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Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

viernes, 8 de junio de 2012

Mao Zedong (1893-1976) ( V )

Sumario: 
 — Los tres años negros
— La lucha contra el revisionismo soviético
— La revolución cultural
— La diplomacia triangular
— Reseñas biográficas

Los tres años negros

Como toda lucha de clases, el Gran Salto Adelante engendró una importante resistencia interna por parte de los revisionistas, que quisieron seguir aferrados a los criterios gradualistas del I Plan Quinquenal, al socialismo a paso de tortuga de Bujarin. También en la propaganda burguesa se expone esta época como un gigantesco fracaso, ya que -según dicen- Mao subordinaba la economía a la política, lo que provocó el desastre. En efecto, el Gran Salto Adelante concluyó con una gravísima crisis económica: los llamados Tres Años Negros (1959-1961). Las razones explicativas de la crisis no son fácilmente resumibles, ya que a lo largo de estos tres años concurrieron una serie de factores adversos, naturales y humanos, internos y externos, que sumieron a la República Popular en una de sus crisis más graves desde la liberación en 1949. Pero la clave está en la propia fragilidad del modelo de acumulación seguido en el I Plan Quinquenal, fundamentado en el drenaje de fondos desde la agricultura hacia la industria pesada. Si al principio pudo funcionar fue gracias a varios años seguidos de buenas cosechas, pero todo pendía del fino hilo de unos márgenes de renta agraria muy reducidos. Cualquier imprevisto podía romper ese precario equilibrio, como así sucedió finalmente.
De 1959 a 1961 se sucedieron tres años de condiciones climatológicas adversas (más de 170 millones de hectáreas afectadas por la inundación o la sequía) que dieron al traste con la producción agrícola. La cosecha de cereales, 200 millones de toneladas en 1958 caía a 155 al año siguiente. El nivel de producción de 1957 no volvería a ser alcanzado hasta 1963; el de 1958, hasta 1966. El II Plan Quinquenal, puesto en marcha en enero de 1958, y que se proponía nada menos que doblar en cinco años la producción industrial de China, alcanzando en quince la potencia económica de Gran Bretaña, quedó al poco tiempo definitivamente archivado.
El fantasma del hambre se asomó de nuevo al campo chino. Solamente un esfuerzo de coordinación excepcional y el sacrificio de los sectores y regiones menos perjudicados en favor de los menos favorecidos impidió que la amenaza del hambre se concretara.
Sin embargo, no sólo las condiciones climáticas fueron las responsables de la crisis. La falta de previsión y una dirección ayudó a agravar las consecuencias negativas de una naturaleza excesivamente adversa. El efecto de los desastres naturales resultó agravado por las obras llevadas a cabo durante el Gran Salto Adelante sin una dirección técnica adecuada. El arado profundo, la plantación demasiado cercana, la irrigación excesiva; fueron todos ellos elementos cuyas consecuencias afloraron al mismo tiempo. Este último aspecto parece haber sido de los más graves: se construyó un excesivo número de canales de riego muy pequeños (insuficientes para prevenir inundaciones) entre los ríos Yangtze y Huai, pero muy pocos canales de drenado. Al perder muchos de ellos agua, acentuaban la alcalinización de la tierra. Debido a este fenómeno, la proporción de suelos alcalinos alcanzaba ya, en 1964, la cifra del 6 por cien de las tierras cultivables. La gran cantidad de canales dificultaba al mismo tiempo la mecanización. Por otro lado, el intento de elevar la cosecha de cereal a cualquier precio tuvo un efecto muy negativo sobre la cabaña ganadera, al acabar con los pastizales, y sobre la propia producción, teniendo en cuenta el papel tanto de los animales de tiro como del abono natural. Los ejemplos podrían multiplicarse sin dificultad: las campañas de exterminación masiva de pájaros, para evitar la desaparición de la semilla recién sembrada, incrementó de forma notoria la presencia de insectos nocivos.
La industria también resultó severamente afectada por la crisis. Muchas plantas tuvieron obligadas a cerrar. En conjunto, el Producto Nacional Bruto cayó en dos años (1960-1961) más del 32 por cien. A la dificultad creciente de conseguir materias primas (las tres cuartas partes de las industrias productoras de bienes de consumo transformaban productos agrícolas) y alimentos para sus trabajadores, se unió, en 1960, la retirada de todos los técnicos soviéticos, que se llevaron consigo hasta los planos. Todos los contratos quedaron cancelados. Algunas plantas permanecieron a medio construir, otras, aunque completas, no podían ponerse a funcionar por falta de instrucciones y personal cualificado. De las más de 300 plantas industriales contratadas por China con la Unión Soviética para el período 1953-1967 apenas se habían completado la mitad, concretamente 154. Incluso si la República Popular hubiera podido sustituir a la Unión Soviética en su papel de proveedor de equipos industriales por algún otro país, la crisis de la agricultura clavaba el último clavo en el ataúd del I Plan Quinquenal al acabar con uno de sus pilares: la importación de maquinaria.
Los Tres Años Negros cambiaron radicalmente la composición de las importaciones chinas. La contracción de las importaciones de medios de producción fue muy acentuada ya que, al mismo tiempo que un notable cambio porcentual, se observó durante estos años una severa disminución del comercio internacional, tanto en exportaciones como en importaciones. La industrialización china ya no podía basarse en la importación de maquinaria y bienes de equipo (amén de combustibles y materias primas) para su desarrollo. No sólo la agricultura no podía suministrar las divisas necesarias sino que, además, las importaciones agrícolas absorbían las pocas existentes. China volvía a ser importadora neta de cereales (concretamente arroz) como lo había sido históricamente. Aún en estas adversas condiciones, China siguió manteniendo el superávit de la balanza comercial que mantenía desde 1955, que continuó pagando su deuda con la Unión Soviética, y que, en 1964, esta deuda quedaba liquidada.
Durante la Conferencia de Lushan, celebrada en agosto de 1959, Mao expuso una amplia autocrítica por los errores cometidos:
Sin embargo, camaradas, yo tengo la parte principal de la responsabilidad por los años 1958 y 1959; hay que pedirme la cuentas a mí. En el pasado la responsabilidad era de otros [...] Ahora me tienen que hacer responsable a mí. Naturalmente, hubo un montón de tareas de las que no me ocupé en absoluto [...] Ko Chingshi o yo, ¿quién de los dos tuvo la responsabilidad de inventar el lema ‘fabricación de acero a gran escala’? Pienso que la tuve yo [...]
Uno de los puntos claves son los 10,7 millones de toneladas de acero. La decisión que se basa en la recomendación de aspirar a 10,7 millones de toneladas de acero la adopté yo [...] Los beneficios no compensaron la pérdidas. El segundo punto son las comunas populares. El invento de las comunas populares no fue de mi competencia, yo solamente hice la propuesta para ello [...]
Dos pecados corren de mi cuenta. Uno es lo de los 10,7 millones de toneladas, o sea, la fundición de acero en gran medida. Estuvisteis de acuerdo, por lo tanto podéis quitarme de los hombros una parte de la carga [...] El principal responsable soy yo. El segundo pecado han sido las comunas populares, a las cuales se opuso el mundo entero; también la Unión Soviética estaba en contra. Además existe la ‘línea general’; también vosotros sois responsables de hasta qué punto haya sido algo real o solamente algo vacío [...]
Los camaradas actuaron impulsados por un capricho repentino sin proceder con suficiente cuidado; el viento del comunismo llegó a soplar rápidamente en todas partes [...] Debería haberse actuado con más prudencia. La plena dedicación y la disposición de asumir reponsabilidades eran positivas; esto vale más que aquella triste melancolía. Pero se debe ir con mucho cuidado cuando se dispara cañonazos fuertes en cuestiones importantes. Yo disparé tres cañonazos fuertes: las comunas populares, la producción de acero y la línea general [...] Dije que las comunas representaban el sistema de la propiedad colectiva; advertí además que dos planes quinquenales serían demasiado poco tiempo para el proceso de transición de la propiedad colectiva a la propiedad comunista del pueblo entero. Quizá necesitemos para ello veinte planes quinquenales [...] ¿Acaso hemos sufrido ahora una derrota? Todos los camaradas que se reunieron aquí con motivo de esta conferencia afirmaron que sí habíamos conseguido algo y que la derrota no era total. ¿Es una derrota en su punto esencial? Seguro que no, se trata de una derrota en sectores parciales; hemos pagado caro nuestro apredizaje porque sopló el viento del comunismo; para todo el país fue una buena educación [...] Este caos ha tomado unas dimensiones inmensas y de ello he de responder yo mismo. Camaradas, cada uno de nosotros debería analizar hasta qué punto ha de asumir la responsabilidad. Cuando la mierda ha salido el vientre vuelve a sentirse bien (Mao íntimo, pgs.163 a 168).
De aquella crisis los revisionistas, como todos los burgueses, sólo veían la parte negativa, la disminución de los índices de crecimiento económico y aprovecharon la autocrítica de Mao para lanzar una ofensiva generalizada contra la línea general. Aparentemente fueron derrotados durante la Conferencia de Lushan, celebrada en agosto de 1959. Peng Dehuai fue identificado con Jruschov y reemplazado al frente del Ministerio de Defensa por Lin Biao. También fue destituido de su cargo el antiguo Secretario General del Partido Comunista de la época de la Larga Marcha, Zhang Wentian. Con ambos estaban Liu Shaoqi y Peng Zhen, aunque éstos maniobraron con más habilidad y se retractaron inmediatamente. Pero la Conferencia de Lushan fue un espejismo. Peng Dehuai no fue depurado por revisionista sino por dar a conocer sus críticas al Gran Salto Adelante por escrito y con carácter previo a Jruschov antes que a su propio Partido. La victoria sobre los revisionistas fue parcial y momentánea. Su depuración había sido un viaje de ida y vuelta, se les expulsaba para volver a readmitirles poco después. Como reconoció el propio Mao en 1962, la ola de rehabilitaciones de los últimos años no había sido correcta (Mao íntimo, pg.184), lo que finalmente planteó un problema aún más serio de dirección: Todo esto indica claramente que la paz no reina sobre la tierra y que la línea general no ha sido realmente consolidada [...] Es probable que tengamos que prepararnos para un nuevo cambio de dirección (La construcción del socialismo, pg.184). Mientras el nuevo cambio de dirección llegaba, los revisionistas no tardaron en adueñarse de las riendas y acaparar el Ministerio de Economía y los órganos encargados de la planificación. En noviembre de 1962, críticos acérrimos del Gran Salto accedieron al Comité de Planificación, entre ellos Li Fuchun, Yang Yingchie y Po Yipo. La línea triunfante refleja los puntos de vista de los revisionistas, que lanzan toda una serie de nuevas consignas aparentemente justas y adecuadas a la situación: tomar la agricultura como base y la industria como factor dirigente, desarrollo en espiral y caminar sobre ambas piernas. Vuelve el gradualismo del I Plan Quinquenal que, en este caso, es una renovación del socialismo a paso de tortuga de Bujarin bajo la égida de Chou Enlai y Deng Xiaoping, que durará hasta 1966, hasta la Revolución Cultural. De nuevo la economía se impone a la política, los técnicos a los cuadros del Partido.
Si bien después de los errores cometidos era necesario reconstruir los flujos de acumulaón, lo que los revisionistas promueven, incluso abiertamente, es la reconstrucción del capitalismo. Los cambios, tímidos al principio, son cada vez más abiertos: revocan los avances del Gran Salto, desmontan la socialización y centralización de las fuerzas productivas, echan mano de la ley del valor y abandonan los planes quinquenales.
Estos cambios graduales, pero progresivos, se reflejaron en la resolución de Peitaiho (29 de agosto de 1958), la más avanzada en este terreno, seguida casi inmediatamente de dos nuevas directrices que enfriaban algo los ánimos: las resoluciones de Wuchang (diciembre de aquel mismo año) y de Lushan (agosto de 1959), hasta culminar el 16 de abril de 1962 en el discurso pronunciado por Zhou Enlai ante el Congreso Nacional del Pueblo, donde desarrolló un nuevo programa económico de Diez Puntos que acabó con el sueño de una sociedad comunista al alcance de la mano. En toda esta fase aparecieron declaraciones que explícita o implícitamente se identificaban con Bujarin, y el propio Libermann contó con seguidores entre los revisionistas chinos. La discusión sobre el papel de los incentivos materiales en la economía fue una de las primeras en reaparecer.
Se trató de un giro completo en el orden de prioridades. Se devolvía a la agricultura su papel primordial; el primer lugar lo pasó a ocupar la agricultura, el segundo, la industria:
En el pasado el orden de prioridades en que basábamos la planificación de nuestra economía, era de industria pesada, industria ligera y agricultura. Temo que en el futuro haya que cambiar este oden ¿No deberá ser ahora: agricultura, industria ligera, industria pesada? (Mao íntimo, pg.176).
El cambio era inaplazable; no quedaba más remedio que acudir a la inversión directa en la agricultura, aún a costa de reducir las inversiones en la industria. El vuelco se manifestó en importaciones, inversiones, términos de intercambio, incentivos, producción industrial, todo ello dirigido hacia el desarrollo de la agricultura. Más de 20 millones de trabajadores volvieron de la ciudad al campo, de forma que la población urbana quedó reducida a 110 millones en 1964. Para la industria los Diez Puntos que Zhou Enlai propuso en abril de 1962 significaban que la industria pesada dejaba de ser el eje central, alrededor del cual giraba toda la economía. La agricultura actuaría de factor limitante del desarrollo industrial, que tendría que girar alrededor de la agricultura y acoplarse a la cantidad de alimentos y materias primas que pudiera proporcionarle la agricultura. La industria tendría que financiar su desarrollo a partir de su propia acumulación de capital en unas condiciones, además, cada vez más desfavorables, ya que los términos de intercambio con relación al sector agrícola empeoraron notablemente. La industria local establecida en las comunas vio reducida su importancia a pesar de que, durante estos años. Se puso el énfasis en la calidad, en la mejora tecnológica, en la modernización de la producción.
Los revisionistas fueron hábiles y aprovecharon la descentralización de las comunas populares para liquidar la planificación socialista e introducir el mercado. El II Plan Quinquenal no había llegado a nacer y fue sustituido por planes anuales. Se escudaban en la necesidad de cubrir las necesidades de consumo antes que en las de acumulación, y para ello había que impulsar la agricultura y el mercado. Desaparecen con ellos los grandes objetivos de inversión. En su lugar propusieron un programa de 700-800 proyectos industriales, cuya puesta en marcha quedaba sujeta, sin embargo, a las posibilidades de la economía. No se estipulaba ningún plazo para su terminación.
Se redujo drásticamente el número de servicios gratuitos ofrecidos por la Comuna. La resolución le Wuchang, además, reinstauraba el pago de acuerdo al trabajo realizado y no a las necesidades, como la de Peitaho. De manera gradual se introdujo la propiedad a tres niveles. La propiedad sobre tierras y aperos pasaba de la comuna a las Brigadas de Producción (Cooperativas Avanzadas), pero todas las decisiones sobre utilización de los factores productivos, producción, reparto, etc., quedaba en manos de los Equipos de Producción (antiguas Cooperativas Semisocialistas). Estos eran prácticamente autónomos, aunque venían obligados a proporcionar una determinada cantidad de producción a un precio fijo, pudiendo disponer de parte del resto a su voluntad: era el sistema de las tres garantías y una prima establecido ya en 1960.
En la primavera de 1959, los revisionistas restablecieron las llamadas pequeñas libertades, lo que significaba la vuelta de las parcelas privadas, aunque esta vez se trataba sólo del uso de la tierra, no de su propiedad. Su auge fue notable: en 1962, por ejemplo, en la provincia de Yunan, la cosecha privada superó a la pública. Tanto allí como en Kweichow y Szechuan, se roturaba ya más tierra privada que colectiva.
La introducción de la producción privada llevaba aparejada la reaparición del mercado. En septiembre de 1959 se permitió el funcionamiento de pequeños mercados locales controlados. La tendencia, sin embargo, no podía frenarse una vez desatada, y tuvieron que tolerar incluso la existencia de un mercado negro.
Junto a este tipo de medidas permisivas, el Estado emprendió otras acciones más positivas, de apoyo a la agricultura, ayudas y subvenciones. Comenzó la inversión en gran escala en el sector. Los propios recursos rurales, empezando por la mano de obra, fueron dedicados a la producción agrícola. En enero de 1961 el Comité Central del Partido decidió que el 80 por ciento de la fuerza de trabajo de las comunas debía dedicarse a esta tarea, olvidando las pequeñas industrias locales, ya que éstas provocaban un gran despilfarro de mano de obra. Finalmente, los tributos sobre el sector fueron aliviados, mientras se producía un incremento de la producción comunal.
Pero la economía no lo era todo, ni siquiera lo principal. El eje de los ataques de Mao durante la Conferencia de Lushan fue Peng Dehuai, el ministro de Defensa, y su condición militar no puede pasar desapercibida. Dentro del China, además de los economistas, también los jefes del Ejército Popular de Liberación atacaron el Gran Salto Adelante. Las posiciones se polarizaron en torno a Peng Dehuai y Lin Biao y se saldaron con la destitución del primero del puesto de Ministro de Defensa y el nombramiento de Lin Biao para sustituirle. Lin Biao se empeñó en desarrollar una línea bien distinta, abiertamente política, opuesta a las tendencias profesionalizadoras, que luego fue tomada como modelo general. Sin embargo, Lin Biao estaba aislado: los otros nueve mariscales compartían las tesis de Peng Dehuai. Como sucedía en muchas otras depuraciones, en China la batalla contra las posiciones reformistas se saldaba con la destitución de un reducido puñado de personajes selectos, mientras todos los demás quedaban agazapados en espera del momento propicio para volver a tomar la riendas.
El Gran Salto Adelante se produce en plena polémica con Jruschov y los revisionistas soviéticos que en 1956 habían celebrado el XX Congreso de su Partido atacando a Stalin y a los principios comunistas. Los soviéticos no aceptaban el Gran Salto Adelante desde ningún punto de vista y, además, no podían colaborar en la defensa de China con unos planteamientos militares de guerra popular prolongada. Pero lo que desencadenó la destitución de Peng Dehuai no fue su crítica contra el Gran Salto Adelante sino el hecho de que, antes que a nadie, diera a conocer a los soviéticos la crítica que llevaba preparada para la Conferencia de Lushan.
Finalmente, las divergencias tenían una estrecha relación con el arma nuclear y rescataban la vieja polémica acerca de si en la guerra lo fundamental son los combatientes o las armas y la tecnología, y también acerca de si era conveniente importar armamento de otros países.
A partir de esta Conferencia de Lushan el Partido Comunista aparecía completamente desarticulado, internamente dividido y sin ninguna capacidad para desempeñar su papel de vanguardia revolucionaria. Mao pasó a la reserva y desapareció del primer plano político, abandonando incluso el cargo de Jefe de Estado, que pasa a ser ocupado por Liu Shaoqi. Influyó en ello los errores cometidos durante el Gran Salto Adelante pero también la experiencia soviética, donde a la muerte de Stalin el relevo en la dirección del Partido Comunista se apartó de los principios comunistas. Pensando en el futuro, Mao pretendió que una nueva generación de comunistas, más jóvenes, fueran asumiendo las responsabilidades en la dirección.
El trabajo de Deng Xioping al frente de la Secretaría General comienza a proporcionar buenos dividendos; el de Zhou Enlai al frente del gobierno también; mientras, Liu Shaoqi y Peng Zhen quedan agazapados en un segundo plano.
La consecuencia más escandalosa de la situación es que entre 1956 y 1969, durante 14 años, el Partido Comunista no reúne su Congreso. Para entonces el Gran Salto Adeante y la Revolución Cultural ya eran historia pasada. Otro detalle: de la mano del Secretario General Den Xioping, a finales de 1958 el Partido Comunista integra en sus filas a 317 personalidades reconocidas, intelectuales y científicos burgueses, con lo que deja de tener el carácter de vanguardia revolucionaria del proletariado y se convierte en una especie de distinción honorífica.
Mao prepara, pues, la Revolución Cultural como un intento de recuperar la dirección del Partido Comunista o, de manera sintética, lo que se definió como poner a la política en el puesto de mando, lo cual significaba muchas cosas al mismo tiempo:
→ los planes económicos son ideología y tienen primacía sobre la ley del valor en el socialismo: La ley del valor no desempeña un papel regulador. Este papel regulador viene asumido por la planificación y el principio que consiste en poner a la política en el puesto de mando (Mao: La construcción del socialismo, pg.62 y 118)
→ la emulación socialista, la primacía de los estímulos ideológicos sobre los materiales, de los intereses colectivos sobre los individuales y de los intereses a largo plazo sobre los intereses a corto plazo: Si el problema de los intereses de todo el pueblo está resuelto, el problema de los intereses personales también lo está (Mao: La construcción del socialismo, pg.128)
→ la importancia de la participación activa y consciente de las masas en todos los asuntos para lo cual se requiere la dirección del Partido Comunista capaz de movilizarlas, que resulta imposible si se subordina a los órganos económicos: No se puede decir que son los planificadores, y no las masas, los que crean la historia (Mao: La construcción del socialismo, pg.122)
→ la primacía del factor humano sobre el factor tecnológico en todos los frentes y, por tanto, también en el terreno económico y en el militar.
Todo eso se ha interpretado en la propaganda burguesa como un ejemplo del carácter voluntarista de Mao, como un intento frustrado por quemar etapas, cuando no es más que un principio fundamental para la correcta dirección de la lucha de clases bajo el socialismo. Es falso que no se pueda acelerar la edificación del socialismo; no solamente se puede sino que se debe, aunque lo verdaderamente importante es la manera de hacerlo:
Para alcanzar a los más adelantados hay que realizar tareas de choque. Si utilizamos métodos administrativos coaccionantes para realizar la construcción del socialismo o para hacer la revolución, por ejemplo la reforma agraria o la cooperativización apoyadas en directrices administrativas, sólo conseguiríamos que la producción disminuyera. Cuando se llega a este punto, ello es debido a que no se han sabido movilizar las masas y a que no se han realizado tareas de choque (Mao: La construcción del socialismo, pg.133).
Pero cuando en la década siguiente trató de llevarla a cabo, no pudo contar con un instrumento fundamental, el Partido Comunista y, a causa de ello, la Revolución Cultural es también un intento frustrado de recuperarlo para la revolución. En su defecto, los revolucionarios deberán recurrir a otras fuerzas, como la Guardia Roja.

La lucha contra el revisionismo soviético

El artífice de la política internacional (y de tantas otras políticas) de China es Zhou Enlai, primer ministro desde 1949 hasta su muerte y ministro de Asuntos Exteriores hasta 1958 en que Chen Yi, uno de los diez mariscales del Ejército Popular de Liberación, fue designado nominalmente para el cargo, si bien siempre bajo la severa batuta de Zhou Enlai. La política exterior nunca está desconectada -ni es distinta- de la interior. Pero así aparece en ocasiones y, más que en ningún otro país, en China. Sin embargo, las relaciones diplomáticas de China estuvieron fuertemente encadenadas a dos factores históricos:
— al problema nacional padecido por el país, especialmente con el Tibet
— a su condición víctima del colonialismo cuyo territorio había sido dividido y repartido entre las potencias imperialistas.
Los comunistas chinos siempre hablaron de 1949 como una liberación más que como una revolución. Pero en 1949, según Mao, China había cumplido en lo fundamental su revolución democrático burguesa, lo que le hubiera debido permitir pasar aquella fase en el aspecto nacional. Lograron la unidad nacional pero el recuerdo del pasado inmediato les hizo desistir de cualquier posible estructura federal del Estado como en la Unión Soviética. Al respecto, la explicación de Mao en el sentido de que en China la nacionalidad mayoritaria suponía el 94 por ciento del total de la población, frente a sólo un 50 por ciento de rusos en la Unión Soviética (Mao íntimo, pg.42), no es nada convincente. En la época del imperialismo, la cuestión nacional es tanto un problema interno como un problema internacional, un poderoso medio de presión de las grandes potencias contra los Estados más frágiles. La recuperación de los restos del país en manos extranjeras (Macao, Hongkong) o separadas de él (Taiwan) condicionó desde un principio sus relaciones internacionales con terceros países. Japón, la vieja potencia invasora estaba frente a sus costas y el ejército de Estados Unidos por todas partes: en Japón, en Corea, en Vietnam y en Taiwan. Mientras la República Popular estuvo aislada diplomáticamente hasta 1972, Taiwan hablaba en el mundo en nombre de China, e incluso ocupaba una plaza en el Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente. Tras la liberación, el mundo reconocía a una provincia minúscula, Taiwan, como la única China, a pesar de que en ella había más de 600.000 mercenarios estadounidenses y desde cuyos aeródromos se bombardeaba el continente. El Tibet fue el último reducto que se resistió a la liberación, hasta 1951, si bien ocho años después estalló un levantamiento contrarrevolucionario.
En la cultura china, el país es conocido como el Reino Central por lo que todas las humillaciones imperialistas que lo habían mantenido en una situación de postración y dependencia fueron un choque que la República Popular tenía que superar. Si ya no era el Reino Central, al menos era el país más poblado de la tierra y, sólo por esa condición, merecía tener voz propia y un trato equitativo; en palabras de Sun Yatsen, unirnos a los países que nos traten en pie de igualdad. Pero de momento, como decía Mao a Stalin en un telegrama, China debía partir de cero. En 1949 la política de guerra fría ya imperaba en todo el mundo, provocando fuertes tensiones diplomáticas, y Mao pronunció un discurso llamando a tomar partido a favor de uno de los bandos, esto es, del bloque socialista:
En el exterior, unirnos en una lucha común con las naciones del mundo que nos traten en pie de igualdad y con los pueblos de todos los países. Esto significa aliarnos con la Unión Soviética, con las Democracias Populares y con el proletariado y la amplias masas populares de todos los demás países para formar un frente único internacional. ‘Ustedes se ponen de un lado’. Exactamente. Ponernos de un lado, esto es lo que nos han enseñado la experiencia de cuarenta años de Sun Yat-sen y la experiencia de veintiocho años del Partido Comunista, y estamos firmemente convencidos de que, a fin de lograr y consolidar la victoria, debemos ponernos de un lado. Las experiencias acumuladas en estos cuarenta años y en estos veintiocho años nos muestran que todos los chinos sin excepción tienen que ponerse, o del lado del imperialismo, o del lado del socialismo. No es posible cabalgar sobre una tapia entre los dos, ni existe un tercer camino. Combatimos a los reaccionarios chiangkaishekistas que se ponen del lado del imperialismo, y estamos también contra las ilusiones acerca de un tercer camino (Sobre la dictadura democrática popular, OO.EE., IV, pgs.429-430).
Buena prueba de esta política militante es que tras la liberación, en 1950, una de las primeras iniciativas de Mao fue acudir a la Unión Soviética, donde firmó un Tratado con Stalin. La participación en las guerras de Corea y Vietnam entre 1950 y 1954 fue otra demostración de esa política de tomar partido de Mao, que costó a China un enorme esfuerzo humano y económico. En aquella época, según Mao, la contradicción principal era la que enfrentaba a las potencias imperialistas entre sí (Discursos en una conferencia de secretarios, OO.EE., V, pg.395). Había que sacar provecho de ellas, recomienda Mao, que en ningún caso alude a la posibilidad de aliarse con unos imperialistas para luchar contra los otros. No obstante, en otros textos habla de la contradicción entre el socialismo y el imperialismo como la más importante de todas (Mao íntimo, pg.31).
A causa de la guerra de Corea, los chinos tuvieron que comprar grandes cantidades de armamento a la Unión Soviética para lo que carecían de divisas. En 1951 el 48 por ciento del presupuesto chino se consumió en gastos militares. Se vieron obligados a contraer deudas con los soviéticos que no pudieron pagar hasta bien entrada la década de los sesenta. No solamente los soviéticos no soportaron -como les correspondía- una parte importante del coste de la guerra de Corea, sino que impusieron a los chinos las condiciones de aprovisionamiento. A ello se suma el comercio exterior, que ponía a China en manos de la Unión Soviética como comprador de maquinaria y suministrador de materias primas y productos agrícolas.
Cuando en febrero de 1956 Jruschov lanza su ataque contra Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, los comunistas chinos responden con dos artículos casi seguidos (Sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, en abril, y Una vez más sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, en diciembre) que tratan de la misma cuestión. Estos artículos, como todos los elaborados por los comunistas chinos para rebatir las nuevas posiciones revisionistas que llegaban desde el Kremlin, no solamente son correctos en líneas generales, sino que es fácil advertir, además, que están redactados en un tono amistoso y diplomático. Los comunistas chinos demostraban un tacto y una paciencia de la que carecían los soviéticos, acostumbrados a imponer la apisonadora en sus relaciones con los demás partidos comunistas, que no concebían situados en un plano de igualdad. Esto tenía raíces históricas en la larga experiencia del viejo Partido bolchevique, en el prestigio de sus militantes, en su autoridad sobre el movimiento comunista internacional. Pero si alguna vez eso había tenido una explicación, una vez muerto Stalin, carecía ya de fundamento. Los tiempos habían cambiado; ni Jruschov era Stalin ni los revisionistas tenían nada que ver con los bolcheviques; tampoco existía ya la Internacional Comunista y la victoria soviética había provocado un vuelco en toda la situación internacional, fortaleciendo al bloque socialista.
Buena prueba de la forma unilateral de proceder de los revisionistas soviéticos fue la disolución de la Kominform, la Oficina de Información de los partidos comunistas que se había fundado en Varsovia en septiembre de 1947 para el intercambio de experiencias y la coordinación de actividades sobre la base de un acuerdo recíproco. La Kominform se disuelve el 17 de abril de 1956, sólo dos meses después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, con el fin de imponer la nueva plataforma revisionista a todas las organizaciones comunistas del mundo y como muestra de la claudicación soviética ante el imperialismo. La Kominform podía convertirse en un centro de resistencia contra los nuevos planteamientos políticos e ideológicos del Kremlin. Jruschov no sólo abrió el camino a los revisionistas dentro de su propio Partido sino ofreció en bandeja al imperialismo a todo el movimiento comunista internacional. Formaba parte del precio a pagar en la negociación con los imperialistas. Una vez disuelta la Kominform, tampoco quedaba ya ningún obstáculo para incorporar a los revisionistas yugoeslavos a la nueva línea impuesta por Jruschov porque sus posiciones estaban más cerca de Tito que de Stalin.
La cuestión de Stalin no era un asunto interno del Partido Comunista de la Unión Soviética sino algo concerniente a todo el movimiento comunista internacional, así que no había peor manera de abordar la cuestión que la que los soviéticos habían emprendido. Así lo repitió luego Mao: El problema de Stalin atañe al movimiento comunista internacional en su conjunto y a los partidos comunistas de todos los países (Discursos en una conferencia de secretarios, OO.EE., V, pg.386). En 1963 se lo volvieron a hacer saber cuando publicaron Sobre la cuestión de Stalin insistiendo en el mismo problema de forma. Era inadmisible que los soviéticos tomaran iniciativas por su cuenta sin tener ninguna consideración hacia los comunistas de otros países.
Había un problema de fondo, que era la valoración política de Stalin, pero había también una cuestión de forma, independiente de la anterior y de quién tuviera más y mejores razones para apoyar o criticar a Stalin. Al margen del debate de fondo, queremos insistir en la importancia de la cuestión formal subyacente en la polémica, de la manera de proceder de los soviéticos, a la que no siempre se le ha prestado la debida atención en el movimiento comunista internacional. No era un error ni una circunstancia aislada sino todo un estilo de relaciones con los demás partidos comunistas. Si Stalin no era un problema interno de los comunistas soviéticos, si se trataba de un problema internacional, los soviéticos hubieran debido, previamente, discutir la crítica y ponerla en conocimiento de todos los partidos comunistas, y no hacerlo en secreto y al margen de los demás.
A mediados de los años cincuenta, en plena guera fría, la cuestión nuclear estaba en el primer plano gravitando sobre las relaciones diplomáticas entre todos los países del mundo. Mao había sostenido que el nuevo armamento atómico era un tigre de papel; nunca podría tener una importancia decisiva en ninguna guerra, cuyo protagonismo radica en las masas, pero el Ejército Popular de Liberación no dejó de esforzarse nunca por adueñarse de sus secretos. A medida que el armamento nuclear iba ganando importancia en las estrategias militares de todas las potencias, los chinos contemplaban resignadamente la imposibilidad de acceder de forma autónoma a un poderoso medio de disuasión de manera inmediata. Cuando en noviembre de 1957 Mao y varios altos militares chinos (Peng Dehuai, Ye Jianying, Su Yu) estuvieron en Moscú celebrando el 40 Aniversario de la Revolución de Octubre y comprobaron el lanzamiento de los primeros misiles balísticos intercontinentales y el primer satélite artificial (sputnik) que orbitaba en torno a la tierra, se apercibieron de la enorme brecha existente. Esto abrió numerosas discusiones internas y complicó aún más las relaciones con la Unión Soviética.
Aprovechando la conmemoración de Moscú, se reunió una conferencia de doce partidos comunistas del bloque socialista, incluida Yugoeslavia. Salvo estos últimos, todas las organizaciones aprobaron una Declaración final y un Manifiesto por la paz. Se produjo una fuerte discusión entre los soviéticos y los chinos, especialmente en torno a la transición pacífica al socialismo que trataban de introducir los revisionistas. Se logró una transacción que la delegación china hubiera preferido no firmar, pero accedieron finalmente a ello. Aunque el documento es mediocre, frente al engendro del XX Congreso, era una avance sustancial. Pero el Partido Comunista de la Unión Soviética ya no tenía enmienda posible y la reunión contribuyó a dar la falsa impresión de que era posible la unidad de los comunistas con los revisionistas, cuando la experiencia demuestra que no hay ninguna concesión que les pueda hacer retornar a las filas comunistas. La lucha contra el revisionismo es de principios: debe conducir a la denuncia política y a la escisión organizativa.
Por parte de los revisionistas soviéticos no había ningún principio que defender. Jruschov y los revisionistas tejían pacientemente una sutil tela de araña donde todo era negociable, tanto con los imperialistas como con los comunistas, así que imaginaron que con alguna concesión de su parte, los chinos volverían al redil que les tenían preparado. También con los chinos Jruschov pretendía parecer seductor. A las concesiones ideológicas había que sumar las concesiones materiales, de manera que, por paradójico que parezca, las relaciones chino-soviéticas nunca fueron mejor que con un elemento tan frívolo como Jruschov, que creía ser capaz de incorporar bajo su férula tanto a Tito como a Mao. La cuadratura del círculo sí era posible para él.
Al margen de las cuestiones ideológicas, precisamente entonces pareció que comenzaba a imponerse una nueva relación, más equitativa, entre la Unión Soviética y China. La firma del Tratado de 1950 no había sido nada fácil. La Unión Soviética pretendió aplicar a la República Popular el mismo Tratado firmado cinco años antes con el Kuomintang. Las negociaciones de Moscú se tuvieron que prolongar durante dos meses hasta que finalmente Stalin accedió a las peticiones chinas. En 1952 se había revisado el Tratado de 1950 extendiendo indefinidamente la ocupación soviética de Lüshun (Port Arthur) y otros puntos de Manchuria. Sin embargo, el 11 de octubre de 1954 Jruschov accedió retirarse definitivamente de Manchuria y devolver al año siguiente las instalaciones soviéticas sin ninguna compensación, dejando allí todos los aviones. Al fin mostraban un poco de generosidad; todo pareció volver a la buena línea: Peng Dehuai participó como observador en la firma del Pacto de Varsovia y, finalmente, lo más importante, ambos países firmaron un protocolo que permitiría a China acceder a la tecnología atómica. El 15 de octubre de 1957 firmaron un acuerdo secreto sobre la nueva tecnología para la defensa nacional.
Pero Jruschov estaba jugando con dos barajas. El compromiso de dotar a los chinos de armamento nuclear no era más que una medida de presión contra los imperialistas. La verdadera estrategia de los revisionistas para el Pacífico era la desnuclearización, y esos eran los términos de su negociación con Estados Unidos: si no aceptaban la desnuclearización, amagaban con dotar a China de la tecnología nuclear. Aislada diplomáticamente, China no tenía otro altavoz internacional que la Unión Soviética, pero los revisionistas estaban tan deseosos de llegar a un acuerdo con los imperalistas que ante la mesa de negociaciones les faltaba tiempo para olvidarse de las reclamaciones chinas. En el momento de hacer concesiones, cuando los imperialistas apretaban, nada más fácil que empezar por deshacerse de todo aquello que los chinos consideraban de vital importancia para ellos. Los chinos contemplaban así que se estaba negociando algo que les concernía de manera directa sin que nadie les consultara. Una vez más, los revisionistas soviéticos fallaban tanto en el fondo como en la forma. Sin que los propios afectados se lo pidieran, actuaban como portavoces de China pero sólo para privarles de la posibilidad de alcanzar la tecnología nuclear. Con la Unión Soviética China no tenía escapatoria: si había guerra, dependían del paraguas soviético; si había negociación, serían los soviéticos los encargados de negociar.
Además, mientras los chinos pretendían fabricar las nuevas armas por sí mismos, alcanzar la autosuficiencia, los soviéticos trataban de vender armas indefinidamente, mantener a China en una posición subordinada.
En 1958 dos acontecimientos internacionales pusieron de manifiesto la profundidad del enfrentamiento que, como es obvio, iba mucho más allá de una disputa ideológica con los revisionistas.
El primero fue la invasión de Líbano por los imperialistas estadounidenses, que se añadía a la revolución en Irak, la nueva política de Nasser en Egipto y, en suma, un importante giro de la situación en Oriente Medio. Jruschov, sin consultar con China, propuso entonces una cumbre de las tres potencias imperialistas (Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia), más la Unión Soviética, y la India con el fin de discutir la situación en Oriente Medio. Los imperalistas respondieron proponiendo una cumbre pero dentro del Consejo de Seguridad de la ONU y Jruschov estaba dispuesto a ceder cuando, ante la oposición de China, declinó la oferta. Con una provincia como Xinjiang de población musulmana y enclavada en Asia central, China también estaba interesada por la nueva situación en Oriente Medio; al menos tenía un interés más directo que India. Tras la Conferencia de Bandung en 1955, los gobiernos nacionalistas árabes habían comenzado a reconocer a la República Popular. El problema no era que no pudiera participar en una cumbre de esas características, vetada por su falta de reconocimiento diplomático; el verdadero problema era la intervención de India. Pero si ya era una torpeza inaudita que Jruschov propusiera a India, mucho más era trasladar el debate al Consejo de Seguridad, donde Taiwan ocupaba la posición de la República Popular. No cabía demostrar mayor desprecio hacia China.
El segundo fue la crisis de Quemoy durante el verano de aquel año. La ONU había aprobado una resolución favorable a la reunificación de China y la República Popular, excluida de los foros internacionales, lo celebró bombardeando simbólicamente la isla de Quemoy, en manos del Kuomintang y muy cerca de la costa continental. Estados Unidos respondió con el mayor despliegue bélico desde el final de la Guerra Mundial. La V Flota se interpuso entre el continente y Taiwan de manera amenazante.
Los entresijos de aquella crisis fueron ya significativos: ni la Unión Soviética se manifestó entonces dispuesta a apoyar incondicionalmente a sus vecinos, ni tampoco China consultó previamente con Moscú los cañonazos. Jruschov había visitado Beijing el 31 de julio de aquel año para disculparse por su propuesta de incluir a la India en la cumbre sobre Oriente Medio. Se entrevistó con Mao, firmaron una declaración común recordando la del año anterior, criticaron a los revisionistas yugoeslavos... pero no fueron advertidos por Mao de sus planes. De cualquier modo, aún habiendo procedido los chinos de otra manera, los soviéticos no aceptaban ese tipo de desafíos al imperialismo. Cuando Jruschov se comprometió finalmente a apoyar incondicionalmente a China frente a un ataque imperialista, era ya 7 de setiembre: la crisis había pasado.
La defensa de la Unión Soviética en el caso de una agresión imperialista contra China difícilmente hubiera podido coordinarse. Jamás hubo maniobras militares conjuntas chino-soviéticas. Las propuestas soviéticas de un mando naval conjunto nunca fueron aceptadas por los chinos. Tampoco ellos estaban entusiasmados con la idea, porque podía llevarles a un enfrentamiento directo con Estados Unidos en Taiwan. Ni siquiera existió un sistema integrado de defensa antiaérea ni antimisiles. No es difícil adivinar las razones: todas las propuestas que en esa dirección emitía la Unión Soviética eran otras tantas formas de extender sus tentáculos sobre China, de controlar y tutelar un país que acababa de sacudirse de encima todas las tutelas.
El 20 de junio de 1959 los soviéticos rompen el tratado de 1957 y se niegan a proporcionar armamento atómico a China. Dos meses después se produce el encuentro de Jruschov con Eisenhower en Camp David. Teniendo que optar entre los chinos y los estadounidenses, eligieron a estos últimos. Aquellos sólo podían considerar esa elección como una verdadera traición, otra más.
A partir de Camp David todos los partidos revisionistas dejaron de considerar a los imperialistas como tales. La tibia Declaración de 1957 era papel mojado.
A partir de ahí los acontecimientos se precipitaron. A la vuelta de Camp David Jruschov viajó a Beijing, pero no había mucho de qué hablar y no se publicó ni siquiera un comunicado conjunto. Unos días antes de su llegada se comunicaba la destitución de Peng Dehuai que había coincidido en mayo con Jruschov en Albania. En la Conferencia de Lushan transmitió a la dirección del Partido Comunista los planes de los soviéticos para China:
— instalación de bases nucleares soviéticas en China
— modernización de la marina con material soviético y mando conjunto chino-soviético sobre ella
— concentración de China en la industria ligera y en la agricultura para producir productos manufacturados y cereales destinados a la Unión Soviética
— adquisición en la Unión Soviética de productos elaborados por su industria pesada
— explotación intensiva del petróleo chino por la Unión Soviética.
En el otoño se produjo la revuelta feudal del Tibet, provocando una agravación de las relaciones de China con la India que, finalmente, conducirían a una guerra entre ambos países, integrantes del movimiento de los no alineados. Hasta la sublevación feudal del Tibet, cuando India acoge al Dalai Lama como refugiado, las relaciones habían sido cordiales, a pesar del problema fronterizo sobre la línea MacMahon.
En el conflicto del Tibet la Unión Soviética adoptó una postura de neutralidad que dejaba a las claras la verdadera naturaleza de los revisionistas. Una vez logrado el acuerdo con Estados Unidos, Jruschov desafiaba abiertamente a los chinos y a partir de entonces, dejó de ocultar cuáles eran sus verdaderas intenciones. Era neutral en la cuestión del Tibet, pero en diciembre se pronunció en contra del Gran Salto Adelante en el discurso que pronunció en Budapest en el VII Congreso del Partido Comunista de Hungría. En febrero del año siguiente reiteró en una reunión del Pacto de Varsovia que no proporcionaría armamento nuclear a China.
La respuesta inicial del Partido Comunista de China fue ideológica: un largo artículo publicado el 16 de abril de 1960 en Bandera Roja con ocasión del 90 aniversario del nacimiento de Lenin, titulado Viva el leninismo. Pero, obviamente, no por mucho tiempo se puede responder a la práctica sólo con la teoría.
En junio, durante un Congreso el Partido Obrero de Rumanía, los soviéticos difundieron un informe dirigido contra los comunistas chinos y el ataque lo reprodujo Jruschov en su discurso. Además aprovecharon la oportunidad para convocar un reunión y aprobar un comunicado de todas las organizaciones comunistas, salvo el Partido del Trabajo de Albania, condenando a China.
En julio, en plena crisis económica china, los soviéticos retiraron sin previo aviso a 1.300 técnicos que trabajaban allá con todos sus planos. Los puentes quedaron sin terminar, los camiones y tractores fueron al desguace por falta de repuestos, muchas construcciones se oxidaron a la intemperie.
En noviembre se celebró una importante conferencia de 81 partidos comunistas en Moscú, donde los chinos, con el apoyo albanés, volvieron a lograr introducir modificaciones en el proyecto de declaración presentado por los revisionistas que, a pesar de su carácter de compromiso, lo hacían bastante presentable. A partir de entonces, la polémica se torna abierta y pública, aunque toma como centro de todos los ataques revisionistas al Partido del Trabajo de Albania. El documento es el segundo revés a las posiciones conciliadoras de Jruschov.
En octubre de 1961 se celebra el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética donde Jruschov lanzó un furibundo ataque contra el Partido del Trabajo de Albania y las posiciones marxista-leninistas que defendía, indirectamente dirigido también contra los comunistas chinos.
Pero más allá de las declaraciones ideológicas, las presiones de todo tipo ponían de manifiesto la verdadera naturaleza del revisionismo. En 1962 India y China entran finalmente en guerra. India trataba de aprovechar la crisis económica china en aquellos momentos y utilizó la agresión para pedir simultáneamente un crédito a Estados Unidos. En aquella situación, la Unión Soviética manifestó su apoyo a India. El movimiento comunista internacional había dejado de existir.
Los acontecimientos coinciden temporalmente con la crisis de los misiles en Cuba, tras la cual las relaciones de Jruschov con los imperialistas vuelven a su estado natural y acabarán cristalizando en el Tratado de No Proliferación Nuclear, firmado en 1963, la consagración jurídica de aquella política soviética de claudicación ante el imperialismo. China quedaba excluída del privilegiado elenco de potencias nucleares y nunca podría acceder a reforzar su defensa con tecnología atómica, ni con ayuda soviética, ni con ninguna otra clase de ayuda; tendría que hacerlo por sus propias fuerzas, lo que consiguieron sólo un año después.
Ya no había lazos que sujetaran a ambas partes entre sí, ni ideológicos ni diplomáticos siquiera. Las relaciones comienzan a desnudar una feroz enemistad, aunque la ruptura aún deja algunos rescoldos de los tiempos no lejanos, que se fueron apagando poco a poco; a finales de 1963 los coros del Ejército Soviético aún eran aplaudidos durante una actuación en Beijing; en abril los comunistas chinos felicitan a Jruschov por su cumpleaños; se produce un cruce de cartas para superar la polémica, más posicionamientos ideológicos, algunos de ellos muy importantes...
En 1964 China, al tiempo que experimentaba su primera explosión atómica, terminaba de pagar sus deudas con la Unión Soviética.
Los soviéticos trataron de organizar en 1964 una Conferencia de partidos comunistas en la que resultaran condenados los chinos, pero no lo consiguieron. La estrategia de los chinos fue intentar dilatarla, pero finalmente tuvo lugar en marzo de 1965 sin que a ella acudieran los partidos comunistas de China, Rumanía, Corea, Vietnam, Japón e Indonesia. A pesar de ello, el comunicado final fue confuso; no hubo más acuerdo que el de volverse a reunir y el apoyo unido de todos a Vietnam.
Con la caída de Jruschov en octubre de 1964, los chinos hicieron un intento de aproximación a la nueva dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética pero las divergencias no eran de naturaleza personal sino políticas. Breznev era un fiel continuador de la línea de Jruschov.
Cuando en setiembre de 1965 India y Pakistán se enfrentan en una guerra, China acusa a la Unión Soviética de apoyar a India, mientras ellos, por pura reacción simétrica, apoyaban a Pakistán. Este tipo de actuaciones se reproducirán posteriormente de una manera asidua. Ni estaban en el mismo bando, ni apoyaban tampoco al mismo bando. Por ejemplo, a partir de aquel año los esfuerzos de la diplomacia china se concentran en impedir la Ostpolitik de Willy Brandt y las conversaciones sobre seguridad y cooperación en Europa, por razones obvias: si los soviéticos lograran apaciguar la tensión en Europa, podrían llevar el grueso de sus fuerzas a sus fronteras orientales. No les faltaban razones: el número de divisiones soviéticas concentradas en la frontera china aumentó de 15 en 1967 a 21 en 1969, 30 en 1970 y 44 en 1971.
En marzo de 1966 los comunistas chinos ya no enviaron ningún delegado al XXIII Congreso de los revisionistas en Moscú.
La disputa con los revisionistas soviéticos era indudablemente ideológica, pero no exclusivamente ideológica. Naturalmente eso es evidente en el caso de Jruschov y los dirigentes soviéticos, pero también en el de los comunistas chinos. A lo largo de la batalla contra el revisionismo, quienes dirigen los encuentros al máximo nivel en los foros del movimiento comunista internacional no son otros que Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xioping. Los tres resultarían purgados inmediatamente después, durante la Revolución Cultural, acusados precisamente de revisionismo. Liu Shaoqi fue calificado como el Jruschov chino. Quien dirigió desde 1962 y durante 12 años el departamento soviético del Ministerio de Asuntos Exteriores era Qian Qichen, que acabó siendo nombrado titular del mismo en 1988, es decir, en plena euforia revisionista, otra prueba adicional de que en la primera línea de la polémica con los revisionistas soviéticos no estaban los comunistas sino los revisionistas chinos, porque no podemos imaginar siquiera que en personajes como Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xioping prevaleciera la más mínima intención de defender el marxismo-leninismo. Por tanto, al margen de las declaraciones ideológicas, la disputa estaba entablada entre unos revisionistas y otros revisionistas y eso exige ir más allá en el análisis que el recitado de los textos y de las declaraciones solemnes.
Continúa.

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