Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

martes, 29 de mayo de 2012

Federico Engels (1820-1895) ( y III )

Sumario: 
 — Últimos años junto a Marx
— Maestro del proletariado europeo
— La lucha contra el revisionismo
— Hasta 2025 no culminará la recopilación de las obrascompletas de Marx y Engels

Últimos años junto a Marx

El peso de dirigir a diario el movimiento socialista en varios países y de repeler a los enemigos patentes y latentes del marxismo se volvió entonces sobre Engels, quien escribió lo siguiente de aquel periodo: A consecuencia de la división del trabajo que existía entre Marx y yo, me tocó defender nuestras opiniones en la prensa periódica, lo que, en la práctica significaba luchar contra las ideas opuestas, a fin de que Marx tuviera tiempo de acabar su gran obra principal. Lo que dijo en este pasaje refiriéndose a los artículos que insertaba en la prensa, era válido también para la correspondencia con los socialistas de diferentes países, pues era también él quien la mantenía en buena parte. En sus esfuerzos por constituir partidos socialistas, Marx y Engels prestaron singular atención al movimiento obrero alemán. Y eso no era casual. Después de concluida la guerra franco-prusiana y caída la Comuna de París, el centro de gravedad del movimiento obrero se desplazó a Alemania. En cartas y artículos Engels analizó a fondo las causas por las que los obreros alemanes se pusieron después de la Comuna de París al frente del proletariado internacional.
Además de considerar como tales una intensa revolución industrial y una aguda lucha de clases relacionada con aquélla, Engels estimó que el movimiento obrero alemán debía su papel de vanguardia en buena medida al hecho de que había obtenido en el marxismo el programa de que habían carecido sus antecesores: los ingleses y los franceses. Pese a las condiciones favorables, no era fácil constituir un partido obrero en Alemania. Fue forjándose en lucha contra la burguesía y los terratenientes, y contra las tendencias pequeño burguesas que adoptaban formas oportunistas. Engels continuó repudiando en sus cartas y artículos el lassalleanismo; al mismo tiempo ayudó al Partido de Eisenach a rectificar su línea, criticando los conceptos teóricos inmaduros que exponía y los errores políticos que cometía.
La escasa madurez teórica de la fracción de Eisenach se manifestó, entre otras cosas, en el hecho de que en 1872 había publicado en el Volksstaat, su órgano central, una serie de artículos en los que un tal Mülberger, doctor en Medicina, trataba el problema de la vivienda. Engels expresó una enérgica protesta contra la interpretación que aceptaban los de Eisenach y dio a la prensa unos artículos polémicos recopilados luego en un folleto titulado Contribución al problema de la vivienda. Según demostró, los artículos de Mülberger constituían la primera pretensión de imponer en Alemania las concepciones proudhonianas demolidas por Marx en su ensayo Miseria de la filosofía. En el espíritu de Proudhon, Mülberger hacía proyectos fantasmagóricos de eliminar los males del capitalismo, concretamente, acabar con escasez de viviendas, sin destruir las raíces del problema: el modo capitalista de producción. Soñaba con convertir a cada inquilino en propietario de su vivienda, a la sociedad entera en una comunidad de inquilinos libres e independientes, a cada proletario, en dueño de una casita y una pequeña parcela de tierra. Haciendo ver lo reaccionarios que eran semejantes planes, Engels escribió que mientras exista el modo de producción capitalista, será absurdo querer resolver aisladamente la cuestión de la vivienda o cualquier otra cuestión social que afecte a la suerte del obrero. La solución reside únicamente en la abolición del modo de producción capitalista, en la apropiación por la clase obrera misma de todos los medios de subsistencia y de trabajo. Eso podía realizarse sólo por medio de la acción política del proletariado y la dictadura que éste implantase. La dictadura del proletariado acabaría con cuantas desgracias estaba condenada a sufrir la clase obrera en la sociedad capitalista; además, borraría las diferencias entre la ciudad y el campo. Al impugnar los planes proudhonistas de mantener la pequeña propiedad campesina sobre la tierra, Engels indicó que en la cuestión agraria al proletariado se le presentaba una feliz oportunidad para trabajar la tierra en grande por los trabajadores asociados, única manera de poder utilizar todos los recursos modernos, las máquinas, etc., y mostrar así claramente a los pequeños campesinos las ventajas de la gran empresa, por medio de la asociación. Mülberger consideraba imposible borrar las diferencias entre la ciudad y el campo. Por elcontraro, Engels demostró que no era utópico que la revolución socialista y la dictadura del proletariado acabasen con uno u otro antagonismo de la sociedad capitalista. No deseaba conjeturar cómo se resolvería el problema de la vivienda o cualquier otro en la futura sociedad socialista. Querer sacar recetas de antemano y creerlas útiles siempre, significaría suplantar la ciencia por la hechicería. Los artículos de Engels referentes al problema de la vivienda contrarrestaron las tentativas de imponer las teorías proudhonistas en Alemania.
Pero más difícil fue erradicar las tradiciones lassalleanas, que estaban todavía muy marcadas en la Unión General de Obreros Alemanes y tenían cierto ascendiente sobre el Partido de Eisenach. Esto se evidenció con claridad en 1875, cuando ambas facciones se fusionaron. En aquel momento había desaparecido el motivo de la fundamental discrepancia táctica entre las dos organizaciones, porque se sobrepuso definitivamente la unidad nacional por arriba, por medio de la monarquía prusiana. En Alemania se puso al orden del día la constitución de un partido socialdemócrata unido. Por lo general, Marx y Engels no estaban en contra de que los partidos se uniesen, pero sí impugnaban las uniones apresuradas y carentes de principios. Estimaban que una clara y firme plataforma para la unificación era garantía de una unidad verdaderamente sólida y premisa de que se fundase un combativo partido proletario de masas. En reiteradas ocasiones alertaron a los líderes eisenachianos contra la unidad a cualquier precio. Pese a las advertencias de Marx y Engels, pudo más la propensión transigente de Liebknecht. Mientras Bebel estaba preso, Liebknecht entabló conversaciones con los líderes lassalleanos, y de ello nacería el proyecto de programa que debía servir de plataforma para la unión de los dos partidos. Cuando Marx y Engels se vieron sorprendidos con aquel proyecto que contenía serias concesiones al lassalleanismo manifestaron su más enérgica protesta a los dirigentes del Partido de Eisenach. En carta dirigida a Bebel, que acababa de recobrar la libertad, Engels protestó contra la falta de principios ideológicos y sometió el programa propuesto a una crítica exhaustiva.
La importancia de las concesiones a los lassalleanos se apreciaba en el programa en cuestión, que contenía la tesis de Lassalle sobre una masa reaccionaria única y la reivindicación de que el Estado ayudase a organizar sociedades de productores. Pero nada decía de los sindicatos ni de las huelgas, ni tampoco de la solidaridad internacional de los obreros. En vez de la consigna de la dictadura del proletariado, proclamaba la consigna lassalleana de un Estado popular libre. En su crítica, Engels arremetió contra la confusión oportunista en la cuestión del Estado: Siendo el Estado una institución transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de un ‘Estado popular libre’; el proletariado, mientras necesita todavía el Estado, no lo necesita en interés de la libertad sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como sea posible hablar de libertad, el Estado como tal deja de existir. Este pasaje de la carta de Engels a Bebel fue calificada por Lenin como uno de los razonamientos más notables, si no el más notable, de las obras de Marx y Engels respecto al Estado. Lenin subrayó que por algo los dirigentes de la socialdemocracia alemana, que desvirtuaron la teoría marxista sobre el Estado, durante años se habían resistido a hacer pública la carta citada.
Pero la crítica del proyecto de programa hecha por Engels no convenció a algunos dirigentes del Partido de Eisenach. Por ejemplo, en varias cartas a los londinenses Liebknecht trató de justificar la posición que había adoptado en las conversaciones con los lassalleanos. Como resultado, Marx y Engels entraron más a fondo en el asunto, y el primero escribió en 1875 su trascendental folleto titulado Crítica del Programa de Gotha. Esta obra expone con la máxima amplitud los criterios de Marx y Engels con respecto al Estado y a la dictadura del proletariado. Contiene la consideración de Marx que resume toda su teoría revolucionaria del Estado: Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaría del proletariado. En la Crítica del Programa de Gotha Marx hizo el análisis económico de la sociedad futura y estableció el vinculo entre el desarrollo del comunismo y la desaparición del Estado. Distinguió dos fases de la sociedad comunista: la inicial y la superior. Fue un descubrimiento científico de gran alcance. La primera fase -la inferior- del comunismo, llamada por lo general socialismo, se caracteriza, dada la propiedad social sobre los medios de producción, por la distribución de los bienes materiales según el trabajo. Restada la cantidad del trabajo que va a parar a los fondos sociales, el productor recibe de la sociedad cuanto le ha dado. En la fase superior del comunismo, en la cual un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de la productividad del trabajo social crearán la abundancia de bienes materiales, se aplicará ya otro principio en la distribución, será de cada uno según su capacidad, a cada uno, según sus necesidades. El pronóstico de Marx sobre el periodo de transición y sobre las dos fases de la sociedad comunista fue una inapreciable aportación al acervo del comunismo.
Pese a la crítica que Marx y Engels hicieron al proyecto de programa, éste fue adoptado con reformas insignificantes en el Congreso de Unificación reunido en Gotha, que no dejó de influir en el desarrollo del Partido. A raíz de la unificación, se mezclaron elementos inadecuados, aumentó la confusión teórica y varios dirigentes se entusiasmaron con el socialismo pequeño burgués de Dühring, un profesor de la Universidad de Berlín que inventó un nuevo socialismo que debía revolucionar la filosofía, la economía política y el socialismo, aunque no era más que una mezcla de teorías pequeño burguesas. Para no distraer a Marx de su trabajo sobre El Capital, Engels decidió que sería él quien criticaría al aburrido Dühring. Conforme a la vieja costumbre, Marx escribió para la nueva obra de Engels el capítulo décimo, dedicado a la economía política. A comienzos de 1877 en el periódico Vorvärts (Adelante), órgano de la socialdemocracia alemana, empezaron a publicarse bajo el irónico título de Revolución en la ciencia hecha por el Sr. Eugenio Dühring una serie de artículos de Engels.
Esto provocó el descontento de los admiradores que Dühring tenia en la socialdemocracia alemana. En el Congreso que este partido convocó en Gotha en mayo de 1877 propusieron dejar de publicar aquellos artículos so pretexto de que no ofrecían interés alguno para los lectores. No obstante, el Congreso acordó continuar publicándolos, sólo que no en el periódico sino en un suplemento científico.
A mediados de 1878 publicó su último artículo contra Dühring, y el mismo año los recopiló todos en un libro que tituló Anti-Dühring. Esta obra se haría muy famosa. En vista de que el sistema de Dühring abarcaba una rama muy amplia de conocimientos, Engels se vio obligado, siguiendo a este autor paso por paso, a tratar los temas más diversos: De este modo, la crítica negativa tomó un aspecto positivo; la polémica se convirtió en una exposición más o menos coherente del método dialéctico y de la concepción comunista del mundo, mantenidos por Marx y por mí, en una serie bastante considerable de problemas. Así, en la polémica con Dühring surgió una original enciclopedia que sistematizaba los criterios marxistas respecto a un gran abanico de cuestiones de filosofía, ciencias naturales, economía política y socialismo. En esta obra Engels esgrimió un consecuente materialismo e impugnó todas las concesiones al idealismo. Rebatiendo la filosofía idealista y el materialismo vulgar, defendió y desarrolló la dialéctica materialista como ciencia sobre las leyes generales que rigen la evolución de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento humano. Hizo por vez primera balance de sus estudios teóricos de ciencias naturales. Manejando numerosos ejemplos de matemáticas, física, química y biología, demostró que en la naturaleza se imponían, a través del caos de los cambios innumerables, las mismas leyes dialécticas de la dinámica que también en la historia presiden la eventualidad aparente de los acontecimientos. Con esta obra el marxismo avanzó en cuanto ciencia sobre la transformación revolucionaria del mundo. Esta obra de Engels ha venido ofreciendo desde entonces una valiosísima fuente para estudiar el marxismo y ha servido de arma en la lucha contra sus enemigos. A base de tres capítulos de la misma, Engels escribió el folleto El desarrollo del socialismo desde la utopía a la ciencia, en el cual, a guisa de introducción, accesible para todos, a la teoría del comunismo científico, caracterizó tres fuentes y tres partes integrantes de marxismo.
El Anti-Dühring fue un duro golpe a los elementos pequeño burgueses del Partido Socialdemócrata Alemán.
El 19 de octubre de 1878 el Reichstag aprobó una ley contra los socialistas. Utilizó como pretexto varios atentados seguidos contra el emperador, con los que nada tenían que ver los socialdemócratas alemanes. Era evidente que el Gobierno de Bismarck decidió azuzar a las clases dominantes y la pequeña burguesía contra el fantasma rojo. La ley antisocialista prohibía cuantas organizaciones, asociaciones y órganos de prensa hacían propaganda socialista; en una cláusula especial facultaba a las autoridades para implantar el estado de excepción.
En vista de que la táctica de las clases dominantes ante la socialdemocracia había cambiado bruscamente, el partido debía mostrarse capaz de orientarse con rapidez en los acontecimientos, de cambiar de táctica y de estructura orgánica. Pero la práctica evidenció que no estaba preparado para salir airoso de aquella prueba que le ponía la historia. Aún antes de que la ley entrase en vigor, se descubrió el fracaso de la dirección del partido. En vez de crear sin demora una organización y un periódico clandestinos, el Comité Central resolvió, unido a la fracción socialdemócrata del Reichstag, la disolución voluntaria del Partido. Marx y Engels manifestaron enseguida su violenta protesta contra tan oportunista táctica. Al querer volver a los líderes del partido a la vía revolucionaria, Marx y Engels cifraban sus mayores esperanzas en los obreros de Alemania. Engels señaló más de una vez en sus cartas que movimiento alemán tiene la peculiaridad de que las masas siempre corrigen los errores de sus dirigentes: Así ocurrirá, obviamente, en esta ocasión.
En efecto, los obreros, pese a la confusión de sus dirigentes, comenzaron a restablecer poco a poco los contactos interrumpidos y a formar una organización clandestina. Ante esta iniciativa y haciendo caso a la crítica de Marx y Engels, los mejores dirigentes del partido, Bebel en primer lugar, empezaron a rectificar su política. Requiriendo de los dirigentes combatir sin tregua a los oportunistas, Marx y Engels fueron explicando al partido que era inevitable separarse de los elementos de tendencias burguesas. Este problema se puso al orden del día en 1884 (ya después de la muerte de Marx), cuando la mayor parte de la fracción socialdemócrata en el Reichstag se propuso votar a favor de un subsidio por abrir unas nuevas líneas de navegación marítima, con lo cual apoyaría la política colonialista de Bismarck. Ese hecho condujo a Engels a plantear la cuestión de la escisión del Partido.
Además de hostilizar el oportunismo de derecha en la socialdemocracia alemana, Marx y Engels fustigaron también a la izquierda, a los demagogos. El oportunismo de izquierda surgió en el período de las leyes de excepción, vinculado al nombre de Johann Most, director del periódico Freiheit, quien al criticar los errores oportunistas de la fracción socialdemócrata del Reichstag, acabó por negar la necesidad de que el partido se presentara a las elecciones y utilizase las posibilidades legales. Aquellas críticas del parlamentarismo desembocaron en una campaña desenfrenada contra todos los dirigentes del partido, en cuyo curso, como dijo Marx, no se arremetía ya contra unos u otros personajes, sino que se difamaba a todo el movimiento obrero alemán. En setiembre de 1879 se puso sobre el tapete la necesidad de fundar un partido nuevo. El Primer Congreso clandestino (Widen, 1880) expulsó a Most de sus filas. Además, suprimió del Programa de Gotha el pasaje en que se decía que el partido propugnase sus objetivos empleando todos los medios legales, con lo cual reconoció que era menester combinar el trabajo legal con el clandestino, en que siempre habían venido insistiendo Marx y Engels. Con su repulsa del oportunismo tanto en la teoría con en la práctica, Marx y Engels hicieron un buen servicio la socialdemocracia alemana para que pudiese forjar su táctica y su estructura orgánica en las duras circunstancias de la ley de emergencia, así como para que tomase rumbo a la lucha revolucionaria.
Pese a que centraban la atención en el movimiento obrero en Alemania, Marx y Engels no dejaban de interesarse por otros países. Estudiaban a fondo las condiciones en que fue desarrollándose el movimiento obrero francés después de la caída de la Comuna. Engels dedujo que uno de los defectos esenciales del movimiento anterior había sido la falta de contactos entre París y las provincias, que no apoyaron al París revolucionario y, a veces, hasta actuaron manifiestamente contra él. En el período posterior, aquella separación disminuyó de modo considerable y las reservas de la revolución, campesinas en primer término, comenzaron a concentrarse. Engels consideró otro fenómeno positivo el hecho de que la experiencia de la Comuna de París hubiese sido un golpe a las teorías pequeño burguesas que habían prevalecido en el movimiento obrero francés: el proudhonismo, el blanquismo, etc., y ayudase a los obreros franceses a asimilar la teoría científica del proletariado internacional.
En ese período el marxismo comenzaba a calar en las masas obreras de Francia. En su camino se interponía, entre otras cosas, el sectarismo de los socialistas de ese país. Engels escribió sobre ese particular: A muchos socialistas franceses les horroriza pensar que la nación que hizo feliz al mundo alumbrándolo con los ideales franceses y poseyó el monopolio de las ideas, y París, antorcha del mundo entero, deben ahora de repente recibir de un alemán, que es Marx, las ideas socialistas hechas. Sin embargo, así es; además supera tanto a todos nosotros con su genialidad, con su casi excesivo rigor científico y su fabulosa erudición, que si alguien intentara criticar sus descubrimientos se quemaría en el empeño... Yo no comprendo en general cómo se puede envidiar a un genio. Es un fenómeno tan singular que nosotros, que no tenemos ese don, sabemos de antemano que es inaccesible; pero envidiarlo puede sólo una nulidad completa. Pero Benoit Malon y Paul Brousse, acusaron a Jules Guesde y Paul Lafargue, fundadores del Partido Obrero de Francia, de ser potavoces de Marx. No aceptaron el programa del Partido Obrero propuesto por Guesde y en el que la parte teórica había sido redactada por Marx. Engels refirió en una de sus cartas cómo había ido elaborándose aquel documento: Guesde llegó aquí cuando era necesario trazar el proyecto de programa del Partido Obrero de Francia. Enseguida Marx, que estaba en mi habitación, en presencia mía y de Lafargue, le dictó la introducción: el obrero es libre únicamente cuando es dueño de sus medios de producción, y eso es posible tanto en forma individual como colectiva; el desarrollo económico va acabando con la forma individual de la propiedad, y día tras día, ese proceso irá intensificándose; de ahí que quede sólo la forma de propiedad colectiva, etc. Era un exponente magistral de una argumentación convincente, lacónica y clara para las masas; rara vez vi algo semejante y sus fórmulas sucintas me maravillaron. Luego discutimos el resto del contenido del programa, añadiendo o eliminando algo; pero lo incierto de afirmar que Guesde era un portavoz de Marx lo muestra el hecho de que había insistido en incluir la reivindicación absurda de su propia cosecha sobre el salario mínimo.
El programa fue aprobado -con una variante algo deteriorada- el 14 de octubre de 1880 en el Congreso del Partido Obrero en El Havre. Marx calificó aquel hecho como síntoma de que en Francia estaba brotando un movimiento verdaderamente obrero. Pero los oportunistas dirigidos en aquel partido por Malon y Brousse, comenzaron las polémicas contra dicho documento y contra los principios de la estructura orgánica partidista. Lanzaron la consigna bakuninista de autonomía, reclamando para cada organización local el derecho de modificar el programa del partido y adaptarlo a sus condiciones particulares. Rechazando las metas finales del partido, proponían formular únicamente reivindicaciones que pudieran verse satisfechas en las condiciones existentes. Guesde y Lafargue criticaron aquella política pequeño burguesa de posibilismo y de renuncia al carácter clasista del partido para ganar votos en las campañas electorales. Marx y Engels les apoyaron pero criticaron algonos errores, en particular, su propensión al dogmatismo y al sectarismo, así como la insuficiente elasticidad en la táctica. Cuando en 1882 en el Congreso de Saint Etienne se produjo la división entre los guesdistas y los posibilistas, los fundadores del marxismo la calificaron de un progreso del partido proletario. Con motivo de aquella división en el movimiento socialista francés, Engels adelantó tesis de que la pugna entre dos tendencias -revolucionaria y oportunista- era en el contexto del capitalismo un fenómeno legítimo para el desarrollo de los partidos obreros: Por lo visto todo partido obrero de un país grande sólo puede desarrollarse mediante la lucha interna, en plena correspondencia con las leyes del desarrollo dialéctico en general. Engels adujo el ejemplo de la lucha entre los eisenachianos y los lassalleanos en Alemania; entre los guesdistas y los posibilistas en Francia.
Conceptuando la lucha contra el oportunismo como ley de desarrollo inminente para cada partido obrero en el contexto de la sociedad de clases, los fundadores de marxismo insistían en que era necesario depurar los partidos proletarios de los elementos que pretendían convertirlos en partidos pequeño burgueses y reformistas. Si en Francia la constitución del partido proletario fue creándose en medio de una tensa lucha interna, en Inglaterra se habían gestado para ello condiciones más difíciles aún. El movimiento obrero inglés que antes había ofrecido al mundo el primer ejemplo de lucha proletaria política e independiente (el cartismo) y que después de un período de receso, guiado por la Internacional, comenzó a reanudar la lucha de clases, volvió a encerrarse en el estrecho marco de las reivindicaciones económicas. Los dirigentes tradeunionistas, creyendo que el único objetivo del movimiento obrero era procurar el aumento de salarios y la reducción de la jornada laboral, se oponían a que el proletariado desatase una lucha política como fuerza independiente, algo de gran interés para la burguesía inglesa. Al ahondar en el análisis que aún en los años 50 hizo de las causas de la victoria temporal del oportunismo en el movimiento obrero inglés, Engels escribía en 1883 a Bebel:
No se deje engañar a ningún precio creyendo que aquí hay un verdadero movimiento proletario [...] Y aparte de lo imprevisible, aparecerá aquí un movimiento obrero realmente general, sólo cuando los obreros se den cuenta que el monopolio mundial ejercido por Inglaterra se ha quebrado. La participación en el dominio del mercado mundial fue, y sigue siendo, la base de la incapacidad política de los obreros ingleses.
Según Marx y Engels, una de las causas del atraso del movimiento obrero inglés radicaba también en la indiferencia, propia de los obreros de aquel país, por toda teoría, lo cual permitía a la burguesía tenerlos bajo su influencia ideológica. Como resultado, en Inglaterra no había ningún partido proletario independiente, sino varios grupos socialistas enemistados. Para impulsar en Inglaterra la creación de un partido proletario, Marx y Engels mantuvieron contactos con representantes obreros y fueron ayudándoles a asimilar la teoría marxista. Así, en 1881 Engels publicó en el periódico Labour Standard una serie de artículos demostrando, de forma accesible para los obreros ingleses, que no bastaba sólo con la lucha económica y que para abolir la explotación capitalista era necesario crear un partido de vanguardia. En el artículo titulado El Partido Obrero, explicaba a los trabajadores ingleses que el papel político que jugaban era indigno de quienes forman parte de la clase obrera más organizada de Europa; les explicó también que hacían las veces de apéndice de la burguesía liberal. Aludiendo al movimiento obrero desplegado en el continente, realzó la importancia de constituir un partido obrero independiente y la necesidad de que el proletariado combatiese por el poder político. En su artículo Las clases sociales: las necesarias y las sobrantes demostró que la clase obrera podía administrar perfectamente las grandes industrias prescindiendo de los capitalistas, cuya intervención era cada día más perjudicíal. Marx y Engels acertaban al desentrañar el defecto fundamental de que adolecía el movimiento obrero de uno u otro país y dar con los obstáculos que se interponían allí a que la teoría socialista se fundiese con el movimiento obrero. Los mejores representantes del movimiento obrero de todos los países siempre acudían a Marx y Engels para que les ayudasen. El prestigio y la confianza ilimitados que Marx y Engels se habían ganado en el movimiento obrero convirtieron a los ambos en los dirigentes acreditados del proletariado internacional.
A la vez que dirigían el movimiento obrero, Marx y Engels proseguían sus estudios teóricos, que consideraban como una parte muy importante de su trabajo; sin teoría revolucionaria, no hay tampoco movimiento revolucionario: Nosotros dos, Marx y yo -leemos en una carta de Engels- debemos realizar trabajos científicos muy determinados, que, como vemos, nadie más puede o siquiera desea hacer. Debemos aprovechar este período de calma en la historia universal para concluirlos. Quién sabe, cuándo un acontecimiento vuelva a arrojarnos al centro del movimiento práctico; con tanta más razón debemos emplear la corta tregua para desarrollar, por poco que sea, la teoría, que tiene no menos importancia.
Marx trabajaba entonces en los tomos segundo y tercero de El Capital, pero su enfermedad le interrumpía cada vez más a menudo. El máximo rigor científico, la recia autocrítica y el afán de sintetizar lo nuevo que aportaba la vida, le obligaban a tratar reiteradamente los problemas clave de su obra. Cada generalización teórica que hacía en El Capital, la basaba en el estudio de un inmenso número de hechos y documentos.
Simultáneamente a la propaganda del marxismo y a defenderlo en la prensa contra los ataques, Engels continuaba estudiando a fondo las ciencias naturales. Habiendo comenzado estos estudios ya en Manchester, donde podía ocuparse de ellos sólo de vez en cuando, después del Congreso de La Haya acometió una obra extensa sobre la dialéctica en la naturaleza. Escribió la introducción, pero tuvo que interrumpirlo por la necesidad de criticar a Dühring. Terminado el Anti-Dühring en junio de 1878 reanudó la obra interrumpida, escribiendo varios capítulos y haciendo un sinnúmero de apuntes y esbozos. Pero después de la muerte de Marx, creyendo que su primera tarea era concluir El Capital, volvió a dejar a un lado la Dialéctica de la Naturaleza, que habría de quedar inconclusa y el texto de cuyo manuscrito fue publicado por vez primera en la URSS en 1925, en alemán y en ruso. Pese a ser una obra inconclusa, la Dialéctica de la Naturaleza es un venero de ideas. Su introducción es un ensayo brillante del desarrollo de las ciencias naturales, desde el Renacimiento hasta Darwin. Engels demostró cómo la concepción dialéctica de la naturaleza fue abriéndose paso en la lucha contra la metafísica. Realzó el papel que en ello correspondía a la práctica y a la producción, las que determinaron, en última instancia, el desarrollo de la ciencia. Hizo una síntesis filosófica de las ciencias naturales de su tiempo y mostró que todo en la naturaleza se producía dialécticamente, por lo cual el único método acertado para conocerla era la dialéctica materialista. Al analizar las diferentes formas de movimiento de la materia, su unidad, sus mutaciones y sus peculiaridades cualitativas, Engels puso los cimientos de la clasificación dialéctica materialista de las ciencias naturales. A lo largo de toda su obra fue intransigente con la seudociencia y el clericalismo; criticó a los idealistas y a los materialistas vulgares, la metafísica y el burdo empirismo. Caracterizando el estado de las ciencias naturales desde el punto de vista de la concepción del mundo más avanzada, más revolucionaria -el materialismo dialéctico-, Engels se asomaba bastante al futuro, formuló varias hipótesis y anticipó algunos descubrimientos científicos que se harían mucho más tarde. Por ejemplo, propugnó la tesis de la estructura compleja de los átomos, afirmando que no eran meras partículas ínfimas de la materia. El desarrollo de la ciencia corroboró luego este concepto de Engels.
En el brillante ensayo titulado El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre Engels demostró que el trabajo fue determinante para la constitución fisiológica del hombre, para el surgimiento del idioma y para la formación de la sociedad humana.
Pese a que en algunas particularidades concernientes a la física, la química y la biología, que desde entonces han progresado mucho, algunas tesis de Engels han envejecido, su Dialéctica de la Naturaleza tiene un gran valor científico y filosófico hasta nuestros días.

Maestro del proletariado europeo

El 14 de marzo de 1883 moría Carlos Marx, lo que dejó consternado a Engels, causándole un cambio decisivo para el resto de su vida. Aquella noche Engels informó por cable a los camaradas la gran pérdida que acababa de sufrir el movimiento obrero internacional: A pesar de que hoy en la tarde lo he visto yaciendo inmóvil en su lecho, con el rostro petrificado para siempre, no puedo todavía hacerme a la idea de que su inteligencia genial ha dejado de enriquecer al movimiento proletario de los dos hemisferios, escribió a Liebknecht. La humanidad tiene un talento menos, la mente más prodigiosa de nuestro tiempo, decía a F.A.Sorge. La muerte de Marx fue para Engels doblemente dolorosa: moría no sólo el genial jefe del movimiento al que él mismo había consagrado su vida, sino también su compañero de toda la vida, fiel amigo y camarada.
El 17 de marzo de 1883 Marx fue inhumado en el cementerio de Highgate, de Londres. Ante la tumba de su amigo un Engels pronunció un discurso emocionante ensalzando la gesta científica de Marx y la heroica vida de aquel luchador por la causa del proletariado, por la causa de todos los trabajadores y oprimidos.
En aquellas duras jornadas, cuando tuvo que informar de la muerte de Marx a los revolucionarios de todos los países, Engels no se doblegó ante aquel horrible golpe. Ahora tú y yo somos, quizá, los últimos que quedamos de la vieja guardia de los tiempos anteriores a 1848 -escribía a un camarada al día siguiente de la muerte de Marx-. Pues bien, continuemos. Las balas silban, los amigos caen, pero esto no es insólito para nosotros. Si cualquiera de los dos cae abatido por una bala, ojalá nos entre bien que no tengamos que retorcernos demasiado al agonizar.
Si en vida de Marx Engels hizo cuanto estuvo a su alcance para abrir el camino al genio y ayudarle a escribir El Capital, después de la muerte de su gran amigo dejó a un lado sin el menor titubeo sus propios estudios científicos y consagró el resto de su vida a concluir la obra y publicarla. Ante todo habría de dar a la prensa el original del segundo tomo de El Capital, luego, el tercero y, finalmente, los borradores del cuarto (La teoría de la plusvalía), sin hablar ya de otros escritos menos voluminosos de Marx. Al empezar a trabajar con los manuscritos de El Capital, a los 62 años de edad, Engels vivía carcomido por la inquietud de que no podría cumplir sus propósitos. Tenía que descifrar la ilegible escritura de Marx, arreglar todos los manuscritos que quedaban de él y recopilarlos en una obra íntegra y consumada. Salvo él nadie podía hacerlo. Cuando al poco de la muerte de Marx una gran enfermedad le hizo guardar cama durante casi seis meses, privándole de la posibilidad de poner en orden El Capital, escribíó en una carta: Esto me desasosiega sobremanera, porque soy yo el único de los que quedo con vida capaz de descifrar esta escritura, de comprender esas abreviaturas de palabras y de frases enteras. En su afán de recuperar el tiempo perdido a causa de la enfermedad, se pasaba las noches enteras pasando a limpio los manuscritos de Marx. Como resultado, volvió a enfermar y los médicos le prohibieron de nuevo sentarse al escritorio. Entonces decidió contratar a un secretario. Tendido en un sofá, dictaba el texto, de las 10 de mañana a las 5 de la tarde.
Pero pasar a limpio el manuscrito no era más que una parte de lo que hacía. Tenía que realizar un extenso trabajo creador. El original del segundo tomo de El Capital tenía dos variantes completas y otras seis incompletas. A la par de varios apartados redactados de forma exhaustiva, había en él otros, no menos importantes, pero apenas esbozados. Por eso Engels tuvo que estudiar escrupulosamente el manuscrito con todas las variantes de sus diferentes pasajes y redactar él mismo varios intercalados. Como señalaría luego en su prólogo al segundo tomo de El Capital, procuró hacerlo en el espíritu del autor. En febrero de 1885 Engels dio por concluido el trabajo con el original del segundo tomo y remitió el manuscrito a la imprenta. Luego, sin la menor dilación, empezó a dictar el tercer tomo. Esta obra de Marx, comentaba, es excelente y brillante. Es realmente una revolución inaudita en toda la economía política. Sólo así nuestra teoría obtiene un fundamento incólume, y nosotros podremos actuar triunfando en todos los frentes. La redacción definitiva del tercer tomo costó a Engels una tensión colosal. Tuvo que hacer varias trasposiciones y adiciones, explicándolas todas con los máximos escrúpulos. Ordenaba los manuscritos de Marx con gran esmero y evocando siempre el mayor afecto a su autor: Necesitaré trabajar bastante aún -escribía- porque en un hombre como Marx cada palabra es oro. A mí me resulta grato: haciendo este trabajo me siento de nuevo en compañía de mi viejo amigo.
Tardó casi diez años en preparar la edición de tercer tomo, no sólo por lo extensa y complicada que era la obra, ni porque se le fue debilitando la vista. Además de esa labor tenía un sinfín de ocupaciones. Tuvo que corregir la versión inglesa del primer tomo que él mismo había terminado en 1886; debía supervisar las nuevas ediciones del primero y del segundo, así como varias publicaciones y traducciones de otros escritos de Marx (Miseria de la filosofía, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, La guerra civil en Francia, Las luchas de clases en Francia, etc.) y también los suyos propios, escribiendo prefacios a todas ellas.
En 12 años que vivió después de la muerte de Marx, Engels redactó numerosos artículos y publicó dos libros, ambos de gran valor teórico. Editando en 1884 El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado cumplía el testamento de Marx, que había incubado la idea de escribir sobre dicho tema, había reunido material para hacerlo, pero le había faltado tiempo para consumar su idea. Engels utilizó los fragmentos que Marx había sacado, acompañados de sus observaciones críticas, del libro de Lewis H. Morgan La sociedad antigua. Lenin calificó este estudio como una de las obras básicas del socialismo moderno. Fue un nuevo avance en la concepción materialista de la historia y en la interpretación de los problemas del comunismo científico. Puso los cimientos a los estudios marxistas de la sociedad primitiva, del origen, las etapas y las formas de desarrollo de la familia. Pero lo fundamental es que Engels hizo en él un análisis histórico del origen y del desarrollo del Estado, así como de las premisas de su desaparición para el futuro. Mostró a través de toda la historia universal, empezando por la sociedad primitiva, cómo fueron surgiendo las clases y el Estado, explicó el papel que en la lucha de clases correspondía a este último, sus peculiaridades y formas en las diferentes fases de desarrollo. Engels desenmascaró las teorías burguesas de que el Estado era una estructura por encima de las clases y, basándose en hechos históricos, demostró que en la sociedad de clases antagónicas, el Estado era un instrumento de la clase dominante. Como en la historia ha habido períodos sin clases, y por consiguiente sin Estado, sobrevendrá inminentemente una fase nueva en la cual el Estado dejará de existir: Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.
Es trascendental también Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, escrito en 1888, donde Engels explicó la actitud del marxismo ante los filósofos anteriores a él, expuso la filosofía de Hegel y la de Feuerbach, así como la influencia que habían ejercido en Marx y en él mismo. También desentrañó los defectos cardinales de la filosofía idealista del primero y la cortedad del materialismo del segundo. Como en otras obras suyas, Engels propugnó el partidismo de la filosofía, encuadrando cuantas cuestiones analizaba en la lucha entre los dos campos filosóficos: el materialismo y el idealismo.
Ofrecen gran interés teórico las cartas que Engels escribió a comienzos de los años 90 abordando el tema del materialismo histórico. Criticó en ellas a los vulgarizadores de este último, quienes sostenían que el factor económico era el único activo en el proceso histórico, mientras la superestructura política e ideológica no representaba sino corolario pasivo de aquél y no tenía ningún ascendiente sobre la historia. Explicó que los factores económicos no causaban efectos automáticamente, que los hombres mismos eran los forjadores de la historia y que en el proceso histórico las condiciones económicas resultaban determinantes sólo en última instancia: La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levantan -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas batallas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Al desarrollar la idea de que la superestructura, comprendido el poder estatal, ejerce una influencia inversa sobre la economía de la sociedad, Engels preguntó: ¿Por qué luchamos por la dictadura política del proletariado si el poder político es económicamente impotente?
Engels no pudo reanudar su trabajo sobre la historia de Irlanda ni sobre la Dialéctica de la Naturaleza, ni tampoco redactar otras obras que había concebido. Se proponía escribir una detallada biografía de Marx, la historia del movimiento socialista alemán de 1843 a 1863 y la historia de la I Internacional. Pero logró publicar solamente una biografía breve de Marx y varios artículos y prólogos (Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, Marx y la Nueva Gaceta Renana, etc.), dilucidando el primer período de la lucha junto a Marx por fundar el partido del proletariado. Tampoco llegó a preparar la edición del cuarto tomo de El Capital, titulado Teoría de la plusvalía. Los estudios económicos de Marx fueron tan vastos y profundos que esta obra es aún más extensa que El Capital y su publicación fue inicialmente acometida por Kautsky, que ofreció una versión manipulada de la misma. La versión definitiva y precisa que hoy conocemos es obra de los comunistas soviéticos y gracias a ella conocemos todo el pensamiento económico anterior a Marx, expuesto por él mismo.
Consagró mucho tiempo y esfuerzos a la dirección del movimiento proletario internacional. Escribió que éste, mientras cobraba auge, requería su ayuda con mucha más frecuencia de la que él mismo quisiera en vista de la labor teórica que estaba realizando. Sin embargo, para quien como yo ha actuado durante más de cincuenta años en este movimiento, los trabajos relacionados con él constituyen un deber indeclinable, que reclama ser cumplido puntualmente. Engels era consciente de la responsabilidad que asumía al sustituir a Marx tanto en el campo de la teoría como en el de la dirección política práctica: Durante toda mi vida he venido cumpliendo mi destino: he sido el segundo violín y creo haberlo cumplido de manera aceptable. Me alegraba acompañar a un primer violín tan excelente como era Marx. Pero ahora que en las cuestiones de la teoría tengo que hacer las veces de Marx y tocar el primer violín, no puedo dejar de tener faltas, y nadie lo comprende mejor que yo. Pero solamente cuando sobrevengan tiempos más tempestuosos, sabremos valorar realmente lo que hemos perdido con la persona de Marx. Ninguno de nosotros tiene una óptica tan amplia como la suya en cada momento preciso, cuando era necesario actuar con rapidez, dar con la solución acertada y encauzar enseguida el golpe contra el lugar decisivo. Cierto es que en los períodos de calma sucedía a veces que los acontecimientos confirmaban que la razón la tenía yo y no él, pero en los momentos revolucionarios sus juicios eran casi infalibles.
Para comprender lo inmenso y complejo que era entonces dirigir el movimiento socialista internacional, hay que saber que éste iba ampliándose muchísimo, y en los diferentes países las condiciones y el carácter de la lucha variaban bastante: Después de fallecer Marx -escribió luego Lenin- Engels, solo, siguió siendo el consejero y dirigente de los socialistas europeos. A él acudían por igual en busca de consejos y orientaciones tanto los socialistas alemanes, cuya fuerza a pesar de las persecuciones gubernamentales, aumentaba constante y rápidamente, como los representantes de países atrasados, por ejemplo, españoles, rumanos y rusos, que debían meditar y sopesar bien sus primeros pasos. Todos ellos aprovechaban el riquísimo tesoro de conocimientos y experiencias del viejo Engels.
En el movimiento socialista de Inglaterra y de Estados Unidos, Engels criticó su alejamiento de las masas, su sectario y su dogmatismo, añadiendo que era incapaz de aplicar la teoría marxista a las condiciones concretas de cada país. Tomaba en consideración las peculiaridades de aquellos dos países, en que el proletariado, por distintas razones económicas y políticas, iba a la zaga de la burguesía, muy ducha en engañar, corromper y sobornar a los obreros. La primera tarea de los socialistas en estos países -señalaba Engels- era despertar la conciencia política de la clase obrera y organizarla sobre una base teórica que, aunque no fuese aún elevada, debía ser capaz de abrir la brecha en la influencia burguesa. Por eso Engels criticó a los socialistas alemanes residentes en Estados Unidos, quienes, habiendo convertido la teoría del comunismo científico en un dogma muerto, pretendían imponerla a los obreros norteamericanos, atrasados e indiferentes a cualquier teoría: Los alemanes no han sabido hacer de su teoría la palanca que pusiese en movimiento a las masas norteamericanas. Ellos mismos no comprenden en la mayoría de los casos esta teoría y la abordan doctrinaria y dogmáticamente como algo que debe aprenderse de memoria y creen que esto bastará en todas las ocasiones de la vida. Para ellos es un dogma y no una guía para la acción. Creyó que los socialistas de Estados Unidos deberían, siguiendo la táctica que Marx y él emplearan en el período de 1845 a 1848, participar en todo movimiento realmente general de la clase obrera, admitiendo el punto de partida de éste tal como era de hecho y, poco a poco, ir poniéndolo a la altura de la teoría, insistiendo en que cada error cometido y cada revés sufrido era consecuencia irreversible de las tesis teóricas incorrectas del programa primitivo.
En el movimiento socialista de Inglaterra la situación era algo parecida a la de Estados Unidos. En los años ochenta el movimiento obrero, por fin, se animaba. En lo socioeconómico esto se debía a que Inglaterra iba perdiendo su antiguo monopolio industrial en competencia con Estados Unidos y Alemania y a que había entrado en una fase de recesión económica, que vino a empeorar fuertemente la condición de las grandes masas obreras. Pero, pese al auge del movimiento de masas, registrado en la primera mitad de aquella década, las organizaciones socialistas no pasaban de ser sectas enfrentadas y sin influencia entre los obreros.
Engels se esforzaba por formar también en Inglaterra a los marxistas instruidos en lo teórico, que contactasen con el movimiento obrero y fuesen capaces de poner los cimientos de un auténtico partido obrero. Lanzó una campaña contra la oportunista Federación Socialdemócrata y contra Hyndman, su dirigente, a quien consideraba -como habría de comprobarse luego- por un arribista carente de escrúpulos. Tomó parte activa en la escisión de la Federación. En su casa se reunían los militantes de izquierda, entre ellos, Eleonora Marx y su marido Edward Aveling, periodista. Pero no quiso solidarizarse de antemano con la Liga Socialista, formada a raíz de la escisión, mientras no demostrase en la práctica que su orientación era acertada. Al poco tiempo la Liga Socialista se deslizó hacia el anarquismo y los partidarios de Engels rompieron con ella.
En la segunda mitad de la década del 80 en Inglaterra se registró un gran auge del movimiento obrero: se fundaron las primeras trade uniones de obreros de baja calificación, se produjeron huelgas, la mayor de las cuales fue una general de los portuarios de Londres (1889), saludada por Engels como comienzo de un viraje en el movimiento obrero inglés, en el que él participó de modo activo. Había reunido en torno a él un pequeño grupo de socialistas -Eleonora Marx, Edward Aveling- y de proletarios que les seguían, como Thomas Mann, John Burns y William Thorne. Por consejo de Engels, el matrimonio Aveling desplegó en los barrios obreros de Londres una activa agitación, cuyas consignas eran la implantación de la jornada laboral de 8 horas y la fundación de una organización política proletaria independiente.
Engels acogió bien la constitución del Partido Obrero Independiente en 1893, al que se unieron al principio sus partidarios: los Aveling, Mann y otros. Pero también en esta organización llegaron a prevalecer al poco tiempo los elementos oportunistas, y los partidarios de Engels salieron de ella.
Engels declinaba todas las propuestas de fundar una nueva organización proletaria internacional, considerándolo prematuro, porque en países importantes no se habían creado aún partidos socialistas y, tanto en Europa como en América, la situación política no se había agudizado lo suficiente como para poner al orden del día la institución de una nueva Internacional. Engels concebía ésta como netamente comunista, esperaba que proclamaría los principios del comunismo científico y no sería sólo una asociación propagandística, sino también militante. Pero entonces estimaba que no había llegado todavía la hora de fundar esa internacional de verdad. Sin embargo, cuando los elementos oportunistas encabezados por los posibilistas franceses y la Federación Socialdemócrata de Hyndman se prepararon en 1883 para fundar una organización internacional, Engels se lanzó al combate para frustrar todo intento de crear una Internacional oportunista. Opinaba que la lucha desplegada con motivo de la convocatoria de un congreso internacional continuaba a las que se habían sostenido en el seno de la Internacional. El enemigo es el mismo -escribió a F.A.Sorge- con la única diferencia de que ha sustituido la bandera del anarquismo por la del posibilismo, de igual manera vende sus principios a la burguesía por unas concesiones paliativas y, fundamentalmente, por privilegios para sus dirigentes (miembros de municipalidad, de la bolsa de trabajo, etc.). La táctica es la misma.
La repulsa de Engels a los oportunistas fue una premisa necesaria para el éxito del Congreso de París (1889), en el cual se fundó la II Internacional. En su seno Engels rebatió tanto a reformistas como a anarquistas. Aplaudió los acuerdos del Congreso de Bruselas (1891) que expulsó a estos últimos de la Internacional. El Congreso de París resolvió celebrar todos los años el Primero de Mayo como jornada internacional del proletariado. Realzándola como primera acción internacional del proletariado en lucha, Engels escribió el 1 de mayo de 1890 el prólogo a una nueva edición alemana del Manifiesto del Partido Comunista, explicando las vicisitudes que este documento había tenido desde que apareció. Hizo recordar que cuando 42 años antes Marx y él lanzaron al mundo la consigna ¡Proletarios de todos los países, uníos!, fueron muy pocas las voces que contestaron. Pero desde entonces el movimiento obrero había avanzado mucho, testimonio de lo cual era para Engels aquella jornada internacional: El espectáculo de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países y les enseñará que la unión de los proletarios del mundo es ya un hecho. ¡Ojalá estuviese todavía Marx a mi lado, para verlo con sus propios ojos!
Pese a su avanzada edad, Engels siempre asistió a las manifestaciones de los obreros ingleses el Primero de Mayo.
En 1893 estuvo asimismo en Zurich en el III Congreso de la Internacional. Pronunció un discurso en su sesión de clausura en inglés, francés y alemán. Conmovido por la acogida entusiasta que le dispensaron los delegados, declaró que no la atribuía a su propia personalidad, sino a la de un colaborador del gran hombre cuyo retrato nos preside y señaló al de Marx. Han pasado 50 años justos desde que Marx y yo nos sumamos al movimiento, publicando nuestros primeros artículos en los Anales franco alemanes. Desde entonces el socialismo, de unas pequeñas sectas se ha convertido en un poderoso partido que hace temblar a todo el mundo oficial. Marx murió pero, si siguiera vivo, no habría nadie en Europa y América que pudiera con tanto orgullo echar una mirada retrospectiva a la causa de su vida.
El viaje de Engels a Zurich, pasando por Viena y Berlín fue triunfal. Al hablar en mítines masivos, señalaba siempre que los aplausos que le aclamaban no eran para él, sino para Marx, del cual había sido colaborador y compañero de lucha. Si yo he logrado hacer algo para el movimiento en cincuenta años que he venido participando -manifestó en Viena-, no requiero por ello recompensa alguna. ¡Mi mejor recompensa sois vosotros! Tenemos camaradas en todas partes: en las cárceles de Siberia, en los yacimientos auríferos de California y hasta en Australia... Somos una gran potencia que infunde miedo, una potencia de la que depende más que de las demás grandes potencias. Eso me causa orgullo.
Fundada la II Internacional, la actividad política partidista de Engels adquirió mayores proporciones. En aquel período le causaba grandes recelos el Partido Obrero de Francia. En las cartas dirigidas a Paul y Laura Lafargue, Engels explicó los errores que Paul y algunos otros socialistas franceses habían cometido con respecto al movimiento dirigido por el general Boulanger, un aventurero político. Estimando que una de las primeras tareas de los socialistas de todos los países era evitar la amenaza de una guerra generalizada, insistió en que el movimiento boulangerista era muy peligroso, por estar amasado en el chovinismo y el revanchismo.
Debido a los importantes éxitos electorales del Partido Obrero de Francia a comienzos de los años 90, varios dirigentes cayeron en las tendencias oportunistas y en su labor empezaron a insistir en la necesidad de ganar votos. Al objeto de formar una fracción parlamentaria lo mayor posible, los guesdistas y otros socialistas accedieron a que su fracción se ligara a un nuevo grupo socialista formado en el parlamento, dirigido por Millerand y Jaurès. Engels calificó aquel matrimonio de interés como sumamente peligroso y advirtió con insistencia que los socialistas no se dejasen llevar por los millerandistas.
Un año antes de morir, se manifestó contra el oportunismo en la cuestión agraria, expresado en el programa agrario de los socialistas franceses adoptado en el Congreso que el Partido Obrero reunió en Nantes en 1894. En este documento el partido asumió el compromiso de proteger de la ruina la propiedad campesina en la sociedad capitalista. Los socialistas franceses prometieron salvar la propiedad no sólo a los pequeños campesinos, sino también a los arrendatarios que explotaban a los obreros asalariados. Los socialistas de Francia que incluyeron en su programa aquellas tesis oportunistas no se quedaron solos. Los socialdemócratas alemanes formularon propuestas análogas en su Congreso de Frankfurt aludiendo al programa de los socialistas franceses adoptado en Nantes y acogido, presuntamente, con aprobación por Federico Engels.
Por eso Engels tuvo que intervenir públicamente tanto contra el programa de Nantes como contra los representantes de la socialdemocracia alemana que lo apoyaban. En una carta enviada a la redacción del periódico Vorwärts (Adelante) escribió que no sólo no había aprobado, sino que había criticado el programa de Nantes y que los hombres que querían conservar la pequeña propiedad campesina deseaban algo imposible en el aspecto económico y asumían un punto de vista reaccionario para hacer menos doloroso para los campesinos su inexorable fracaso. Engels criticó estos programas en el artículo El problema campesino en Francia y en Alemania publicado en 1894 en Neue Zeit (Tiempo Nuevo), diciendo a los socialistas franceses y alemanes que habían amoldado los programas del partido proletario a las ilusiones que tenían los campesinos como pequeños propietarios. Engels explicó que esas concesiones oportunistas que prometían perpetuar la propiedad campesina, en vez de explicar a los campesinos la absoluta certeza de que la gran producción capitalista pasará por encima de su impotente y anticuada pequeña explotación, como un tren por encima de un carrito de mano. Al mismo tiempo Engels insistió en que la cuestión agraria era de enorme importancia para los partidos socialistas. Para conquistar el poder político, hasta en los países más industrializados, los partidos socialistas deberían trabajar en el campo y convertirse allí en una fuerza. Engels se opuso resueltamente a la tendencia a reunir sin escrúpulos votos campesinos, a los intentos de atraer al lado del proletariado las capas del campesinado que por su condición no podían ser aliados suyos. Era necesaria una actitud diferenciada respecto al campesinado. Esbozó la táctica que los partidos socialistas deberían emplear antes y después de la toma del poder frente a los pequeños campesinos, lo campesinos medios y los campesinos ricos, así como frente a los grandes terratenientes.
Al analizar la actitud hacia el campesinado por el partido socialista después de la toma del poder, Engels no predeterminó las formas concretas de poner a las pequeñas haciendas campesinas en el camino de la agricultura socialista cooperativizada, dado que esta formas dependerían de las condiciones concretas en que el proletariado obtendría el poder político: Es igualmente evidente que cuando tengamos el poder del Estado no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella) como nos veremos obligados a hacer con los grandes terratenientes. Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá, ante todo, en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo y brindando ayuda para ese objeto. Y aquí tendremos, ciertamente, medios sobrados para presentar al pequeño campesino una perspectiva de ventajas que ya hoy tienen que parecerle evidentes.
La crítica del programa de Nantes fue un rechazo a los oportunistas que había no sólo en el partido francés, sino también en otros partidos de la II Internacional, en primer término, en la socialdemocracia alemana, la cual seguía a la vanguardia del movimiento obrero internacional. En el contexto de las leyes de excepción, supo ampliar sus contactos y consolidar su influencia, gracias a que combinaba el trabajo legal y el clandestino y, bajo la dirección de Marx y Engels, no dejaba de combatir el oportunismo.

La lucha contra el revisionismo

Dimitido Bismarck y derogadas las leyes de excepción contra los socialistas, en el Partido Socialdemócrata volvió a plantearse el problema de la táctica y los métodos de lucha. Por un lado, había surgido una oposición oportunista de izquierda, dirigida por jóvenes intelectuales y estudiantes que pretendían ser los teóricos y dirigentes del partido. No aceptaban la necesidad utilizar las posibilidades legales, exigían renunciar a la actividad parlamentaria y acusaban al partido de oportunismo. Cuando Sachsische Arbeiter Zeitung (Gaceta Obrera de Sajonia), el órgano de los jóvenes, como se llamaba a los izquierdistas, insinuó que Engels se solidarizaba con ellos, él criticó su táctica.
El Congreso del Partido Socialdemócrata Alemán reunido en 1891 en Erfurt acordó que si los dirigentes de los jóvenes incumplían las resoluciones, serían expulsados. Los representantes de la oposición izquierdista abandonaron aquel Congreso.
Pero la lucha que sostenía Engels en el interior de la socialdemocracia alemana -lucha de alcance internacional- iba en dos direcciones y él concentró el fuego de su crítica contra los reformistas, que pregonaban la evolución pacífica hacia el socialismo, denunciándolos como enemigos jurados de la clase obrera. El viraje a las concesiones hecho por las clases dominantes, había significado que en el interior del partido se reactivasen también los elementos oportunistas de derecha, que, admitiendo que el gobierno de las clases dominantes podía actuar en bien de todo el pueblo, plantearon la revisión a la teoría marxista del Estado; como consecuencia afirmaban que la nueva sociedad llegaría desde un gradual desarrollo pacífico.
Surgió el peligro de que la influencia que ejercían los oportunistas de derecha repercutiera en el proyecto de programa que en vez del viejo, el de Gotha, el partido debía aprobar en el Congreso de 1891 en Erfurt. En vista de ello Engels decidió publicar la Crítica del Programa de Gotha, y la carta adjunta de Marx, que en 1875 se destinó únicamente a los dirigentes del partido. Al publicar la Crítica del Programa de Gotha Engels sabía que los oportunistas saltarían indignados. No se equivocó. Varios dirigentes reformistas interrumpieron la correspondencia con él. La discusión del proyecto de programa de la socialdemocracia alemana le dio el pretexto de caerle al oportunismo conciliador de Vorwärts y a la alegre, piadosa, divertida y libre evolución del viejo y sucio capitalismo hacia la sociedad socialista. Engels criticó argumentadamente las reivindicaciones políticas y económicas que contenía el proyecto de programa así como la idea de que sería posible establecer pacíficamente la república, e incluso la sociedad comunista.
Luego, en 1895, poco antes de morir, Engels lanzó una segunda bomba ideológica: la introducción que había escrito a la obra de Marx La guerra civil en Francia, criticando la veneración supersticiosa hacia el Estado y demostrando que éste no era sino una máquina por medio de la cual una clase mantenía oprimida a otra. A las teorías oportunistas del tránsito pacífico al socialismo, opuso la experiencia de la Comuna de París, que había demostrado en la práctica que la clase obrera, una vez en el poder, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.
Engels concluyó su introducción a La guerra civil en Francia fustigando a los oportunistas del Partido Socialdemócrata Alemán en los siguientes términos: Últimamente, las palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: he ahí la dictadura del proletariado.
En aquel período histórico era necesario aprovechar la legalidad burguesa para ampliar la propaganda socialista, fortalecer las organizaciones proletarias y desarrollar la conciencia y la unidad del proletariado. El proletariado alemán constituía entonces la punta de lanza del movimiento revolucionario internacional, y Engels resaltó que había suministrado a sus camaradas de todos los países un arma nueva al mostrarles el modo de utilizar eficazmente el sufragio universal. Pero a partir de aquí los reformistas desarrollaron el culto al voto, oponiéndolo a la lucha revolucionaria de masas y a la lucha armada. Para Engels el voto era un arma de gran efectividad en aquellas condiciones porque permitía utilizar las instituciones burguesas contra las instituciones mismas. Por lo tanto, era obligado utilizar el voto, saber dominar esa forma de lucha, pero en modo alguno como el instrumento decisivo para alcanzar la victoria sobre el capitalismo.
En aquel escrito Engels planteaba la táctica del proletariado para una época en que la base capitalista tenía todavía gran capacidad de extensión, y a la cual le correspondía un régimen de democracia burguesa. La utilización revolucionaria del voto se correspondía, en definitiva, con una situación de auge mundial de la burguesía, y mientras se mantuviera esa situación, permitía un compromiso, una especie de contrato entre ambas clases. Por tanto, advertía Engels, si la burguesía rompe ese contrato, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer lo que quiera. Engels no consideraba que aquella situación pudiera prolongarse indefinidamente. Advertía que los crecientes éxitos de la socialdemocracia en las elecciones al Reichstag acabarían por alarmar a las clases dominantes, y éstas decidirían renunciar a la legalidad burguesa establecida por ellas mismas, para emplear la violencia contra la clase obrera y su partido.
Cuando la clase obrera logra organizar un partido revolucionario de vanguardia, se convierte en el enemigo por antonomasia del Estado burgués. En su obra El papel de la violencia en la Historia escribió: En política sólo hay dos poderes decisivos: la fuerza organizada del Estado, el ejército, y la fuerza elemental, no organizada, de las masas populares. Para acabar con esa dualidad de poderes en diciembre de 1894 el Reichstag sometió a debate un nuevo proyecto de ley antisocialista, con el pretexto de que la socialdemocracia fraguaba un golpe de Estado. La labor legal que venía realizando la socialdemocracia, aumentando cada vez más su influencia sobre las masas, le creaba grandes dificultades. Por entonces asomaba ya la época del imperialismo y la burguesía comenzaba a clamar por romper con aquella legalidad creada por ella misma, porque una táctica acertada del proletariado permitía volverla en su contra. No era la socialdemocracia sino las clases dominantes quienes tramaban un verdadero golpe de Estado contra su propia legalidad.
Engels no tenía ningún respeto supersticioso hacia la legalidad burguesa, de modo que en su introducción a la obra de Marx La lucha de clases en Francia enfocó la cuestión de la lucha armada desde un punto de vista práctico, y comprobó que, dada la evolución de las nuevas armas y las nuevas técnicas creadas por la burguesía en ascenso, una victoria efectiva de la insurrección sobre las tropas en la calle sería una de las mayores rarezas. Señaló que en comparación con los tiempos de 1848 y de 1871, las condiciones de la lucha armada callejera habían cambiado. El ejército se fortaleció y estaba mucho mejor armado que antes; los ferrocarriles permitían trasladar con rapidez las tropas, las calles rectas y largas de las nuevas barriadas urbanas facilitaban el empleo de cañones y fusiles perfeccionados. Por tanto, en comparación con 1848 las condiciones eran menos favorables para los combatientes de la población civil y mucho más favorables para las tropas. No significa que los combates callejeros no vayan a desempeñar papel alguno en el futuro, sino que deberán preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de las barricadas. Con esto Engels adelantaba uno de los aspectos más importantes de la táctica insurreccional, que desarrollaría más tarde Lenin, basándose en la experiencia de la insurrección de Moscú y en el transcurso de la revolución socialista.
No habían de pasar muchos años para que la situación que describiera Engels se invirtiese, para que fuese una de las mayores rarezas la posibilidad de utilizar de forma revolucionaria el voto. En 1914, con la guerra imperialista y con la imposición en el interior de los países capitalistas de la reacción más desenfrenada, la posibilidad de utilizar la legalidad burguesa contra la propia burguesía desapareció para siempre. Por el contrario, la táctica de la ofensiva, de la guerrilla, combinada con las huelgas políticas de masas, cobró gran impulso. Desde entonces el arma nueva del proletariado pasó a ser la huelga general política combinada con la lucha armada. Hoy día el recurso generalizado de la lucha armada contra el imperialismo y el monopolismo es una de las características más señaladas del proceso revolucionario. El recurso a la lucha armada contra el imperialismo es una característica de la época actual.
Tal fenómeno debe explicarse en un contexto diferente al de la época de Marx y Engels. La expansión del capitalismo y la formación del mercado mundial han dado lugar a la liberación de amplísimas masas humanas del capitalismo, al retroceso del colonialismo. Es una etapa de declive de la burguesía, de transición de la burguesía progresista al reaccionario capital financiero, es la época del imperialismo, de las convulsiones imperialistas. Es forzoso, pues, que bajo la dominación reaccionaria del capital financiero la táctica del proletariado tuviera que cambiar.
Este texto de Engels, verdadero venero de enseñanzas militares, ha sido el más manipulado por los revisionistas. Al publicarlo Engels tuvo que hacer caso a los dirigentes del partido residentes en Alemania, que le exigían -dada la tensa situación del país por los debates de la ley contra el golpe de Estado- que suavizase algunos pasajes de su ensayo e incluso que omitiese algunos. Engels criticó la posición indecisa de la dirección del Partido y su afán de actuar exclusivamente en el marco legal. Pero, forzado a contar con la opinión de la dirección, consintió que se omitieran varios pasajes en las galeradas y que se modificaran algunas formulaciones, debido a lo cual, a juicio de Engels, el texto inicial perdió algo. Lo comentó en su carta a Kautsky de 25 de marzo de 1895: Mi texto quedó algo deteriorado a causa de la indecisión de nuestros amigos berlineses, asustados por el proyecto de ley preventiva contra un golpe de Estado, cosa que yo hube de tomar en consideración, a pesar mío.
Los oportunistas no tuvieron reparos en calumniar a quien había consagrado su vida a la lucha por la dictadura del proletariado y había combatido sin tregua el reformismo y el oportunismo. Afirmaron que en la introducción a La lucha de clases en Francia, su postrer artículo, Engels había revisado sus criterios y aceptado el camino del reformismo. Algunos dirigentes falsearon el texto descaradamente, presentando a Engels como un partidario del tránsito pacífico al socialismo. El 30 de marzo de 1895, el periódico Vorwärts (Adelante), órgano central del Partido Socialdemócrata, publicó un editorial titulado Cómo se hacen hoy las revoluciones en el que, sin conocimiento de Engels, se citaban algunos fragmentos de su Introducción especialmente escogidos y arrancados del contexto, que daban la impresión de que Engels era partidario de la legalidad a toda costa. Engels protestó a Guillermo Liebknecht, director de Vorwärts, contra esa tergiversación de sus opiniones y exigió que publicase el texto íntegro de su escrito.
Luego la Introducción de Engels, a instancia suya, se publicó en la revista Die Neue Zeit (Tiempos Nuevos) con las mismas omisiones que había tenido que hacer para la edición aparte. Pero incluso con las reducciones, la Introducción conservaba íntegro su carácter revolucionario. Había que recurrir a una tosca falsificación de los puntos de vista de Engels para interpretar este documento en un sentido reformista, como hicieron, después de la muerte de Engels, Bernstein en su trabajo Premisas del socialismo y objetivos de la socialdemocracia y otros revisionistas. Ocultando a los lectores el texto íntegro de la Introducción, silenciando las circunstancias que habían obligado a Engels a omitir varios pasajes y tergiversando el contenido del texto publicado, Bernstein y otros revisionistas afirmaban calumniosamente que Engels en su Introducción, que ellos querían hacer pasar por su testamento político, había cambiado sus ideas anteriores, adoptando poco menos que posiciones reformistas.
Durante décadas, la socialdemocracia alemana mantuvo oculto el texto íntegro de la Introducción para tratar de avalar con Engels sus posiciones reformistas. La Unión Soviética lo publicó íntegro por primera vez en 1930.
Engels consideraba que la guerra que se avecinaba era uno de los factores susceptibles de cambiar cardinalmente las condiciones de lucha y, por consiguiente, la táctica de la socialdemocracia alemana. Le alarmaba el entendimiento entre Francia y Rusia, pronosticado por Marx en el llamamiento del Consejo General de la Internacional hecho en 1870, y la configuración de la Triple Alianza (Alemania, Austria, Italia). Señaló que la guerra que se avecinaba adquiriría proporciones y causaría devastaciones inusitadas y, a diferencia de las localizadas, sería general.
Al analizar la situación internacional en los artículos La política exterior del zarismo ruso (1890) y El socialismo en Alemania (1891), así como en las cartas que en aquel período escribió a socialistas de diferentes países, Engels insistió en que el zarismo ruso era el baluarte principal de la reacción europea, contra el cual los socialistas de Europa occidental deberían librar una lucha consecuente. Al mismo tiempo estimaba que Alemania era el país en que se asentarían las premisas de la revolución socialista en un futuro próximo. Por eso opinaba que en caso de guerra los socialistas de Alemania deberían levantarse en defensa de su patria. Subrayaba que sólo podían garantizar una defensa verdadera de Alemania los métodos revolucionarios, la llegada al poder de la socialdemocracia, cuyo deber era encabezar las batallas revolucionarias.
Alarmado por el creciente peligro de guerra generalizada, Engels llamó a los socialistas de todos los países a luchar enérgicamente por la paz. Consignaba que la gran trascendencia histórica universal de la revolución socialista no sólo consistía en emancipar a la clase obrera, sino también en poner fin a todas las guerras que acarreaban incontables sufrimientos a la humanidad entera.
Pese a que Engels había entrado ya en la octava década de su vida, se veía siempre animado, optimista, juvenil incluso. Mirando a su cuerpo ágil, fuerte y recto, a su barba y cabellera tocadas con canas, se podía creer que apenas había pasado de los cincuenta años. Más joven aún era de espíritu: conservaba despierta la inteligencia, el sentido del humor y nunca se desanimaba. Eleonora Marx lo consideraba, por eso, el más joven de sus conocidos. Contó que durante un viaje que en unión de ella, su marido y Carl Schorlemmer hizo a América en 1883, fue el compañero e interlocutor más alegre y activo.
Hasta el fin de su vida a Engels le acompañó su inmensa laboriosidad y energía. Realizaba un volumen de trabajo propio de varios hombres a la vez. Todos los días le llevaban a su casa, en Regent's Park Road, un montón de periódicos en todos los idiomas europeos. Y Engels encontraba tiempo para verlos todos, comentar los acontecimientos y contestar a las cartas.
Según su costumbre, trabajaba intensa y metódicamente. En su apartamento reinaba un orden perfecto, establecido de una vez para siempre. En sus dos espaciosos y claros despachos -cuenta Paul Lafargue- las paredes no se veían tras los armarios de libros; en el piso no había ni un papel, y los libros, excepto unos diez, estaban todos en los sitios que les correspondían... Engels mostraba él mismo cuidado respecto a su aspecto físico: animado, apuesto, siempre vestido como para una gala... No conozco a nadie que usase tanto tiempo los mismos trajes sin que pasaran de moda y parecían siempre nuevos. Si en lo que se refería a sus necesidades personales era ahorrativo y se permitía hacer sólo los gastos que creía indispensables, se mostraba infinitamente pródigo cuando se trataba del partido o de los camaradas que le pedían ayuda.
Por la casa de Engels pasaban revolucionarios de todos los países del mundo. Se oía hablar en muchos idiomas; sobre todo, los domingos, los días en que Engels recibía tradicionalmente. Quienes tuvieron la suerte de acudir allí, recordarían toda la vida aquellas veladas dominicales, tan animadas, la amenidad en la charla y la alegría constante de Engels.
Por muchos que fuesen los visitantes, no todos eran bien acogidos. Es que la rica experiencia política de muchos años enseñó a Engels a recibir reticente a las personas desconocidas o dudosas y a despedir sin ceremonias a quienes se habían cubierto de oprobio traicionando la causa proletaria. Lo único que nunca perdona Engels -escribía Eleonora Marx- es la hipocresía. Jamás dará cuartel a quien no es sincero, aún consigo mismo y máxime a quien no guarde fidelidad al partido.
Pese a los inapreciables méritos que tenía contraídos ante el movimiento obrero internacional, Engels seguía comportándose con la máxima llaneza y modestia. Por ejemplo, cuando se enteró de que el coro de la Unión Comunista Obrera Cultural de Londres se proponía rendirle un homenaje con motivo de su cumpleaños, pidió encarecidamente que desistiesen de ello. Tanto Marx como yo -escribió- siempre hemos estado en contra de las manifestaciones públicas en homenaje a los individuos; esto sólo cabe cuando por medio de esa acción se puede alcanzar alguna meta importante; sobre todo nos hemos opuesto a que ese tipo de manifestaciones nos las hiciesen a nosotros personalmente en vida. La veneración y la atención que mostraban a Engels en tanto que líder consagrado del partido socialista, él las atribuía fundamentalmente a los méritos de Marx. Cuando en su setenta cumpleaños le llovieron telegramas, cartas y regalos, y la prensa partidista le dedicó artículos, lo comentó así: A mí me ha tocado cosechar los laureles de unas semillas que sembró un hombre más grande que yo: Carlos Marx. Lo único que puedo hacer es prometer solemnemente pasar el resto de mi vida prestando un servicio activo al proletariado, ser digno del homenaje que se me rinde.
Su cariño a Marx, mientras éste vivió, y su veneración a la memoria del amigo muerto -escribió Lenin- fueron infinitos. Engels, luchador inflexible y pensador severo, era hombre de una gran ternura. Honrando la memoria de Marx y enorgulleciéndose de los triunfos de la causa, por la cual habían estado luchando juntos, Engels arremetía contra cuantos intentaban calumniar a su gran amigo y, con ello, causar daño al movimiento obrero internacional. Para él era sagrado tanto Marx, como la esposa de éste, Jenny, quien, como dijera en los funerales, no sólo había asumido el destino, los trabajos y las luchas de su marido, también había participado en ellos con la máxima conciencia y el máximo fervor. Engels extendía también su afecto a las hijas de Marx, y éstas, a su vez, le consideraban como a un padre.
Mostró también mucho respeto y gratitud a Lenchen (Helene Demuth), la vieja doméstica, fiel amiga de Marx y de su esposa, considerada por ellos como uno más de la familia. Cuando Marx murió, Lenchen se trasladó a la casa de Engels (que vivía en soledad desde que en 1878 murió su esposa Lizzy) y se hizo su ama de llaves. Del papel que esa mujer jugó en la vida de él y de Marx, Engels escribía a F.A.Sorge, el 5 de noviembre de 1890, al día siguiente de morir ella: Hemos sido los dos últimos de la vieja guardia formada antes de 1848. Ahora he vuelto a quedarme solo. Tanto Marx durante largos años como yo en estos últimos siete pudimos trabajar con calma, se lo debemos en buena medida a ella.
Engels veía con tristeza menguar las filas de sus viejos amigos y correligionarios, veteranos luchadores por la causa del proletariado. Acarició hasta sus últimos momentos que, triunfante el proletariado, desaparecieran los antagonismos entre las clases y las guerras entre los pueblos, haciéndose realidad la paz y la dicha en los países civilizados. Engels creía todavía tomar parte activa en la batalla decisiva. Vivir era para él trabajar, y trabajar era luchar. Cuando yo me vea ya incapaz de estar en la lucha, que me lleve la muerte, contestó a las felicitaciones de su setenta cumpleaños. Era su larga lucha proletaria lo que le había proporcionado esa inmensa energía juvenil: La lucha proletaria es la única grande, la única que está a la altura de los tiempos, la única que en lugar de debilitar al luchador le insufla energías siempre renovadas, escribió en una carta a Bernstein el 25 de enero de 1882.
Sin embargo, los años ya le pesaban. El 4 de diciembre de 1894 Engels escribía a F.A.Sorge que, al comenzar el año sententa y cinco de su vida, no se sentía ya tan animado como antes, si bien estaba todavía lleno de energías, no había perdido las ganas de trabajar y se creía en perfectas condiciones para hacerlo.
Pero entonces martirizaba ya sus entrañas el cáncer de esófago, horrible enfermedad que padecía y que los médicos le ocultaban.
El 5 de agosto de 1895 murió. Según su deseo expreso, el entierro fue muy modesto. Asistieron sólo sus amigos íntimos, sus discípulos y correligionarios; en total unas 80 personas procedentes de distintos países. Del Partido Socialdemócrata Alemán estaban Liebknecht y Singer; Bebel representaba a la socialdemocracia austríaca, que se lo había pedido; por el Partido Obrero de Francia estaba Paul Lafargue; por el movimiento obrero de Inglaterra, Eleonora Marx, Edward Aveling y Harry Quelch; de Bélgica, Anseele; de Rusia, Vera Zasulich y Stepniak (S. M. Kravchinski); de Italia, Valera; había también representantes de Holanda, Polonia y Bulgaria. Pronunciaron discursos de pésame Liebknecht, Bebel, Lafargue, Samuel Moore y otros camaradas y amigos de Engels.
Cumpliendo la voluntad del difunto, sus restos mortales fueron incinerados; luego la urna fue llevada a Eastbourne, lugar preferido para descansar por Engels, y a cierta distancia de la costa, abandonada a las olas del mar.
Federico Engels, gran luchador y pensador revolucionario, tuvo una vida larga y plena. Hizo una contribución preciosa a la formación y el desarrollo del comunismo científico, a la defensa y la propagación del marxismo. En unión de Marx, dirigió las luchas revolucionarias de la clase obrera, ayudando a fundar organizaciones proletarias internacionales y nacionales y orientando sus actividades. Después de la muerte de su insigne amigo y correligionario, hasta el último de sus días, fue el dirigente indiscutible del movimiento obrero internacional.
Murió en los umbrales de una época nueva: la del imperialismo y de las revoluciones proletarias. La historia vino a plantear a la clase obrera nuevos y complicados problemas, no dilucidados en la obra de Marx y Engels. Había que desarrollar la teoría revolucionaria de la que eran fundadores y hacerlo con arreglo a las nuevas condiciones históricas de las luchas de clase del proletariado y de todas las masas trabajadoras.
Lenin, además de defender el marxismo contra las tergiversaciones e interpretaciones vulgares, lo desarrolló sobre la base de la experiencia acumulada por la clase obrera de Rusia y por el movimiento revolucionario mundial. Al analizar las condiciones históricas nuevas, enriqueció con importantísimas tesis teóricas las tres partes integrantes del marxismo, dando comienzo a una nueva etapa en el desarrollo del mismo. Un gran mérito suyo fue fundar un partido de nuevo tipo, encarnación de la unidad orgánica del socialismo y el movimiento obrero, de la teoría científica y la práctica revolucionaria. La Revolución de Octubre que inauguró una nueva etapa en la historia de la humanidad -la del tránsito del capitalismo al socialismo- fue un verdadero triunfo del marxismo-leninismo.
Los comunistas parten en su lucha de las leyes generales de la revolución y de edificación del socialismo y el comunismo, leyes ya enunciadas en la teoría marxista. Al hacerlo, tienen en cuenta que dichas leyes actúan en los diferentes países y abordan en dialéctica unidad, ligando fuertemente los aspectos internacionales y nacionales en esta lucha.
Poco antes de morir, Engels manifestó que le infundía esperanza la creciente unidad internacionalista de la clase obrera. Escribió que el ejército del proletariado internacional estaba formándose y la centuria que sobrevenía lo vería triunfar. Efectivamente, el siglo XX fue una época de cambios sociales trascendentales, confirmando lo anunciado por Engels y la plena vitalidad de las tesis que Marx y él elaboraron para transformar el mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario