revista
Die Neue Zeit (
Tiempos Nuevos)
con las mismas omisiones que había tenido que hacer para la edición
aparte. Pero incluso con las reducciones, la Introducción conservaba
íntegro su carácter revolucionario. Había que recurrir a una tosca
falsificación de los puntos de vista de Engels para interpretar este
documento en un sentido reformista, como hicieron, después de la muerte
de Engels, Bernstein en su trabajo
Premisas del socialismo y objetivos de la socialdemocracia
y otros revisionistas. Ocultando a los lectores el texto íntegro de la
Introducción, silenciando las circunstancias que habían obligado a
Engels a omitir varios pasajes y tergiversando el contenido del texto
publicado, Bernstein y otros revisionistas afirmaban calumniosamente que
Engels en su Introducción, que ellos querían hacer pasar por su
testamento político, había cambiado sus ideas anteriores, adoptando poco menos que posiciones reformistas.
Durante décadas, la socialdemocracia alemana mantuvo oculto el
texto íntegro de la Introducción para tratar de avalar con Engels sus
posiciones reformistas. La Unión Soviética lo publicó íntegro por
primera vez en 1930.
Engels consideraba que la guerra que se avecinaba era uno de los
factores susceptibles de cambiar cardinalmente las condiciones de lucha
y, por consiguiente, la táctica de la socialdemocracia alemana. Le
alarmaba el entendimiento entre Francia y Rusia, pronosticado por
Marx en el llamamiento del Consejo General de la Internacional
hecho en 1870, y la configuración de la Triple Alianza (Alemania,
Austria, Italia). Señaló que la guerra que se avecinaba adquiriría
proporciones y causaría devastaciones inusitadas y, a diferencia de las
localizadas, sería general.
Al analizar la situación internacional en los artículos
La política exterior del zarismo ruso (1890) y
El socialismo en Alemania
(1891), así como en las cartas que en aquel período escribió a
socialistas de diferentes países, Engels insistió en que el zarismo ruso
era el baluarte principal de la reacción europea, contra el cual los
socialistas de Europa occidental deberían librar una lucha consecuente.
Al mismo tiempo estimaba que Alemania era el país en que se asentarían
las premisas de la revolución socialista en un futuro próximo. Por eso
opinaba que en caso de guerra los socialistas de Alemania deberían
levantarse en defensa de su patria. Subrayaba que sólo podían garantizar
una defensa verdadera de Alemania los métodos revolucionarios, la
llegada al poder de la socialdemocracia, cuyo deber era encabezar las
batallas revolucionarias.
Alarmado por el creciente peligro de guerra generalizada, Engels
llamó a los socialistas de todos los países a luchar enérgicamente por
la paz. Consignaba que la gran trascendencia histórica universal de la
revolución socialista no sólo consistía en emancipar a la clase obrera,
sino también en poner fin a todas las guerras que acarreaban incontables
sufrimientos a la humanidad entera.
Pese a que Engels había entrado ya en la octava década de su
vida, se veía siempre animado, optimista, juvenil incluso. Mirando a su
cuerpo ágil, fuerte y recto, a su barba y cabellera tocadas con canas,
se podía creer que apenas había pasado de los cincuenta años. Más joven
aún era de espíritu: conservaba despierta la inteligencia, el sentido
del humor y nunca se desanimaba. Eleonora Marx lo consideraba, por eso,
el más joven de sus conocidos. Contó que durante un viaje que en unión
de ella, su marido y Carl Schorlemmer hizo a América en 1883, fue el
compañero e interlocutor más alegre y activo.
Hasta el fin de su vida a Engels le acompañó su inmensa
laboriosidad y energía. Realizaba un volumen de trabajo propio de varios
hombres a la vez. Todos los días le llevaban a su casa, en Regent's
Park Road, un montón de periódicos en todos los idiomas europeos. Y
Engels encontraba tiempo para verlos todos, comentar los acontecimientos
y contestar a las cartas.
Según su costumbre, trabajaba intensa y metódicamente. En su
apartamento reinaba un orden perfecto, establecido de una vez para
siempre.
En sus dos espaciosos y claros despachos -cuenta Paul Lafargue-
las paredes no se veían tras los armarios de libros; en el piso no
había ni un papel, y los libros, excepto unos diez, estaban todos en los
sitios que les correspondían... Engels mostraba él mismo cuidado
respecto a su aspecto físico: animado, apuesto, siempre vestido como
para una gala... No conozco a nadie que usase tanto tiempo los mismos
trajes sin que pasaran de moda y parecían siempre nuevos. Si en lo que
se refería a sus necesidades personales era ahorrativo y se permitía
hacer sólo los gastos que creía indispensables, se mostraba
infinitamente pródigo cuando se trataba del partido o de los camaradas
que le pedían ayuda.
Por la casa de Engels pasaban revolucionarios de todos los países
del mundo. Se oía hablar en muchos idiomas; sobre todo, los domingos,
los días en que Engels recibía tradicionalmente. Quienes tuvieron la
suerte de acudir allí, recordarían toda la vida aquellas veladas
dominicales, tan animadas, la amenidad en la charla y la alegría
constante de Engels.
Por muchos que fuesen los visitantes, no todos eran bien
acogidos. Es que la rica experiencia política de muchos años enseñó a
Engels a recibir reticente a las personas desconocidas o dudosas y a
despedir sin ceremonias a quienes se habían cubierto de oprobio
traicionando la causa proletaria.
Lo único que nunca perdona Engels -escribía Eleonora Marx-
es la hipocresía. Jamás dará cuartel a quien no es sincero, aún consigo mismo y máxime a quien no guarde fidelidad al partido.
Pese a los inapreciables méritos que tenía contraídos ante el
movimiento obrero internacional, Engels seguía comportándose con la
máxima llaneza y modestia. Por ejemplo, cuando se enteró de que el coro
de la Unión Comunista Obrera Cultural de Londres se proponía rendirle un
homenaje con motivo de su cumpleaños, pidió encarecidamente que
desistiesen de ello.
Tanto Marx como yo -escribió-
siempre
hemos estado en contra de las manifestaciones públicas en homenaje a los
individuos; esto sólo cabe cuando por medio de esa acción se puede
alcanzar alguna meta importante; sobre todo nos hemos opuesto a que ese
tipo de manifestaciones nos las hiciesen a nosotros personalmente en
vida. La veneración y la atención que mostraban a Engels en tanto
que líder consagrado del partido socialista, él las atribuía
fundamentalmente a los méritos de
Marx.
Cuando en su setenta cumpleaños le llovieron telegramas, cartas y
regalos, y la prensa partidista le dedicó artículos, lo comentó así:
A
mí me ha tocado cosechar los laureles de unas semillas que sembró un
hombre más grande que yo: Carlos Marx. Lo único que puedo hacer es
prometer solemnemente pasar el resto de mi vida prestando un servicio
activo al proletariado, ser digno del homenaje que se me rinde.
Su cariño a Marx, mientras éste vivió, y su veneración a la memoria del amigo muerto -escribió Lenin-
fueron infinitos. Engels, luchador inflexible y pensador severo, era hombre de una gran ternura. Honrando la memoria de Marx
y enorgulleciéndose de los triunfos de la causa, por la cual habían
estado luchando juntos, Engels arremetía contra cuantos intentaban
calumniar a su gran amigo y, con ello, causar daño al movimiento obrero
internacional. Para él era sagrado tanto Marx, como la esposa de éste, Jenny, quien, como dijera en los funerales,
no
sólo había asumido el destino, los trabajos y las luchas de su marido,
también había participado en ellos con la máxima conciencia y el máximo
fervor. Engels extendía también su afecto a las hijas de
Marx, y éstas, a su vez, le consideraban como a un padre.
Mostró también mucho respeto y gratitud a Lenchen (Helene Demuth), la vieja doméstica, fiel amiga de Marx y de su esposa, considerada por ellos como uno más de la familia. Cuando Marx
murió, Lenchen se trasladó a la casa de Engels (que vivía en soledad
desde que en 1878 murió su esposa Lizzy) y se hizo su ama de llaves. Del
papel que esa mujer jugó en la vida de él y de Marx, Engels escribía a F.A.Sorge, el 5 de noviembre de 1890, al día siguiente de morir ella:
Hemos sido los dos últimos de la vieja guardia formada antes de 1848. Ahora he vuelto a quedarme solo. Tanto Marx durante largos años como yo en estos últimos siete pudimos trabajar con calma, se lo debemos en buena medida a ella.
Engels veía con tristeza menguar las filas de sus viejos amigos y
correligionarios, veteranos luchadores por la causa del proletariado.
Acarició hasta sus últimos momentos
que, triunfante el proletariado,
desaparecieran los antagonismos entre las clases y las guerras entre
los pueblos, haciéndose realidad la paz y la dicha en los países
civilizados. Engels creía todavía tomar parte activa en la batalla decisiva. Vivir era para él trabajar, y trabajar era luchar.
Cuando yo me vea ya incapaz de estar en la lucha, que me lleve la muerte,
contestó a las felicitaciones de su setenta cumpleaños. Era su larga
lucha proletaria lo que le había proporcionado esa inmensa energía
juvenil:
La lucha proletaria es la única grande, la única que está a
la altura de los tiempos, la única que en lugar de debilitar al
luchador le insufla energías siempre renovadas, escribió en una carta a Bernstein el 25 de enero de 1882.
Sin embargo, los años ya le pesaban. El 4 de diciembre de 1894
Engels escribía a F.A.Sorge que, al comenzar el año sententa y cinco de
su vida, no se sentía ya tan animado como antes, si bien estaba todavía
lleno de energías, no había perdido las ganas de trabajar y se creía en
perfectas condiciones para hacerlo.
Pero entonces martirizaba ya sus entrañas el cáncer de esófago, horrible enfermedad que padecía y que los médicos le ocultaban.
El 5 de agosto de 1895 murió. Según su deseo expreso, el entierro
fue muy modesto. Asistieron sólo sus amigos íntimos, sus discípulos y
correligionarios; en total unas 80 personas procedentes de distintos
países. Del Partido Socialdemócrata Alemán estaban Liebknecht y Singer; Bebel
representaba a la socialdemocracia austríaca, que se lo había pedido;
por el Partido Obrero de Francia estaba Paul Lafargue; por el movimiento
obrero de Inglaterra, Eleonora Marx, Edward Aveling y Harry Quelch; de
Bélgica, Anseele; de Rusia, Vera Zasulich y Stepniak (S. M.
Kravchinski); de Italia, Valera; había también representantes de
Holanda, Polonia y Bulgaria. Pronunciaron discursos de pésame Liebknecht, Bebel, Lafargue, Samuel Moore y otros camaradas y amigos de Engels.
Cumpliendo la voluntad del difunto, sus restos mortales fueron
incinerados; luego la urna fue llevada a Eastbourne, lugar preferido
para descansar por Engels, y a cierta distancia de la costa, abandonada a
las olas del mar.
Federico Engels, gran luchador y pensador revolucionario, tuvo
una vida larga y plena. Hizo una contribución preciosa a la formación y
el desarrollo del comunismo científico, a la defensa y la propagación
del marxismo. En unión de
Marx,
dirigió las luchas revolucionarias de la clase obrera, ayudando a
fundar organizaciones proletarias internacionales y nacionales y
orientando sus actividades. Después de la muerte de su insigne amigo y
correligionario, hasta el último de sus días, fue el dirigente
indiscutible del movimiento obrero internacional.
Murió en los umbrales de una época nueva: la del imperialismo y
de las revoluciones proletarias. La historia vino a plantear a la clase
obrera nuevos y complicados problemas, no dilucidados en la obra de Marx
y Engels. Había que desarrollar la teoría revolucionaria de la que eran
fundadores y hacerlo con arreglo a las nuevas condiciones históricas de
las luchas de clase del proletariado y de todas las masas trabajadoras.
Lenin,
además de defender el marxismo contra las tergiversaciones e
interpretaciones vulgares, lo desarrolló sobre la base de la experiencia
acumulada por la clase obrera de Rusia y por el movimiento
revolucionario mundial. Al analizar las condiciones históricas nuevas,
enriqueció con importantísimas tesis teóricas las tres partes
integrantes del marxismo, dando comienzo a una nueva etapa en el
desarrollo del mismo. Un gran mérito suyo fue fundar un partido de nuevo
tipo, encarnación de la unidad orgánica del socialismo y el movimiento
obrero, de la teoría científica y la práctica revolucionaria. La Revolución de Octubre
que inauguró una nueva etapa en la historia de la humanidad -la del
tránsito del capitalismo al socialismo- fue un verdadero triunfo del
marxismo-leninismo.
Los comunistas parten en su lucha de las leyes generales de la
revolución y de edificación del socialismo y el comunismo, leyes ya
enunciadas en la teoría marxista. Al hacerlo, tienen en cuenta que
dichas leyes actúan en los diferentes países y abordan en dialéctica
unidad, ligando fuertemente los aspectos internacionales y nacionales en
esta lucha.
Poco antes de morir, Engels manifestó que le infundía esperanza
la creciente unidad internacionalista de la clase obrera. Escribió que
el ejército del proletariado internacional estaba formándose y la
centuria que sobrevenía lo vería triunfar. Efectivamente, el siglo XX
fue una época de cambios sociales trascendentales, confirmando lo
anunciado por Engels y la plena vitalidad de las tesis que
Marx y él elaboraron para transformar el mundo.