Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

viernes, 8 de junio de 2012

Mao Zedong (1893-1976) ( III )

Sumario: 
 — La Larga Marcha
— La guerra contra el imperialismo japonés
— La tercera guerra civil
— China se pone en pie
— El movimiento de las cien flores
— El gran salto adelante
— Los tres años negros
— La lucha contra el revisionismo soviético
— La revolución cultural
— La diplomacia triangular
— Reseñas biográficas

La Larga Marcha

La estrategia estática del Ejército Rojo durante la quinta campaña de cerco y aniquilamiento estuvo a punto de conducir a su liquidación. Zhou Enlai se encargó de organizar la evacuación del soviet en medio de un secreto total. El 15 de octubre de 1934, por la noche, sigilosamente, tuvo que replegarse rompiendo el férreo bloqueo del Kuomintang y abandonando Yongxin. La Larga Marcha demostraba que la liberación de un territorio no era una cuestión decisiva y que, más bien, el Ejército Rojo no disponía -no dispuso nunca- de bases de apoyo realmente infranqueables. Así sucedió en la región fronteriza de Jiangxi que había tenido que ser evacuada (por no querer perder una parte del territorio lo perdimos en su totalidad, escribió Mao), y así sucedió luego en Yenán. Expresamente Mao relegó siempre la necesidad de preservar las bases de apoyo y concibió la retirada de ellas frente a un enemigo superior en número, de manera que mientras aparece una base de apoyo, otra desaparece (Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China, OO.EE., I, pg.213). Mao otorgaba una gran importancia a las bases de apoyo y a la posibilidad de liberar áreas, que no debían confundirse con lo que denominaba como zonas guerrilleras. Las bases de apoyo -decía- tienen una gran importancia sobre todo para las fuerzas guerrilleras, pero también existían operaciones sin retaguardia que, precisamente, constituyen un rasgo peculiar de la guerra revolucionaria en la nueva época, en un país que cuenta con vasto territorio, un pueblo progresista y un partido político y ejército avanzados (Sobre la guerra prolongada, OO.EE., II, pg.149).
Dispuestas las tropas en cuatro columnas, hubiera sido necesario una semana para desplazarse desde el primer al último combatiente. Lin Biao abría camino al mando de la columna de vanguardia. Era la primera vez que un Estado se ponía sobre ruedas. Todo lo que se pudo subir a un carro, desde cañones hasta archivos, se puso en movimiento. También cargaron con 33.000 armas ligeras, fusiles, ametralladoras, morteros y granadas, casi dos millones de cartuchos de munición y las imprentas para fabricar billetes y propaganda. Después de nueve batallas, los 85.000 combatientes tardaron 40 días en abrise paso a través de los blocaos, iniciando así lo que entonces no era más que una fuga sin rumbo preciso. Durante la primera semana de marcha, las fuerzas del Ejército Rojo caminaban por la noche y dormían durante el día para cruzar las líneas enemigas. Una parte al mando de Chen Yi, unos 15.000 soldados, permaneció en el soviet para desencadenar la guerra de guerrillas en la retaguardia y proteger a unos 10.000 enfermos y heridos que no podían participar en la marcha así como a la población civil. No fue posible en todos los casos. Al entrar en la ciudad, la soldadesca del Kuomintang ejecutó al antiguo Secretario General del Partido Comunista, Qu Qiubai, que estaba enfermo y no pudo seguir al Ejército en su retirada.
Mientras, las cuatro interminables columnas revolucionarias se ponían en movimiento, avanzando muy lentamente lastradas por un pesado equipo militar y por todo lo que pudieron salvar de Jiangxi para instalar una nueva base de operaciones en algún remoto lugar. Cuando el Kuomintang se apercibió de la evacuación, el Ejército Rjo había atravesado ya tres líneas del frente fortificadas. Hasta noviembre, cuando llegaron a la cuarta línea, no se entablaron los verdaderos combates para romper el bloqueo. Al atravesar el río Xiang, un devastador ataque de la artillería y la fuerza aérea del Kuomintang contra las columnas del Ejército Rojo acabó de salida con 45.000 combatientes, casi la mitad de las tropas. Pero la mayor parte de las bajas provino de las deserciones porque las tropas campesinas reclutadas en el soviet se negaron a desplazarse, demostrando otra vez el error militar de Zhu Enlai, Otto Braun y Peng Dehuai de inflar los efectivos desmesuradamente. En el cauce del río Xiang también desapareció la mayor parte del escaso armamento pesado de que disponía el Ejército Rojo.
A pesar de las numerosas bajas y deserciones, la columna siguió avanzando. Tras cruzar el río Xiang entraron en Guizhou y tomaron Liping el 14 de diciembre de 1934. El invierno se había echado encima y tenían por delante un recorrido de 12.000 kilómetros. Comenzaba así la epopeya más grande de la historia militar que iba a poner a prueba la capacidad de dirección de los comunistas chinos.
En la dirección del Partido Comunista no había un acuerdo definitivo sobre cuál era el destino definitivo o qué dirección debían tomar. Sin embargo, los dirigentes del Partido pactaron secretamente que cuando llegaran a Zunyi, en la provincia de Guizhou, harían un alto y se reabastecerían. Antes de llegar a Zunyi, el cruce del río Wu, con un ancho de 300 metros y una velocidad de la aguas de 1'90 metros por segundo, fue una odisea. La toma de Zunyi se encomendó a Lin Biao, quien lo logró con relativa facilidad, vistiendo a sus tropas como las del señor feudal de la localidad.
Al llegar a Zunyi el 15 de enero de 1935 se celebró una reunión ampliada del Buró Político. En la reunión estuvieron presentes los máximos dirigentes del Partido, Otto Braun, su intérprete y un secretario: Den Xiaoping, entonces de 31 años. Mao, que no pertenecía a la dirección, pudo asistir gracias a la invitación de algunos militantes destacados, especialmente Zhou Enlai, que le dieron el carácter de sesión ampliada, así como al carácter improvisado y urgente de la misma, donde los temas militares eran cruciales. La supervivencia del movimiento revolucionario pendía de un hilo. Se había perdido una importante base de apoyo en Jiangxi y, lo que es peor, habían sido eliminadas buena parte de las tropas. Era el momento de asumir las responsabilidades derivadas de las decisiones erróneas y -más importante aún- de decidir qué se iba a hacer en el futuro inmediato, cuál era la línea a seguir.
La reunión de Zunyi fue decisiva en la historia del Partido Comunista de China: cierra toda su etapa inicial y corrige la línea izquierdista de forma definitiva. Los últimos obstáculos a las tesis de Mao se derrumbaron completamente, que pudo imponer su línea político-militar, desbancando al grupo de Wang Ming. El Buró Político apuntó a Otto Braun, al Secretario General Bo Gu (del grupo de los 28 bolcheviques) y a Zhou Enlai como responsables directos. Aunque no se conoce el número de participantes (entre 17 y 40 según las fuentes) ni las actas de las sesiones, parece que Otto Braun se negó en redondo a asumir ningún tipo de responsabilidades, mientras que Zhou Enlai admitió plenamente la suyas, apoyó el cambio en la línea política que Mao proponía y también Bo Gu, el Secretario General, se mostró favorable y dimitió de su cargo. El fracaso había consistido en adoptar una estrategia estática en la defensa del soviet de Jiangxi, confiar en una guerra de posiciones y en la construcción de fortines en lugar de un repliegue rápido de las tropas y en la movilidad de los ataques, estrategia en la cual la superioridad de los comunistas podría haberse concentrado frente a los puntos débiles del Kuomintang. El grupo de tres que encabezaba Wang Ming con Bo Gu y Lo Fu, que había estado dirigiendo la Larga Marcha hasta el momento, fue abolido; no obstante, Lo Fu sustituyó a Bo Gu como Secretario General del Partido Comunista y Mao fue nombrado miembro del Comité Central. Las reuniones de Zunyi acrecentaron enormemente el prestigio de Mao y es precisamente en esta época cuando puede datarse su consolidación al frente de la dirección del Partido Comunista de China.
Después de doce días de descanso, el Partido Comunista descartó la idea de establecerse en Guizhou y se abrió una discusión sobre el camino a tomar a partir de entonces. En el momento de trazar el nuevo rumbo, las comunicaciones se habían restablecido de nuevo y la Internacional Comunista aconsejaba dirigirse a Singkiang, en la frontera con la Unión Soviética. Sin embargo, el camino hacia aquella provincia estaba lleno de pantanos que favorecían las emboscadas del Kuomintang. Por el contrario, Mao pretendía cruzar el río Yangzé rumbo a Shenxi para instalar una nueva base de operaciones en la provincia de Sichuan, donde podrían unirse a las fuerzas de Zhang Guotao.
Las tesis de Mao volvieron a imponerse: irían a Shenxi. Ordenó deshacerse de todo el material que no fuera estrictamente necesario. Pero las tropas del Kuomintang y los militaristas locales impidieron al Ejército Rojo cruzar el río Yangzé. Entonces Mao desconcierta al Kuomintang con sus constantes cambios de rumbo, rodeando durante 15 semanas sin descanso la provincia de Guizhou, bajo un intenso fuego enemigo. Chiang Kaishek dispone entre 500.000 y 750.000 mercenarios pero no es capaz de atrapar a los revolucionarios porque Mao envía unidades dispersas por los cuatro puntos cardinales. En las orillas del Yangzé los nacionalistas esperan y tienden una emboscada al Ejército Rojo que no pueden completar. Los revolucionarios estaban en todas partes y en ninguna.
Finalmente Mao vuelve sobre sus pasos, ataca sorpresivamente Tongzi, toma el paso de Loushan minutos antes de que llegara el enemigo y después cruza otra vez el río Wu haciendo prisionero al general nacionalista Wi Qiwei y a la mitad de sus tropas. Regresa otra vez a Zunyi, que captura tras una breve batalla, luego retrocede hacia el sur, atraviesa Guizhou y entra en Yunan, donde logran cruzar por fin el Yangzé en las proximidades de Lijiang por un afluente. Después se encamina de nuevo hacia el norte, por la frontera del Tibet a razón de 40 kilómetros diarios de marcha.
Se encuentra a orillas del río Tatu, en Anchouchang, donde en 1864 los últimos supervivientes de la rebelión Taiping habían sido masacrados. La travesía empieza con un barco abandonado pero, a razón de 50 hombres por viaje, el cruce hubiera llevado varias semanas, por lo que Mao decide atraversarlo por el puente Luding, a unos 50 kilómetros de distancia. Es una de las más gigantescas hazañas de la Larcha Marcha. Con unos 800 metros de largura, el puente -que aún se conserva- es una construcción del año 1701 formado por 13 cadenas de hierro tendidas en suspensión sobre el cauce del río a una altura de 70 metros. Sobre ellas se tendían planchas de madera pero la guarnición que lo custodiaba las había quitado hasta la mitad del puente e incendiado el resto. Sin embargo, uno a uno, al mando de Lin Biao los combatientes se lanzan al asalto y el 25 de mayo lo logran.
En junio el Ejército Rojo tiene que atravesar la Gran Montaña de Nieve, en la región de Lijiang, a una altitud de 4.500 metros. No se puede detener la marcha ni un instante y, a pesar de ello, muchos de los combatientes mueren por falta de oxígeno. Otros descienden sentados en improvisados trineos y se estrellan, accidentan o pierden. Los veteranos del Ejército Rojo siempre narraron luego esta travesía como la más dura experiencia de la Larga Marcha.
Tras ella, las fuerzas de Mao -unas 8.000- se unen a las de Zhang Guotao -unas 70.000- en Maogong, provincia de Sichuan. En ese momento Zhang Guotao se opuso a que el Ejército Rojo continuara su marcha hacia el norte, a la región fronteriza de Shanxi-Ganzhou-Ningxia, proponiendo la retirada. Su postura fue calificada de derechista y liquidacionista. Bajo su dirección, en unión de Zhu De y Liu Bocheng, el IV Ejército marchó hacia el oeste, a Sikang, cerca de la frontera con Sichuan, una zona poblada por minorías nacionales, donde estableció una base guerrillera. Provocó así una peligrosa escisión aunque el problema se pudo reconducir en un primer momento. Tras los combates de Songban, Zhang Guotao se encaminó hacia el sur con el grueso de sus fuerzas, mientras que con los 8.000 combatientes restantes, en medio de enormes dificultades, Mao atraviesa la meseta cenagosa de Moergai situada a 3.300 metros de altitud, entre los ríos Yang Tse y Amarillo. Las pérdidas son cuantiosas. No había madera para prender fuego y soportar unas temperaturas que apenas subían por encima de la congelación. Muchos de los 15.000 soldados que quedaban fallecieron por malnutrición, por llagas supurantes, por comer hierbas o bayas venenosas o por no tener nada para llevarse a la boca. Las aguas viscosas que se ocultaban bajo la vegetación, engullían a un hombre en menos de un minuto.
Pero, una vez más, el máximo peligro no estaba en la geografía, ni tampoco en el Kuomintang, sino en las propias filas comunistas. Como medida de seguridad, Mao había cambiado las claves y limitado las comunicaciones por radio a las estrictamente indispensables y volvió a reproducirse una discusión con Zhang Guotao por supuestos malos entendidos. El 12 de septiembre el jefe de sus tropas, Ye Jianying, interceptó por accidente un mensaje secreto suyo en el que quedaba claro que éste intentaba deshacerse de Mao. En aquel momento Ye Jianying se mantuvo leal, poniéndolo en conocimiento de la dirección del Partido Comunista y uniendo sus fuerzas a las de Mao. En la reunión ampliada del Buró Político en Ejie, en la frontera de Sichuan y Shaanxi, fuera del radio de acción de Zhang Guotao, se aprobó la fusión, con Peng Dehuai como comandante y Mao como comisario político, al mando de tres columnas. Al mismo tiempo, en el Comité Central del Partido Comunista se instituyó un grupo de asuntos militares compuesto de cinco personas: Mao, Zhou Enlai, Wang Jiaxiang, Peng Dehuai y Lin Biao. Zhang Guotao ordenó al comandante de sus tropas, Xu Xiangqian, atacar al Ejército Rojo, pero éste se negó. Entonces ordenó la detención de Zhu De y de Liu Bocheng.
Finalizada la reunión de Ejie, mientras las fuerzas de Zhang Guotao iban hacia el sur, el Ejército Rojo Central prosiguió marchando hacia el norte. En octubre franquearon los montes Lioupan y se unieron con Zhu De en Huining que había escapado de Zhang Guotao.
En la antigua base de Jiangxi habían quedado aún algunas fuerzas al mando de Chen Yi para proteger a la población local y a los heridos. De todos ellos, en febrero de 1935 aún sobrevivían unos 2.000 combatientes, la mayor parte de ellos enfermos y sin posibilidad ninguna de huida. No obstante, 100.000 mercenarios del Kuomintang les perseguían para asesinarlos. Entonces Chen Yi reunió una asamblea con los habitantes y les dirigió un emocionante llamamiento para que les acogieran en sus casas y les escondieran. Todos los combatientes heridos encontraron refugio entre los campesinos. El resto partieron el 4 de marzo de 1935 y no lograron unirse a Mao hasta 1937. Chiang Kaishek concedió una recompensa de 50.000 yuanes -una suma fabulosa- para quien delatara a los combatientes escondidos pero sólo 80 fueron fusilados el 9 de marzo.
En un año de desplazamiento, el Ejército Rojo sostuvo 200 combates de distinta envergadura, lo que significa casi una batalla diaria. Entre emboscadas, sin dejar de combatir en ningún momento, escalaron 18 cadenas montañosas, algunas de 5.000 metros de altitud, atravesaron pantanos y desiertos y cruzaron 24 ríos. Atravesaron doce de las dieciocho provincias de China, pobladas por 200 millones de habitantes. En muchas localidades encontraron lo que calificaron de comités salvajes del Partido Comunista, organizaciones locales que desconectadas de la dirección y sin conocimiento de ésta, habían continuado con su actividad revolucionaria de manera independiente. El Ejército Rojo fue como una gigantesca caravana publicitaria. Los combatientes dejaban los fusiles y pegaban carteles, organizaban escuelas y teatros ambulantes, conciertos de música y baile, abolían la servidumbre y los impuestos, vaciaban los bancos y las cajas fuertes de los terratenientes, destruían los títulos de propiedad de la tierras, reunían asambleas, formaban soviets y armaban a los campesinos más pobres. Muchas mujeres pudieron entonces abandonar a sus maridos, que las maltrataban, incorporándose a las filas del Ejército Rojo. Al partir, quedaban destacamentos guerrilleros para hostigar a las fuerzas nacionalistas. Unos 5.000 oficiales rojos se quedaron en la retaguardia organizando la guerrilla. La Larga Marcha, dijo Mao, había sido una máquina de sembrar, de propagar y de extender la influencia revolucionaria por los rincones más remotos de China.
Había pasado un año extenuante; en su recorrido otros 30.000 combatientes se sumaron a sus filas y, sin embargo, sólo 7.000 de la columna que había salido de Jiangxi sobrevivieron para llegar, en octubre de 1935, al pueblo de Wayaopao, en la despoblada provincia de Shenxi, al sur de la Gran Muralla. Cualquiera diría que el Ejército Rojo había sido definitivamente aniquilado. Al menos dejaba ser una fuerza de la que los reaccionarios tuvieran que preocuparse en el futuro.
Nada más lejos de la realidad. La Larga Marcha impresionó al mundo entero. Es una de las más grandes gestas de la historia del comunismo, uno de los más grandes acontecimientos de la humanidad, que ha quedado para siempre como una proeza de la inteligencia y la perseverancia humanas, y sobre la que se han escrito bibliotecas enteras.
Tras buscar en la región un lugar defendible donde pudieran establecer su base de operaciones, en el otoño de 1936 los comunistas decidieron instalarse en Yenán, una ciudad mercantil de tamaño medio. Como los campesinos, allí Mao habita en una cueva excavada en las rocas de las colinas que rodean la ciudad. Se trataba de viviendas fáciles de construir y que proporcionaban abrigo contra el frío o el calor extremos que azotaban esta árida región. Tras la Larga Marcha, en Yenán la tregua permitió a Mao dedicarse intensamente a estudiar de manera sistemática. Los visitantes de aquella cueva advirtieron que dedicaba largas horas a leer toda clase de libros, especialmente de economía y filosofía.
En Yenán confluyeron una serie de circunstancias que hicieron posible un relanzamiento del trabajo cultural y teórico del Partido y la creación de la escuela central para la formación de cuadros. Después de finalizar la Larga Marcha, un nutrido grupo de comunistas formados en la Unión Soviética regresó a Yenán y Mao se encontró envuelto de nuevo en una profunda espiral de discusiones y análisis teóricos. Había que hacer balance de las experiencias vividas, la mayor parte de las cuales eran desconocidas para el movimiento comunista internacional.
En el verano de 1937 apareció en Yenán Chen Boda, entonces un joven profesor de la Universidad de Beijing. Era de los que habían estado en la Unión Soviética estudiando marxismo-leninismo en Moscú, donde aprendió además ruso. Al regresar a China en 1931, Chen se convirtió en profesor de historia antigua de China y de filosofía antes de emprender camino a Yenán. Fue nombrado profesor de la escuela central del Partido Comunista en Yenán. La Academia Roja creció hasta contabilizar 5.000 estudiantes alojados en las cavernas de la montaña.
Tras la generalización de la guerra contra los japoneses, el flujo de refugiados que llegaban a Yenán resultó desbordante. No todos eran militantes comunistas y quienes lo eran, carecían de una preparación suficiente. El trabajo ideológico pasó a ocupar un lugar muy destacado a partir de entonces. También desde una gruta emitía Radio Yenán, alimentada por un generador eléctrico movido con pedales.
Al comienzo de la guerra llegó también hasta Yenán un grupo de jóvenes actores, entre ellos Li Yunhe, nacida en Shandong, que entonces tenía 24 años de edad. Más conocida como Lan Ping y luego como Jiang Qing, se incorporó a la Unidad de Filmación de Documentales, donde conoció a Mao, muy interesado por el arte y la literatura como forma de impulsar el trabajo ideológico entre las masas. Además, como ejemplo de mujeres emancipadas, Mao admiraba a las artistas y actrices a quienes, también en China, perseguía su tradicional mala fama. Mao no tardó en instalarse con Jiang Qing en la cueva y, dos años depués de su llegada a Yenán, ambos contrajeron matrimonio, colaborando durante 40 años estrechamente en muchas tareas políticas.
Durante la primavera y el verano de 1937 se compilan algunos de los escritos de Mao con una serie de anexos y notas explicativas, que no siempre son fieles a los textos originales. Obviamente la preocupación de Mao al editar sus escritos no era de tipo histórico, sino político, por lo que no tenían que resultar una mera reproducción. Mao pretendía expresar mejor sus ideas políticas a fin de que tuvieran el máximo efecto en el momento de ser leídas. Por tanto, a la hora de reconstruir la evolución de su pensamiento, no siempre pueden tomarse como fuente historiográfica.
Por aquellas fechas, Mao pronunció varias conferencias breves sobre el materialismo dialéctico a estudiantes de la universidad revolucionaria. De todo este trabajo sus dos obras más importantes son Sobre la práctica y Sobre la contradicción. Estos textos, muy interesantes por su claridad expositiva, son de un extraordinario interés para el movimiento comunista internacional ya que constituyen la refutación del dogmatismo que los 28 bolcheviques trataban de introducir en el Partido Comunista de China a fin de que siguiera una línea que si bien había sido válida en otros tiempos y en otros países, no servía para impulsar la revolución en China. La lucha contra el dogmatismo permitió avanzar a la revolución china, pero, aunque corrigió algunos errores incurrió en otros de signo contrario, que pueden resumirse de la forma siguiente:
— la división del conocimiento en dos etapas, una sensible y otra abstracta (Sobre la práctica, OO.EE., I, pg.320).
— una concepción puramente empírica de la práctica, equivalente a lo que Aristóteles y Locke consideraban como una tabla rasa en donde el conocimiento aparece impreso por la realidad en una mente en blanco
— una sobrevaloración de lo concreto respecto a lo abstracto, de lo particular respecto a lo universal que tiene como propósito rechazar los formulismos generales y las consignas aprendidas
— una infravaloración de las contradicciones externas, que sólo pueden operar a través de las internas, lo que le conduce a promover autodidactismo, al autoaprendizaje, tanto individual como social (cada cual debe aprender por su propia experiencia).
En los cuatro primeros tomos de sus Obras Escogidas, Mao reproduce, en general, correctamente las tesis fudamentales de la dialéctica materialista porque desde el momento de su redacción original tales escritos fueron corregidos y elaborados cuidadosamente a lo largo del tiempo. Sin embargo, en el tomo quinto, recopilado después de su muerte, los errores de Mao aparecen con mucha más claridad, lo mismo que en sus discursos y conversaciones informales posteriores, en los que se expresa con más espontaneidad. Aunque el énfasis que concede a determinadas cuestiones, como la importancia de lo concreto, son correctas, es claro que tanto en la teoría como en la práctica, esos errores resultan evidentes, tanto en él personalmente como en la trayectoria de la revolución china. Así, si bien es cierto que el materialismo histórico preconiza un análisis concreto de cada situación concreta, Marx explicó en profundidad el verdadero significado de lo concreto como unidad de lo diverso, como síntesis de muchas determinaciones, como resultado y no como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida y, por consiguiente, el punto de partida también de la percepción y de la representación. Lo concreto tiene un viaje de ida hacia lo abstracto para volver luego a lo concreto de nuevo como reproducción de lo concreto por la vía del pensamiento, por medio de conceptos (Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía politica, pgs.269-270).
En consecuencia, cualquier análisis concreto habrá de hacerse teniendo en cuenta el carácter universal de los conceptos científicos del marxismo-leninismo, la validez de sus tesis generales. Frente a los dogmáticos, que pretendían repetir al pie de la letra determinadas experiencias concretas, Mao insistió en la importancia de las particularidades de China, en aprender de las experiencias de la propia revolución que estaban impulsando y eso le condujo a invertir los términos, pasando al otro extremo, al empirismo. En numerosos escritos suyos insiste en hacer investigaciones sobre el terreno, en preguntar a las masas sobre sus condiciones de vida y sus opiniones, lo que los revisionistas transformaron luego en su consigna de buscar la verdad en los hechos para prescindir totalmente del marxismo-leninismo. En algunas de sus obras Mao considera que el atraso de China les permitiría partir de cero, como si estuviera escribiendo sobre una hoja de papel en blanco (Sobre diez grandes relaciones, OO.EE., V, pg.332), lo que ya Marx advirtió que no era posible:
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos (El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, OO.EE., I, pg.233).
No existen tablas rasas, ni hojas ni mentes en blanco. Toda experiencia concreta incide sobre un cúmulo de conocimientos, verdaderos o falsos, que ya existen previamente, bien porque cada cual los ha adquirido por sí mismo, bien porque se nos ha transmitido a través de terceros: familia, vecinos, escuela, estado u otros. Lo que Mao apunta no se debe rechazar sino todo lo contrario; se debe rechazar su unilateralidad. Mao quería que los militantes comunistas no se limitaran a leer manuales sino que hicieran investigaciones entre las masas para conocer sus problemas y sus luchas concretas. Es absolutamente justo reconocer que los partidos comunistas deben aprender de las masas, pero es aún más importante defender que la vanguardia tiene también mucho que enseñar a las masas. En la conocida expresión de Mao de que hay que fundir la verdad universal del marxismo-leninismo con la verdad concreta de la revolución china, el primer término es más importante que el segundo. Por otro lado, la práctica en raras ocasiones es espontánea ya que normalmente está planificada y organizada por el acervo previo de teorías ya adquirido y probado, lo que el marxismo-leninismo establece en la idea de que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. La insistencia de Mao en la necesidad de un análisis concreto de la situación concreta llevó al Partido Comunista de China a hablar primero de una vía china para conducir la revolución, luego de un modelo chino de construcción del socialismo y finalmente de un socialismo chino. Un texto de Mao ilustra esto:
La China de hoy proviene de la China del pasado; enfocamos la historia como marxistas, y no debemos amputarla. Debemos sintetizar nuestro pasado, desde Confucio hasta Sun Yat-sen, y tomar posesión de su valioso legado. Esto nos ayudará mucho a guiar el gran movimiento de nuestros días. Como marxistas, los comunistas somos internacionalistas; pero sólo podremos poner en práctica el marxismo integrándolo con las características específicas de nuestro país e imprimiéndole una forma nacional. La gran fuerza del marxismo-leninismo está precisamente en su vinculación con la práctica revolucionaria concreta de cada país (El papel del Partido Comunista en la guerra nacional, OO.EE., II, pg.217).
En otro artículo posterior pone el ejemplo de la alimentación para describir la forma en que China debía asimilar los avances extrajeros; no debían engullirlo todo sin crítica sino masticarlo, descomponerlo y transformarlo para desechar una parte y quedarse con la otra; es errónea la occidentalización integral y la imitación mecánica de lo extranjero, y añade:
De igual modo, al aplicar el marxismo en nuestro país, los comunistas chinos deben integrar plena y adecuadamente la verdad universal del marxismo con la práctica concreta de la revolución china; en otras palabras, el marxismo debe combinarse con las características nacionales y revestir una determinada forma nacional para poder ser útil; en ninguna circunstancia es admisible aplicarlo de manera subjetiva y formulista. Los marxistas formulistas no hacen más que mofarse del marxismo y de la revolución china; para ellos no hay cabida en las filas de ésta. La cultura china debe tener su propia forma, es decir, una forma nacional. Nacional en la forma y de nueva democacia en el contenido, tal es la nueva cultura de hoy (Sobre la nueva democracia, OO.EE., II, pg.396).
Esto no solamente es totalmente justo sino que, además, es la tarea de cualquier partido comunista en su propio país. Pero no siempre es fácil separar el contenido de la forma, desechar una parte sin desecharlo todo, o lo más importante. Precisamente en el marxismo lo más importante es lo universal, lo internacional, lo que concierne por igual a los trabajadores de todo el mundo y, por tanto, es ahí en donde los comunistas debemos insistir. Si partimos de lo nacional y ponemos eso en un primer plano (lo cual es imprescindible en algunas ocasiones) no es difícil salir por el otro extremo y abandonar el comunismo, sus principios universales, en nombre de unas supuestas características exclusivamente chinas, que es lo que harán los revisionistas chinos a partir de 1976. A partir de su empirismo filosófico Mao llega al espontaneísmo político, con campañas tales como que se abran cien flores y compitan cien escuelas en donde nunca aparece el partido comunista como el destacamento de vanguardia de las masas. Son éstas la que aparecen en primer plano dentro de una concepción, también unilateral, de lo que llama línea de masas. Esta concepción es correcta si se interpreta en el sentido de que el partido comunista no es algo separado sino que forma parte integrante de las masas y, más exactamente, forma parte de los elementos más avanzados de las masas, con las que debe mantener siempre un vínculo estrecho porque sin él no es posible que las encabece y cumpla así con su función dirigente. Además, la línea de masas requiere que el partido comunista aprenda de ellas pero como aprende un maestro de su discípulo, no con la mente en blanco. Sin embargo, Mao expone una concepción espontaneísta de la que desaparece el partido comunista como vanguardia dirigente, con su principio de que hay que partir de las masas para volver de nuevo a las masas (Algunas cuestiones sobre los métodos de dirección, OO.EE., 3, pg.119).

La guerra contra el imperialismo japonés

En Wayaopao, en los últimos días de 1935, nada más finalizar la Larga Marcha, Mao convoca al Buró Político, que confirma los acuerdos tomados en enero con tanta precipitación en Zunyi. Además, presenta un informe a los dirigentes del Partido Comunista sobre la nueva situación creada en China como consecuencia de la ocupación japonesa. Los imperialistas japoneses, ansiosos de ampliar sus intereses territoriales y comerciales en China, invadieron Manchuria, luego tomaron Shanghai en 1932 y relanzaron su avance en 1935 con la toma de Tiensín y el cerco a Beijing. El 7 de julio de 1937 comenzó una guerra en gran escala que se prolongó durante ocho años. Los imperialistas llegaron a apoderarse de Beijing, Nanjin y Hangcheu. El gobierno del Kuomintang tuvo que evacuar la capital y trasladarse a Chongqing, en Sichuan. En octubre de 1938 caía Cantón y luego Nanchang.
En aquella crítica situación el Partido Comunista dio un ejemplo del extraordinario grado de madurez política alcanzado. La experiencia de colaboración con el Kuomintang, sangrientamente rota en 1927, había resultado un revés difícil de olvidar en sólo diez años pero había que volver a ella para combatir al imperialismo. A pesar de la fuerte resistencia interna, el Partido Comunista lanzó dos consignas claras: resistencia frente a los ocupantes japoneses y, a tal fin, nueva oferta de unidad de acción con el Kuomintang. De este modo, el Partido confirmó que el frente unido de 1924-1927 no había sido un error y que el objetivo estratégico -alcanzar la revolución democrático burguesa- también seguía siendo el mismo. La declaración del Partido Comunista de 19 de diciembre, proclamó un alto el fuego con los nacionalistas, llamó a convocar una conferencia de paz de todas las fuerzas sociales y ejércitos para lograr la unidad nacional y la resistencia conjunta frente al imperialismo japonés. Pero los escritos de Mao de la época también dejan constancia de que la experiencia no había pasado en vano, que era necesario aprender de las equivocaciones, lograr que el Partido Comunista asumiera la dirección del frente unido y prevenir la traición del Kuomintang:
Rebajar la posición de clase del Partido, desdibujar su fisonomía y sacrificar los intereses de los obreros y campesinos a la necesidades del reformismo burgués, conduce indefectiblemente a la revolución a la derrota. Lo que debemos hacer es aplicar una firme política revolucionaria y luchar por la victoria total de la revolución democrático-burguesa (Tareas del Partido en el periodo de la resistencia al Japón, OO.EE., I, pg.296).
Sobre esta base, la alianza con los nacionalistas, a diferencia de la anterior, resultaba conforme a los principios del marxismo-leninismo: independencia del Partido Comunista respecto al Kuomintang, no obstante la colaboración mutua dentro del frente unido. El contexto es bien diferente porque en 1935 la Internacional Comunista se había planteado la nueva estrategia de frente popular antifascista que concordaba con la necesidades estratégicas de la revolución china. La propia declaración del Partido en Wayaopao comienza a hablar por vez primera de la consigna de República Popular, pero advierte, esta vez con insistencia:
Al movilizar, unir y organizar a la fuerzas de todo el pueblo chino para luchar contra el enemigo común, el Partido debe combatir resueltamente y sin titubeos toda tendencia a la vacilación, conciliación, capitulación o traición que se observe en el seno del frente único antijaponés. Quienquiera que socave el movimiento antijaponés del pueblo chino es un colaboracionista y vendepatria, y todos debemos combatirlo. El Partido Comunista debe conquistar la hegemonía en el frente antijaponés mediante sus firmes y acertadas palabras y actos contra el imperialismo japonés y los colaboracionistas y vendepatrias. Sólo bajo la dirección del Partido Comunista podrá el movimiento antijaponés verse coronado con la victoria completa. En cuanto a las grandes masas populares que participan en la guerra antijaponesa, es necesario satisfacer sus necesidades relacionadas con sus intereses fundamentales (la reivindicación de los campesinos por la tierra y las reivindicaciones de los obreros, los soldados, los pobres de la ciudad y los intelectuales por mejores condiciones de vida). Sólo satisfaciendo estas reivindicaciones, es posible movilizar e incorporar con mayor amplitud a las masas populares a lucha contra el Japón, mantener firme el movimiento antijaponés y conducirlo a la victoria completa. Y sólo así podrá el Partido conquistar la hegemonía en la guerra antijaponesa.
Para lograr la alianza con el Kuomintang, el Partido Comunista modificó poco después la consigna de República Popular por la de República Democrática, lo que significaba descartar momentáneamente el objetivo de la dictadura democrática obrero-campesina y suspender la confiscación de las tierras a los terratenientes (Mao: Tareas urgentes después de establecida la cooperación entre el Kuomintang y el Partido Comunista, OO.EE., II, pg.36). Pero el Partido Comunista no se limitó a convocar al Kuomintang sino que hizo un llamamiento a la movilización popular, a las huelgas, las manifestaciones y la resistencia de las masas. Mao puso el ejemplo de la defensa de Madrid frente a los fascistas en la guerra civil española: había que aprender de la actual experiencia de España en su triunfante defensa de Madrid. No se trataba de una guerra en la que China pudiera vencer empleando únicamente a los ejércitos, aunque combatieran unidos: En una guerra de resistencia sostenida únicamente por el gobierno, sólo es posible ganar alguna que otra batalla, e imposible la victoria definitiva sobre los agresores japoneses. Esta última no puede lograrse sino en una guerra de resistencia general de toda la nación (Por la movilización de todas las fuerzas para la victoria de la guerra de resistencia, OO.EE., II, pgs.18 y 19; también en Tareas urgentes después de establecida la cooperación entre el Kuomintang y el Partido Comunista, OO.EE., II, pg.38). Por tanto, no se trataba de un frente único de dos partidos sino de un frente de las amplias masas populares, una guerra de masas, la llamaba Mao, para lo cual había que movilizarlas y, en consecuencia, emprender profundas reformas democráticas para incorporarlas activamente a la lucha antimperialista: Cambiar la actual situación en que el ejército regular combate solo, por una en que se desarrolle una extensa guerra popular de guerrillas con coordinación con las operaciones del ejército regular (Entrevista con el periodista inglés James Bertram, OO.EE., II, pg.45).
Como consecuencia de este amplio despliegue del movimiento de masas, la correlación de fuerzas entre el Kuomintang y el Partido Comunista comenzó a cambiar de manera definitiva. En un momento en que por todas partes la masas se manifestaban contra la ocupación imperialista, el prestigio del Partido Comunista creció al tiempo que el Kuomintang se hundía en el descrédito. Cuando 45.000 obreros de las fábricas textiles de Shanghai se declararon en huelga en noviembre de 1936, Chiang Kaishek negociaba en secreto la venta del norte de China a los imperialistas japoneses. Bajo el impulso de los comunistas, las masas no se rindieron y los éxitos comenzaron a florecer: la revolucionaria Changsha resistió y tampoco lograron tomar la provincia de Jiangxi. Milenariamente, los chinos son maestros en el manejo de los fuegos artificiales de manera que en su avance los imperialistas japoneses se encontraron a cada paso frente a emboscadas con trampas explosivas, trincheras ocultas en los caminos y toda suerte de sabotajes que obstaculizaban su ocupación y su desplazamiento.
Chiang Kaishek optó por aplastar a las fuerzas revolucionarias antes de dedicar exclusivamente sus tropas a la derrota de los japoneses: Los japoneses sólo son una enfermedad de la piel, los comunistas son una enfermedad del corazón, dijo en una ocasión. Desde el comienzo mismo de la ocupación, el Kuomintang lanzó la orden de no resistir en absoluto a los imperialistas japoneses. En diciembre de 1936 Chiang Kaishek volaba hasta Xian -la capital de la provincia de Shanxi- para coordinar otra campaña de aniquilación del Ejército Rojo en Yenán. Para conseguir su objetivo, necesitaba el apoyo del antiguo caudillo militar de Manchuria, Zhang Xueliang, que se había visto obligado a abandonar su feudo debido a la ocupación japonesa, pero que aún disponía de un ejército considerable de 170.000 soldados, que no querían combatir al Ejército Rojo sino regresar a Manchuria a combatir a los imperialistas. Presionado por sus oficiales, el general Zhang secuestró a Chiang Kaischek para obligarle a concertar un plan estratégico de resistencia unida con los comunistas contra Japón. Este acontecimiento es uno de los más rocambolescos de la historia del siglo XX. Las tropas de Zhang querían fusilar a Chiang Kaishek por traición, pero el Partido Comunista envió a Zhou Enlai para impedirlo. Esta postura demostró, una vez más, la gran madurez política alcanzada por los comunistas chinos. Nadie más que ellos había padecido la traición del dirigente nacionalista, que tenía bien ganado su fusilamiento. Allí estaba encerrado el asesino que había ordenado la espantosa masacre de miles de militantes comunistas en 1927 y en los diez años subsiguientes de guerra civil. Mao mismo había perdido a su mujer y a varios hijos, en tanto que otros desaparecieron para siempre durante la Larga Marcha. Pero el objetivo de los comunistas no es la venganza ni la muerte de nadie sino la revolución. El resentimiento (Chiang Kaishek mantuvo luego preso a Zhang Xueliang en Formosa hasta 1961) y otros mezquinos intereses es lo que mueve a los burgueses, mientras que el objetivo del proletariado, lo que desencadena nuestras acciones, son motivos nobles y superiores. La ejecución de Chiang Kaishek en nada hubiera contribuido al frente antimperialista. Más bien al contrario, eran muchos los que dentro del Kuomintang deseaban su muerte para alzarse con el poder. Sin Chiang Kaishek el Kuomintang corría el riesgo de desintegrarse en luchas intestinas. Zhou Enlai logró su liberación, previo compromiso de crear un frente común contra Japón. Chiang Kaishek se negó a hacer la declaración pública que exigía el Partido Comunista de poner fin a la guerra civil y apoyar un frente nacional, pero dejó entrever que cambiaría de política. Fue liberado en la navidad de 1936, recibida por los chinos como la esperanzadora señal de algún tipo de alianza antimperialista.
El ejército japonés continuó expandiéndose por toda China, lo que ponía en peligro los intereses de las demás potencias imperialistas, especialmente Gran Bretaña. En diciembre de 1937 aviones japoneses bombardearon un cañonero estadounidense que remontaba el Yangzé y destruyeron tres petroleros. Los imperialistas empezaron a presionar al Kuomintang, sugiriéndole la posibilidad de un acuerdo con el Partido Comunista. Pero realmente fue el incidente de Lukouchiao (también conocido como incidente del puente Marco Polo), ocurrido a diez kilómetros al suroeste de Beijing el 7 de julio de 1937. Japón atacó allí a una guarnición china que opuso resistencia, amenazando con apoderarse de toda China, arriesgando los intereses de los grandes terratenientes feudales e imperialistas anglo-norteamericanos. Esto decidió a Chiang Kaishek a ordenar finalmente el 7 de julio de 1937 una resistencia nacional unida frente a Japón a la que se unirían también los comunistas, que dejaban así de ser los bandidos rojos. Terminaba la segunda guerra civil y se reanudaba la coalición con el Kuomintang para la resistencia conjunta contra el imperialismo japonés que, poco después, el 13 de agosto, lanzaba una furiosa ofensiva contra Shanghai. El 23 de agosto Chiang Kaishek firmaba un tratado con la Unión Soviética.
La contienda entre el ejército japonés y las fuerzas militares regulares de los nacionalistas del Kuomintang se desarrolló en las planicies del norte de China, en Shanghai y a lo largo del río Yangzé. En los 15 primeros meses de guerra los nacionalistas perdieron las ciudades más importantes y sufrieron cuantiosas bajas, en los largos combates alrededor de Shanghai. Especialmente al evacuar la capital, el mito del poder del Kuomintang se derrumbó y lo que quedó de las fuerzas nacionalistas perdieron toda la costa, replegándose hacia el interior remontando el Yangzé hasta Chongqing.
Según cuenta en sus memorias el general estadounidense Joseph Stilwell, adjunto de Chiang Kaishek en Chongqing, el Kuomintang dejó de combatir. Stilwell afirma que enfrentarse a Japón le hubiera supuesto mantener un vínculo mucho más estrecho con los comunistas, que Chiang rechazaba de plano, prefiriendo inmovilizar a una parte importante de sus fuerzas, 150.000 soldados, en tareas de bloqueo contra las zonas ocupadas por los revolucionarios. Prefirió esperar que las potencias occidentales desalojaran a Japón de China, e incluso no dejó escapar la posibilidad de atacar al Ejército Rojo en varias ocasiones.
Los combates que tuvieron lugar en el centro de China contra los imperialistas fueron protagonizados por las fuerzas guerrilleras que habían permanecido en la retaguardia durante la Larga Marcha o por lo que quedaba de los diversos soviets que habían coexistido con el de Jiangxi. En las principales ciudades (incluida Shanghai) el Partido Comunista libraba una lucha clandestina contra los japoneses. En el norte, tras la retirada de los nacionalistas, el mayor peso del combate lo soportó una región al este de la base de operaciones de Mao en Yenán, una zona extensa e irregular dominada por un soviet que cubría parte de las provincias de Shenxi, Chahar y Hebei. Dicha base estaba al alcance de los oficiales japoneses y los combates eran de una tremenda crueldad, sin que ninguno de los bandos diera cuartel. Tanto en el norte como en el centro de China (como ocurrió anteriormente en Manchuria) los japoneses establecieron regímenes marioneta, bajo control nominal de los chinos, en los que la población local era controlada por colaboracionistas y por la policía, cuya principal preocupación era la persecución de los comunistas y el cobro de impuestos. Cientos de miles de chinos eligieron dirigirse al norte considerando que su esfuerzo sería de utilidad en Yenán y viendo en el Partido Comunista la dirección que aseguraba la resistencia de China frente a Japón de forma más efectiva que Chiang Kaishek. La guerra antijaponesa estaba demostrando a las masas de China que la liberación nacional no iba a depender de los nacionalistas sino de los comunistas. La población de la zona liberada por el Ejército Rojo se multiplicó con la numerosa emigración. La propia Yenán multiplicó su población pero los continuos bombardeos japoneses arrasaron completamente la ciudad. Los hospitales, las escuelas, las oficinas, las viviendas: todo tuvo que refugiarse durante años en cuevas, grutas y cavernas excavadas en las montañas próximas. La leyenda de una ciudad asolada cuyos habitantes, sepultados entre rocas, resistían desde las entrañas mismas de la tierra se expandió por todo el mundo. Los imperialistas bombardeaban salvajemente pero eran incapaces de desalojar a un Ejército Rojo invencible cualquiera que fuese el campo de batalla.
Dirigido por el Partido Comunista, el Ejército Rojo con un equipamiento militar atrasado pero con un ánimo indomable de resistencia, abrió frentes en la retaguardia y, en condiciones muy duras, lucharon contra el grueso de las tropas invasoras, liberaron algunas regiones del norte en las que redujeron las rentas que debían abonar los campesinos por las tierras así como los impuestos, al tiempo que establecieron gobiernos locales representativos. Los campesinos del norte de China, impulsados por esas medidas y al mismo tiempo por el brutal trato de los imperialistas, se alistaron en gran número en el Ejército Rojo. Eso desempeñó un papel decisivo de la victoria de la guerra antijaponesa.
El éxito de la resistencia comunista frente a los japoneses contrastó con la retirada de los nacionalistas al suroeste de China. Los revolucionarios extendieron sus desperdigadas bases de operaciones en el norte, aceleraron la distribución de tierras y las movilizaciones de las masas, reforzaron la organización del Partido en las provincias norteñas de Shandong y Hebei y prepararon movimientos clandestinas en las ciudades más importantes. Cuando los nacionalistas reaccionaron, planearon un lento avance militar hacia la costa este rodeando Cantón, abriéndose camino con sus mejores divisiones, seguido de un movimiento hacia el norte hasta Shanghai y Nanjing, casi paralelo a los avances de la Expedición al Norte en 1926.
La guerra antijaponesa cambió la correlación de fuerzas entre nacionalistas y comunistas. En los ocho primeros meses de 1944 el ejército nacionalista perdió medio millón de efectivos y seis provincias con una población de más de 60 millones de habitantes. Mientras, extendiendo su base de apoyo, el Ejército Rojo liberó unos 40.000 kilómetros cuadrados de los japoneses con una población de casi 100 millones de habitantes. El número de militantes del Partido Comunista, que en 1937 era de 40.000 pasó a 800.000 a finales de 1941. Al año siguiente fue severamente depurado para asegurar su fortaleza y su vinculación con las masas dentro de la campaña de rectificación ideológica abierta por el discurso de Mao titulado Por un estilo de trabajo correcto dentro del Partido. En 1945, durante el VII Congreso, el número había subido a 1.210.000 militantes. Hacia 1944 el Ejército Rojo adquirió un potencial humano impresionante: más de tres millones de combatientes engrosaban sus filas, a los que había que añadir otros dos millones y medio de milicianos y guerrilleros. Al frente de este Estado, uno de los mayores del mundo, Mao Zedong recibía a los embajadores y concedía entrevistas desde su cueva. Ése era su único protocolo; no había recepciones, ni banquetes, ni ceremonias, ni etiqueta. Para todos los visitantes la única comida era siempre la misma: arroz con verduras hervidas. Mao no admitía tirar a la basura ningún resto de comida. Si sobraba un poco se guardaba para calentarlo y comerlo al día siguiente.

La tercera guerra civil

Incluso antes de su victoria contra el fascismo en Europa occidental en la II Guerra Mundial, la Unión Soviética se había convertido en un protagonista fundamental de la política internacional también en Asia oriental. En la Conferencia de Yalta se iba a tratar del problema de China y por ello, a principios de febrero de 1945, Stalin anunció a Mao su celebración. En Yalta Stalin obtuvo de Roosevelt la promesa de que se devolverían a la Unión Soviética los derechos perdidos ante Japón durante la guerra de 1905, incluyendo los que tenía en Manchuria. A cambio, Stalin se sumaba a la guerra en Asia transcurridos entre dos y tres meses de la derrota de Alemania. Como parte de los compromisos, Stalin prometió a Roosevelt que no apoyaría al Partido Comunista de China en su conflicto con el Kuomintang. El Partido Comunista de China comprendió que la Unión Soviética iba a jugar un papel determinante en el futuro de su país. Además, tanto en cuestiones logísticas como operativas, Estados Unidos aún necesitaba su ayuda para llevar adelante la contraofensiva sobre Japón desde China septentrional. Parecía obvio pensar que, bajo estas circunstancias, tanto Estados Unidos como Chiang Kaishek tratarían de alcanzar un compromiso con ellos. En consecuencia, los comunistas percibieron que podían desafiar la política estadounidense favorable al Kuomintang.
Se prepararon para el enfrentamiento con el Kuomintang, dando por supuesto que la entrada de la Unión Soviética en la guerra contra Japón mejoraría su posición en China. Calcularon que tendrían un año para realizar los preparativos para la guerra civil que se produciría tras la derrota de Japón. En un telegrama fechado el 18 de abril de 1945, dos semanas después de que Moscú anunciase la ruptura del Tratado con Japón, Mao decía que la situación internacional en Extremo Oriente estaba experimentando cambios fundamentales y que debían cooperar con las operaciones militares del Ejército soviético.
Entre el 23 de abril y el 11 de junio de 1945, el Partido Comunista celebró su VII Congreso en Yenán. En su informe, titulado Sobre el gobierno de coalición, Mao argumentó que la entrada de la Unión Soviética en la guerra contra Japón traería la solución final y completa del problema del Pacífico. Haciendo una revisión del desarrollo de la influencia política y de la potencia militar del Partido Comunista durante los años de la guerra antimperialista, Mao anunció que el Partido Comunista se había convertido en el eje de la causa de la liberación del pueblo chino. Advirtió a los gobiernos británico y estadounidense de que no llevasen adelante una política que quebrantase la voluntad del pueblo chino. En sus observaciones finales, Mao subrayó que habría de llegar ayuda internacional (soviética) para la revolución china. Como tarea inmediata, Mao proponía la formación de un gobierno de coalición:
Sin duda alguna en China se necesita un gobierno provisional democrático de coalición que agrupe a los representantes de todos los partidos y grupos políticos así como a personalidades sin partido, para realizar las reformas democráticas, superar la actual crisis, movilizar y unificar a todas las fuerzas antijaponesas del país y, luchando en eficaz coordinación con los países aliados, derrotar a los agresores de modo que el pueblo chino se libere de sus garras (Sobre el gobierno de coalición, OO.EE., III, pg.207).
Casi al mismo tiempo, el Kuomintang convocó su VI Congreso durante los días 5 a 21 de mayo en Chongqing, donde Chiang Kaishek afirmó que Japón era su enemigo en el exterior y el Partido Comunista de China su enemigo interno y que hoy nuestro problema principal estriba en cómo destruir al Partido Comunista de China e impedir la formación de un gobierno de coalición entre ambas organizaciones. Mao no pero Stalin sí, pareció ser la divisa de Chiang Kaishek, que hizo grandes esfuerzos para alcanzar un acuerdo con Moscú. Firmó finalmente el Tratado Chino-Soviético de Amistad y Ayuda Mutua, cuyos ejes seguían las líneas maestras de Yalta: los soviéticos reconocían la plena legalidad del gobierno del Kuomintang a cambio de varias concesiones, entre ellas el reconocimiento de la independencia de Mongolia Exterior y de los derechos soviéticos en Manchuria (ocupación militar soviética de Lüshun o Port Arthur y del ferrocarril de Chiangchun). Pero había más cambios. Los días 6 y 9 de agosto Estados Unidos arrojó dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, el 8 de agosto el Ejército soviético se sumó a la guerra en el este y el 10 de agosto Japón se rindió. Inmediatamente Mao ordenó al Ejército Rojo que cooperara con el Ejército soviético y que ocupase las ciudades importantes y los nudos de transportes en China central y septentrional, y, particularmente, en el noreste. Chiang Kaishek ordenó a las fuerzas del Partido Comunista de China que no aceptasen la rendición de las tropas japonesas, lo que el Partido Comunista rechazó de plano. La situación internacional creada por la intervención soviética en la guerra del este y el apoyo del Ejército soviético eran dos condiciones decisivas para que el Partido Comunista ganase definitivamente la guerra al Kuomintang. Pero el compromiso entre Chiang Kaishek y Stalin obligó a modificar ligeramente la estratégia del Partido Comunista. Mao pensaba que aunque el Ejército soviético no podía prestar un apoyo directo al Partido Comunista de China, tal vez podría, al menos, cooperar indirectamente. Además, la intervención soviética en la guerra frenaría al imperialismo estadounidense en China, impidiéndole intervenir militarmente.
Manchuria era la clave para la victoria final y el Partido Comunista decidió liberar aquella inmensa región, contando con el apoyo de las fuerzas soviéticas. Si la Expedición al Norte había recorrido el eje norte-sur, la liberación definitiva llevaba el camino inverso. En Machuria tanto los nacionalistas como los comunistas mantenían una presencia militar y política muy débil o inexistente. El Kuomintang, que había demostrado no estar preparado para el avance japonés, demostró que tampoco lo estaba para su repliegue. El Ejército Rojo podía mover sus tropas hacia Manchuria con mucha más rapidez que los nacionalistas. Pero al Kuomintang Manchuria le sorprendió muy lejos. Debido a que la mayor parte de sus tropas se encontraban aún en la lejana gran retaguardia, necesitaba ganar tiempo para realizar su propia larga marcha. El 14 de agosto, el mismo día en que se firmaba el tratado chino-soviético, Chiang Kaishek telegrafió a Mao para negociar la paz en Chongqing. También Stalin le envió sendos telegramas el 20 y 22 de agosto diciéndole que, tras la rendición de Japón, el Partido Comunista debía negociar la paz con el Kuomintang: Si estallara una guerra civil -decía Stalin- la nación china se enfrentaría a su autodestrucción. Stalin era reacio a comprometer a la Unión Soviética en una guerra civil en China, arriesgándose a un conflicto directo con Estados Unidos, que por entonces planeaba operaciones de desembarco en gran escala en la China septentrional.
Estados Unidos también apoyó activamente las negociaciones de paz. Durante la guerra ya habían enviado toda clase de delegaciones a Chongqing para que los nacionalistas se unieran a la resistencia comunista. Incluso el vicepresidente Wallace viajó hasta el feudo del Kuomintang para presionarles. En setiembre de 1944 Roosvelt envió hasta allá a Patrick J.Hurley como representante personal suyo, quien voló haciendo escala previa en Moscú.
El Partido Comunista tuvo que reajustar su estrategia respecto del Kuomintang. El 23 de agosto, el Buró Político se reunió para debatir la respuesta a los telegramas de Chiang Kaishek y Stalin. En la reunión Mao pronunció un largo discurso en el que informó de que la Unión Soviética había firmado un tratado con el Kuomintang que permitía a los nacionalistas apoderarse de Manchuria: Obligada por la necesidad de mantener la paz internacional, así como por el tratado chino-soviético -dijo Mao- la Unión Soviética no se encuentra en una situación que le permita actuar libremente en nuestro apoyo [...] porque si la Unión Soviética, nos ayudara, Estados Unidos respaldaría sin duda a Chiang Kaishek, y, en consecuencia, la causa de la paz internacional se resentiría y se produciría una guerra mundial. El Partido Comunista debía modificar su estrategia de acuerdo con esta situación y reconocer que Chiang Kaishek tiene el legítimo derecho de aceptar la rendición de Japón y de ocupar las grandes ciudades. El Partido Comunista, sugirió Mao, debía adoptar las ideas de paz, democracia y unidad como consignas centrales. Había que aceptar la invitación que había cursado Chiang Kaishek para negociar la paz. La mayoría de los participantes en la reunión se mostró de acuerdo y el 26 de agosto, el Buró Político autorizó formalmente a Mao para que se reuniese con Chiang Kaishek en Chongqing. En una circular interna, el Comité Central dejó claro que la razón principal de que Mao se reuniera con Chiang Kaishek era que ni la Unión Soviética ni Estados Unidos ven con buenos ojos una guerra civil en China, y que, por lo tanto, el partido ha de hacer concesiones importantes con el fin de propiciar un nuevo escenario de democracia y paz en China.
Nombrado embajador en Beijing, el 28 de agosto Hurley viajó a Yenán en avión para trasladar a Mao, Zhou Enlai y Wang Ruofei hasta Chongqing y promover la negociación entre ambas fuerzas. La entrevista se prolongó durante 40 días, durante los cuales no faltó un atentado contra Mao, a quien colocaron un explosivo en su vehículo. La cuestión central de las discusiones consistía en permitir al Partido Comunista conservar un ejército independiente. Mientras Chiang Kaishek insistía en que el Partido Comunista de China debía poner sus fuerzas militares bajo mando del gobierno, Mao sólo deseaba reducir el tamaño de sus tropas, con la condición de que el Kuomintang también redujera las suyas. Tampoco lograron ponerse de acuerdo respecto al modo en que se habría de democratizar el gobierno. El 10 de octubre, Chiang y Mao publicaron un comunicado lleno de buenas palabras acerca de la paz y la democracia. En él afirmaban que habían llegado al compromiso de convocar una conferencia política consultiva como primer paso hacia el entendimiento mutuo sobre el futuro de China.
La falta de resultados concretos en las negociaciones de Chongqing en modo alguno resultó sorprendente, dado que ni el Kuomintang ni el Partido Comunista tenían la menor confianza en poder alcanzar un compromiso. La única razón por la que tanto uno como otro habían entablado negociaciones era la de cumplir con Estados Unidos y la Unión Soviética. Mientras Chiang Kaishek y Mao se reunían en Chongqing, los choques militares entre las tropas nacionalistas y comunistas subían de tono en Manchuria. Sometido a una gran presión por el Kuomintang, el Partido Comunista decidió devolver golpe por golpe. Pero los imperialistas organizaron uno de los mayores puentes aéreos de la historia militar para transportar 400.000 mercenarios nacionalistas desde la gran retaguardia a China septentrional. Además, dos divisiones de los marines, con un total de 53.000 hombres, se desplegaron en la costa del norte de China a finales de septiembre de 1945. A ello hay que sumar las tropas japonesas que en muchos puntos permanecieron armadas y en posición de prevenir que otras zonas fueran tomadas por los comunistas. Los refuerzos entraron inmediatamente en combate con el Ejército Rojo en las provincias de Shandong, Shanxi, Hebei y Suiyuan. Mejor equipadas y más numerosas, las fuerzas del Kuomintang salieron victoriosas de los primeros combates.
Sin embargo, sutilmente, la situación volvió a dar otro giro, favorable a las fuerzas revolucionarias. Las causas de ese imperceptible giro en la situación están en la propia evolución de la guerra fría, en el incremento de la tensión internacional. La cooperación militar entre el Kuomintang y Estados Unidos en Manchuria fue una señal de alarma para Moscú y generó nuevos conflictos entre Estados Unidos y la Unión Soviética en Asia oriental. Casi al mismo tiempo que se acrecentaba el conflicto entre el Partido Comunista y el Kuomintang por el control de Manchuria, los ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China se reunían en Londres para discutir sobre el Extremo Oriente, en especial la cuestión del control militar de Japón. Cuando Estados Unidos dejó claro que, violando los acuerdos de Yalta, ejercerían un control exclusivo -y por tanto excluyente- en Japón, los soviéticos decidieron inmediatamente modificar su política respecto de Estados Unidos en el este de Asia y respecto del Kuomintang en China. Los soviéticos estaban incluso dispuestos a romper las obligaciones contraídas por el tratado chino-soviético.
Desde agosto y principios de septiembre, los dirigentes del Partido Comunista recibieron varios informes de los comandantes del Ejército Rojo en Manchuria en los que se señalaba que el ejército soviético estaba dispuesto a aceptar una cierta cooperación con ellos. La dirección del Partido percibió también que Moscú criticaba a las fuerzas reaccionarias chinas por su intento de arrastrar a China hacia el pasado. Se dieron cuenta de que disponían de algún margen de maniobra para actuar en el noreste. El 29 de agosto, en una circular interna, el Comité Central del Partido Comunista afirmaba que, pese a que el Ejército soviético, constreñido por el tratado chino-soviético, no podía apoyar directamente al Partido Comunista en el noreste, no era menos cierto que la Unión Soviética respaldaba la causa de la democracia progresista. Mientras las acciones del Partido Comunista no obligaran a los soviéticos a violar sus compromisos, permitirían que el Partido Comunista expandiese su influencia en Manchuria. El 14 de septiembre llegó a Yenán el teniente coronel Belunosov, representante del mariscal Rodion Malinovski, comandante de las fuerzas soviéticas en el Extremo Oriente. Las reuniones que mantuvo con los máximos dirigentes del Partido Comunista de China dieron como resultado una serie de acuerdos: mientras las fuerzas del Partido Comunista en el noreste no penetrasen en las grandes ciudades, los soviéticos les permitirían ocupar el campo y algunas ciudades de pequeño y mediano tamaño. Cuando las tropas soviéticas se hubieran retirado del noreste, no entregarían automáticamente las zonas bajo su control al Kuomintang, sino que dejarían que los chinos resolviesen por sí mismos la cuestión. Eso era más que suficiente. El 19 de septiembre el Partido Comunista tomó la decisión de mantener una postura defensiva en el sur, librando al mismo tiempo una ofensiva en el norte.
Desde principios de octubre, su actitud hacia la cuestión de Manchuria se orientó claramente a favor del Partido Comunista, incrementando el apoyo que le prestaban. El 4 de octubre, los soviéticos aconsejaron a la Sección Noreste del Partido Comunista que debía desplazar 300.000 combatientes a Manchuria en el plazo de un mes, añadiendo que ellos les proporcionarían una gran cantidad de armas. Durante las siguientes semanas, gran número de tropas del Ejército Rojo penetraron en Manchuria. Paralelamente el Ejército soviético empezó a obstaculizar el movimiento de tropas del Kuomintang en la región, afirmando que mientras no se encontrara una solución general para la cuestión del noreste no permitirían que las tropas del Kuomintang penetrasen en las zonas que ellos ocupaban. Se produjo una grave crisis entre la Unión Soviética y el Kuomintang.
El 19 de octubre el Partido Comunista decidió lanzarse al control de todo el noreste.
El 3 de noviembre, las fuerzas del Kuomintang comenzaron a atacar el paso de Shanhaiguan, un importante nudo de comunicaciones entre China septentrional y el noreste que controlaba el Ejército Rojo y los buques de la Armada estadounidense aparecieron por las costas de Port Arthur, un enclave controlado por los soviéticos, gesto que éstos interpretaron como una clara amenaza militar. El peligro de una guerra civil en toda la nación china, junto con el de una confrontación militar soviético-estadounidense, creció de manera espectacular.
En esas circunstancias, los soviéticos consideraron que, para evitar una confrontación directa con el Kuomintang, así como el choque con Estados Unidos, estaban obligados a hacer concesiones. El 20 de noviembre el mando militar soviético del noreste exigió que el Ejército Rojo se retirase de las zonas situadas a lo largo del ferrocarril de Chiangchun. El Partido Comunista de China se mostró de acuerdo. Sin embargo, el mando soviético seguía permitiendo que las fuerzas revolucionarias controlasen zonas situadas a 20 kilómetros del ferrocarril de Chiangchun, y suministrando equipamiento militar y municiones al Ejército Rojo. Con el nuevo cambio de actitud soviético, el Partido Comunista se dio cuenta de que el objetivo de controlar la totalidad de la región del noreste era excesivamente ambicioso. A finales de noviembre de 1945, volvió a reajustar una vez más su estrategia, emprendiendo una política centrada en la ocupación del campo y de las ciudades de pequeño y mediano tamaño.
El 15 de diciembre Truman anunció que Estados Unidos seguiría apoyando al gobierno del Kuomintang pero que no utilizaría la fuerza militar para intervenir en los asuntos internos chinos. También trató de utilizar de nuevo la diplomacia para evitar la bancarrota del Kuomintang. Esta vez Truman decidió enviar a China al general George Marshall con el fin de que mediase en el conflicto.
Marshall se presentó en Chongqing en enero de 1946. Desde un principio la misión Marshall era imposible porque ni el Partido Comunista ni el Kuomintang podían ponerse de acuerdo. Además las perspectivas de éxito de Marshall se vieron aún más debilitadas por la intensificación de la gurra fría en el mundo, en general, y en el este de Asia en particular.
El Kuomintang no estaba dispuesto a llegar a un compromiso con los comunistas, a quienes había traicionado hacía 20 años y de quienes buscaba su exterminio. Chiang estaba decidido a seguir una política de fuerza porque confiaba en su superioridad militar. Utilizó la mediación de Marshall como una oportunidad para desplegar sus fuerzas militares con vistas a la guerra contra el Ejército Rojo. Por su parte, los comunistas habían creado una poderosa fuerza militar durante la guerra contra Japón. Su influencia política había crecido enormemente durante y después de la guerra. Comparado con el Kuomintang, el Partido Comunista de China aparecía lleno de vitalidad y, por consiguiente, se negaba a renunciar a sus ventajas, duramente ganadas, en especial al control sobre sus fuerzas militares, en nombre de las dudosas perspectivas de una posición reconocida en el gobierno del Kuomintang.
Sin embargo, Marshall logró un alto el fuego el 10 de enero de 1946 que permitió celebrar la primera conferencia consultiva en Chongqing para debatir sobre un posible gobierno de coalición en China.
A principios de marzo de 1946, la Unión Soviética anunció súbitamente que sus fuerzas se retiraban de Manchuria. Los comandantes soviéticos del noreste sugirieron que el Partido Comunista de China enviase sus tropas a la zona con el fin de controlar todas las ciudades de tamaño mediano y grande, así como las líneas importantes de transporte entre Harbin y Shenyang. Los soviéticos estaban ahora decididos a entregar al Partido Comunista de China las zonas de Manchuria que se encontraban bajo su control. El Partido Comunista de China decidió ocupar las zonas al norte de Shenyang rápidamente. El 24 de marzo el Comité Central del Partido Comunista resumió la nueva estrategia en un telegrama dirigido a la Sección Noreste: La política de nuestro partido consiste en emplearnos a fondo para obtener el control de Chiangchung y Harbin, además del de todo el ferrocarril de Chiangchung. Debemos evitar a cualquier precio que las tropas de Chiang avancen hasta allí.
Chiang Kaishek comprendió que si las fuerzas revolucionarias controlaban las zonas situadas al norte de Shenyang, el Partido Comunista ocuparía una situación extremadamente favorable en la inminente guerra civil. Ordenó a sus tropas que iniciasen una ofensiva a gran escala encaminada a lograr la ocupación de Chiangchung. A principios de abril, comenzó una feroz batalla en Siping, una pequeña ciudad de importancia estratégica en la Manchuria meridional. Esta batalla se convirtió en el preludio de una guerra civil total. En junio se firmó un segundo alto el fuego que sólo duró un mes. Como en la quinta campaña de cerco y aniquilamiento, Chiang Kaishek continuaba bloqueando las zonas ocupadas por el Ejército Rojo. Cuando en agosto Marshall abandonó finalmente China tras comprobar la imposibilidad de llegar a un acuerdo, las tropas nacionalistas lanzaron un ataque en toda la línea del frente contra las regiones ocupadas por los rojos que desencadenó otra guerra civil, la tercera.
Chiang Kaishek obtuvo un éxito gigantesco al tomar Yenán y vaciar las grutas en las que hasta entonces se habían escondido los revolucionarios. Parecía repetirse la Larga Marcha, pero para entonces Yenán había perdido todo valor estratégico ante la amplitud de las regiones liberadas. Mao cambió la cueva de Yenán por otra en Wangchiawan pero las fuerzas revolucionarias ya no estaban a la defensiva y no se veían forzadas a huir ante el enemigo.
El 25 de diciembre de 1947 el Ejército Rojo cambió su nombre por el de Ejército de Liberación Popular y pasó a la ofensiva estratégica, al asalto de las grandes ciudades. A pesar de los dólares estadounidenses y de los suministros de armamento, las derrotas de los nacionalistas se sucedieron una tras otra. El 4 de abril, en la batalla de Panung, el Ejército de Liberación Popular aniquiló una división del Kuomintang; en la decisiva batalla de Shachiatien, Mao dirigió victoriosamente los combates a través de un radioteléfono. En el segundo semestre de 1948, el Kuomintang había perdido 25 divisiones equipadas con el material más sofisticado y otras 30 divisiones más. A su bancarrota militar se le unía la corrupción y el descrédito político. Los generales nacionalistas dedicaban más atención al mercado negro que a los combates. En 1948 en la zonas controladas por el Kuomintang los precios se multiplicaron por tres millones.
Desmoralizado, Chiang Kaishek dimitió y el vicepresidente intentó negociar infructuosamente a última hora. Nanjin cayó en abril. Después de la victoria en las batallas de Liaoshen, Huaihai y Beiping-Tianjín los últimos bastiones del gobierno nacionalista se hundieron. Las tropas nacionalistas comenzaron a rendirse sin combatir en Tiensín y Beijing en enero de 1949. En la capital, el Ejército Rojo sólo bombardeó la sede de la policía secreta del Kuomintang sin causar ninguna víctima civil. Un testigo relató así la entrada de los revolucionarios en Beijing:
Las largas columnas [...] se tomaron todo el día para entrar a través de la puerta del sur [...] después -deliberadamente- a través del viejo barrio diplomático para humillar los últimos restos del orgullo de los extranjeros [...] Los soldados, veteranos que todos los que les vieron reconocieron al momento como verdaderos soldados y no como bandidos de uniforme como los que durante tanto tiempo habían deshonrado el nombre de China, mudos por una firme y estricta disciplina. Sus armas estaban en perfecto estado de funcionamiento, limpias, en igual proporción de origen americano y japonés. Para sorpresa y decepción de ciertos observadores, que tenían ideas fijas respecto a los comunistas, no se vio ni a rusos ni armas rusas (C.P.Fitzgerald: Revolution in China, Londres, 1952, pgs.114-115)
Aquellos obreros y campesinos, hombres y mujeres, forjados en múltiples combates, curtidos en las frías noches de las grutas de Yenán, eran la prueba viviente de que no había forma de derrotar a los oprimidos cuando éstos se levantan bajo la dirección de un Partido Comunista.

China se pone en pie

El pueblo chino, el más numeroso del mundo, había conquistado la victoria. El poder pasaba a manos de los obreros y los campesinos pobres. Del 21 al 30 de septiembre de 1949 se celebró la Sesión Plenaria de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. En ella participaron representantes de los diversos partidos, grupos y círculos sociales y demócratas sin filiación partidaria. De los 142 delegados sólo había 16 comunistas. En esa ocasión se elaboró el Programa Común que desempeñó la función de Constitución provisional, nació el Consejo Gubernamental Central de la República Popular, con Mao Zedong como Presidente. Zhou Enlai fue nombrado Primer Ministro y ministro de Relaciones Exteriores. El 1 de octubre de 1949 se reunieron 300.000 vecinos de Beijing en la plaza Tienanmen para celebrar la histórica victoria. Mao Zedong declaró con solemnidad desde la Puerta de la Paz Celestial la fundación de la nueva República: ¡Se ha establecido la República Popular China! ¡Se ha puesto en pie el pueblo chino! El sentimiento generalizado fue de euforia. Las tropas revolucionarias estaban bien adiestradas y eran disciplinadas, en contraste con los desbarajustes causados por los señores de la guerra y los nacionalistas. Liberaron a las mujeres del régimen de sometimiento a la permanente tutela familiar. Al mismo tiempo, las primeras medidas económicas fueron efectivas, ya que lograron detener la inflación galopante, mientras se abolieron los privilegios de los imperialistas extranjeros.
En 1951 se llevó a cabo la primera depuración administrativa. Su objetivo era eliminar del Estado a los contrarrevolucionarios que habían integrado, años atrás, las filas del ejército nacionalista. A continuación se inició la campaña denominada de Los tres anti: en contra de la corrupción, de la burocracia y del derroche. Esta campaña estaba dirigida a depurar la administración pública para sustituir a los viejos funcionarios venales por trabajadores y campesinos pobres. Poco después se inició otra campaña de Los cinco anti: contra el soborno, la evasión de impuestos, el fraude, el robo de propiedad estatal y la obtención de información privilegiada. La corrupción fue severamente castigada. De esta forma la influencia de los terratenientes y la buguesía fue eliminada del poder público.
En 1954 se aprobó una nueva Constitución, inspirada en la Constitución soviética de 1936. Su objetivo era reforzar los mecanismos institucionales del nuevo gobierno, convirtiendo a la administración pública en el brazo ejecutivo del proletariado y los campesinos.
Uno de los primeros actos de Mao como presidente de la República Popular fue viajar el 16 de diciembre de 1949 a Moscú al frente de una delegación gubernamental. El 14 de febrero se firmó un Tratado de Amistad, Alianza y Ayuda Mutua entre ambos países.
A la vez que culminaban las reformas democráticas, los primeros años de la República Popular (1949-1952) fueron de restablecimiento de una economía devastada y de recuperación de los niveles de producción de preguerra, lo que se logró en un tiempo récord. Mao dijo que en 1949 una fase de la revolución china, la revolución democrático-burguesa, se había acabado: En China terminamos las tareas de la revolución democrática durante la guerra de Liberación. La fundación en 1949 de la República popular de China señaló que, en lo esencial, la revolución democrática había llegado a su fin y se inició la constucción del socialismo. Después se necesitaron tres años para realizar la reforma agraria (La construcción del socialismo, pg.71). En la práctica, sin embargo, el Partido Comunista siguió una política de democracia popular o de nueva democracia, como decía Mao. Los cambios, especialmente en el campo, se realizaron de una manera gradual, sin movimientos bruscos, evitando las nacionalizaciones generalizadas y contentándose con controlar los sectores clave de la economía: banca, comercio, acero y ferrocarriles. Se continuó la alianza con la burguesía nacional, a la que Mao habló de asimilar progresivamente al socialismo. El gobierno no sólo le garantizó unas rentas elevadas e incluso el pago de intereses por sus propiedades, sino que una gran parte de estas empresas privadas producían bajo control del Estado: en 1952, el 22 por ciento de la industria trabajaba en estas condiciones.
En esta etapa se continuó con la reforma agraria que se había comenzado a implantar a principios de la década de los treinta en los territorios liberados. En el período 1930-1934 se llegaron a redistribuir en Jiangxi entre 60 y 100.000 hectáreas. Tras la Larga Marcha, le siguió Shenxi. El 10 de octubre de 1947 se promulgó la ley de confiscación de tierras, ganados y aperos de los terratenientes y campesinos ricos absentistas. En septiembre de 1948 más de 100.000 campesinos se habían beneficiado ya de estas medidas.
Tras el triunfo de la revolución, apareció el 28 de junio de 1950 la Ley de Reforma Agraria que dividía a la población campesina en cuatro categorías sociales: terratenientes (propietarios absentistas que alquilan la tierra), campesinos ricos (con más tierra de la que trabajan), campesinos medios y, por último, campesinos pobres y obreros agrícolas. Las dos primeras categorías representaban alrededor del 10 por ciento del total del campesinado y controlaban el 70 por ciento de la tierra. Debido a la fragmentación de la propiedad territorial, producto de las leyes de herencia, en algunas regiones un propietario de 20 acres de tierra podía tener la consideración de campesino rico.
La reforma agraria confiscó las tierras de los terratenientes y el sobrante de las de los campesinos ricos para su reparto entre campesinos pobres y obreros agrícolas. Con ello, estaba implícitamente renunciando a la igualdad (se protegía la propiedad del campesino rico sobre las tierras que le quedaban) intentando garantizar un nivel aceptable de producción. A pesar de estas precauciones, la situación no terminó de consolidarse porque eran numerosos los campesinos que entregaban secretamente a sus antiguos señores el importe de las rentas abolidas por la revolución.
Pero en 1952 la reforma estaba terminada. El 44 por ciento de las tierras cultivables (47 millones de hectáreas de un total de 107) habían sido confiscadas y distribuidas entre más de 300 millones de personas. Setenta millones de campesinos medios no resultaron afectados por el reparto, que se efectuaba a costa de los 40 millones de campesinos ricos y terratenientes.
Las unidades de producción resultantes eran demasiado pequeñas para ser explotadas económicamente. En promedio, las parcelas recibidas por los campesinos eran diminutas -0'19 hectáreas-, aunque las variaciones regionales eran considerables (desde 0'25 hectáreas en el norte hasta 0'10 en Hunan y Hopei). Además el número de explotaciones no rentables aumentó notablemente al pasar una cantidad considerable de tierras de alta calidad a manos de campesinos sin el equipamiento necesario.
El camino a seguir en estas condiciones no podía ser otro que la colectivización, facilitada en China donde, a diferencia de la Unión Soviética, la propiedad privada sobre la tierra no había arraigado. De nuevo el proceso fue gradual. El elemento central, alrededor del cual iba a girar esta primera etapa del proceso colectivizador, era el llamado Equipo de Ayuda Mutua, ensayado ya durante la guerra en las zonas liberadas y consolidado en 1951. Los equipos trabajaban conjuntamente la tierra y, al final, repartían el resultado de acuerdo al monto de la propiedad que cada uno había aportado. A través de ellos se pretendía convencer al campesino de las ventajas de la socialización de la producción y atajar la tendencia a la diferenciación social en el campo.
Pronto hubo necesidad de avanzar en el proceso de socialización de la tierra. En 1953 la lucha se concentraba ya en el impulso de las Cooperativas Semisocialistas de Producción, conformadas por un promedio de unas 30 familias, que conservaban la propiedad de tierras y aperos. Los ingresos eran divididos en dos partes: una de acuerdo al trabajo realizado y otra por la tierra y equipo aportados, que en ningún caso podía superar a lo obtenido por el primer concepto. Los individuos eran libres de abandonar la cooperativa si así lo deseaban, perdiendo en este caso únicamente las deducciones realizadas para el fondo de reserva, alrededor de un 5 por cien de la cosecha anual.
Con el salto a una forma más elevada de producción social, se abandonó el gradualismo que había caracterizado el proceso hasta entonces. Aparecieron entonces los primeros síntomas de lucha en el interior del Partido Comunista. Así, en diciembre de 1953, una circular de la dirección proponía incrementar el número de Cooperativas Semisocialistas existentes desde las 300 que operaban en 1951 hasta alcanzar las 35.000. A lo largo de 1954 la campaña en favor de estas cooperativas se desarrolló sin cortapisas, por lo que el principio de voluntariedad quedó en muchos casos olvidado.
El 1 de enero de 1953 la República Popular lanzó su I Plan Quinquenal, que era una copia casi exacta de sus homólogo soviético, aunque no entró en funcionamiento hasta mediados de 1955, dos años y medio más tarde, a causa de las deficiencias en el aparato planificador y de la insuficiente socialización de la economía.
Como en la Unión Soviética, se trataba de elevar la tasa interna de ahorro y drenar inversiones en favor de la industria pesada, en contra de la agricultura, que cargó con todo el peso. A pesar de generar la mitad del PNB, alrededor del 80 por cien del empleo, y las tres cuartas partes de los ingresos por exportación, el sector agrícola no recibiría sino el 7'5 por 100 de la inversión estatal durante el período. Al mismo tiempo, dentro del sector industrial se concedió muy poca importancia a la producción de maquinaria agrícola. La industria ligera mantenía una posición intermedia, obteniendo el 14 por cien de la inversión industrial.
Sin embargo, se buscaba al mismo tiempo la descentralización industrial, situando el desarrollo alrededor de tres grandes polos: Anshan en el nordeste, Wuhan en Hupei y Paotow en Mongolia interior.
En 1956 apareció una nueva forma de producción agrícola, las Cooperativas Socialistas Avanzadas, que representaban de nuevo un adelanto cualitativo en relación con la situación anterior. Las Cooperativas Socialistas suprimían la propiedad privada sobre la tierra y el equipo. Únicamente permitían la existencia de pequeñas huertas particulares, que en ningún caso podían exceder del 5 por ciento de la extensión total. La remuneración quedaba fijada exclusivamente en base al trabajo realizado. Las transacciones particulares fueron totalmente suprimidas. Al mismo tiempo, el tamaño de la unidad productiva experimentó un aumento considerable, ya que las Cooperativas Socialistas estaban formadas por un promedio de 150-160 familias, subdivididas a su vez en brigadas de producción (3.040 personas) y grupos de trabajo (10 personas).
En un tiempo récord, hacia finales de 1957, es decir, el último año del I Plan Quinquenal, la práctica totalidad de la agricultura china se encontraba encuadrada dentro de estas cooperativas. En nueve años se había efectuado lo que se había pensado realizar en dieciocho.
También se construyó un grupo de industrias básicas no existentes en el pasado e indispensables para la industrialización estatal, incluyendo la fabricación de aviones y automóviles, maquinaria pesada y de precisión, equipos de generación eléctrica, siderurgia e instalaciones para minas, así como acero de alta categoría, fundición de metales no ferrosos, etc. Se estableció el sistema de la propiedad pública de los medios de producción y se cumplió la transformación socialista.
El comercio exterior tuvo un papel muy importante en la primera etapa de su proceso de desarrollo. Aunque partía de unos niveles muy bajos, experimentó un notable crecimiento durante los años del I Plan Quinquenal. Mientras el PNB creció a una tasa anual del 11 por ciento entre los años 1952 y 1959, el comercio internacional lo hizo al 14 por ciento. Si China no hubiera tenido abiertas las puertas de la importación, su ritmo de crecimiento se hubiera reducido en dos o tres puntos porcentuales. Su papel, al mismo tiempo, era cualitativamente muy importante ya que las importaciones de medios de producción ascendían al 40 por ciento.
Pero el comercio internacional de la República Popular era una relación bilateral con la Unión Soviética. En 1950 los países de la OTAN y Japón extiendieron a China el embargo que aplicaban desde 1918 a su comercio en materiales estratégicos con los países socialistas que, a raíz de la guerra de Corea, se hace todavía mucho más estricto. A los países de la OTAN se sumaron posteriormente otros treinta países más. Por tanto, China no podía contar más que con la Unión Soviética, de manera que hasta 1960 el comercio exterior chino estuvo prácticamente monopolizado por la Unión Soviética y, en menor medida, los países del bloque socialista. En 1957, por ejemplo, este bloque recibía un 69 por 100 de las exportaciones chinas proporcionando, a su vez, un 70 por 100 de sus importaciones.
Durante los tres primeros planes quinquenales, la Unión Soviética se comprometía a transferir a la República Popular 300 plantas industriales completas, incluyendo tecnología y personal, por un valor aproximado de 3.000 millones de dólares. La ayuda efectivamente concedida se puede calcular en unos 1.500 millones de dólares, de los cuales, no obstante, sólo una tercera parte representaban una verdadera asistencia económica. El resto estaba relacionado con la ayuda militar durante la guerra de Corea, la liquidación de algunas compañías mixtas y las indemnizaciones originadas por la devolución de Lüshun (Port Arthur) en 1954.
Las exportaciones chinas consistían en productos agrícolas. Por tanto, la agricultura proporcionó alimentos, mano de obra y materias primas para la industria y, además, las divisas que permitían pagar las importaciones, que se concentraban en maquinaria para la instalación de una industria de cabecera.
Por tanto, aparte de servir de modelo, la Unión Soviética jugó un papel de primera magnitud, ya que, dada la práctica inexistencia de una base industrial en China (máxime en el sector de la industria pesada), fue la proveedora de los medios de producción.
Continúa.

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