Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

jueves, 3 de mayo de 2012

Carlos Marx (1818-1883) ( II )

Sumario:
 — Vivir trabajando o morir combatiendo
— Contra el socialismo utópico
— La organización del partido obrero
— En las luchas revolucionarias
— Las enseñanzas de la revolución
— Los años de la reacción
— El auge de los movimientos democrático-burgueses
— Su obra cumbre
— La I Internacional
— La última década de la vida de Marx
— La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta
— Hasta 2025 no culminará la recopilación de las obrascompletas de Marx y Engels

Vivir trabajando o morir combatiendo

Marx decide dejar Alemania, donde las perspectivas son cada vez más precarias por el propio atraso social del país y por haber agotado los recursos que intelectualmente el hegelianismo le podía proporcionar. En la carta de septiembre a Ruge, Marx confiesa que le es cada vez más difícil respirar en Alemania y piensa irse a Francia, el país de la revolución, en donde el pensamiento socialista y comunista se desarrollaba profusamente en todas direcciones.
Ruge estaba estrechamente asociado al proyecto francés que Marx había perfilado. Cuando Marx se trasladó a París, Ruge le había expresado su desánimo tras su experiencia con la censura prusiana y la falta de perspectivas revolucionarias en Alemania. La penúltima carta de Marx a Ruge, escrita en Colonia en mayo de 1843, está dedicada en parte a levantar el abatido estado de ánimo de Ruge y da una idea del optimismo de Marx.
A finales de octubre de 1843, Marx se traslada a París, entonces una ciudad que se debatía entre dos clases sociales, la burguesía y el proletariado, y entre dos revoluciones, la de 1830 y la de 1848. Tras la derrota de Napoleón en 1815 había regresado a Francia la reacción Borbónica. Sólo duró 15 años, hasta que la revolución de julio cambió la dinastía de los Borbones a los Orleans cuyo jefe, Luis Felipe, era un representante de la burguesía: su preocupación por la economía era la admiración de los pequeños comerciantes parisinos.
Mientras la monarquía constitucional enriqueció a la burguesía, dirigió todas sus fuerzas contra la clase obrera, donde ya se manifiesta, aunque insuficientemente, una tendencia a la organización independiente. Después de la revolución fue la época de auge de las sociedades secretas, compuestas principalmente de estudiantes e intelectuales; los obreros son únicamente la excepción.
El movimiento mas importante de aquella época fueron las dos insurrecciones obreras que estallaron en Lyon en 1831 y 1834. Durante muchos días los obreros tuvieron la ciudad en sus manos pero no plantearon ninguna reivindicación política. Sobre su bandera inscriben su lema: Vivir trabajando o morir combatiendo. Se impuso la última opción: fueron vencidos y sometidos a terribles represalias.
Las insurrecciones de Lyon tuvieron más alcance que la revolución de 1830 que había actuado principalmente sobre los elementos pequeño-burgueses democráticos. Pero la doble insurrección lyonesa manifestó por vez primera la importancia revolucionaria de la clase obrera.
De este modo, pues, en esta época, en Francia (también en Inglaterra), entra en escena una nueva fuerza que comienza a organizarse. Pero a diferencia de Inglaterra, en Francia los obreros y artesanos no se podían asociar. Por eso en Francia, y especialmente en París, nacieron muchas sociedades secretas en las que los obreros acordaban luchar unidos contra la sociedad burguesa. El representante más genuino de este movimiento es Augusto Blanqui, quien empieza a organizar comités revolucionarias entre los obreros de París, en los que participan revolucionarios perseguidos de otros países, especialmente alemanes.
En toda Europa la revolución de 1830 animó levantamientos, el más importante de los cuales fue la insurrección polaca del año siguiente. Cada intento revolucionario inundaba París de refugiados, que acudían allí como otros a La Meca. Con todos ellos los blanquistas formaban grupos de conspiradores clandestinos para apoderarse del poder mediante un golpe de mano audaz. En mayo de 1839 desencadenaron en París un intento de insurrección que fracasó. Entre los conspiradores está el alemán Carlos Schapper quien, junto con otros, tiene que huir Francia a Londres, donde organiza una sociedad de educación obrera.
Una de las más importantes y antiguas sociedades secretas era la Liga de los Proscritos, compuesta por revolucionarios alemanes refugiados. En parís tuvieron una escisión y una parte de sus miembros, dirigidos por Schuster, fundó la Liga de los Justos, que subsistió durante tres años, y cuyos miembros, entre ellos Schapper, participaron en la insurrección de Blanqui y, al igual que los blanquistas, fueron detenidos y encarcelados. Tras su liberación, Schapper y sus camaradas se dirigieron a Londres, donde crearon una sociedad de educación obrera.
Marx seguía el rastro de Schapper desde Alemania. No le conoció en París pero sí conoció a otros como él, revolucionarios ya curtidos en numerosas luchas por toda Europa. Visitaba a menudo los suburbios donde vivían los obreros y refugiados políticos cuyos elementos más avanzados se reunían en las trastiendas de muchos pequeños cafés y tabernas de las torcidas callejuelas de París para analizar las experiencias pasadas y extraer las lecciones corresondientes. Todos estos contactos enriquecieron su experiencia política. Luego esta sociedad pasó a llamarse Liga de los Justos y Marx entró en contacto con sus dirigentes, así como con los dirigentes de la mayoría de las sociedades obreras secretas de Francia. Sin embargo, no ingresó en ninguna de ellas. También trabó conocimiento con los socialistas utópicos franceses Etienne Cabet, Pierre Leroux, Luis Blanc y Pedro José Proudhon. Además se hizo amigo del poeta alemán Enrique Heine y se entrevistó con el ruso Miguel Bakunin, iniciandose entre ambos una relación de amistad.
A finales de agosto de 1844 Marx y Engels estuvieron juntos en París diez días, muy pocos pero los suficientes para apercibirse de que habían llegado a las mismas conclusiones. Mientras estuvo en Inglaterra, mantuvo con él correspondencia. Fue entonces cuando empezó su fecunda amistad y colaboración, sin precedentes en la historia. Como escribió luego Lenin: Las leyendas de la antigüedad nos muestran diversos ejemplos de emocionante amistad. El proletariado europeo tiene derecho a decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan a las más emocionantes leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres. En la lucha por la revolución proletaria, Marx encontró en Federico Engels un fiel camarada. El artículo Apuntes acerca de la crítica de la Economía política, enviado por Engels y publicado en los Anales franco-alemanes, incrementó el interés de Marx por los problemas de la economía política.
Marx tenía en proyecto redactar una gran obra dedicada a la economía política y por eso analizaba con espíritu crítico obras de los clásicos burgueses de aquella disciplina, especialmente Adam Smith y David Ricardo. El resultado más importantes del trabajo hecho por Marx en aquel período los conocemos como los Manuscritos filosófico-económicos redactados en el otoño de 1844, que no fueron publicados hasta 1932 en la Unión Soviética. Muchos de los primeros escritos de Marx no fueron conocidos por los propios marxistas, Lenin incluido, durante un largo periodo del movimiento obrero y luego la burguesía ha pretendido tergiversarlos. Después de la II Guerra Mundial, en plena guerra fría, toda una legión de estafadores ideológicos de las más variadas y peregrinas corrientes filosóficas, bajo una apariencia de progresismo, se dedicó a enfrentar a Marx consigo mismo, a buscar contradicciones entre el joven y el viejo Marx, que era una forma de enfrentar a Marx con Engels y, finalmente, a Marx con Lenin, que era el objetivo final: la Revolución de Octubre no tenía relación con Marx y el marxismo. En los Manuscritos socialdemócratas y revisionistas creyeron haber encontrado un verdadero filón. Sólo había que retorcer un poco el marxismo y, sobre todo, desconectarlo de otros escritos suyos de la misma época, para acercarlo al reformismo y la charlatanría más vulgar.
Una de esas burdas manipulaciones de los Manuscritos es la introducción que redactó Rubio Llorente, en un tiempo presidente del Tribunal Constitucional español, para presentar su traducción al castellano (1). Como buen picapleitos mentiroso, Rubio Llorente asegura que los comunistas o bien ignoramos, o bien atacamos los Manuscritos de Marx, especialmente los bolcheviques soviéticos, que fueron quienes los sacaron del olvido en que los habían mantenido -precisamente- la socialdemocracia. Como escribió Rubinstein, al ser la única obra de Marx que trata de temas sicológicos, los Manuscritos desde hace mucho tiempo fueron estudiados a fondo en la Unión Soviética, destacando un artículo suyo de 1934, dos años después de su publicación (2).
Se pueden poner más ejemplos: Lukacs, en su estudio de 1938 sobre El Joven Hegel trató de establecer la continuidad entre Hegel y Marx basándose precisamente en la lectura que llevó a cabo en Moscú de los Manuscritos en 1930, dos años antes de que su publicaran. Por tanto, el interés por aquella obra de Marx ni empieza ni es tampoco exclusiva de los países occidentales.
En la obra, Marx critica a los economistas burgueses, poniendo en claro toda una serie de rasgos peculiares de la explotación capitalista. Fustiga el comunismo primitivo, burdamente igualitarista y examina desde un punto de vista crítico la dialéctica de Hegel y la filosofía hegeliana en general. Aún se advierte la influencia de Feuerbach, e incluso Marx utiliza un lenguaje religioso. La resurrección del hombre, dice, es al mismo tiempo la resurrección de la naturaleza; si el hombre se hace consciente de sí mismo a través del proletariado, entonces la naturaleza se hace consciente de sí misma a través del hombre. Esto es interesante ponerlo de manifiesto porque para enfrentar a Marx con Engels, la burguesía (Schmidt, Colleti) ha tratado de hacernos creer que la dialéctica de la naturaleza no existía en el pensamiento de Marx, y mucho menos en su pensamiento juvenil. Pero no se trata sólo de que Marx también tenga en cuenta a la naturaleza sino de que, a diferencia de la burguesía (Kojève, Sartre) no la separa del espíritu. La aportación de Marx y Engels versa sobre todo acerca de la historia y de la sociedad, pero ni se puede reducir a un humanismo abstracto ni se puede olvidar su conexión con la naturaleza.
Marx siguió en París el estudio de las obras de Carlos Fourier, Henri Saint-Simon, Roberto Owen y otros destacados socialistas utópicos que había iniciado ya en Alemania. Aunque los utopistas sometieron a la sociedad capitalista a una dura crítica, no pudieron descubrir las leyes de su desarrollo ni encontrar la fuerza social capaz de crear una nueva sociedad. Marx también consagró mucho tiempo al estudio de la revolución burguesa que tuvo lugar en Francia en las postrimerías del siglo XVIII y, particularmente, al estudio de la historia de la Convención.
El contacto directo con la vida y la lucha de los obreros franceses y el estudio crítico de la economía política burguesa y las obras de los socialistas utópicos contribuyeron a que Marx pasase definitivamente del idealismo al materialismo y de la democracia revolucionaria al comunismo.
Marx no marcha a París ni a improvisar ni a estudiar. Tiene un proyecto político muy meditado y definido, publicar los Anales franco-alemanes, una revista cuyo título lo dice todo: fundir la dialéctica hegeliana con el materialismo francés, la profundidad filosófica alemana con la práctica política revolucionaria de los franceses. Así como la filosofía encuentra en el proletariado las armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía las armas intelectuales de su liberación. El proyecto de los Anales franco-alemanes, pues, no era continuar una revista que a causa de la censura no se podía publicar en Prusia, sino algo bien diferente. Tampoco es un proyecto intelectual, sino político: lograr la colaboración de los utopistas franceses. Marx había puesto muchas esperanzas en este proyecto que debía tender lazos estrechos entre los revolucionarios franceses y alemanes. Entre agosto y setiembre de 1843 Marx redactó un breve proyecto de programa para orientar de la publicación como expresión de una acción organizada. Por tanto, la preocupación de Marx era militante. Esta dimensión de la obra juvenil de Marx -el compromiso con una causa y la necesidad de construir una organización revolucionaria- es uno de los aspectos más ignorados de Marx.
Los Anales franco-alemanes vieron la luz en París en febrero de 1844 pero ningún colaborador francés respondió a los llamamientos y todas las contribuciones vendrían de los alemanes. Al criticar al hegeliano de izquierda Bruno Bauer por sus conceptos idealistas en la cuestión nacional, Marx, en el artículo Sobre la cuestión judía, formuló por vez primera, aunque todavía de una manera abstracta, su tesis sobre la diferencia esencial entre la revolución burguesa y la revolución socialista. Cuando en estos primeros escritos Marx habla de una nueva era, hay que tener en cuenta que en Alemania y en una gran parte de Europa, eso significaba derrumbe del feudalismo y victoria de la república democrática. Pero, a diferencia de la burguesía liberal, Marx va más allá de la lucha por la abolición de las trabas feudales y de las restricciones de los derechos civiles de los judíos, cuya abolición consideraba un paso adelante, contrariamente a Bruno Bauer. Marx muestra los límites inherentes a la propia noción de derechos civiles que no significan otra cosa que los derechos del ciudadano atomizado en una sociedad de individuos en competencia. Para Marx, la emancipación política -en otras palabras la revolución burguesa que estaba todavía por realizarse en una Alemania atrasada– no debía ser confundida con la emancipación social auténtica que permitiría a la humanidad liberarse de la dominación de poderes políticos ajenos así como de la tiranía del intercambio. Esto implicaba la superación de la separación entre el individuo y la sociedad. Marx no se refería sólo a una lucha puramente transitoria hacia una república burguesa, sino a una lucha que debía proseguir hacia una sociedad liberada de la explotación capitalista. El compromiso de Marx y Engels con el comunismo implicaba, desde el principio, la tendencia a conjugar revolución burguesa y revolución proletaria y pensaban que ésta vendría rápidamente tras aquélla. Esto queda claro porque Marx ve al proletariado como el sujeto del cambio revolucionario incluso en una Alemania atrasada y más claro todavía en el Manifiesto Comunista y en su teoría de la revolución permanente elaborada en la estela de los levantamientos de 1848. Él habría de reconocer más tarde que la lucha inmediata por tal mundo no estaba aún a la orden del día de la historia, que la humanidad debía aún pasar por el calvario del capitalismo para que las bases materiales de la nueva sociedad quedaran establecidas, pero jamás se desvió de su inspiración inicial. No utilizó el término comunismo, pero las implicaciones de su punto de vista son evidentes.

Contra el socialismo utópico

Durante los diez días que Engels estuvo en París con Marx comenzó su colaboración con el plan de su obra común La Sagrada Familia o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y Cía., que vio la luz en febrero de 1845. Este libro, enfilado contra los hermanos Bauer y otros jóvenes hegelianos, es una crítica demoledora de las posiciones de los neohegelianos. La mayor parte de La Sagrada Familia se debe a la pluma de Marx. Al hacer la crítica de los conceptos idealistas y subjetivistas de los hermanos Bauer y sus correligionarios, que únicamente consideraban agentes de la historia a unos cuantos elegidos, Marx y Engels formularon una de las tesis principales del materialismo histórico: los auténticos artífices de la historia no son los héroes, sino las masas populares; eran ellas, cada vez más amplias a medida que corría la historia, quienes impulsaban conscientemente el desarrollo histórico de la sociedad.
En La Sagrada Familia se formula, ya casi ultimada, la concepción de Marx y Engels acerca de la misión histórica del proletariado. Contrariamente a los socialistas utópicos, que sólo veían en el proletariado una masa impotente y mártir, Marx y Engels consideraban que la clase obrera era una fuerza social capaz de llevar a cabo la transformación revolucionaria de la sociedad. La idea de la misión histórica del proletariado fue la piedra angular del armonioso edificio del comunismo científico. Lo fundamental en la doctrina de Marx -decía Lenin- es el esclarecimiento de la misión histórica del proletariado como creador de la sociedad socialista Gracias a este descubrimiento genial, el socialismo se convirtió de utopía en ciencia, adquiriendo por vez primera una base real y ligándose a los destinos de la clase revolucionaria en desarrollo. Con La Sagrada Familia se sentaron los cimientos de una nueva concepción revolucionaria y materialista de la ideología del proletariado.
No obstante, la propaganda de esta nueva concepción, que iba madurando en Marx y Engels, tropezaba con grandes dificultades. Después de la publicación del primer número doble, los Anales franco-alemanes dejaron de salir. Ello se debió, principalmente, a las profundas divergencias surgidas en el seno de la redacción entre Marx y el radical burgués Arnold Ruge. Las discrepancias en cuestión llevaron a la ruptura y a una polémica abierta entre ellos -en el periódico alemán ¡Adelante! (Vorwarts!), editado en París- en torno a la apreciación de la insurrección de los tejedores de Silesia (junio de 1844). Ruge decía que aquella insurrección había sido un motín ciego e insensato, mientras que Marx aplaudía con entusiasmo la primera acción del proletariado alemán, advirtiendo satisfecho manifestaciones de conciencia de clase en la actuación de los obreros insurrectos. Influido por Marx, el periódico empezó a adquirir una orientación comunista y una notoria tendencia antiprusiana.
Debido a la presión ejercida por el gobierno prusiano, Marx, lo mismo que algunos otros colaboradores del periódico, fue expulsado de Francia y se trasladó en febrero de 1845 a Bruselas. Al enterarse de que el gobierno prusiano hacía gestiones para que el gobierno belga lo entregase a las autoridades alemanas, Marx renunció en diciembre de 1845 a la ciudadanía prusiana, aunque nunca adoptó ninguna otra nacionalidad.
En la primavera de 1845 llegó a Bruselas Engels, que había concluido su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra. Al sintetizar en este libro la experiencia de lucha de los obreros ingleses, Engels fundamentó la idea de la misión histórica del proletariado. Posteriormente, refiriéndose a sus entrevistas con Marx en la capital belga, Engels escribió: Cuando volvimos a reunirnos en Bruselas, en la primavera de 1845, Marx [...] había desarrollado ya, en líneas generales, su teoría materialista de la historia, y nos pusimos a elaborar en detalle y en las más diversas direcciones, la nueva concepción descubierta.
Para elaborar con detalle la ciencia sobre la sociedad, Marx y Engels empezaron a redactar una nueva obra común, La Ideología Alemana. En abril de 1846, la obra estaba casi acabada, pero nadie quiso editarla. No se publicó en su integridad hasta 1932 en la Unión Soviética en alemán.
En La Ideología Alemana aparecen formuladas, en sus rasgos más importantes, las principales tesis del materialismo histórico, gran descubrimiento de Marx, que constituye un cambio radical, una verdadera revolución en el modo de comprender la historia universal. Este descubrimiento transformó la historia en ciencia.
Después de demostrar la tesis del materialismo histórico acerca del papel determinante que tiene la producción de los bienes materiales en la vida de la sociedad, Marx y Engels esclarecieron la dialéctica del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción. Fueron los primeros en formular, en La Ideología Alemana, su tesis sobre las formaciones económico-sociales. Al poner de manifiesto la regularidad objetiva del proceso histórico, demostraban que, al igual que el feudalismo fue reemplazado por el capitalismo, éste sería sustituido por otro régimen social nuevo: por el socialismo.
En La Ideología Alemana se fundamenta la tesis de que, en las sociedades integradas por clases antagónicas, la lucha de clases es la fuerza motriz del desarrollo. Para el paso del capitalismo al socialismo, son condiciones indispensables la lucha de clase del proletariado y la revolución socialista. Para suprimir la sociedad capitalista, el proletariado, como cualquier clase que aspire al dominio, debe, ante todo, conquistar el poder político. Esta tesis de Marx y Engels encierra el germen de su doctrina sobre la dictadura del proletariado. En La Ideología Alemana se esbozan los contornos de la futura sociedad comunista.
El comunismo, que era para los socialistas utópicos el sueño quimérico en un espléndido futuro, es para Marx y Engels una finalidad condicionada objetiva e históricamente que se alcanza con medidas prácticas de carácter revolucionario. En el libro someten a una profunda crítica la filosofía idealista de Hegel y de los jóvenes hegelianos. Al mismo tiempo que reconocían los méritos de Feuerbach en la lucha contra el idealismo, Marx y Engels demostraron que el materialismo feuerbachiano era contemplativo y metafísico, haciendo hincapié en la ligazón indisoluble entre la teoría y la práctica revolucionarias, así como en el eficaz papel transformador de la teoría. Esta idea está expresada con la máxima concisión y claridad en las Tesis sobre Feuerbach, escrita por Marx en 1845: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
La Ideología Alemana también critica la teoría pequeño-burguesa, reaccionaria y utópica conocida bajo el nombre de socialismo auténtico. La obra constituye una importante etapa en la formación de los fundamentos filosóficos del comunismo científico, o sea, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico. Este descubrimiento genial, la mayor conquista del pensamiento humano, hizo por vez primera de la filosofía una ciencia que reflejaba fielmente las leyes objetivas del desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano. La única filosofía auténticamente científica, la filosofía marxista, es un arma no sólo para conocer el mundo, sino también para transformarlo.
La nueva teoría revolucionaria no podía abrirse paso entre las masas obreras más que luchando con intransigencia contra la ideología burguesa imperante en la sociedad capitalista y contra las numerosas formas de comunismo pequeño burgués, entonces tan en boga, que desviaban a los obreros del camino de la lucha de clases y los llevaban al terreno de la utopía y de las quimeras. En las cartas y circulares del Comité de Bruselas, Marx y Engels sometieron a una crítica fulminante el llamado socialismo auténtico (Moses Hess, Carlos Grün, Hermann Kriege y otros), los cuales, con su prédica del amor y la fraternidad, pretendían reconciliar al proletariado con la burguesía. El más importante de los auténticos era Carlos Grün que había conocido a Proudhon en París en 1844. Su obra Die Soziale Bewegung in Frankereich und Belgien fue la primera que dio a conocer a Proudhon a los revolucionarios alemanes. Grün era un hombre de letras polifacético que, como Proudhon, ocupó durante un corto y decepcionante período un puesto de parlamentario en la Asamblea Nacional Prusiana, en 1849 y pasó gran parte de su vida en el exilio, hasta su muerte en Viena en 1887.
Hermann Kriege (1820-1850) era otro de aquellos que irónicamente Marx y Engels calificaban de auténticos. Estudiante y luego periodista, había sido presentado por Feuerbach a la Liga de los Justos para colaborar en el Comité bruselés de correspondencia. La Circular contra Kriege, escrita por Marx y Engels en mayo de 1846 fue un documento muy importante y da perfecta idea de su lucha contra el socialismo auténtico, que sustituyó la lucha de clases por una empalagosa saturación de amor, como escribió Engels muchos años después. En esencia, diría Marx en La ideología alemana que los alemanes habían importado la literatura socialista francesa a Alemania, pero no habían importado las condiciones materiales que habían dado lugar a esa literatura.
Kriege desapareció en Estados Unidos; tras la revolución de 1848 todo el movimiento desapareció, como dijo Mehring sin dejar huella.
Mucho más consistentes e influyentes eran las teorías de Guillermo Weitling (1808-1971). Sastre de profesión, Weitling era uno de los primeros artesanos revolucionarios alemanes, representante destacado del socialismo utópico de aquel tiempo. Como muchos artesanos de aquella época, iba de una ciudad a otra y, en 1835, ya había estado en París, donde en 1837 se instaló durante un largo tiempo. A finales de 1838, escribió, a petición de sus camaradas, el artículo La humanidad tal como es y tal como debe ser, en el cual defendía un tipo de socialismo vulgar e igualitarista. En 1842 publicó su principal obra, Las garantías de la armonía y de la libertad, en la cual exponía las opiniones adelantadas ya en 1838.
En París se afilió a la Liga de los Justos y estudió las teorías de Lamennais, representante del socialismo cristiano, de Saint-Simon y de Fourier. También mantuvo contacto con Blanqui y sus correligionarios. Luego tuvo que huir a Suiza, donde, después de una infructuosa tentativa para llevar la acción propagandística a la zona francesa y luego a la alemana, empezó a organizar con algunos camaradas círculos entre los obreros y emigrados alemanes.
En Suiza encontró a Bakunin, sobre quien ejerció una poderosa influencia. En la primavera de 1943 le detuvieron en Zurich, le abrieron un sumario con varios acusados, entre ellos Bakunin, que se encontró complicado en el asunto y tuvo que huir.
Tras cumplir su condena, Weitling fue enviado nuevamente a Alemania en mayo de 1844. Después de toda clase de vicisitudes, consiguió llegar a Londres, por Hamburgo, donde fue recibido con grandes honores. En su honor se organizó una gran asamblea a la cual asistieron, además de los socialistas y cartistas ingleses, los emigrados franceses y alemanes. Fue la primera gran asamblea internacional en Londres. Proporcionó a Schapper la ocasión para organizar, en octubre de 1844, una sociedad internacional denominada Sociedad de los Amigos democráticos de todos los pueblos. Se propuso como objetivo el acercar a todos los revolucionarios de cualquier nacionalidad, reforzar la fraternidad entre los distintos pueblos, y conquistar los derechos sociales y políticos. Estaba dirigida por Schapper y sus amigos.
Weitling permaneció en Londres casi un año y medio y, al principio, gozó de gran influencia entre la sociedad obrera londinense, en la cual tenían lugar apasionadas discusiones, especialmente sobre los temas ligados al momento actual. Pero pronto chocó con una fuerte oposición. Durante su separación, sus antiguos camaradas (Schapper, Bauer, Moll) ya se habían familiarizado con el movimiento obrero inglés y habiendo aprendido las doctrinas de Owen. Sin embargo, siempre preservó una gran influencia entre los obreros de toda Europa y seguía siendo uno de los hombres más populares y conocidos no sólo entre los obreros, sino también entre los intelectuales alemanes. El célebre poeta Heine nos dejó una descripción de su encuentro con Weitling:
Lo que más hería mi orgullo era la descortesía de este muchacho respecto a mi persona durante la conversación. No se había quitado el sombrero, y mientras yo permanecía de pie, él estaba sentado en un banco, con su rodilla derecha a la altura del mentón; con la mano libre no dejaba de frotarse la rodilla. Primeramente tomé esta postura irrespetuosa por una costumbre contraída durante el ejercicio de su oficio de sastre, pero pronto me desengañó. Cuando le pregunté por qué no dejaba de rascarse la rodilla, me respondió con todo indiferente, como si se tratara de la cosa más corriente, que, en las diferentes prisiones alemanas donde había estado, le tenían encadenado; pero como la anilla de hierro que le rodeaba la rodilla era a menudo demasiado estrecha, le había quedado una picazón que le hacía rascarse la rodilla... Confieso que retrocedí algunos pasos cuando este sastre, con su repugnante familiaridad, me narró estas historias sobre cadenas de prisiones... ¡Extrañas contradicciones en el corazón humano! Yo, que, un día, besé en Munster respetuosamente las reliquias del sastre Jean de Leyde, las cadenas que llevó, las tenazas con que le torturaron, yo que me entusiasmé por un sastre muerto, sentía una repulsión invencible hacia este sastre vivo, hacia este hombre que, sin embargo, era un apóstol y un mártir de la misma causa por la cual había sufrido el glorioso Jean de Leyde.
Aunque esta descripción no honra al poeta, muestra la profunda impresión que Weitling le produjo. Heine aparece como un gran señor del pensamiento y del arte que considera con curiosidad, no exenta de repugnancia, al tipo luchador que todavía le es extraño. Con esta curiosidad ociosa es como los poetas examinan a un revolucionario. Por el contrario, un intelectual como Marx se comportaba con Weitling de otro modo. Para él, Weitling era el portavoz inteligente de las aspiraciones de este mismo proletariado al cual acababa de formular su misión histórica. He aquí lo que escribía sobre Weitling antes de conocerle:
¿Qué obra sobre el tema de su emancipación política podría oponer la burguesía (alemana), comprendidos sus filósofos y sus publicistas, a la obra de Weitling: ¿Las garantías de la armonía y de la libertad? Que se compare la seca mediocridad y el abotargamiento de la literatura política alemana a este brillante comienzo de los obreros alemanes, que se comparen estas botas de siete leguas del proletariado naciente con los zapatos de la burguesía, y descubrirán en el doliente proletariado al futuro atleta de estatura gigantesca.
Marx y Engels consideraban muy importante ganarse a los círculos obreros que se encontraban bajo la influencia de Weitling. Tenían que intentar trabar conocimiento con él. En el verano de 1845, durante su corta es tancia en Inglaterra, ambos conocieron a los cartistas ingleses y los emigrados alemanes pero no se sabe si se encontraron también con Weitling, que entonces vivía en Londres. No establecieron estrechas relaciones con él hasta comienzos de 1846, cuando Weitling fue a Bruselas, donde Marx se había establecido en 1845, cuando fue expulsado de Francia.
Marx y Engels realizaron numerosos esfuerzos para ponerse de acuerdo con él en una plataforma común. Hicieron todo lo posible para que renunciara a sus confusas ideas y llegase a comprender el comunismo científico.
Weitling no era un utopista al estilo de Fourier y los demás, sino que -influenciado en parte por Blanqui- no creía en la posibilidad de llegar al comunismo por medio de la persuasión sino únicamente por la violencia. No atribuía ninguna importancia a la acción propagandística. Cuanto más rápidamente se destruya la sociedad existente más rápida será la liberación del pueblo. El mejor medio para conseguirlo es provocar el desorden extremo, la anarquía social existente. Cuanto peor vayan las cosas, mejor. Para atraer a las masas juzgaba necesario explotar el sentimiento religioso. Escribió un Evangelio de los pobres pecadores para hacer de Cristo un precursor del comunismo, al que representaba como un cristianismo desprovisto de todos los ingredientes marginales que se la habían ido añadiendo a lo largo de los siglos.
Había elaborado con todo detalle el plan de una nueva sociedad bajo la forma de una sociedad comunista dirigida por un pequeño grupo de hombres buenos. Era un obrero muy inteligente que se había formado a sí mismo, que poseía un talento literario considerable, pero que tenía todos los defectos de los autodidactas. El autodidacta se dedica a sacar de su interior algo ultranuevo; inventa cualquier aparato extremadamente ingenioso, y, posteriormente, con la experiencia, constata que ha gastado su esfuerzo y un tiempo considerable en descubrir el Mediterráneo. Busca un perpetuum mobile cualquiera, inventa un modo de hacer feliz al hombre, o transformarlo en sabio en un abrir y cerrar de ojos. Weitling pertenecía a esta especie de autodidactas. Quería descubrir un medio que permitiera a los hombres el asimilar casi instantáneamente cualquier ciencia. Quería inventar un idioma universal. Hecho característico: otro autodidacta, un obrero, Proudhon, también había emprendido esta tarea. A veces es difícil discernir qué es lo que más deseaba Weitling, lo que prefería, si el comunismo o el idioma universal. Auténtico profeta, no soportaba ninguna crítica, y alimentaba una particular desconfianza hacia las personas cultas, a quienes sus manías no interesaban.
El elemento más seguro, el más revolucionario, capaz de destruir esta sociedad, era, según Weitling, el lumpenproletariado, los vagabundos e incluso los delincuentes. Para Weitling, el proletariado no era una clase particular con intereses particulares. Era solamente una parte de la población pobre, oprimida y, entre estos elementos pobres, el más revolucionario era el lumpenproletariado. Weitling sostenía que los ladrones representaban uno de los elementos más firmes en la lucha contra la sociedad existente.
Pero Weitling ya no era entonces un joven candoroso, como dijo Engels. Por todas partes veía trampas, rivales y envidiosos de su superioridad. Aunque Marx le acogió en su casa en Bruselas con una paciencia casi sobrehumana, no logró atraérselo a las filas revolucionarias. El crítico ruso Paul Annenkov, que pasó entonces por Bruselas camino de Francia, cuenta que durante una reunión tuvo lugar una violenta discusión entre Marx y Weitling. Dando un puñetazo sobre la mesa, Marx le gritó a Weitling: La ignorancia nunca ha ayudado a nadie y nunca ha tenido ninguna utilidad. Según una carta del propio Weitling, en aquella reunión Marx sostuvo que era necesario depurar las filas de los comunistas y criticar las ideologías inconsistentes; declaró que era necesario renunciar a todo socialismo que se apoyara únicamente en la buena voluntad; que la realización del comunismo debía estar precedida de una época en la cual la burguesía detentaría el poder. Como Bakunin, Weitling estaba en contra del trabajo preparatorio de tipo propagandístico, bajo el pretexto de que los pobres siempre estaban dispuestos para la revolución, y que, por consiguiente, esta última podía realizarse en cualquier momento mientras hubiera jefes resueltos. Por consiguiente, otra de las divergencias de Marx y Engels con Weitling podía resumirse en el principio de que sin teoría revolucionaria no puede haber ningún movimiento revolucionario.
En mayo de 1846 se consumó la ruptura. Weitling partió hacia Londres, de donde pasó a América, lugar en el que permaneció hasta la revolución de 1848. Tras su traslado definitivo a los Estados Unidos en 1849, Weitling renunció al comunismo y se vinculó aún más estrechamente al mutualismo proudhoniano.

La organización del partido obrero

En París Marx y Engels mantuvieron inicialmente un estrecho contacto con Proudhon pero pronto tuvo que pasar a la crítica porque éste se mantuvo siempre en el terreno de la teoría y la utopía, incapaz de avanzar más allá y adoptar posturas realmente revolucionarias. Algunas de la ideas originarias de Proudhon eran innovadoras e influyeron al comienzo sobre Marx y Engels, que en La sagrada familia hicieron una valoración positiva de ellas: Proudhon somete la base de la economía nacional, la propiedad privada al primer examen serio, absoluto, al mismo tiempo que científico. He aquí el gran progreso científico que ha realizado, un progreso que revoluciona la economía nacional y plantea, por primera vez, la posibilidad de una verdadera ciencia de la economía nacional. La obra de Proudhon ‘¿Qué es la propiedad?’, tiene para la economía nacional la misma importancia que la obra de Siéyès ‘¿Qué es el tercer estado?’, para la política moderna.
Pero Proudhon era por completo ajeno al proletariado. Sus tesis expresaban la ruina del artsanado y la pequeña burguesía. sostuvieron también una lucha implacable contra las nebulosas concepciones idealistas, reformistas y pequeño-burguesas de Proudhon. En diciembre de 1846, Marx ya criticó a Proudhon en una larga carta a Paul Annenkov exponiendo concisamente su propia concepción materialista de la historia. El libro de Marx Miseria de la Filosofía responde a la Filosofía de la miseria de Proudhon, escrito en 1847, con una crítica detallada de sus concepciones.
Miseria de la Filosofía fue otro importante paso de Marx en la elaboración de los fundamentos teóricos del comunismo científico -el materialismo dialéctico y el materialismo histórico-, la primera exposición en letras de imprenta de sus tesis principales. En esta obra hizo Marx el balance de los primeros resultados de la revisión crítica de la economía política burguesa, revisión iniciada ya por él durante su estancia en París. Puso al descubierto el principal defecto de la economía política burguesa, que estimaba inmutables y eternas la sociedad capitalista y las leyes económicas a ella inherentes. Contrariamente a los economistas burgueses y a su acólito Proudhon, Marx consideraba las categorías de la economía política como una expresión teórica de las relaciones sociales, como categorías históricamente transitorias, llamadas a desaparecer con las condiciones que las habían engendrado. Al denunciar la inconsistencia de las recetas proudhonianas de mejoramiento del capitalismo. Marx demostró que la explotación, la miseria y las crisis acompañan necesariamente al capitalismo y sólo pueden ser suprimidas si se suprime el modo de producción capitalista. Concretando su idea de la misión histórica del proletariado, Marx destacó la enorme importancia de la lucha económica de los obreros y su ligazón indestructible con la lucha política, esbozando por vez primera la táctica de la lucha de clase del proletariado.
Tanto en la Miseria de la Filosofía como en las conferencias que dio para los obreros de Bruselas en diciembre de 1847 y que fueron publicadas por la Nueva Gaceta Renana en 1849, con el título Trabajo asalariado y capital, Marx formuló importantes tesis de su economía política. Fueron necesarios muchos años de investigación para desentrañar las claves de la economía de la sociedad capitalista, sintetizar la rica experiencia de la lucha de la clase obrera y dar a su doctrina económica un carácter acabado, rigurosamente científico.
La lucha de Marx y Engels contra el socialismo auténtico, contra la doctrina de Weitling, la de Proudhon y otras tendencias pequeño-burguesas contribuyó a que los obreros avanzados empezaran a comprender el comunismo científico.
Marx se encontraba inmerso en un proyecto de organización de nuevo tipo que agrupara a los comunistas y a los obreros de vanguardia de distintos países sobre la base de un programa revolucionario y una teoría científica. Contando con Engels, aspiraba a hacer su nueva teoría revolucionaria patrimonio de las masas obreras, a pertrechar al proletariado con la comprensión de los objetivos y los medios de la lucha. Entonces Bruselas ofrecía grandes comodidades a este respecto. Bélgica era como una estación intermedia entre Francia y Alemania. Los obreros e intelectuales alemanes que se dirigían a París pasaban habitualmente algunos días en Bruselas. Desde allí la literatura ilegal se repartía clandestinamente por toda Alemania. Entre los obreros residentes temporalmente en Bruselas algunos eran personas extraordinariamente inteligentes.
Desde que Marx comprendió que para transformar radicalmente el régimen social existente había que apoyarse en la clase obrera, en el proletariado, el cual, en su propia existencia, encuentra toda clase de estímulos para su lucha contra este régimen, se dirigió a los círculos obreros, esforzándose con Engels por penetrar en todos sus lugares de reunión, en todas las organizaciones donde se agrupaban. Porque ya entonces existían tales organizaciones, si bien dispersas y sometidas a la influencia de la burguesía.
Muchos historiadores no han reparado en el trabajo de organización de Marx, al cual presentan como un pensador de gabinete. No han captado el papel de Marx en cuanto organizador y, por tanto, no han examinado una de las facetas más interesantes de su fisonomía. Si no se conoce el papel que Marx desempeñó como inspirador del trabajo de organización de 1846 y 1847, es imposible comprender el que tuvo luego como organizador en 1848 y durante la época de la I Internacional.
Desde el fracaso de mayo de 1839, la Liga de los Justos había dejado de existir como organización central. Únicamente quedaron círculos aislados, organizados por antiguos miembros de la Liga de los Justos, uno de ellos en Londres.
Marx y Engels tuvieron que empezar desde cero. En Bruselas crearon la Sociedad de educación obrera, donde Marx dio unas conferencias sobre economía política a los obreros. Además de cierto número de intelectuales entre los cuales destacaban Guillermo Wolf (a quien Marx dedicó más tarde el primer tomo de El Capital) y Weidemeyer, se encontraban igualmente en Bruselas obreros como Stephan Born, Vallau, Seiler y otros.
Apoyándose en esta organización, Marx y Engels lograron estrechar sus relaciones con los círculos de Alemania, Londres, París, Suiza. Poco a poco, el número de militantes partidarios de las tesis de Marx y Engels aumentaba. Con el fin de agrupar a todos los elementos comunistas Marx concibió entonces un plan: transformar esta organización nacional puramente alemana en una organización internacional. Al principio era necesario crear en Bruselas, en París y en Londres un grupo, un núcleo de comunistas, que estuvieran completamente de acuerdo entre sí. Estos grupos tenían que designar comités encargados de mantener relaciones con otras organizaciones comunistas. De este modo se estrecharía la unión con otros países, y se prepararía el terreno para la unión internacional de estos comités. A propuesta de Marx, estos últimos se llamaron comités de correspondencia comunista. Algunos historiadores se han figurado que estos comités eran simples oficinas de corresponsales desde las que enviaban correspondencias litografiadas. O bien, como escribió Mehring en su último trabajo sobre Marx:
Al no tener su propio órgano, Marx y sus amigos, se esforzaban en llenar como les fuera posible esta laguna por medio de circulares impresas y litografiadas. Al mismo tiempo, intentaron asegurarse corresponsales regulares en los grandes centros donde vivían los comunistas. Existían oficinas de este tipo en Bruselas y Londres, y se proponían establecer una en París. Marx escribió a Proudhon pidiéndole su colaboración.
Sin embargo, basta leer la respuesta de Proudhon para ver que se trataba de una institución que no tenía nada que ver con una corresponsalía normal. Y, si recordamos que este intercambio de cartas tuvo lugar en 1846, tenemos que deducir que, mucho tiempo antes de que desde Londres propusieran a Marx que entrara en la Liga de los Justos ya desaparecida, en Londres, en Bruselas y en París, existían ya organizaciones cuya iniciativa emanaba, sin ningún género de dudas, de Marx.
Los comités de correspondencia tenían una larga tradición en el movimiento revolucionario europeo, habiendo surgido de las filas de la propia burguesía revolucionaria. En 1792 por Thomas Hardy había fundado la sociedad londinense de correspondencia; cuando al Club de los jacobinos le prohibieron organizar secciones en las provincias, también organizaron comités de correspondencia. Es el mismo proyecto que luego Lenin puso en funcionamiento en Rusia con el periódico Iskra como método de organización. Al fundar sus sociedades, Marx también tenía intención de convertirlos en comités de corresponsales.
En el segundo semestre de 1846 existía en Bruselas un comité de corresponsales perfectamente organizado, que cumplía las funciones de órgano central y al cual se le rendían cuentas. Comprende un número bastante grande de miembros y, entre ellos, muchos obreros. Formaban parte de él Marx, Engels, Guillermo Wolff, Edgar Westfalen, José Weydemeyer, Fernando Wolff, el comunista belga Felipe Gigot y otros. A mediados de 1846, el Comité Comunista logró entablar relaciones con los cartistas ingleses, con los dirigentes de la Liga de los Justos de Londres, con las comunas parisinas de la Liga y con diferentes grupos comunistas de Alemania. En París existía otro comité organizado por Engels que realizaba una propaganda intensiva entre los artesanos alemanes; en Londres existía otro dirigido por Schapper, Bauer y Moll. Seis meses más tarde éste fue a Bruselas para invitar a Marx a entrar en la Liga de los Justos y, como demuestra una carta de 20 de enero de 1847, acudió a Bruselas no como delegado de la Liga de los Justos, sino como delegado del comité de corresponsales comunistas de Londres, para presentar un informe sobre la situación de la sociedad londinense. Después de este viaje fue cuando Marx se convenció de que la mayoría de los londinenses se habían liberado de la influencia de Weitling. Probablemente, por iniciativa del Comité de Bruselas, resolvieron convocar un congreso en Verviers, ciudad situada cerca de la frontera alemana, de manera que a los comunistas alemanes les resultaría fácil la asistencia. Finalmente se desplazó a Londres, ciudad que presentaba mejores condiciones.
Entonces, dio comienzo una una lucha de distintas tendencias. Principalmente en París, donde trabajaba Engels, esta lucha fue muy viva. Una corriente está representada por Grün, quien defiende el comunismo alemán, o verdadero comunismo, del cual encontramos una mordaz caracterización en el Manifiesto Comunista. Engels sostiene otra plataforma. Naturalmente, cada uno de los adversarios se esforzaza por reunir la mayoría de votos posibles. Y Engels cree a menudo hacerse con la victoria no sólo porque ha triunfado, tal como lo comunica al comité de Bruselas, al convencer a los que dudaban.
Durante el verano de 1847, el congreso se reunió en Londres. Marx no asistió. El representante por Bruselas fue Guillermo Wolf y Engels representó a los comunistas parisienses. Los delegados eran poco numerosos, pero nadie se inmutó por ello. El congreso acordó reorganizar la Liga, que pasó a llamarse Liga de los Comunistas. La vieja consigna ¡Todos los hombres son hermanos! fue sustituida, a propuesta de Marx y Engels, por la de ¡Proletarios de todos los países, uníos! A partir de entonces, esta consigna, expresión del principio del internacionalismo proletario, es un llamamiento de combate de los proletarios en su lucha contra la esclavitud capitalista. Adoptaron unos estatutos, redactados por Engels, cuyo primer punto formulaba clara y netamente la idea esencial del comunismo: El objetivo de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, el dominio del proletariado, la supresión de la antigua sociedad burguesa, basada en el antagonismo de clase, y la fundación de una nueva sociedad sin clases ni propiedad individual.
Los estatutos de la organización fueron adoptados con la condición de que serían sometidos al examen de los distintos comités, y que serían adoptados de un modo definitivo en el próximo congreso, con las modificaciones que fuera necesario aportar a los mismos.
El principio del centralismo democrático aparecía como fundamento organizativo. Cada uno de sus miembros debía profesar el comunismo y llevar una vida conforme con los objetivos de la Liga. El núcleo fundamental de la organización estaba constituido por un grupo determinado de miembros. Recibía el nombre de comunidad. Había comités regionales. Las distintas regiones del país s eunían bajo la dirección de un centro cuyos poderes se extendían a todo el país. Estos centros tenían que rendir cuentas al comité central.
Esta organización se convirtió en el modelo para todos los partidos comunistas de la clase obrera al principio de su desarrollo. Pero tenía una particularidad que luego desapareció, aunque la encontremos nuevamente entre los alemanes hacia 1860. El comité central de la Liga de los Comunistas no se elegía personalmente en el Congreso. Sus plenos poderes como centro dirigente eran transmitidos al comité regional de la ciudad designada por el congreso como lugar de residencia del comité central. De este modo, si el congreso designaba Londres, la organización de esta región elegía un comité central de por lo menos cinco miembros. Ello aseguraba su estrecha relación con la gran organización nacional. Este es el tipo de organización que más tarde encontramos entre los alemanes, tanto en la propia Alemania como en Suiza. Su comité central siempre estaba ligado a una ciudad determinada designada por el congreso, y que llevaba el nombre de ciudad de vanguardia.
El congreso aprobó igualmente elaborar el proyecto de una profesión de fe comunista, que sería el programa de la Liga. Las diferentes regiones tenían que presentar su proyecto al congreso siguiente. Además, se decidió proceder a la edición de una revista popular. Este fue el primer órgano obrero que se declaró abiertamente comunista. En la primera página de este órgano, aparecido un año antes de la publicación del Manifesto comunista, figura la consigna: ¡Proletarios de todos los países, uníos!
La revista no apareció más que una vez. Los artículos del primer y único número fueron escritos principalmente por los representantes de la Liga Comunista de Londres, y ellos mismos realizaron la composición tipográfica del mismo. El editorial está escrito de una forma muy popular, con un lenguaje simple. Expone las particularidades que distinguen la nueva organización comunista de las de Weitling y de las organizaciones francesas. Ni una sola vez se menciona la Federación de los Justos. Se consagra un artículo especial al comunista francés Cabet, autor de la famosa utopía Viaje en Icaria. En 1847, Cabet había realizado intensa propaganda con el fin de reunir a la gente que se establecía en América, y así crear en suelo virgen una colonia comunista, según el modelo de la que había descrito en su novela Icaria. Incluso fue especialmente a Londres para convencer a los comunistas de esta ciudad. El artículo somete su plan a una crítica detallada, y recomienda a los obreros que no abandonen el continente europeo, porque únicamente en Europa se instaurará el comunismo. Hay, también, un artículo que, según Riazanov, fue escrito por Engels. La revista finaliza con un resumen político y social, cuyo autor indudablemente es el delegado del comité de Bruselas en el Congreso, Guillermo Wolf.
A finales de noviembre de 1947, se reunió en Londres el segundo congreso. Esta vez asistió Marx. Antes de la reunión de este congreso, Engels le había escrito desde París que había esbozado un proyecto de catecismo o profesión de fe, pero que creía más racional titularlo Manifiesto Comunista. Marx probablemente aportó al congreso las tesis que había elaborado. En el congreso no todo discurrió plácidamente. Los debates duraron varios días y Marx tuvo muchas dificultades para convencer a la mayoría de la justeza del nuevo programa. Este fue adoptado en sus rasgos fundamentales y el congreso encargó especialmente a Marx que escribiera en nombre de la Liga de los Comunistas no una profesión de fe, sino un manifiesto, como había propuesto Engels.
Al mismo tiempo que actuaban en la Liga de los Comunistas, Marx y Engels contribuían activamente a que se formara en Bruselas la Asociación Democrática, cuya finalidad era la unificación de las fuerzas democráticas de todos los países. Los fundadores del marxismo estimaban que el proletariado debía apoyar todo movimiento progresista, democrático. En la Gaceta Alemana de Bruselas, que gracias a ellos llegó a ser órgano de la propaganda democrática y comunista, Marx y Engels publicaron una serie de artículos en los que preparaban a los obreros alemanes para la revolución democrático-burguesa que iba madurando en Alemania, explicándoles que no debían ver en ella su objetivo final, sino una condición indispensable para iniciar la revolución proletaria. Los artículos que escribieron en este período encierran ya, en germen, la idea, que posteriormente formularon, de la revolución permanente.
Marx y Engels concedían gran importancia a los preparativos del II Congreso de la Liga de los Comunistas, en cuyo orden del día figuraba la cuestión del programa de la organización. En el Congreso, celebrado en Londres a fines de noviembre y comienzos de diciembre de 1847, quedaron aprobados definitivamente los Estatutos de la Liga y se debatió el programa, siendo aceptados por unanimidad los principios que Marx y Engels defendían, y se encomendó a ambos que redactaran el manifiesto.
Aprovecharon su estancia en Londres para fortalecer las relaciones que Engels había establecido ya con los cartistas en 1842-1843 y Marx en 1845, cuando ambos hicieron un viaje a Inglaterra. Marx y Engels ampliaron también sus vínculos con los demócratas y los comunistas de otros países. Asistieron a un mitin internacional consagrado al aniversario de la insurrección polaca de 1830. En el discurso que en este mitin pronunció Marx, abogando por el internacionalismo proletario, desarrolló la idea de que únicamente la victoria del proletariado llevaría a la liberación de todas las nacionalidades oprimidas, a la eliminación de todos los conflictos y guerras internacionales y cimentaría sólidamente la auténtica fraternidad de los pueblos. Engels formuló en este mismo mitin la tesis que después ha sido el principio rector del proletariado en la cuestión nacional, diciendo: Ninguna nación puede ser libre si continúa oprimiendo a otras.
En febrero de 1848 apareció en Londres el Manifiesto Comunista, obra inmortal de Marx y Engels. En este documento programático del comunismo científico, se hizo por vez primera una exposición concisa de la teoría revolucionaria del proletariado: En esta obra -decía Lenin- está trazada, con claridad y brillantez geniales, la nueva concepción del mundo: el materialismo consecuente, aplicado también al campo de la vida social; la dialéctica, como la doctrina más completa y profunda del desarrollo; la teoría de la lucha de clases y de la histórica misión revolucionaria del proletariado, creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista.
El Manifiesto está todo él consagrado a fundamentar científicamente la inevitabilidad histórica de la destrucción del capitalismo y su sustitución a consecuencia de la revolución proletaria y del establecimiento del dominio político del proletariado, por una nueva sociedad, por la sociedad sin clases.
Marx y Engels demostraron que, a medida que las relaciones de producción de la sociedad capitalista fueran convirtiéndose en trabas más y más insoportables para el desarrollo de las fuerzas de producción, la burguesía, que defendía la propiedad privada sobre los medios de producción, iría dejando de ser la clase progresiva que había sido en el pasado y se haría una clase más y más reaccionaria, un freno para el avance de la humanidad hacia un régimen superior, hacia el comunismo.
Desarrollando la idea de la misión histórica del proletariado, Marx y Engels demostraron que la clase obrera cumpliría su misión de sepulturera del capitalismo y de creadora de una nueva sociedad, de la sociedad sin clases, mediante la lucha de clases, la revolución proletaria y el derrocamiento de la dominación de la burguesía.
En el Manifiesto está formulada la idea del papel dirigente del Partido Comunista como condición indispensable para el éxito de la lucha, para la victoria del proletariado, y se muestra que el partido constituye el destacamento más resuelto de la clase obrera, su destacamento de vanguardia, que los comunistas tienen sobre el resto de los obreros la ventaja de estar pertrechados con la teoría revolucionaria que les da una clara visión de las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento proletario. Al desenmascarar las calumnias y mentiras difundidas por la burguesía acerca de las ideas y los propósitos de los comunistas, los fundadores del marxismo definen en el Manifiesto los verdaderos objetivos del partido del proletariado, que son el derrocamiento de la dominación burguesa y la conquista del poder político por el proletariado.
El Manifiesto expresa una de las más notables ideas del marxismo en la cuestión del Estado: El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante: eso es, precisamente, la dictadura del proletariado, afirmaba Lenin. La tesis sobre la dictadura del proletariado es núcleo principal del marxismo.
El Manifiesto Comunista analiza el internacionalismo proletario, proclamado por Marx y Engels. Los fundadores del comunismo científico decían: el dominio del proletariado hará desaparecer el yugo nacional, liberará a la humanidad de las guerras de conquista y de rapiña. Marx y Engels subrayan que la nueva sociedad que reemplazará al capitalismo será incomparablemente superior a éste. Mientras que en esta última rige el principio: los que trabajan no adquieren nada y los que adquieren no trabajan, en la sociedad comunista, como predecían Marx y Engels, el trabajo será un medio de hacer más holgada y fácil la vida de los trabajadores.
El cese de toda explotación será en ella la base material de la unidad armónica del individuo y la sociedad, de la verdadera libertad de la persona y del desarrollo multifacético del ser humano, de su capacidad y de su talento. En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus contradicciones de clase, vendrá una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos.
Al formular el programa de los comunistas, el Manifiesto critica las distintas doctrinas socialistas de aquella época, que eran un obstáculo para la difusión de las ideas del comunismo científico y la organización del partido proletario.
El Manifiesto no sólo ofrece un programa científicamente argumentado, sino que, además, esboza los fundamentos teóricos de la táctica del partido proletario. El principio fundamental de esta táctica lo define diciendo que los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento. Los fundadores del marxismo enseñan a los comunistas a apoyar todo movimiento progresista, revolucionario, dirigido contra los regímenes sociales y políticos reaccionarios. Termina el Manifiesto del Partido Comunista con un valiente llamamiento a la revolución proletaria: Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.¡Proletarios de todos los países, uníos!
El Manifiesto del Partido Comunista, obra memorable de Marx y Engels, está penetrado de una noble inspiración creadora, de una arrolladora pasión revolucionaria. No sólo es la síntesis de toda la fecunda obra anterior de los fundadores del marxismo, sino también un gigantesco paso adelante en el desarrollo de la teoría revolucionaria del proletariado. Esta obra clásica remata el proceso de formación del marxismo iniciado en 1844 con los artículos de lo Anales franco-alemanes, y pone sólidos cimiento para su ulterior desarrollo.
La doctrina de Marx no hubiera podido aparecer si no hubiera estado ya formada la nueva clase revolucionaria, el proletariado, si no se hubiera manifestado las contradicciones internas irreconciliables propias de la sociedad capitalista. El marxismo nació de la profunda síntesis de 1a experiencia del movimiento obrero. Sus fuente teóricas fueron la filosofía clásica alemana de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la economía política clásica inglesa y el socialismo utópico francés. Lenin decía de la gran proeza científica de Marx: Todo lo que había creado el pensamiento humano, lo analizó, lo sometió a crítica, comprobándola en el movimiento obrero, y sacó de ello conclusiones que las gentes encerradas en el marco burgués o atenazadas por los prejuicios burgueses no podían sacar.
La doctrina de Marx, heredera de todo lo mejor que había creado el pensamiento científico, constituyó una verdadera revolución en la filosofía y la economía política, en el desarrollo del pensamiento socialista. Gracias al nacimiento del marxismo, se crearon, por vez primera, condiciones para unir el socialismo con el movimiento obrero. La doctrina de Marx es el arma espiritual del proletariado en su lucha por liberarse de la esclavitud capitalista.
Engels subrayaba constantemente que era a Marx a quien pertenecía el mérito principal en la elaboración de esta doctrina revolucionaria: Marx -decía Engels- era un genio; los demás, a lo sumo, somos hombres de talento. Sin él nuestra teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso es muy justo que lleve su nombre.
Es un documento de agitación modélico, como no se ha escrito otro. Como retórica política, dice Hobsbawn, el Manifiesto Comunista tiene una fuerza casi bíblica, un irresisitible poder como literatura. Poco común en la literatura alemana decimonónica, está escrito en párrafos cortos, apodícticos. Sus frases lapidarias se transformaron casi naturalmente en aforismos memorables, que se conocen mucho más allá del mundo del debate político, desde el inicial un fantasma recorre Europa, hasta el final los proletarios no tienen nada qué perder salvo sus cadenas. Tienen un mundo que ganar. El queda absorbido por su fuerza de convicción, su brevedad concentrada y su atracción intelectual y estilística. Pero sobre todo, el texto atrapa al lector porque entinde fácilmente que el capitalismo que Marx describía en 1848 en esos pasajes de sombría elocuencia, es el mundo en que vivimos 150 años después.
La primera edición del Manifiesto fue reimpresa tres veces en pocos meses, apareció seriada en el Deutsche Londoner Zeitung y corregida y aumentada a 30 páginas en abril o mayo de 1848. Pero desapareció tras la revolución de 1848. Nadie hubiera predicho ningún futuro extraordinario para el Manifiesto en el decenio de 1850 y a principios del de 1860. Un impresor alemán, emigrado a Londres, preparó una pequeña edición privada, probablemente en 1864, y la primera edición alemana, también pequeña, apareció en Berlín en 1866. No parece haber traducciones entre 1848 y 1868, salvo una sueca, de finales de 1848, aparentemente, y una inglesa de 1850. Ambas se esfumaron sin rastro.
La influencia de Marx en la I Internacional, el surgimiento de dos partidos de la clase trabajadora en Alemania, fundados ambos por antiguos miembros de la Liga Comunista, que tenían a Marx en alta estima, condujeron a que resurgiera el interés en el Manifiesto y en sus otros escritos. Por otra parte, en marzo de 1872 el juicio por traición contra los dirigentes de la socialdemocracia alemana Guillermo Liebknecht, August Bebel y Adolf Hepner, le dio al Manifiesto una publicidad inesperada. Entre 1871 y 1873, aparecieron por lo menos nueve ediciones del Manifiesto en seis idiomas y en los siguientes 40 años, ha scrito Eric Hobsbawn, conquistó el mundo, impulsado por el ascenso de los nuevos partidos socialistas, en los cuales la influencia marxista creció rápidamente a partir de 1880. Se convirtió en el documento político más importante de toda la historia. Se lanzaron 55 ediciones en alemán, 34 en inglés (22 traducciones a los idiomas del imperio Habsurgo) y 70 ediciones rusas antes de la revolución de 1917. Incluso antes de la revolución rusa el Manifiesto conoció varios cientos de ediciones en más o menos una treintena de idiomas.
Notas:
(1) Manuscritos: economía y filosofía, Alianza Editorial, 5ª Edición, Madrid, 1974, pgs.7 a 42.
(2) El desarrollo de la psicología. Principios y métodos, Grijalbo, Buenos Aires, 1974, pg.267.
Continúa. 

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