Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

viernes, 8 de junio de 2012

Facundo Perezagua (1860-1935)

Sumario: 
 — La acumulación capitalista en Bizkaia
— La configuración de la clase obrera en Bizkaia
— La reacción nacionalista ante las luchas obreras
— La guerra sin cuartel
— La tentación reformista
— La huelga de los apaches
— La evolución de la lucha de clases
— Concejal del Ayuntamiento de Bilbao
— Una nueva época para el movimiento obrero

La acumulación capitalista en Bizkaia

Como en todas partes, el capitalismo en Euskal Herria tiene un origen territorialmente muy localizado en la ría del Nervión, desde donde va extendiéndose progresivamente hacia otras comarcas. Fue hacia 1860, con la invención del procedimiento Bessemer para el tratamiento del mineral de hierro, cuando se revalorizó la extracción de las minas de hierro de Bizkaia por su escaso contenido en fósforo, su proximidad al mar y por las condiciones de explotación al aire libre, que disminuían los costos. Muy pronto los capitales autóctonos y extranjeros se disputaron los filones, creando numerosas sociedades mineras; en 1870 la Bilbao River & Cantabrian Railway Co.; en 1871 la Luchana Minning; en 1872 se inscriben ocho empresas; al año siguiente se funda la Orconera, donde los Ybarra tenían una parte del capital; en 1875 son ya 22 las sociedades que se crean con un capital total de 2'5 millones; en 1876 se funda la franco-belga, en la que también participan los Ybarra.
El mineral extraído aumenta vertiginosamente: antes de la segunda guerra carlista de 1873 a 1876, en 1870, se extrajeron 250.000 toneladas; durante la guerra, al ser ocupadas las minas por los carlistas, éstos imponían fuertes gravámenes a la exportación del mineral (el 90 por ciento de lo extraído tenía ese destino) y la producción descendió a 34.000 toneladas en 1875; tras la guerra, la producción sube espectacularmente: un millón de toneladas en 1877 y ya 6'5 millones en 1899.
Esta actividad dinamiza toda la vida económica vizcaina; el puerto de Bilbao se convierte en el primero de Europa por el volumen de tráfico: pasa de 2 millones de toneladas de mercancías en 1878 a 5'7 en 1898. Esto obliga a realizar ingentes obras en su remodelamiento y ampliación; la ría del Nervión se dragó y canalizó; se construyeron ferrocarriles que unían las minas con los centros de embarque, como el de Triano, así como tranvías aéreos y cadenas sin fin para el transporte de mineral.
Se inicia la construcción de buques modernos de vapor y casco de acero. Desde 1858 había decaído la construcción naval de velas y casco de madera, al no adaptarse a las nuevas técnicas y también por la competencia extranjera. Por impulso del Estado y sus pedidos, se crea en 1888 Astilleros del Nervión con 30 millones de capital, propiedad de Martínez de la Riva, y en 1900 las familias Sota y Aznar constituyen los astilleros de Euskalduna.
También sobre la decadencia de las viejas ferrerías se levantan las grandes empresas siderometalúrgicas. El movimiento es ahora a base de capital autóctono: en 1841 se funda la Sociedad Santa Ana de Bolueta, en 1846 La Merced (de los Ybarra) y en 1854 El Carmen (también de los Ybarra). Pero es realmente en 1882 cuando aparecen los modernos altos hornos con la creación de La Bizkaia y la Sociedad Altos Hornos, que acabaron fusionándose en 1902, constituyendo Altos Hornos de Bizkaia. Los Chávarri, Gandarias y otros oligarcas llenaron sus bolsillos con la explotación de los trabajadores de esta empresa.
Obtuvieron gigantescas ganancias, sobre todo de la exportación de mineral. De 1878 a 1890, es decir en sólo doce 12 años, los beneficios de la exportación supusieron 215 millones de pesetas de los que sólo 95 pertenecen a compañías extranjeras. Y en los 9 años de 1891 a 1900, la oligarquía vasca sacó 187 millones y los extranjeros 172'5.
Desde muy temprano se desarrolla el capitalismo financiero para promover todo el complejo industrial que se estaba edificando. Los depósitos ajenos en poder de la banca que en 1870 eran de 138'6 millones, en 1899 son ya de 1.266'9 millones. El Banco de Bilbao, que se había fundado en 1855, devolvió ya para 1866 todo el capital que sus fundadores habían invertido. En 1857 (a los dos años de vida) multiplicó por 5'5 los billetes emitidos, facultad que tuvo durante cierto tiempo antes de ser monopolizada por el Banco de España, y su cartera de valores creció un 55 por ciento.
No obstante, el complejo bancario no se crea hasta principios del nuevo siglo y no se consolida como fuerza hegemónica hasta los años veinte. En 1891 se crea el Banco de Comercio: en seis años cuadruplica su activo total, los efectos se multiplican por diez, y su volumen de cuentas corrientes los hace por trece. En 1901 se fusionó con el Banco de Bilbao. En ese mismo año se funda el Banco de Bizkaia, la Sociedad Aurora, el Banco Naviero, el Crédito de la Unión Minera y otras entidades financieras.
Las empresas vascas suponían la mitad de todo el capital español. Desde 1866 a hasta 1900 se inscribieron 745 empresas, de las que la mitad eran Sociedad Anónimas, con un capital de 582'6 millones de pesetas. Este capitalismo se caracterizaba por su elevada concentración, que se acentuaría cada vez más con el transcurso del tiempo, su alto grado de monopolio y su fuerte respaldo financiero, así como por la penetración extranjera y el proteccionismo del Estado.

La configuración de la clase obrera en Bizkaia

Con la industrialización, crece y se concentra el proletariado fabril y minero, que también se localiza inicialmente en la margen izquierda de la ría del Nervión. Se produce un espectacular proceso migratorio. Entre 1857 a 1900, mientras la población de España crece a un 20 por ciento y la de Euskal Herria (sin contar Bizkaia) a un 15 por ciento, en Bizkaia crece un 94 por ciento. Pero el crecimiento estuvo todavía más localizado, ya que en su interior, mientras la zona rural creció un 18 por ciento, la industrial lo hizo a un 241 por ciento. Es ilustrativo el crecimiento de algunas localidades como Sestao (un 2.721 por ciento en este periodo), Trapagaran (834'6 por ciento), Abanto (655'3) o Barakaldo (457 por ciento). En 1873 trabajaban en las minas unos 1.000 obreros, mientras que en las industrias sumaban unos 2.245. Para 1910 había ya 13.000 mineros, y en 1900 unos 22.000 obreros industriales. En 1907 había 2.535 empresas que agrupaban a 33.258 trabajadores, por tanto, una media de 13 obreros por empresa, lo que revelaba el escaso desarrollo del capitalismo todavía, a pesar de ser uno de los núcleos proletarios más avanzados de todo España. No obstante, ya existían unas pocas empresas con gran número de obreros: la Sociedad Altos Hornos tenía 3.000 obreros, La Bizkaia 2.500, San Francisco y Astilleros del Nervión tenían unos 600, La Iberia 500, Euskalduna 400, Basconia 300 y Talleres de Deusto y los de Zorroza 270. La tendencia a la concentración formaría empresas más grandes, mientras el proteccionismo haría  sobrevivir a toda una constelación de minúsculos talleres, donde las posibilidades de organización obrera son mucho más escasas.
Las condiciones de trabajo eran enormemente duras, tanto para los adultos como para los niños que comenzaron a emplearse en las grandes fábricas. Hasta 1890 no se alcanzó la jornada de 10 horas, tras una prolongada huelga general. En 1910 se alcanzó la de 9 horas y media, tras otra sangrienta huelga general. Por fin en 1919 se alcanzó la jornada de 8 horas tras sucesivos levantamientos obreros en todo España. Todo este reguero de sangre y padecimientos constituirá un gran paso adelante hacia el lema obrero internacional: 8 horas de trabajo, 8 de estudio y 8 de descanso.
A pesar de tratarse de minas al aire libre, el trabajo allí era agotador: grandes cestas de mineral eran echadas a las espaldas de mineros que las transportaban hasta las vagonetas como verdaderos animales. Los barracones que las compañías mineras ofrecían como albergue a los obreros inmigrantes eran más bien cobijos para ganado que habitaciones. Por la noche ofrecían un espectáculo dantesco, llenos de humo de tabaco, alumbrados por las débiles luces de los quinqués de aceite colgando del centro de la galería, con los mineros somnolientos sentados o tumbados en los camastros, el olor al sudor de una agotadora jornada de trabajo se mezclaba con el amoniaco de los orines y los arenques en salazón, el bacalao, el tocino rancio y las ristras de ajos, cebollas y pimientos colgados de la pared, junto a los harapos de los mineros, sudados y empapados de barro. Sobre los camastros se tendían sacos rellenos de paja de maíz y se abrigaban los mineros con mantas de una lana basta, tiritando por la humedad o por la fiebre. La inexistencia de ventilación provocaba la putrefacción de los detritus orgánicos con el consiguiente peligro morboso para los órganos respiratorios. El aire corrompido disminuía el apetito y acrecentaba la actividad de procesos ulcerosos en el pulmón.
El caldo de cultivo de las enfermedades infecciosas eran todos los centros de hacinamiento de las grandes barriadas obreras que se van levantando, donde la especulación del terreno y la falta de condiciones higiénicas no tenía límite. En un informe de un médico de la época se puede leer: En Bilbao, como en toda España, como en Europa, las epidemias de toda clase empiezan siempre por los barrios de los obreros, en los que se hallan terrenos bien abonados y materia favorable a su desarrollo y propagación, por el abandono en que viven hasta ahora en Bilbao, habitando en número considerable miserables zahurdas, faltas de espacio, de luz, de ventilación, de servicios, aún los más indispensables, agrupados por familias, por causa de la sórdida avaricia de los propietarios, que no vacilan en sacrificar algunas existencias a trueque de hacer más efectivas sus fincas [...] Si bien los obreros que tienen un oficio y que viven en los pueblos pequeños son robustos, los de las minas y de las fábricas son enfermizos y dan un gran contingente al hospital. El trabajo minero es muy duro: trabaja de día y de noche siempre que lo requiere el pronto despacho o venta de mineral, lo que ocurre con suma frecuencia; duermen aparejados y por economía en una misma cama. Algunas clases de obreros de las fábricas y de los altos hornos que por la índole permanente de su trabajo tienen que trabajar necesariamente de día y de noche, lo mismo los días laborables que los festivos, tienen establecidos sus turnos para dormir en una misma cama, y cuando se levanta el uno se acuesta el que le sustituye, pasándose largas temporadas sin que se laven sus ropas y sin que las habitaciones tengan otra ventilación que la que se produce por las rendijas de sus puertas y ventanas. Esta clase de obreros es la que presenta mayor número de enfermedades contagiosas, principalmente de las tifoideas originadas por los venenos morbosos que saturan la confinada atmósfera de sus sucias y oscuras habitaciones.
Durante la epidemia de cólera de 1893, en el barrio burgués de Santiago, en Bilbao, fallece el 1'4 por ciento de los habitantes, mientras que en los barrios obreros del Casco Viejo el índice fue del 6 por ciento, en San Francisco el 3'9 por ciento y en Las Cortes el 3'1 por ciento. El índice general de mortalidad en Santiago era del 21'5 por ciento; por el contrario en el barrio de Zamácola era un 64'2 por ciento, en el Casco Viejo un 58'1 por ciento y en Las Cortes un 41'2 por ciento.
Mientras la población de Bilbao había aumentado en 1814 familias entre 1897 y 1901, sólo se habían edificado 111 casas en ese mismo periodo. Esta escasez de vivienda provocaba la especulación de los alquileres; por ello, el 66 por ciento de los salarios se destinaban a la alimentación y al pago de los alquileres. Aún así, la alimentación era escasa, mala y poco variada, lo que obligaba al minero a recurrir al alcohol.
Si los salarios subieron un 7'6 por ciento entre 1878 y 1900, los precios lo hicieron un 13 por ciento, que en algunos productos básicos llegaron al 20 por ciento. A pesar de esto, las luchas contra la carestía de la vida no aparecen hasta principios de este siglo, con la crisis de 1903 que redujo bruscamente el nivel de vida de las masas obreras. Sin embargo, la productividad en las minas aumentó en ese tiempo un 466 por ciento y los beneficios se multiplicaron por siete. Los salarios se pagaban a final de mes; mientras llegaba esa fecha, los obreros se veían obligados a comprar en una cantina montada por el patrono, de modo que al llegar el fin de mes, los descuentos eran superiores al salario y el trabajador se veía endeudado y sometido a la voluntad del capitalista.

La reacción nacionalista ante las luchas obreras

Ante toda esta miseria, la clase obrera se organizó en sindicatos, sociedades de resistencia, y el marxismo no tardó en difundirse, constituyendo los trabajadores vascos uno de los más firmes puntales de la clase obrera española hasta los tiempos de la República. Pero junto al proletariado y como consecuencia de la misma acumulación capitalista que se estaba desarrollando en la ría, aparece también el nacionalismo vasco, como una reacción singular ante ese fenómeno por parte de la pequeña burguesía local y el campesinado independiente. La industrialización rompió todos los moldes en los que se desenvolvían las formas tradicionales de vida. El fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, proviene de una familia propietaria de unos astilleros en la ría del Nervión, en los que se construían barcos de vela y con casco de madera, que entraron en bancarrota ante las nuevas exigencias navieras. Por tanto, el nacionalismo vasco, igual que la oligarquía e igual que el proletariado, es un fenómeno esencialmente vizcaino, que tiene su origen en la ría del Nervión, a partir de donde se extiende a las áreas rurales de Bizkaia. Puede decirse que hasta la República, el PNV sólo dispone de implantación en Bizkaia.
Para justificar su ideología reaccionaria, Sabino Arana reinventa una historia de Euskal Herria mítica, independiente, sin feudalismo y sin clases sociales, de cuyos desastres es responsable el capitalismo y la corriente migratoria que obligó a miles de obreros de otras comarcas de España a establecerse aquí. La divisa del nacionalismo vasco fue el desprecio más completo ante la explotación brutal de los mineros y los obreros de las fábricas. Sabino Arana escribió en 1893: Los emigrantes nos aborrecen y no han de parar hasta extinguir nuestra raza [...] Es nuestro dominador y nuestro parásito nacional; nos ha sometido privándonos de la condición a que todo hombre y todo pueblo tiene derecho, la libertad; y nos está carcomiendo el cuerpo y aniquilando el espíritu y aspira a nuestra muerte, ¿cómo hemos de quererle bien? Y dos años después ratificaría: Con esta invasión maketa estáis pervirtiendo a la sociedad vizcaína, pues cometa es ese que no arrastra consigo más que inmundicia y no presagia más que calamidades: la impiedad, todo género de inmoralidad, la blasfemia, el crimen, el librepensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo [...] todo ello es obra suya. Frente a la situación de miseria y las luchas obreras que comenzaban a desatarse por todas partes, Arana dejó patente su postura: Deben los trabajadores aguantarse y bajar la cabeza o bien volverse derechitos a su tierra, de donde vinieron sin que nadie los llamara [...] Los maketos españoles son vagos por naturaleza.
Pero al mismo tiempo, Sabino Arana representa, de una forma confusa y contradictoria, el germen de un hecho decisivo y totalmente nuevo: la toma de conciencia de Euskal Herria como nación. El nacionalismo vasco prende en numerosos sectores populares que van más allá de la pequeña burguesía y ello obligó muy pronto al proletariado a tomar posición al respecto.

La guerra sin cuartel

Todavía hoy en Bizkaia, entre el viejo proletariado fabril y minero de la margen izquierda de la ría del Nervión, se recuerda como un eco lejano a Facundo Perezagua, casi envuelto en la leyenda. Había nacido en Toledo el 27 de noviembre de 1860 en el número 1 de la calle Perula en el barrio de Covachuelas en el seno de una humilde familia. Era el hijo menor de Ángel Perezagua y Leona Suárez, y hermano de otros cuatro varones, Laureano, Mariano, Agapito y José. Los escasos ingresos del padre, un modesto empleado municipal, hicieron que los hijos se vieran obligados a trabajar desde una edad muy temprana. En medio de la miseria obrera y la lucha por la supervivencia, Facundo tuvo que iniciarse con apenas doce años de edad en la dura vida de la explotación obrera como aprendiz de fundidor en la Fábrica de Armas de Toledo. Pero fue despedido al finalizar la segunda guerra carlista en 1876, lo que le obligó a emigrar a Madrid encontrando trabajo en la Platería Meneses. Tres años después conoce en la capital a Pablo Iglesias, entonces presidente de la Asociación del Arte de Imprimir, el embrión clandestino del primer sindicato socialista adherido a la Internacional, la UGT (Unión General de Trabajadores). Aquel mismo año, en una fonda de la calle Tetuán, Pablo Iglesias, García Quejido y otros habían publicado un Manifiesto Programa destinado a sentar las bases del primer núcleo marxista español: el PSOE (Partido Socialista Obrero Español).
En 1881 Facundo Pereazagua se afilia a la Agrupación Socialista madrileña con el carnet número 19 y su carácter combativo se puso pronto de manifiesto entre los obreros madrileños. En la clandestinidad fue elegido delegado de distrito y vocal de la Junta Directiva de la Sociedad de Resistencia El Porvenir, la primera creada entre los trabajadores del metal, donde desde un principio destacó por su integridad, su fortaleza de carácter y una identificación plena con los destinos de su clase.
En 1884, en representación de la Sociedad El Porvenir, Perezagua participa en la Comisión de Reformas Sociales, una entidad creada por el gobierno para recabar información sobre la situación laboral del proletariado y conducirlo hacia el reformismo. No obstante, los socialistas aprovecharon la ocasión para denunciar la exlotación de la clase obrera y difundir la propaganda y los objetivos del socialismo. Perezagua intervino acerca de las huelgas, las cooperativas de consumo y el trabajo de las mujeres y los niños. Hablando de esta última cuestión relató un accidente de trabajo en la fábica toledana de armas en la que murieron tres trabajadoras de un plantilla de 300 mujeres, sin que las familias percibieran ninguna asistencia económica.
En Platería Meneses dirigió una huelga de los obreros por la implantación del trabajo a destajo que se saldó con un rotundo éxito para los obreros, pero que a Perezagua le acarreó su despido. El motivo fue la publicación de un artículo suyo en el boletín de la Sociedad El Porvenir en el que criticaba duramente al contramaestre de la empresa. No aceptó que sus compañeros fueran a la huelga para impedir su despido.
Queda marcado entre los capitalistas madrileños, que le incluyen en sus listas negras. Por un breve plazo trabaja en la Fábrica del Gas, de donde le despiden en cuanto conocen su identidad. Pablo Iglesias le recomienda que se traslade a Barcelona, donde quizá pueda encontrar trabajo; otro amigo suyo, el zapatero Solano, le recomienda ir a Bilbao. Elige esta última posibilidad.
Llega a Bilbao en abril de 1885 donde encuentra trabajo en la fundición de Francisco Aguirre Sarasúa y se instala en la calle Marzana. Hasta entonces el movimiento obrero organizado no existía en absoluto en Euskal Herria; en el futuro y durante 50 años, llevaría el sello inconfundible de su personalidad.
La primera huelga (aunque no se la puede llamar así) había estallado en 1872 en los hornos de El Carmen. La siguiente es en Bilbao en 1884 en un taller de tapicería, por no acudir los obreros a trabajar en Nochevieja. Los obreros estaban organizados en 12 sociedades obreras, en su mayor parte cooperativas de consumo, cajas de socorros mutuos o de carácter recreativo, normalmente muy inestables y transitorias. Perezagua se afilió a la sociedad recreativa La Artesana que tenía su sede en la calle Jardines, donde comenzó a discutir con los obreros y a difundir la prensa sindical. Pronto le expulsaron de ella pero había logrado entrar en contacto con tipógrafos como José Aldaco, los hermanos Carretero y Nicanor Sánchez. Después de once horas y media de trabajo, Perezagua realizaba con ellos y otros obreros una paciente labor de explicación y organización. Todos los domingos cada uno de ellos ponía 50 céntimos para imprimir folletos y periódicos que distribuían luego entre los obreros. Su casa se convierte en un centro de reuniones cuyo tema de discusión son los artículos del periódico recién aparecido El Socialista, así como los folletos de Marx, Lafargue y Guesde.
En 1886 paran todos los obreros de una mina en protesta por las condiciones de trabajo, pero entran pronto otra vez a la mina dejando tras de sí a 26 despedidos. De nuevo hay otra huelga en Altos Hornos por el intento de la patronal de aumentar la jornada y bajar los salarios simultáneamente; en 1888 son despedidos varios caldereros por pretender un reglamento menos severo.
El 11 de julio de 1886, un año después de llegar a Bilbao, Perezagua constituye la Agrupación socialista de Bilbao en una lonja de la calle La Laguna, presidida por Perezagua, Solano, Lapresa, Ferreiros y Herboso. Es por entonces cuando se desplaza a los montes de Triano para organizar a los mineros, entre quienes encuentra el siguiente panorama:
El año 1886 en que por primera vez pisé estos montes observé el más insufrible caciquismo. El matonismo de los capataces no reconocía límites. Las mejores palabras que dirigían a sus obreros era ‘hijos de puta’ y ‘zamarros’. A la sazón, las minas de Vizcaya ofrecían un triste espectáculo... Los obreros vivían en las más abominables inculturas. La jornada era brutal; se trabajaba de sol a sol, y existían los barracones, de infausto recuerdo, y la tiendas obligatorias. Los patronos, los encargados, los capataces, en vez de procuar que los trabajadores se instruyeran, dedicábanse a fomentar el regionalismo, dividiendo a los obreros en grupos, según la provincia de que eran naturales. Y a unos grupos se les explotaba, para que realizasen mayor faena, presentándoles el ejemplo de otros grupos.
Esta conducta determinó un odio profundísimo de región a región, y constantemente la zona minera solía ser el escenario de cruentas batallas campales. Las llamadas ‘partidas de la porra’ campaban por sus respetos y se cometían impunemente toda clase de atropellos y desmanes.
En estas condiciones de profunda división interna provocada por los capitalistas, el trabajo de organización no resultaba fácil. Además los obreros carecían no solamente de experiencia sino incluso de tradición organizativa sindical. Perezagua relató así la primera reunión convocada con los obreros de la zona minera en Ortuella:
Cuando creímos que había llegado el momento de recoger los frutos de esta propaganda, convocamos a una reunión que debía de celebrarse en Ortuella; pero ocurrió que a la hora señalada en la convocatoria, sólo habían acudido tres obreros. No era cosa de que ocupáramos la tribuna para predicar ante un auditorio tan numeroso y decidimos platicar de sobremesa. ¡Una comida de propaganda!, como si dijéramos. Recuerdo que uno de los tres concurrentes había pertenecido a la Internacional, y ocioso es decir que nos ayudó eficazmente en nuestras propagandas.
En diciembre de 1887 se funda la Agrupación Socialista de Ortuella pero, cuando a comienzos del año siguiente Perezagua acude a visitarla, no sólo se había disuelto sino que al verle por la calle, los obreros se escondían en sus casas. El terror patronal comenzaba a surtir su efecto y los mineros no se recuperarán del pánico hasta la huelga de 1890. Las siguientes Agrupaciones son las de La Arboleda, Sestao y Las Carreras, pero tanto la organización política como la sindical eran muy débiles. En aquella incipiente época, el proletariado vizcaino presentaba una serie de rasgos característicos. Durante bastante tiempo los sindicatos tenían muy poca estabilidad. De hecho, la escasa afiliación y su carácter coyuntural conllevaron la desaparición de algunas de las sociedades constituídas tras la inauguración de la Agrupación de Bilbao. Por un lado, una enorme debilidad organizativa, sindical y especialmente política, disponiendo el PSOE y la UGT de muy pocos núcleos  y muy reducidos, si bien su influencia real entre los obreros era mucho mayor. Contaban con muchas simpatías pero con pocas fuerzas organizadas. La inmensa mayoría de los obreros eran temporeros, que se volvían a sus tierras tras haber reunido una cierta cantidad de dinero. Los fijos eran mucho más combativos ya que, al no tener una función especializada, durante las huelgas los patronos los reemplazaban por campesinos esquiroles de las comarcas próximas. Por otra parte, la fuerza del sindicato dependía de la situación económica: en los momentos de crisis los obreros se daban de baja. Las primeras organizaciones por oficios estaban condicionadas por la falta de tradición organizativa del proletariado vizcaino, su estructura gremial, la represión patronal e incluso el control paternalista y selectivo del personal en algunas empresas, caso de La Vizcaya. La Solidaridad fue el primer sindicato de tipo moderno creado en España debido al trabajo sindical de Perezagua entres los obreros del metal, que se pudo reunir en la Escuela de Artes y Oficios porque la policía creyó que era una de tantas sociedades de socorros mutuos. En aquella embrionaria organización ya no se sindicaba por oficios sino por ramas y fábricas: incluso la misma UGT tardaría muchos años en adoptar un esquema como el que La Solidaridad implantó en Bizkaia y que era el propio de las grandes fábricas.
En enero de 1890 la huelga entre los obreros del taller de ajuste y calderería de la planta siderúrgica de La Vizcaya reclamando la reducción de treinta minutos en la jornada de once horas, se saldó con una derrota. La dirección de la empresa pudo imponerse y reanudar la producción, contando con la sumisión de la mayor parte de los obreros y, en concreto, de los talleres de hornos altos y convertidores Bessemer.
Pero la enorme combatividad del proletarido vasco sólo se ponía de manifiesto en momentos clave y, además, esa combatividad se ceñía a los mineros. Mientras la zona minera se convertía en un sólido baluarte socialista, los obreros de las fábricas (siderometalúrgicas y construcción naval) presentan signos precoces de constituir una verdadera aristocracia obrera por su pasividad. Esa especial situación de los obreros fabriles respecto a los mineros tendrá sus consecuencias políticas con el desdoblamiento en el seno del PSOE entre las posiciones reformistas y las revolucionarias.
Se trata de un socialismo aguerrido, fajado en las luchas obreras más que en la acción política. A falta de una tradición sindical en la zona, tan solo el compromiso de los dirigentes locales podía garantizar la presencia y desarrollo del socialismo con el apoyo obrero. Por eso Perezagua intentó solventar el problema endémico de los sindicatos socialistas defendiendo una estructura única de las secciones sindicales y agrupaciones del Partido Socialista que representara a los trabajadores. Por este motivo, la Federación Obrera de Bilbao fue partidaria de la integración de las secciones de la UGT dentro el PSOE en el IV Congreso celebrado en 1894 en Madrid. Esta propuesta no carecía de lógica ante la preponderancia de los dirigentes socialistas en el sindicato, la proximidad de ambas organizaciones y el propio contexto vizcaíno, en donde el Partido había asumido en las poblaciones mineras el papel de las sociedades de resistencia. Finalmente, predominó la línea de Pablo Iglesias a favor del mantenimiento formal de la UGT como entidad plural e independiente que debía centrarse exclusivamente en la mejora de las condiciones del trabajo. En todo caso, se imponía la realidad de su estrecha vinculación. Las secciones sindicales podían ingresar individualmente en el Partido Socialista, aunque nunca la central en pleno.
La huelga de 1890 señalaba el comienzo de una etapa agitada en la historia del movimiento obrero en la provincia. En el contexto de las duras condiciones de trabajo, ante la intransigencia de los patronos, la huelga se erigió como el instrumento fundamental de lucha. Esta estrategia, desplegada hasta 1910 a lo largo de cinco huelgas generales e innumerables huelgas parciales, se revelaría efectiva, frente a la política defendida por Pablo Iglesias y encumbraría a Perezagua como la figura indiscutible del movimiento obrero vizcaíno en esta época.
Esta situación permanecería hasta 1911. En 1890 la UGT contaba con unos 500 afiliados y el PSOE con unos 50. Hasta 1899 no se creó la Federación de Obreros Mineros; pero en 1904 sólo contaba con 723 afiliados. Las Agrupaciones socialistas locales tomaban directamente en sus manos la dirección de las huelgas, y así cuando en 1910 se formó un verdadero sindicato minero, los obreros se dieron de baja de la Agrupación socialista vizcaina, que pasó de tener en la zona minera en 1903 poco más de 1.000 militantes, a tener sólo 149 en 1915. A pesar de todo esto, las huelgas revolucionarias de 1890 a 1892 fueron las primeras de tipo moderno en España y contribuyeron poderosamente a despertar la conciencia de clase del proletariado y a la difusión del marxismo, de tal modo que el II Congreso del PSOE se celebraría en Bilbao en 1890, y Pablo Iglesias siempre se presentaba por Bilbao a las elecciones generales.
En 1890 la II Internacional acordó declarar el Primero de Mayo como día de la solidaridad internacional de la clase obrera en reclamación de la jornada laboral de ocho horas. En Bizkaia, al ser el día 4 de mayo domingo, se pensó retrasar hasta entonces la celebración. A pesar de ello, en muchas fábricas de Barakaldo, los obreros se anticiparon y toda la cuenca fue tomada por las fuerzas represivas (Ejército, Guardia Foral, Guardia Civil). Por primera vez, la Guardia Civil se empleó en vasta escala en la represión de las luchas obreras: los cuarteles fueron emplazados a las puertas de las fábricas en Sestao y Barakaldo, así como en las bocas de las minas.
El núcleo socialista, que disponía un enorme arraigo entre los obreros, demostró cómo una pequeña vanguardia avanzada entre las masas, puede mover al conjunto de la clase obrera. En aquel Primero de Mayo los cimientos de toda la sociedad vasca se vieron estremecidos por las consignas que miles de mineros gritaban mientras bajaban de las montañas de Triano desfilando hacia Bilbao portando banderas rojas con el lema de las ocho horas, encabezados por Perezagua, que cerró el acto con dos vibrantes discursos ante la multitud de obreros concentrados por la mañana en Bilbao, en la Plaza Elíptica, y por la tarde en La Arboleda. Todos se quedaron atónitos ante las palabras de Perezagua que anunció la llegada de una nueva sociedad socialista, defendió la huelga general, la necesidad de que los obreros se organizaran en sus propias organizaciones de clase y calificó a los capitalistas de parásitos:
Si la burguesía desatiende nuestra justas reclamaciones, vendrá la huelga universal y entonces, si carecemos de alimentos, los cogeremos donde haya, pero no moriremos de hambre. El régimen capitalista morirá en este siglo. Pronto el clarín revolucionario anunciará el despertar de los pueblos.
Entre los obreros de la cuenca se creó un entusiasmo indescriptible que forzó a los capitalistas a tomar medidas draconianas: el 13 de mayo la Orconera despide a cinco mineros que formaban parte de la Agrupación socialista de La Arboleda, que son detenidos. Estalla una violentísima huelga, con choques entre los obreros y la Guardia Civil, hay un muerto y gran cantidad de heridos. Se producen sabotajes a la línea de teléfonos y al ferrocarril. No había al principio unos objetivos ni una dirección de la lucha. Pero pronto los socialistas la asumieron. Al día siguiente, para impedir que la marejada llegue hasta Bilbao, el Ejército declara el estado de sitio y se hace cargo de la situación. Detiene a Perezagua y al comité socialista de La Arboleda. Desde la cárcel los detenidos elaboran la plataforma reivindicativa: readmisión de los despedidos, jornada laboral de diez horas y supresión de los destajos, barracones y cantinas obligatorias.
El Ejército se ve obligado a aceptar las reivindicaciones propuestas (el llamado Pacto de Loma) que representaba un gran salto adelante para la clase obrera local, entre ellas la jornada de diez horas. Sin embargo, como le había sucedido en Madrid, Perezagua es despedido de la fundición en la que trabajaba desde su llegada a Bilbao. Encuentra un nuevo empleo como moldeador en los Astilleros del Nervión.
Lo mismo sucedió un año después con la huelga de panaderos. Pero los acuerdos no duran mucho porque los capitalistas pronto vuelven a los métodos de siempre. Se ponen alerta y se reúnen entre ellos para preparar la batalla contra las próximas movilizaciones obreras. Forman una comisión que prepara con el gobernador civil y con el Ejército las medidas para preservar el orden en las minas. Una de ellas es el despido de Perezagua de los Astilleros del Nervión, que se materializa en marzo de 1891. Lejos de calmar los ánimos, la persecución de Perezagua se convierte en un acicate que desata otra huelga.
Durante el Primero de Mayo de aquel año, Perezagua y otros socialistas firman un llamamiento para defender los acuerdos del año anterior. Los capitalistas niegan la representatividad de los firmantes y despiden a varios obreros de la Agrupación de Las Carreras. La lucha desborda el marco de la comarca minera y del Primero de Mayo; se prolonga en Bilbao, donde el 31 de mayo donde los trabajadores se enfrentan masivamente con la policía para impedir la detención de Perezagua y Ruiz, otro militante socialista.
Sin embargo, la huelga de enero de 1892 en La Orconera fue un fracaso. Hubo también violentos choques entre los mineros y la Guardia Civil, y se llegó a declarar el estado de guerra, pero la patronal se salió con la suya. Todas estas luchas y otras muchas de la época señalaron pronto los rasgos sobresalientes del movimiento obrero de Bizkaia: la resistencia violenta que los trabajadores opusieron siempre a la patronal y a las fuerzas represivas a su servicio, los sabotajes, la destrucción de vías férreas, los ataques a los esquiroles, etc. Todo esto eran elementos permanentes de las huelgas que proliferaron en la cuenca del Nervión hasta 1920.
Del 7 al 11 de octubre de 1892 Perezagua presidió en Málaga el III Congreso de la Unión General de Trabajadores y pronunció luego un encendido discurso -de aquellos suyos que tanto impactaban en la memoria de los trabajadores- en el mitin final de clausura.

La tentación reformista

Para entonces ya había surgido en el seno del PSOE local una línea conciliadora y reformista encabezada por los hermanos Carretero y José Aldaco, que hubiera hecho fracasar la huelga de no ser por la intervención de Perezagua. Este no sería sino el primer acto de una larga lucha en el seno del PSOE entre las dos líneas en el seno del movimiento obrero, entre los revolucionarios y los reformistas, lucha que culminaría en 1921 iniciándose una nueva fase para el movimiento obrero con la creación del Partido Comunista. El reformismo estuvo estimulado por multitud de circunstancias, entre otras por el comienzo de la permisividad legal y la posibilidad de intervenir en las elecciones. Entre 1885 y 1890 se van legalizando en España los partidos políticos, que habían sido prohibidos tras el golpe de Estado de Pavía en 1874. A eso se une la circunstancia de que se implanta el sufragio universal masculino.
Para los marxistas españoles se abre una importante etapa en la que se pudo utilizar la legalidad burguesa con una serie de objetivos fundamentales: realizar una amplia campaña de agitación entre los obreros para desarrollar en ellos la conciencia de clase y así crear una organización propia. Hasta entonces, tanto ideológica como políticamente, son las fuerzas políticas burguesas radicalizadas las que logran atraerse a los obreros para sus propios fines, utilizando un lenguaje reivindicativo y aparentemente opuesto a la monarquía oligárquica, especialmente el anticlericalismo. Eso significaba que la clase iba a remolque, sin capacidad de iniciativa y sin objetivos propios de clase.
Con el cambio de siglo eso comienza a cambiar, si bien para los marxistas las elecciones no son un fin en sí mismas sino solamente un medio para lograr otros objetivos, que es el fortalecimiento político e ideológico del Partido obrero. El PSOE era entonces un partido minúsculo y aislado que, además, reivindicaba ese aislamiento negándose a colaborar con ningún partido burgués ni entrar en coaliciones electorales con ellos. Perezagua fue quien más insistió en esa independencia política del proletariado. Como consecuencia del ello, a diferencia de otros países, como Alemania, en España el Partido prevaleció siempre sobre el grupo parlamentario.
Pero tampoco los partidos burgueses, incluso lo más radicalizados, como los republicanos, tenían ningún interés en esa alianza porque los socialistas carecían entonces de capacidad para influir en la situación política, salvo luchas locales, normalmente de tipo económico. Por eso precisamente, una vez estabilizada en el poder, la oligarquía no tiene ningún inconveniente en permitir la participación política de los socialistas. En la prensa burguesa, a ningún acto de los socialistas se le otorga ninguna relevancia informativa. Los enfrentamientos entre socialistas y burgueses -incluso los más radicales- no son sólo dialécticos. El 22 de octubre de 1895 Perezagua y el republicano Gaspar Leguina se dan puñetazos en medio de una gran trifulca política.
Esta segunda situación no se rompe hasta 1909, cuando los acontecimientos de la Semana Trágica ponen en serio riesgo -y de forma irreversible- todo el sistema de dominación oligárquico-burgués. Es un periodo de 20 años que se puede calificar como de acumulación de fuerzas por parte del PSOE.
En 1890, tras la gran huelga de aquel año, mientras Pablo Iglesias se presenta a las elecciones generales por Bilbao, Perezagua se presenta por Balmaseda, distrito que comprendía a la zona minera (Trapagaran, La Arboleda, Ortuella, Gallarta) más Barakaldo y Sestao. Ante la multitudinaria campaña de mítines de los socialistas, los caciques locales (la piña) tiemblan pero sus chanchullos tienen más fuerza: los resultados dan la victoria a los conservadores (4.326 votos) y a los liberales (4.004), mientras Perezagua sólo recaba 215.
En una sociedad como la capitalista donde la burguesía lo controla todo (dinero, prensa,instituciones) siempre ha existido la ingenua tentación para los obreros de que es posible hacerle la competencia con sus propios medios, luchar en su propio terreno y, finalmente, hacer de las elecciones y de la legalidad un fín en sí mismos. Es lo que le sucedió al PSOE con el cambio de siglo, ante las dificultades para ganar actas de diputados a causa de la corrupción generalizada del sistema electoral caciquil. El giro parece imperceptible. Entonces se pensó que las elecciones son un fin en sí mismo y que es posible competir con la oligarquía tanto con la legalidad como con la ilegalidad. Este tipo de prácticas se van impulsando progresivamente a medida que los reformistas van ganando terreno frente a los revolucionarios, como Perezagua. Lo que tratan es de que la indiscutible presencia que el PSOE tiene en la calle, en los barrios y en las minas, se traduzca mecánicamente en una fuerza institucional.
En las elecciones municipales de 1891 cuatro socialistas (Perezagua, Carretero, Orte e Ibáñez) logran ser elegidos concejales, pero sólo Orte, dueño de una carbonería, puede ocupar su cargo. Los demás fueron despojados por no ser propietarios, porque entonces las funciones públicas quedaban reservadas exclusivamente para los burgueses. En La Arboleda también logra ser elegido Facundo Alonso. Las siguientes elecciones no son tan favorables, por una serie de razones, especialmente la dura huelga de 1892 y la crisis económica que provoca la desaparición de varias Agrupaciones y sindicatos obreros.
Paradógicamente, los malos resultados electorales refuerzan las posiciones de los reformistas, quienes no se conforman con rebajar el tono de los discursos socialistas sino que, lo que es peor, pretenden que la forma de arreglar los problemas de los trabajadores está en las instituciones burguesas y no en las organizaciones obreras y en su lucha. Finalmente, otra tentación perversa comienza a generalizarse: si no obtenemos votos de los obreros, habrá que elaborar un mensaje dirigido a un sector social más amplio, pequeño burgués, con lo cual el PSOE no tardará en sucumbir en una línea que, además de reformista, es populista. Su carácter de clase de desdibuja y comienza a tratar de apaciguar las luchas obreras con la perspectiva puesta en unos mejores resultados electorales.
Para el movimiento obrero vasco tuvo una extraordinaria importancia la fundación en 1894 del periódico La Lucha de Clases con una tirada inicial de 1.800 ejemplares, que en 1898 se elevó a 9.000, alcanzando más importancia que El Socialista. Estuvo dirigido incialmente por Hernández y entre sus colaboradores más importantes contó siempre con Miguel de Unamuno. Con el apoyo de Unamuno y La Lucha de Clases, en 1895 Perezagua y Ruiz logran dos concejalías en el Ayuntamiento de Bilbao. Para poder ocupar su escaño, Perezagua, rompiendo con sus señas de identidad clasista, abrió un bar en la calle Las Cortes y se incribió en el registro como comerciante.
Aquel año estalló la guerra de agresión contra Cuba, que luchaba por acabar con el colonialismo español y alcanzar su independencia. La guerra de Cuba desata grandes movilizaciones en toda España, proclamándose el estado de guerra y ocasionando la represión tres muertes en Bizkaia. Esto provocó, por un lado, las primeras huelgas obreras a causa de la carestía de la vida y, por el otro, la repatriación de grandes capitales, y un fuerte despertar de la industria vasca. Aunque la posición del PSOE fue justa, y así lo expresó en sus medios de expresión, se puede observar que no solamente no se pone a la cabeza de la lucha contra la agresión militar sino que trata de calmar los ánimos de las masas, justamente indignadas porque eran precisamente los hijos de los más explotados y oprimidos los que tenían que embarcarse para dar la vida para engordar los bolsillos de los colonialistas.

La huelga de los apaches

Pero las traiciones del reformismo no frenaron en absoluto las luchas obreras. El arraigo de los dirigentes del ala revolucionaria, encabezados por Perezagua, en la dirección de las huelgas obreras iba en continuo ascenso. Hacia 1897 el PSOE extiende su influencia en Guipúzcoa, cuyos caracteres industriales difieren considerablemente de los vizcainos: no existía una emigración tan fuerte, por lo que las masas obreras mantenían sus formas de vida tradicionales; el tamaño de las empresas era menor y su dispersión geográfica más acentuada, pero con tareas más especializadas y por tanto, salarios más elevados, lo que multiplicaba su capacidad de negociación colectiva frente a la patronal. Los dos centros socialistas más importantes del socialismo guipuzcoano serán Eibar y San Sebastián.
En 1898 fue detenido a causa de la muerte de tres obreros durante una manifestación en Ortuella contra la carestía de la vida. Había formado parte de una comisión que se entrevistó con el Gobernador Civil pero luego le procesaron (junto con Cerretero y Pascual) a causa de sus declaraciones públicas. Como imperaba el estado de guerra a causa de la agresión militar a Cuba, el fiscal militar le pidió tres años de cárcel y tuvo que marchar a Francia al exilio para evitar su ingreso en prisión.
En 1903 se convoca otra huelga general en Bizkaia que obliga a decretar el estado de guerra, y se producen varios muertos. No obstante, acaba en un triunfo rotundo de la línea revolucionaria de Perezagua a la que Pablo Iglesias se había opuesto desde Madrid, a pesar de lo cual se conquista la jornada de diez horas.
En 1906 se produjo un fracaso total por parte de Perezagua en la dirección de la huelga minera que ocasionó un muerto. No pudo mantener la unidad de los mineros, pues exigió la abolición de las tareas, especie de trabajos a destajo que suponían buena parte de los ingresos de los mineros, y no alcanzó a ganarse el apoyo de los obreros de la zona fabril, ni de las masas en general, con lo que había contado en anteriores ocasiones. El anterior fracaso en la huelga de Altos Hornos en 1899 y la falta de apoyo socialista a la huelga de inquilinos de Barakaldo en 1905, una huelga contra la carestía de la vida, paralizaron las movilizaciones de los obreros fabriles hasta los años veinte.
El 13 de marzo de 1910, tras el Congreso de la Federación de Obreros Mineros, se inician una serie de luchas por la jornada de 9 horas que provocan el inmediato rechazo de los patronos y la radicalización de los mineros. Durante los meses siguientes, en todas las movilizaciones resonó el clamor de la huelga, e incluso la revolución, como anuncia Perezagua:
Es una vergüenza que en España, donde la minas constituyen la principal riqueza, no exista una ley que regule el trabajo y fije el mínimum de jornal, como en el extranjero [...] Los tabajadores han llevado al Parlamento al Sr. Echevarrieta y éste tiene la obligación de defender la jornada de ocho horas. Los mineros no van a hacer una huelga revolucionaria; pero si la burguesía les arrastra a ella, la harán. Por ahora, todo se reduce a un llamamiento a recoger los elementos dispersos para cuando llegue la ocasión de obrar [...] Ya no se hace la revolución en la barricadas, se declarará la huelga, secundada por nuestros hermanos del extranjero, y ésto bastará para que se hunda la Monarquía implantándose la República.
La huelga, que hasta el momento ha actuado como un mecanismo de presión para lograr la negociación de las condiciones de trabajo, vuelve a erigirse en protagonista. El tono de los discursos exhibido en los diferentes mítines que se despliegan por la zona minera vizcaína destilan una fuerte tensión, que parece anunciar el estallido de un conflicto de enormes proporciones. Perezagua manifestó el 3 de julio con un tono amenazante:
Ésto es una manifestación pacífica, pero debemos estar preparados para dar el golpe definitivo a las instituciones.
Esta última advertencia provocó la alarma entre los capitalistas vascos, como se desprende del contenido de una carta enviada al gobierno:
La Asociación de Patronos Mineros observa que las huelgas van degenerando en movimientos políticos que, repetidos periódicamente, constituyen verdaderos ensayos para preparar la tan codiciada y predicada revolución, estando persuadida de que la actual huelga, so pretexto de angustias obreras que no han existido y bajo un carácter social aparente, se encuentre una verdadera finalidad política, cuyo juego no debemos ni queremos prestarnos a hacer.
La mayor parte de los obreros apoya la huelga, pero el problema radica en la fecha elegida. Los trabajadores temporeros regresaban durante el verano a sus lugares de origen en el campo para las labores de la recolección. Durante ese periodo de tiempo la sustitución de mano de obra en una posible huelga resulta complicada para los patronos, lo que reforzaba la posición de los mineros en una eventual negociación. Pero no todos opinaban de esta manera. Facundo Perezagua, con una visión más política del conflicto y de sus consecuencias, se decantaba por aplazar la huelga hasta el mes de octubre, aprovechando la apertura de las Cortes. Pese a ello la protesta termina por declararse a mediados del mes de julio. El día 18 se alzaron unos 12.000 mineros en huelga. Los patronos, temerosos de una posible posición conciliadora del gobierno, trataron de desacreditar a los huelguistas a través de la prensa, tachando el conflicto de complot revolucionario.
El gobierno, alarmado por el cariz que toman los acontecimientos y las experiencias anteriores, envía tropas a la zona, ocupando el Ejército toda la zona minera y las empresas clave de la comarca, como Altos Hornos. Pero las propias circunstancias en las que se encuentra el gobierno parecen jugan a favor de los huelguistas. El Presidente del Gobierno, José Canalejas, trata de ganar el apoyo de republicanos y socialistas en su política anticlerical y evita la apertura de un nuevo frente con los huelguistas, adoptando una política conciliadora. El día 23 de julio ordena al Instituto de Reformas Sociales la búsqueda de una negociación para terminar con la huelga. Los patronos, temerosos por esta postura del gobierno, se pronuncian abiertamente contra ella, enfrentándose al gobierno de Madrid. Esta situación iba a condicionar totalmente la evolución de los acontecimientos. Los dirigentes de la huelga eran conscientes de la pérdida de crédito de los capitalistas y de las simpatías que levantaba entre la opinión pública la actitud de los mineros. Asimismo, la decisión adoptada por los huelguistas de trasladar a sus hijos a Bilbao y distribuirlos entre los hogares de los vecinos de la villa, para protegerles de los efectos económicos del paro, contribuyó aún más a reforzar la solidaridad con los demás sectores populares.
Las diversas iniciativas desplegadas para tratar de reconducir el conflicto no obtienen resultados. La delegación de los capitalistas fracasa en sus pretensiones para celebrar una reunión con el gobierno liberal. Otro tanto se puede afirmar con respecto a la línea negociadora desplegada por la comisión del Instituto de Reformas Sociales. El contexto político se complica e influye decisivamente en el desarrollo de la situación. La ruptura diplomática de Madrid con el Vaticano el 31 de julio constituye un acontecimiento que va más allá de la mera cuestión religiosa.
En las asambleas obreras celebradas por los mineros a principios de agosto se plantea una de las fórmulas acordadas entre el gobierno y la comisión del Instituto de Reformas Sociales: la vuelta al trabajo con diez horas de jornada laboral durante el mes de agosto y la promesa por parte del ejecutivo de la aprobación de una ley en octubre que rebaje la misma a las nueve horas exigidas por los huelguistas. No obstante, a pesar de que en principio el acuerdo parece factible, un importante sector de los mineros, enterados del cariz que han tomado los contactos en Madrid, se oponen. Por el contrario, algunos de los dirigentes más destacados del movimiento obrero como Francisco Mora e Isidoro Acevedo se manifiestan abiertamente a favor del acuerdo. Las secciones mineras de La Arboleda, Ortuella y Muskiz apoyan esta decisión.
Mientras tanto, la patronal trata de beneficiarse del reclutamiento -a la vez paternalista y autoritario- de sus trabajadores, a quienes pretenden enfrentar con Perezagua, del que saben que es el único capaz de sostener y dirigir la huelga. La campaña de desprestigio que se despliega contra él, por parte de la prensa burguesa, no consigue los efectos deseados, sino que, por el contrario, refuerza la credibilidad del dirigente socialista. Llovieron instrucciones desde la dirección del PSOE para el cese de la huelga, pero ésta se generalizó aún más.
El 10 de agosto se reúne en la Diputación el ministro de Gobernación Fernando Merino con los representantes patronales, la comisión de huelga y una serie de diputados provinciales y delegados de las principales entidades económicas de la provincia, como la Cámara de Comercio, la Asociación de Navieros, diversos bancos, etc. El ministro propone la reducción de media hora en la jornada laboral, sin perjuicio de lo que el Gobierno acuerde en un futuro próximo. Con ello se trata de contentar a ambos grupos en conflicto. Sin embargo, cuando el acuerdo parece algo mas factible, se produce un enfrentamiento personal entre el propio Perezagua y Luis Salazar, presidente de la Diputación. Este último tacha al primero de intruso y la posterior disputa echa por tierra cualquier posible solución. La prensa se hace eco del incidente: Vuelve a hacer uso de la palabra el Sr. Salazar y nuevamente pronuncia palabras ofensivas para Perezagua, calificándole de intruso. El Sr. Delegado (comisionista obrero) contesta al Sr. Salazar que el Sr. Perezagua no es ningún intruso, sino un representante de los obreros, tan legal como los demás compañeros, aclamado por millares de obreros en reuniones públicas, y que por lo tanto rechazaba tan injusto calificativo.
Las nuevas intervenciones del Presidente de la Diputación Salazar reavivan el enfrentamiento con el dirigente socialista:
La huelga -dijo Perezagua- la tenemos ganada moralmente, y lo demuestra que toda la opinión pública, todo lo que España tiene de honrado y laborioso, está al lado de los huelguistas vizcainos [...] Bueno será que el Sr. Ministro tenga en cuenta que, a pesar de llevar veinticinco días de huelga, ha sido tal la sensatez y cordura observada por los trabajadores, mientras en otras huelgas a los cuatro días de iniciarse, había heridos en los hospitales y la cárcel de Larrínaga estaba llena de presos, de obreros honrados. — El Sr. Salazar: Como debía estar ahora, llena de presos, y Usted el primero entre ellos, pues Usted es un hombre que ha hecho mucho mal a Bilbao y de donde debíamos haberle expulsado.
— El Sr. Perezagua: Quien debía de estar en la cárcel es Usted que ha ofendido gravemente al pueblo noble de Bilbao, y a los demócratas calificándoles de apaches.
— Salazar: Si, apaches son, ratifico el calificativo.
— Perezagua: El apache es Usted y otros muchos como Usted.
Tras la precipitada conclusión de la reunión, Perezagua se dirigirá a los obreros reunidos en el exterior del Palacio de la Diputación de Vizcaya, transmitiéndoles los pormenores del fracasado encuentro. La postura del dirigente socialista provocará, no obstante, disensiones internas dentro del partido y del sindicato, que aunque no llegan a explotar por el momento, serán decisivas durante los próximos años. El 12 de agosto una comisión de concejales, compuesta por los socialistas Rufino Laiseca, Isidoro Acevedo y el republicano Areizaga, solicita al alcalde de Bilbao una entrevista con el Gobernador para exponer una nueva fórmula de negociación. Esta consistía en que la reducción acordada de media hora de trabajo para el mes de agosto fuera extensible hasta la redacción definitiva de la ley que se preparaba. Los patronos se niegan a ello, mientras los obreros se reúnen el día 14 en un mitin en Gallarta, donde Manuel Delgado y Facundo Perezagua dan cuenta de la negativa patronal. La situación se radicaliza y Perezagua amenaza con extender la huelga al resto de España, a menos que se acepten las exigencias de la comisión. El gobierno y la propia dirección de la UGT temen este recrudecimiento de la tensión laboral. Francisco Largo Caballero y Lucio Martínez, delegados del sindicato, logran reconducir la situación. Pero la suspensión de la huelga general, ya acordada para el día 29 de agosto, no termina con el conflicto.
Esa decisión suponía, de hecho, una desautorización radical de Perezagua, que no estaba dispuesto a aceptar fácilmente. Desoyendo las voces de su propio Partido consigue que los descargadores y carreteros del muelle se declaren en huelga. El paro es general en la ría y se prolonga varios días en los restantes oficios. A pesar de ser precipitada y mal preparada, la huelga resultaría mucho más importante que lo afirmado por la dirección socialista, siendo secundada incluso en Zaragoza, Gijón y Barcelona.
La huelga de Bilbao, iniciativa de Perezagua, no tendría consecuencias inmediatas sobre el conflicto minero. Algunos patronos, como Martínez de la Rivas, Echevarrieta y Maestre por rebajar la jornada laboral en una hora, son expulsados de la Asociación patronal. En todo caso, la reanudación del trabajo encrespó los ánimos de los huelguistas que mantenían aún viva la lucha y que adivinaban la posibilidad de una derrota tras dos meses de huelga. Todo ello daría lugar a importantes enfrentamientos entre trabajadores y piquetes y entre éstos últimos y las fuerzas del orden. Aun así, el Ejército, a instancias del Gobierno, trata de mantener una posición neutral. La situación política general vuelve a condicionar la evolución de los acontecimientos. Las notas publicadas por la patronal contra el Ejército habían tensado las relaciones y el ejecutivo no estaba dispuesto a soportar más desafíos. Estas circunstancias iban a precipitar el final de la huelga.
El primer ministro Canalejas, a través del capitán general Aguilar, ofrecía un nuevo acuerdo a los mineros vizcainos con el que asegurarse un cierto apoyo de la izquierda. La oferta consistía en nueve horas y media de trabajo durante los meses de septiembre y octubre frente a las diez del anterior pacto de Loma; y la misma jornada -nueve horas y media- durante el mes de noviembre en lugar de las nueve reglamentadas, pero a cambio de una compensación económica de diez pesetas por obrero, más la promesa de un Proyecto de ley sobre esta cuestión. El 20 de diciembre los representantes de ambas partes firman el acuerdo, que supone de hecho, una victoria de los huelguistas tras 76 días de paro.
Desde el punto de vista organizativo, los propios socialistas, o para ser más exactos, los dirigentes del ala reformista, responsabilizan a Perezagua de la táctica seguida entre 1890 y 1910 de algunos de los problemas más importantes del socialismo vizcaino como la inestabilidad de sus organizaciones o la confianza en la huelga como instrumento. Felipe Carretero, natural de Murélaga (Aulesti), uno de los dirigentes más importantes y cabeza visible de los críticos, será el más contundente: Es un error crasísimo de táctica, desde el punto de vista socialista, lo que ha venido haciéndose en Vizcaya, donde se ha ido a la huelga, especialmente en las explotaciones mineras, sin la debida preparación, causa por la cual es muy escaso el mejoramiento conseguido... No es extraño que esto haya ocurrido cuando la misma táctica sostiene hoy Perezagua, a pesar de la enseñanza que facilita el tiempo, en diferentes mítines celebrados en zona minera, que para vencer al capital no hacen cajas de resistencia, ni siquiera que estén en la organización la mayoría de los obreros, sino que hasta la decisión de los escasos asociados y con que hubiese piedras que lanzar en los montes.
La figura de Perezagua estaba ya en entredicho y los críticos le responsabilizaban de la debilidad de los resultados obtenidos hasta entonces por el socialismo. Cierto es que barracones y cantinas habían desaparecido y que la jornada laboral se había reducido a diez horas en 1890 y a nueve horas y media tras la huelga de 1910 y que todo ello había sido posible gracias a la presión de las luchas desarrolladas a lo largo de este periodo. Pero para algunos de aquellos socialistas lo obtenido era muy poco, demasiado poco, si se valoraba el escaso crecimiento que había tenido su organización fuera de la zona minera. Su penetración en la zona fabril y en el propio Bilbao había conseguido asentarse definitivamente.
Efectivamente, la organización sindical y política no había experimentado un crecimiento muy importante como algunos habían imaginado tras las primeras huelgas. De hecho, entre 1890 y 1892, tan solo se crearon siete sociedades de oficio y ninguna en el periodo comprendido entre 1892 y 1896. Las sucesivas tentativas para fundar y asentar sociedades mineras fueron un fracaso y sólo a partir de 1911 la Federación de Obreros Mineros de Bizkaia conseguiría reunir un número considerable de trabajadores cercano a los siete mil. Por otra parte, el respaldo electoral había sido muy limitado, aunque en este caso, como se verá más adelante, la corrupción del sistema y las prácticas de las élites económicas y políticas de la oligarquía vizcaina habían hecho el resto por impedir su crecimiento.
Pero lo cierto es que gracias a la táctica desarrollada hasta entonces, impulsada por Perezagua, la capacidad de movilización y de influencia tanto en la zona minera como industrial, parecía fuera de toda duda. En una aseveración en absoluto exagerada, Engracio de Aranzadi, Kizkitza, uno de los propagandistas más destacados del nacionalismo vasco, afirmaba en 1911 que Vizcaya era del socialismo.
Esta es también la época en la que reorganiza la UGT que deja de ser una organización de albañiles, zapateros, tipógrafos, etc. para transformarse en una central de obreros propiamente industriales estrechamente coordinados y con poderosas cajas de resistencia.

La evolución de la lucha de clases

Al cambiar el siglo, la oligarquía local monárquica entra en crisis. Hay nuevas fuerzas políticas emergentes y, por su parte, los viejos caciques buscan ampliar su base social para sacar diputados en las elecciones; experimentan con distintas combinaciones y alianzas. Desde 1898 el Partido Nacionalista Vasco aparece como fuerza política de primer orden en unas elecciones en las que consiguen gran cantidad de votos, aunque aliados a los carlistas e integristas que irían desapareciendo lentamente en Bizkaia. Hacia 1907 este Partido parece evolucionar hacia la monarquía como consecuencia de la política de Maura de atracción y también por la amistad entre el financiero nacionalista Sota y Alfonso XIII. La oligarquía mantiene una etapa entre 1904 y 1912 de conciliábulo con los nacionalistas vascos. En 1908 los liberales se unen a los republicanos pero esto se acaba y los conservadores tiran por un lado (F. de Ybarra encabeza su partido) y los liberales por el suyo (capitaneados por Gregorio Balparda). En 1903 la división interna dentro del PSOE se ahonda. Comienza el despegue de los reformistas dentro del PSOE; hasta entonces el PSOE había mantenido su política electoralista al margen de pactos con los partidos burgueses; pero ese año Meabe y Prieto fundan las Juventudes Socialistas, que rompen aquella línea e inician acciones comunes con los republicanos, generalmente de tipo anticlerical. Estas acciones son condenadas por la dirección del PSOE; el crecimiento del Partido Republicano en 1903 facilita esta aproximación por la necesidad que tenían los socialistas de concordar su influencia real entre las masas obreras y sus exiguos resultados electorales. Su recaudación electoral no es mala pero otras fuerzas políticas burguesas, como los republicanos y los nacionalistas, consiguen arrastrar a una parte importante de las masas y, lo que es peor, a una parte importante de los propios militantes socialistas.
La lucha de Clases, especialmente bajo la dirección de Tomás Meabe, comienza a tratar de aproximar el programa obrero a la burguesía republicana y adquiere un marcado tinte anticlerical y, de rebote, un carácter también antinacionalista. En su seno Perezagua mantuvo una fuerte lucha ideológica contra el antinacionalismo de Unamuno y el anticlericalismo de Hernández, el director de La lucha de Clases. Meabe mantenía un anticlericalismo infantil que tendía sustituir la lucha de clases por la lucha confesional. Prieto y las Juventudes Socialistas vizcainas en su conjunto, eran partidarios de la alianza electoral con los republicanos, hasta el punto que Perezagua acusó a Prieto de ser el instrumento de la política caciquil del Sr. Echevarrieta así como de preocuparse más de llevar un concejal al ayuntamiento o un diputado a las cortes que un obrero a las sociedades de resistencia. Desde tan remotos tiempos los reformistas del PSOE comenzaban en Bizkaia a desentenderse de los problemas de los obreros para preocuparse más de los chalaneos electorales con los grandes oligarcas.
Perezagua libra una batalla dramática, llegando a las manos, contra la dirección reformista que en Madrid sostenía Pablo Iglesias, así como contra las tendencias similares que se gestaban en el interior de la Agrupación socialista vizcaina. En setiembre de 1903 Perezagua y Meabe se enfrentan a causa del apoyo de éste a las manifestaciones anticlericales contra la peregrinación a Begoña de los católicos. Al mes siguiente, en la Plaza de Toros, Perezagua reacciona pronunciando un violento ataque a los republicanos y a la salida del acto se produce un altercado. Al mismo tiempo, en Madrid en la dirección del PSOE García Quejido propone una coalición con los republicanos, que es mayoritariamente rechazada, entre otras, por algunos de los representantes de la Agrupación de Bilbao (Perezagua), mientros otros la apoyan (Carretero y Prieto). Perezagua dijo entonces:
Aquí somos los obreros contra los burgueses y los burgueses contra los obreros. Y frente a nosotros, formados en la misma línea, están los monárquicos, republicanos, conservadores, liberales y, por descontado, bizkaitarras.
La posición de Pereagua era correcta, teniendo en cuenta sobre todo que había estallado una violenta huelga que requería relegar a un segundo plano la cuestión anticlerical. Durante las elecciones de 1905, los enfrentamientos con los republicanos no cejan e incluso en uno de ellos se produce un muerto y varios heridos en Bilbao. En junio Perezagua, que se había escondido en Santander, es apuñalado por varios republicanos.
De esta batalla, Perezagua y los revolucionarios salen muy debilitados. Los republicanos logran atraerse el voto de los barrios obreros y la huelga de 1906 no consigue extenderse, fracasa y eso contribuye a reforzar al sector reformista de Indalecio Prieto, que comienza a meter la mano en la lucha de intereses de la oligarquía. Además, el conflicto clerical también contribuye a aproximar a los socialistas y los republicanos, creando en el otro polo un bloque católico reaccionario con carlistas y nacionalistas.
Aquel año se negociaba la renovación del concierto económico, que causó un enfrentamiento entre la burguesía local y la central. En Madrid en la prensa hay ataques contra los capitalistas vizcainos y en Bizkaia se produce el fenómeno inverso, participando de él tanto El Liberal que dirige Prieto como La Lucha de Clases que dirige Meabe. Aprovechando la ausencia de Perezagua la Agrupación Socialista de Bilbao aprueba la coalición electoral con los republicanos, incluyéndole en la candidatura. La coalición ganó en Bilbao pero perdió en el resto de la provincia.
Es en este ambiente en el que llegan a Bilbao los ecos de la Semana Trágica de Barcelona, que causa la detención de cien militantes socialistas, entre ellos Perezagua. Por reación, el PSOE busca acabar con el gobierno central de Maura que ha desatado la represión generalizada y para ello son necesarios acuerdos electorales.
Lo que hasta entonces se había justificado como algo momentáneo, se acabó consolidando. Aunque estaba totalmente en desacuerdo, Perezagua acató inicialmente la coalición por razones de disciplina. La coalición obtuvo importantes resultados electorales en 1909 ya no solamente en Bilbao, sino también en Barakaldo, Eibar, la Arboleda y Donostia, lo que reforzó a los reformistas y, paradógicamente, el mismo efecto tuvo la huelga de 1910, durante la que Perezagua es duramente criticado, incluso entre sus propios compañeros socialistas, a causa de su intransigencia. No solamente en Euskal Herria sino en toda España, la situación se deteriora gravemente y eso, en lugar, de estimular a los dirigentes socialistas, les acobarda.
Los reformistas entrarán en los pucherazos electorales de aquella época de la mano de la oligarquía local, en contra del PNV. Prieto negoció con la Liga Monárquica un acuerdo electoral por el cual éstos obsculizarían al PNV en Bilbao, a cambio de una acción recíproca de éste en los distritos de Barakaldo y Balmaseda. Incluso en 1919 las Agrupaciones socialistas del distrito de Balmaseda aconsejarían votar por Balparda (de la Liga Monárquica), y en 1918 los obreros de Altos Hornos marcharon en manifestación hacia Bilbao vitoreando a Ybarra (cacique local de la Liga) y en contra de las irregularidades del Partido Nacionalista Vasco en las elecciones. Estos hechos y otros muchos de la misma época muestran hasta qué grado de degeneración condujo el reformismo de Prieto al PSOE en Bizkaia y posteriormente en toda España.
De 1913 a 1923, desplazado Perezagua de la dirección socialista, el PSOE practicó una abierta política de subordinación a los caciques locales y de freno de las luchas obreras. De esta época surge también la demagogia antivasca que caracterizará al PSOE en el futuro, que sustituyó la consigna marxista de autodeterminación por la de autonomía municipal. Prieto confundió la política reaccionaria del PNV con los legítimos derechos del pueblo vasco, cayendo en un chovinismo españolista de lo más ramplón. Llegó a declararse enemigo acérrimo del nacionalismo vasco [...] porque representa el espíritu rural y reaccionario incompatible con las esencias liberales que constituyen la divisa de toda mi vida. De ese modo el PSOE se ganó el aplauso de toda la oligarquía, hasta el punto de que Balparda declaró que el socialismo vizcaino se había dado perfecta cuenta de los problemas locales, y frente a la odiosa subversión del nacionalismo vasco, había siempre la seguridad de que habría de encontrárseles como a los demás partidos españoles, procediendo paralelamente con éstos, sin encontrarse con ellos pero colaborando en el mismo sentido. Fue lo que Lequerica calificó en 1923 de política de equilibrio social entre las grandes empresas de Bizkaia y las organizaciones obreras. También Balparda habló en 1920 de que una de las notas sobresalientes de esta temporada es que no se habla para nada de conflictos sociales en Bilbao. Con el mismo lenguaje El Liberal (periódico dirigido por Prieto en Bilbao) escribía en 1921 sobre la buena armonía entre el capital y el trabajo, restablecida en las principales factorías de nuestra zona fabril y de que un amplio cauce establecía garantías de orden y cada día estaba más despejado el horizonte de la paz social; los oligarcas se vanagloriaban de su descubrimiento: Las casas del pueblo deben ser hasta deseadas por el capitalismo porque significan la existencia de un órgano de disciplina sobre la masa obrera, de un poder moderador y responsable.
El PSOE y su sindicato se habían convertido en algo inofensivo para la burguesía, en una apéndice de ella, por lo que comienza una etapa de colaboración mutua en las farsas electorales. Tras la Semana Trágica de Barcelona 1909 la oligarquía teme un estallido revolucionario y comienza a utilizar al PSOE como cortafuegos: rompe su aislamiento electoral y promociona el reformismo electoralista de Iglesias y Prieto, que se impone rotundamente en el seno del Partido. También se propuso liquidar a los revolucionarios y en 1913 Perezagua es desplazado de la dirección socialista en Bizkaia.

Concejal del Ayuntamiento de Bilbao

En 1892 el PSOE celebró su III Congreso, donde se establecieron las bases del programa municipal, volcado en la abolición de los impuestos que perjudicaban a la clase obrera, la fijación de un salario mínimo para los trabajadores municipales, la jornada máxima de ocho horas, la creación de cantinas escolares donde se ofreciera gratuitamente una comida sana a los hijos de los obreros, la asistencia médica y los servicios farmacéuticos gratuitos. A estas reivindicaciones se unían otras, como la creación de asilos para ancianos, inválidos, viandantes y desempleados, la creación de maternidades para las mujeres trabajadoras, baños y lavaderos públicos gratuitos, la retribución de las funciones municipales, la formación laboral, los locales para las sociedades obreras, la abolición de las subvenciones de carácter religioso, el cumplimiento de las ordenanzas municipales referidas a la higiene, habitaciones, alimentos, casas desahuciadas, etc. Hasta 1895 no logró ocupar el cargo de concejal, utilizando para ello el truco de censarse como comerciante. Desde entonces desarrolló una intensa labor en el Ayuntamiento de Bilbao. Después de su exilio en Francia vilvió a ostentar consecutivamente el puesto entre 1902 y 1905, enero a junio de 1912 y de enero de 1918 a abril de 1920. A lo largo de este periodo también fue nombrado segundo Teniente de Alcalde entre los años 1910 y 1911, tercero entre 1914 y 1915 y sexto de abril a diciembre de 1921.
La llegada de un representante socialista levantó una enorme expectación en la vida política bilbaina, dominada por el caciquismo y la corrupción. Perezagua era consciente de la importancia que tenía su presencia en las instituciones municipales, tal como lo pondrá de manifiesto en numerosas ocasiones. Las elecciones proporcionaban la posibilidad de dirigirse a un amplio auditorio de obreros, difundir entre ellos los principios socialistas y reforzar la organizaciones del Partido y los sindicatos. En la misma línea, el cargo municipal era un potente altavoz para destapar los manejos de la burguesía, su venalidad y la complicidad del Estado con la clase que lo sustenta. En una etapa incipiente y tardía de acumulación capitalista, el saqueo de los presupuestos públicos tuvo una gran importancia en toda España para la expansión de la burguesía como clase.
Desde un principio, en el ejercicio de su cargo Perezagua tuvo que afrontar en situación de minoría la hostilidad feroz de los concejales burgueses en los debates municipales y en la prensa. Como no se vendía a los sobornos ni pactaba las reivindicaciones de los trabajadores en los pasillos, los debates municiales eran muy virulentos y seguidos de cerca por todos los trabajadores de Bilbao. A viva voz, Perezagua denunciaba la corrupción y los chanchullos que mantenían los burgueses con el dinero público, lo que le acarreó el odio de los caciques locales:
Nosotros queremos demostrar que somos aptos para administrar un pueblo y nuestros actos en todos los puestos públicos han de llevar siempre el sello de la moralidad y de la justicia.
Ambos conceptos, moralidad y justicia, se convierten en señas de identidad de los nuevos concejales socialistas, dispuestos a encabezar la lucha contra la corrupción que se venía denunciando repetidamente en La Lucha de Clases. El órgano del socialismo vizcaino pasa a convertirse en el altavoz que difundirá esta labor: Si la administración de esta villa fuera una verdad, si los chanchullos no se sucedieran continuamente, si al pueblo no se le envenenara con la mayor impunidad, si por terrenos de escaso valor no se pagaran sumas fabulosas y, en cambio, otras propiedades de gran valor y utilidad pertenecientes al pueblo, no se dieran casi regalados, todo con perjuicio de Juan Trabaja, ¿podría éste estar agradecido?. No. De ninguna manera; el agradecimiento tendría indudablemente que ser para sus mandatarios, para sus amos, para quienes han comprado sus conciencias, gustos e inclinaciones y cuanto a un hombre puede comprársele, para los señores Chávarri y Echevarría, de quienes son maniquíes y a cuyo solo gusto se mueven. Perezagua se incorporó a la comisión de Hacienda, de la que había formado parte su antecesor y correligionario Manuel Orte. Su inclusión en dicha comisión y su designación como delegado del Ayuntamiento en el Matadero Municipal provocó serios recelos entre sus contrincantes políticos burgueses.
La denuncia de las métodos desplegados desde el Ayuntamiento en la gestión de los presupuestos municipales, la concesión de obras y la contratación irregular de funcionarios, fueron algunos de los motivos de enfrentamiento más importantes. El mismo incidente surgido entre Perezagua y Gaspar Leguina, concejal republicano, tiene lugar precisamente en el curso de una acalorada discusión a causa de las maniobras para la contratación del personal de las oficinas municipales: La Lucha de Clases no hace campaña a favor de ninguna empresa, como hizo el periódico El Norte, propiedad de Leguina, quien se permite afirmar que Perezagua ese concejal que llamándose socialista y enemigo de los burgueses (en los meetings) desde que se codea con ellos en las Comisiones y le halagan un poco, suscribe para ellos regalos y aumentos de sueldo no justificados. El señor Leguina sabe bien que esto no es verdad; pero lo dice para hacer efecto entre ciertas gentes. El compañero Perezagua no crea plazas de inspectores de festejos para colocar amigos suyos, como ha hecho Leguina, ni apoya gratificaciones escandalosas para empleados amigos suyos, como ha hecho el señor Leguina. Al compañero Perezugua no va nadie ofreciéndole dinero por ocupar ciertos puestos municipales. ¿Puede decir otro tanto el señor Leguina?
Perezagua defendió con vehemencia la regeneración integral de los sistemas de nombramiento del personal médico, tratando de impulsar un sistema de oposiciones más justo frente al modelo tradicional, basado únicamente en el reconocimiento de los derechos adquiridos y la antigüedad.
A lo largo de su labor como concejal intentó imprimir a los presupuestos municipales un nuevo rumbo desde la Comisión de Gobernación, haciendo tributar a la rqieuza en todas sus manifestaciones, para que la odiosa contribución de consumos que, como losa de plomo puesta sobre las clases trabajadoras y media, desaparezca lo más pronto posible, y se ha encontrado con que el Ayuntamiento carece de un verdadero catastro de riqueza y con que, el imperfecto que posee, aún no está aprobado por la Diputación provincial.
Se muestra especialmente sensible con los problemas del proletariado. Como concejal y miembro de la Junta Local de Reformas Sociales, denuncia la siniestralidad laboral y propone la creación de una plaza de inspector de obras y andamiajes para evitar las frecuentes muertes de trabajadores. En este terreno, lucha también por el incremento de los salarios de los trabajadores municipales más modestos, como en el caso de los barrenderos, los empleados del servicio de aguas y los ordenanzas de la Casa de la Misericordia.
En 1902 logra que la comisión de Fomento revise el cánon de adjudicación de los terrenos comunales que se concedían a los capitalistas mineros e impulsa una gestión más transparente y democrática capaz de contar con la opinión de los vecinos en el trazado de obras e infraestructuras, como en el caso de las del tranvía.
También participa activamente en las discusiones y proyectos de la Comision de Hacienda, especialmente en lo referido a la creación de un almacén central de mercancías para suprimir los depósitos particulares. Esta iniciativa suponía un duro golpe a los defraudadores y provocó fuertes enfrentamientos con los concejales con intereses comerciales, que se agudizan con su incorporación a la comisión de Gobernación en 1898.
Las cuestiones sociales, caso de las relativas a la beneficencia o la salubridad, constituyen uno de los frentes más importantes en la labor de Perezagua. En febrero de 1898, y ante la proliferación de enfermedades infecciosas en los barrios obreros de Bilbao, la comisión de Gobernación obligó a enclaustrar en sus domicilios, siempre que los tuvieran, a los enfermos pobres o a ingresarlos en el Hospital. Pero Perezagua se opone al uso de la fuerza y defiende la atención domiciliaria.
Asimismo, Perezagua formó parte, con los tenientes de alcalde, de una sociedad dedicada al proyecto de construcción de barriadas obreras y defendió otros muchos proyectos de carácter social, como la creación de casas de socorro, entre ellas la de Olaveaga, con un destacado papel en las comisiones creadas para evitar la mendicidad, exigiendo para ello la responsabilidad de la Diputación en la creación de un asilo provisional.
Su implacable denuncia obligó a la burguesía local a maniobrar, modificando la ley electoral para tratar de impedir su reelección, lo que fue criticado por Perezagua con las sigientes palabras:
Lo que se hace con esta reforma es mantener el statu quo en vista de que los obreros contamos con grandes fuerzas para llevar a los municipios representantes que no puedan corromperse porque hay un partido que les llamaría al orden y, en caso de desobediencia, les daría un puntapié y los mandaría al estercolero burgués.
Pero para eso es necesario que el partido tampoco se haya corrompido porque, de lo contrario, el puntapié habría que propinárselo al propio partido, y eso es lo que en aquella época se merecía el PSOE.

Una nueva época para el movimiento obrero

En 1911 casi se alcanza la huelga general en toda España, lo que contrasta con la pasividad del PSOE, atado por sus compromisos con la Conjunción republicano-burguesa. Al año siguiente el Partido Nacionalista Vasco se desliga de sus compromisos con la oligarquía local y propone una alianza anticaciquil al PSOE que éste no sólo rechaza, sino que da ocasión a Prieto a iniciar su campaña antinacionalista. La huelga de Río Tinto de 1913 fue al última que dirigió Perezagua como Presidente del sindicato minero vizcaino, y se convirtió en el máximo ejemplo de la solidaridad y alianza de todos los obreros. Temeroso de desligarse de la burguesía, en 1913 el PSOE boicoteó la huelga de Río Tinto. Perezagua se limitó a explicar llanamente su opinión:
En tanto yo me esfuerzo en demostrar a los trabajadores que el socialismo debe ser en política su único ideal [...] otros elementos se esfuerzan en mantener la Conjunción con los republicanos, que es un partido burgués.
En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial: el PSOE se dejó llevar de la política imperialista en pro de los aliados, contra las potencias centrales. Aquel mismo año Perezagua se vio forzado a abandonar las sesiones del Congreso de la UGT; también es expulsado de la Agrupación socialista vizcaina, lo que se ratifica en el Congreso del PSOE de 1914, el mismo que por un estrecho margen de votos aprueba la alianza electoral con los republicanos. En 1917 los bolcheviques toman el poder en Rusia, y ante esta nueva situación el PSOE también dejó clara su postura: el 10 de noviembre El Socialista dejaba constancia de que las noticias que provienen de Rusia nos producen amargura porque la labor de los bolcheviques debía ser la de aplastar al imperialismo alemán, o sea, alinearse con los imperialistas anglo-franceses para el reparto del mundo. Todos los artículos de El Socialista sobre la revolución rusa insisten en su apoyo a la Liga rusa en el extranjero que agrupaba a los burgueses que sostenían al derrocado Kerenski.
En Euskal Herria la industria minera entra en una crisis irreversible que contrasta con el auge de los obreros de la zona fabril, que toman su relevo. Es también el tiempo de las grandes luchas obreras contra la monarquía, que mantenía un rígido sistema represivo para mantener al pueblo en la más cruel de las miserias. Estos levantamientos refuerzan a la dirección del PSOE a convocar el 13 de agosto a una huelga general que ellos mismos se encargaron de reducir a su mínima expresión para no romper sus compromisos con la burguesía. En San Sebastián, la Federación Obrera llegó a adherirse a la Junta de Defensa Social formada por la Cámara de Comercio, la Cámara de la Propiedad, el Círculo Mercantil, la Federación Patronal, Bancos y Diputación para evitar sucesos como los del 26-27 de mayo.
El divorcio entre la dirección reformista y las masas era cada vez mayor. Mientras los primeros se hallaban completamente vendidos a la oligarquía financiera y terrateniente (caso de Prieto del que se conocen sus estrechas relaciones con la familia de financieros March y otros elementos, lo que se comprobaría en su práctica socialfascista durante la Dictadura del general Primo de Rivera), por el contrario, la base del PSOE y las amplias masas obreras luchaban contra la represión, la carestía de la vida y contra el bloqueo a la Rusia soviética.
Las condiciones eran inmejorables para desenmascarar al reformismo de la dirección socialista y Perezagua se reintegra al PSOE en 1919. Un folleto obrero de 1923 manifiesta que la política seguida en Bizkaia era expresión del reformismo exagerado de los aburguesados directores del socialismo y que en estos últimos cinco años el movimiento socialista vizcaino había caído en un reformismo y colaboracionismo un tanto desconsolador. En marzo de 1919 se estableció en Barakaldo un Sindicato unido del Arte del Hierro a iniciativa de los obreros del sector que abandonaron el sindicato metalúrgico de la UGT por idénticas causas.
La súbita agravación laboral que a finales de diciembre se había producido en todo el país había confirmado el papel contrarrevolucionario que representaba la organización socialista. Prieto se opuso terminantemente a que se secundase en Bilbao la huelga general que se había declarado a escala nacional la CNT para el 7 de diciembre de 1920.
El PSOE se vio obligado a romper la Conjunción y a propiciar la Unidad de UGT y CNT, pero las concesiones demagógicas y verbales no satisfacieron a la base proletaria del Partido Socialista. La mayoría del Partido Socialista no aceptaba la orientación liberal y pequeño-burguesa impuesta por los Besteiro y los Largo Caballero, los Fernando de los Ríos, los Saborit y los Prieto. La Revolución de Octubre había profundizado la crisis que se había abierto entre los revolucionarios y los reformistas. Tanto entre la dirección como entre la base aparecieron militantes terceristas, partidarios de la ruptura con la II Internacional y de crear un partido obrero de nuevo tipo. Se fundó el periódico Nuestra Palabra en 1918 y en 1919 La Internacional bajo los principios leninistas que la revolución rusa expandía. Las Agrupaciones socialistas de Barakaldo, Bilbao, Gallarta, Ortuella, Muskiz, Las Carreras, Sestao, San Sebastián, Irún y Gasteiz expresaron a sus delegados al Congreso del PSOE su voluntad de ingresar en la III Internacional y romper con el reformismo. Prieto amenazó con dimitir si se entraba en la Internacional Comunista, ya que la sumisión del partido socialista español a las condiciones que se tratan de imponer desde Moscú es para mí la negación de sustancia de la esencia liberal del partido socialista.
En el seno del Partido Socialista se entabla una áspera y prolongada lucha interna que conducirá desde el viejo PSOE hasta la formación del nuevo Partido Comunista. La batalla se concentra en el entuasiasmo despertado entre los militantes por la Revolución de Octubre y las condiciones exigidas por la Internacional Comunista para ingresar en ella. Para tomar una decisión se convocaron tres Congresos extraordinarios.
El primero, celebrado en diciembre de 1919, tomó un acuerdo dilatorio por 14.000 votos contra 12.500: antes de pronunciarse definitivamente había que esperar a que se celebrase en Ginebra un Congreso de la II Internacional, asistir a él y procurar que la II Internacional se penetrase del espíritu de la III para conseguir la unión de las fuerzas obreras.
La Federación de Juventudes Socialistas, que ya durante la guerra mundial había apoyado a los internacionalistas encabezados por Lenin, no quiso esperar y en su V Congreso, celebrado en diciembre de 1919, acordó adherirse a la III Internacional. Poco después, el 15 de abril de 1920, en la Casa del Pueblo de Madrid, se reunió en Asamblea Nacional, con un solo punto en el orden del día: Necesidad de transformar la Juventud Socialista en Partido Comunista. La mayoría aplastante de los delegados aprobó, tras duros debates, la decisión de convertirse en el Partido Comunista. El periódico de la Juventud Socialista, Renovación, se transformó en El Comunista, primer órgano de prensa del nuevo Partido, en el que apareció su Manifiesto fundacional, que reconocía la dictadura del proletariado como único medio para la realización del socialismo y subrayaba la necesidad de la lucha contra el reformismo. Describían el siguiente recorrido histórico:
Los cuatro años de guerra y la revolución rusa han modificado profundamente la ideología, el punto de vista, la táctica y los fines del proletariado en la lucha social. La II Internacional ha fracasado [...] Los socialistas rusos, acérrimos enemigos de la guerra imperialista y ardientes marxistas, han roto en la teoría y en la práctica con los socialistas europeos traidores y enterradores de la II Internacional y han fundado la Internacional Comunista [...]
Durante la guerra, el Partido Socialista español se colocó abiertamente al lado de los aliados, a quienes suponía defensores de la democracia, de la libertad y de la justicia. Este profundo error doctrinal, de tanto bulto por tratarse de una guerra imperialista tan descarada y manifiesta, patentiza en seguida la ideología de pequeña burguesía de sus líderes [...]
Hemos llegado a un momento en que seríamos cómplices de tal estado de cosas si titubeásemos en dar el paso que hoy damos.
En las filas del Partido Comunista Español se integraron jóvenes trabajadores y estudiantes de vanguardia, entre ellos, Dolores Ibárruri, que se integró en sus filas con la Agrupación Socialista de Somorrostro. El nuevo Partido envió una delegación al II Congreso de la Internacional Comunista reunido en Moscú a finales de julio de 1920, donde fue reconocido como sección española de la Internacional, con un puesto en el Comité Ejecutivo y Merino Gracia, delegado español, fue recibido por Lenin.
El I Congreso se celebró en marzo de 1921 y eligió un Comité Central.
Mientras en Madrid las Juventudes Socialistas se transformaban en el nuevo Partido Comunista, esta decisión no fue secundada en Euskal Herria, donde se mantuvieron a favor de Prieto, esto es, dentro del reformismo. En Bizkaia es, por el contrario, el PSOE el que mayoritariamente defiende lal integración en la Internacional Comunista.
En el segundo Congreso extraordinario del PSOE, reunido en julio de 1920, la mayoría aplastante de los delegados se pronunció por el ingreso en la III Internacional y por el envío a Moscú de dos delegados, al objeto de entrevistarse con su Comité Ejecutivo. Acudieron Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos, quienes se entrevistaron con Lenin y otros dirigentes de la Internacional Comunista. Los dirigentes reformistas del PSOE habían manipulado la resolución del Congreso condicionándola con tres cláusulas que, de hecho, anulaban su valor. El Comité Ejecutivo de la Internacional rechazó las tres condiciones, proponiéndole a su vez la aceptación de las 21 condiciones aprobadas en el II Congreso de la Internacional.
De vuelta a España, Anguiano informó ante el tercer Congreso extraordinario del Partido Socialista de las gestiones de su viaje a Moscú, manifestándose favorable a la aceptación de las 21 condiciones y al ingreso en la Internacional Comunista. En el mismo sentido se manifestaron muchas agrupaciones socialistas, sobre todo las de los centros industriales más importantes del país, tales como Asturias, Euskal Herria, Río Tinto y otros. No obstante, Fernando de los Ríos se pronunció en contra y propuso la adhesión del Partido Socialista a la llamada Internacional Segunda y Media, que aparecía como la heredera de la Internacional Socialista. Esta última propuesta obtuvo mayoría por 8.858 votos contra 6.094.
Tras la votación, García Quejido, declaró que los vocales de la Ejecutiva partidarios de la III Internacional se separaban del Partido Socialista para constituir el Partido Comunista Obrero y leyó ante el Congreso una declaración de los partidarios de la Internacional Comunista, fechada el 13 de abril de 1921, entre cuyos firmantes estaba Perezagua:
La terminación del debate acerca de la adhesión a la Internacional Comunista nos exige imperiosamente la manifestación pública de nuestra incompatibilidad con los elementos que se han pronunciado en favor de las tesis sostenidas por la Comunidad del Trabajo de Viena. No podemos ni debemos colaborar con ellos ni aún pasivamente asistir a su obra, que consideramos contrarrevolucionaria y antisocialista [...] Hay un divorcio evidente o irreductible entre la doctrina de Viena y la doctrina de Moscú; entre los métodos fácticos de la Internacional Comunista y los de la Comunidad del Trabajo de Viena; entre la manera de entender y aplicar una y otra la utilidad de la Democracia, la aplicación y desarrollo de la dictadura del proletariado y las condiciones precisas de la Revolución social. Y nosotros seríamos traidores a nuestras más íntimas convicciones, si por rendir culto al falso ídolo de una falsa unidad de partido, unidad que los reconstructores estaban resueltos a romper desde el momento en que los aludidos líderes afirmaron su propósito de abandonar el Partido; unidad que, si no está en los corazones y en las conciencias, es inútil que se simule con vituperable farsa en las apariencias, sacrificáramos el deber en que estamos de anteponer a todo género de consideraciones la causa del Comunismo revolucionario.
Con la serenidad de quienes cumplen un deber de conciencia, nos retiramos de este Congreso en el que ya nada tenemos que hacer. Queremos incorporarnos de hecho, espiritualmente ya lo estamos, a la Internacional Comunista, que -inseparable de la Revolución rusa, a pesar de todas las sutilezas y argucias dialécticas que intentan distinguir entre ésta y aquélla- trata de acelerar el derrumbamiento de la sociedad capitalista. No queremos permanecer más en las perezosas y cansadas legiones que parecen esperar del tiempo la consumación de una obra para la que no se sienten capaces. Queremos estar en la Internacional de la acción, que no mide la magnitud de los peligros ni la dureza de los sacrificios al emprender el camino de la Revolución social.
Recabamos, pues, nuestra íntegra libertad de movimiento. Quedan rotos los vínculos que, sólo materialmente, nos mantenían aún junto a los que habéis rechazado la adhesión a la Internacional Comunista.
Entre vosotros y nosotros ha cesado de existir la comunidad de pensamiento. No puede continuar la comunidad de esfuerzos. Unos y otros vamos a comparecer ante la clase trabajadora. Ella nos juzgará. Desde ahora decimos que nuestro anhelo es hermanarla en la acción, unificar sus esfuerzos para la lucha decisiva, formar con ella el bloque revolucionario único.
Y nosotros creemos, con fe inquebrantable, que el proletariado español no irá con vosotros por los plácidos caminos que parten de Viena, sino por la senda áspera, pero senda de salvación, que se llama Internacional Comunista, bajo cuya bandera nos acogemos desde ahora.
La mayor parte de los dirigentes socialistas vascos eran de la misma opinión de Perezagua y partidarios de ingresar en la nueva Internacional. En Euskal Herria fue Perezagua quien encabezó al grupo que rompe con el reformismo y crea un nuevo partido. Junto con los demás delegados firmantes de la declaración, Perezagua, abandonó el Congreso del PSOE y se trasladaron todos a los locales de la Escuela Nueva, declarando constituido el Partido Comunista Obrero Español. El Comité Nacional, designado allí mismo, quedó integrado por Perezagua, García Quejido, Núñez de Arenas, Anguiano y Virginia González. Desde un principio Bizkaia fue uno de los más importantes núcleos comunistas de toda España, proporcionando la mayor parte de la dirección del PCE y la única organización con fuerza entre el proletariado. Con el apoyo de Perezagua una nueva generación de comunistas vascos pronto se hicieron con la dirección del histórico sindicato minero, cuya presidencia encabezó Bullejos, secretario general del PCE desde 1925.
La nueva Federación Nacional de Juventudes Socialistas, creada después que la anterior se transformara en Partido Comunista Español, decidió en abril de 1921 convertirse en Federación de Juventudes Comunistas adherida a la III Internacional. Con la creación de ambos Partidos Comunistas, el reformismo sufrió un duro golpe. El Partido Socialista se vio obligado a publicar un manifiesto firmado por Pablo Iglesias y todos los componentes de la nueva Ejecutiva, que decía lo siguiente: No estamos conformes con las condiciones que impone la Tercera Internacional de Moscú; pero afirmamos hoy, como lo hicimos desde el primer día de la revolución rusa, que estamos, sí, plenamente identificados con aquella revolución; con ella principia la era del desmoronamiento capitalista y la de las realizaciones socialistas; por ella, por su esfuerzo y gracias a su sacrificio, los demás pueblos recogerán beneficios que se han de traducir en una renovación de sus instituciones sociales; con la revolución rusa estamos y a nuestro Partido le decimos, como siempre, que nos consideramos obligados a su defensa.
Pero la existencia de dos Partidos Comunistas creaba una situación confusa y la Internacional Comunista forzó la unificación de ambos Partidos. Del 7 al 14 de noviembre de 1921 se celebró en Madrid la Conferencia de fusión en un solo Partido Comunista. Se acordó editar, como órgano central del Partido, La Antorcha, mientras continuaban editándose Aurora Roja en Asturias, Bandera Roja en Euskal Herria, El Comunista Balear en Palma de Mallorca, Nueva Aurora en Pontevedra y otros periódicos. Al mismo tiempo que el Partido, se fusionaron las dos Juventudes Comunistas, quedando constituida la Federación de Juventudes Comunistas de España. Su órgano de prensa era El Joven Comunista.
Hacía ya tiempo que Perezagua no encontraba trabajo en ninguna empresa metalúrgica de Bizkaia, lo que no le impidió permanecer en activo y volcar todo su enorme prestigio a favor del nuevo Partido. Desde finales de siglo vivía muy modestamente en Bilbao en un bajo de la calle Bailén 41, ocasionalmente en compañía de algunos familiares suyos, registrado en el padrón municipal como comerciante.
Estuvo casado, al menos entre la fecha de su procesamiento en 1898 y 1903, año en el que sostuvo una agria polémica con un periodista argentino en defensa de la honorabilidad de su esposa, sin que se hayan podido obtener de ella más datos. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces los socialistas, fieles a su compromido ideológico, no se casaban por la Iglesia y sus uniones matrimoniales carecían del consiguiente refrendo legal.
Hacia el final de sus días pasó a vivir en la calle Gimnasio de Bilbao y nos quedó un retrato de 1929 de un anciano venerado entre los obreros:
Al cruzar la calle de San Francisco, la más ruidosa, la más movida y popular de la villa, ha pasado junto a mí, rozando mis ropas, un hombre. Era una de esas personas a quienes ya habíamos perdido hace mucho tiempo de vista; a quien hemos olvidado y cuyos rasgos fisonómicos nos cuesta recordar; mas, de improvisto, surgen cuando menos esperadas son, y entonces se desdobla en la imaginación un panorama lejano de evocaciones y recuerdos. Este hombre tenía el aspecto de una persona cansada, fatigada por el trajín de la vida; sus cabellos grises; sus hombros un poco vencidos por los años, pero sus ojos vivaces aún tenían una chispa para iluminar su rostro curtido, de rasgos tan familiares, tan característicos, tan populares durante casi medio siglo de historia bilbaína: aquel rostro cananeo que en otro tiempo luciera apostólicas y judaicas barbas. Pero ¡cuán distinta su figura de ahora, ya en el ocaso, a la que conservaba mi imaginación de los años mozos! [...] El hombre me trajo a la memoria aquellos Primeros de Mayo alborozados y bulliciosos, aromados de Primavera y de esperanzas; veía en mí, por dentro, aquellas manifestaciones imponentes, y resonaban en mis oídos sus músicas y sus himnos. Allí, al frente de la multitud endomingada, veía a este hombre, hoy un poco achacoso; iba erguido, firme, seguro, silencioso y grave. Al cruzar las calles los curiosos le dedicaban sus miradas; en ellas había toda la gama de la pasión humana; eran miradas de temor, de odio, de compasión, de inquietud y también de simpatía. ¡Ese es, ese es!, decían las gentes cuando él pasaba, y ese señalamiento resumía su popularidad, su obra, sus trabajos y sus sacrificios. Ningún hombre más combatido, más perseguido y más castigado [...] Desde aquellos años de mi infancia conservo el recuerdo de este hombre que ha pasado ahora a mi lado, confundido entre los transeúntes de la calle, desapercibido y olvidado, y al verle aún pienso en el nerviosismo que su nombre producía en ciertas clases de la sociedad.
Aún pudo participar en la llegada de la República y luego en la creación del Partido Comunista de Euskadi en 1935, aunque en el mes de abril de ese mismo año falleció con 75 años de edad. Se hizo coincidir su funeral con el Primero de Mayo, el mismo que él había llevado a Euskal Herria. El cortejo fúnebre congregó a miles de vecinos de los barrios obreros de Bilbao, de los pueblos fabriles de las riberas del Nervión así como de la zona minera. Con las aceras inundadas de público, recorrió las calles de Las Cortes, San Francisco, puente de San Antón, Somera y la Plaza de los Auxiliares. La comitiva avanzó en una doble hilera de jóvenes cogidos de las manos, niños y niñas portando ramos de flores y una cantidad tan grande de mujeres que el detalle atrajo la atención de la prensa. Engalanada y tirada por caballos, la carroza iba precedida de 22 coronas de flores rojas que iban perfumando el camino, el último que cruzaba el que antes pasó por tantos, tan espinosos, áridos y hostiles. Murió del mismo modo que había vivido: entregado a la lucha revolucionaria hasta el último aliento. Por eso Facundo Perezagua pertenece por derecho propio a la estirpe de comunistas de la que nos sentimos herederos y continuadores.

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