Material copiado

Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

viernes, 8 de junio de 2012

Mao Zedong (1893-1976) ( II )

Sumario: 
 — La primera guerra civil
— En busca de una estrategia revolucionaria
— Cerco y aniquilamiento
— La Larga Marcha
— La guerra contra el imperialismo japonés
— La tercera guerra civil
— China se pone en pie
— El movimiento de las cien flores
— El gran salto adelante
— Los tres años negros
— La lucha contra el revisionismo soviético
— La revolución cultural
— La diplomacia triangular
— Reseñas biográficas

La primera guerra civil

El 20 de marzo de 1926, sólo un año después de la muerte de Sun Yatsen, Chiang Kaishek comienza a descubrir sus cartas, si bien de una manera taimada. Con la connivencia de organizaciones secretas y criminales de Guangzhou y el apoyo de los propietarios de las concesiones internacionales imperialistas, da un golpe de Estado, decreta el estado de sitio, detiene a los comisarios políticos comunistas, suprime los sindicatos y aposta guardias en la sede de los consejeros soviéticos. Demostraba que no era el Kuomintang sino el ejército nacionalista el que tenía el poder en sus manos. Si no el dueño, Chiang Kaishek era al menos el árbitro de la nueva situación. Era el primer aviso de la ruptura de la coalición y de sus verdaderas intenciones. Sin embargo, tras su golpe de Estado, Chiang Kaishek tranquiliza a los comunistas ofreciéndoles toda clase de garantías. En sus informes Borodin minimiza el ataque y acepta las limitaciones impuestas por Chiang Kaishek: los comunistas chinos debían restringir su actividad en el seno del Kuomintang y frenar el movimiento de masas. En esta purga resultó expulsado Mao, entonces responsable de propaganda del Kuomintang.
Un hecho decisivo contribuyó a velar aún más el verdadero alcance de la situación. Poco después del golpe de Estado, en julio de 1926, Chiang Kaishek acepta los planes militares de Blücher y se inicia la Expedición al Norte con el fin de aplastar a los caudillos feudales y reunificar el país. Aparentemente todo volvía de nuevo a la normalidad; comunistas y nacionalistas marchaban de la mano. El objetivo final era Beijing y al margen de la guerra quedaban los imperialistas con la apariencia de meros espectadores.
Una vez más, el avance nacionalista fue arrollador, pero estuvo acompañado, y a veces incluso precedido, de huelgas obreras y levantamientos campesinos que si, por un lado, favorecían el avance nacionalista, por el otro, creaban fuertes tensiones en la coalición. El dilema resultaba muy serio para el Partido Comunista. Para reforzarlo, la Internacional Comunista envía en diciembre de 1926 al comunista hindú M.N.Roy, que llega con las mismas instrucciones de colaboración con el Kuomintang.
En marzo de 1927 las huelgas y levantamientos obreros alcanzaron cotas insurreccionales en Shanghai, obligando a Chiang Kaishek a desviarse de la ruta hacia el norte trazada por Blücher y encaminarse hacia la costa. El gobierno local había huido a la desbandada ante el movimiento de masas y el 12 de abril el ejército del Kuomintang se presentó en la ciudad, no para liberarla de los feudales, sino para masacrar implacablemente al proletariado. La matanza fue espantosa: entre 5.000 y 6.000 militantes comunistas fueron capturados y muchos de ellos asesinados. Entre otros, tras su detención en Beijing fue asesinado Li Dazhao, el bibliotecario de la Universidad de Beijing que había contribuido a la fundación del Partido Comunista. En otras ciudades industriales importantes los militantes comunistas y las fuerzas proletarias también fueron exterminados sistemáticamente. Chiang Kaishek no esperó a entrar en Beijing para traicionar a sus aliados. Aplastar a los comunistas se había convertido para él en una tarea más importante que aplastar a los feudales. La burguesía de Shanghai, con la que mantenía lazos muy estrechos, así se lo exigió.
Se inició una guerra civil, la primera, ente comunistas y nacionalistas.
El Kuomintang se escindió definitivamente. Chiang estableció un nuevo gobierno en Nanjin, mientras en Wuhan, junto al río Yangzé, quedaron los militantes del Kuomintang partidarios de continuar la alianza con los comunistas. Por su parte, la Internacional Comunista y la dirección del Partido Comunista de China siguieron manteniendo la política de alianza, esta vez reducida a la facción de izquierda del Kuomintang radicada en Wuhan. Allí fue enviado Mao para seguir trabajando como miembro suplente del Comité Central del Kuomintang.
Ni siquiera en Wuhan se sostuvo mucho tiempo la alianza y el Kuomintang también acabó rompiendo con los comunistas el 15 de julio, pasando a la represión abierta. Se desató una nueva ola de terror contra los comunistas y las organizaciones campesinas de aquella región y de Hunan: esta vez 25.000 comunistas fueron asesinados. Privado de todas sus bases legales, el Partido Comunista tuvo que pasar a la clandestinidad de manera definitiva.
Al exponer estos acontecimientos, la propaganda imperialista habla de fracaso, no sólo de fracaso de la insurrección de Shanghai, sino sobre todo de fracaso de la alianza con el Kuomintang, que ellos imputan a Stalin directamente. Aunque en su momento no suscitó dudas, a posteriori la colaboración de los consejeros soviéticos, de los delegados de la Internacional Comunista y del propio Partido Comunista de China con el Kuomintang ha sido muy duramente criticada. Hay que tener en cuenta que los hechos coinciden cronológicamente con la batalla contra los trotskistas dentro de la Unión Soviética, quienes tomaron el fracaso de Shanghai como una de sus banderas de lucha. Pero los trotskistas son los menos indicados para criticar porque tanto el embajador Ioffé como su sucesor en Beijing, Karajan, eran trotskistas y, en consecuencia, copartícipes de la alianza con el Kuomintang (e incluso Ioffé, signatario de la misma). Lo mismo cabe decir de Maring, uno de los fundadores de la IV Internacional. Radek y Bubnov estuvieron entre los firmantes en 1923 de la plataforma trotskista denominada Declaración de los 46. Tres años después Bubnov viajó a Beijing al frente de una comisión político-militar soviética para supervisar la marcha de la alianza con los nacionalistas y preparar la Expedición al Norte. Tuvo la oportunidad de seguir muy de cerca el II Congreso del Kuomintang, donde una buena parte de los delegados eran comunistas y, dos meses después de su llegada, presenció también al golpe de Estado de Chiang Kaishek en Cantón, pero ni antes ni después, Bubnov realizó ninguna crítica de la línea política seguida ni propuso tampoco ningún cambio.
Los trotskistas imputan el fracaso de la insurrección a la alianza con el Kuomintang, a la que nunca opusieron ningún reparo antes de 1927. Así lo reconoció el propio Trotski en una carta a Max Schatmann de 10 de diciembre de 1930, donde afirma que su tesis se encontraba enfrentada no a Stalin sino a Zinoviev, entonces máximo responsable de la Internacional Comunista. Para formar un bloque frente a la dirección bolchevique con Zinoviev, Trotski dice que guardó silencio sobre este punto litigioso. También esto último es mentira. En un artículo titulado Las relaciones de clase en la revolución china, fechado el 3 de abril de 1927 pero no publicado hasta 1938 en New International, Trotski considera correcta la posición del Partido Comunista de China de concluir un bloque con el Kuomintang a través de su ala izquierda. Pero esta tesis no era original de Trotski, ya que el propio Zhou Enlai la consideró -años después- como la más correcta para aquel momento, por lo que es probable que hubiera toda una corriente partidaria de esa alianza restringida con el Kuomintang enfrentada a la de Chen Duxiu, partidario de mantener la alianza también con el ala derecha.
En consecuencia, cabe decir que la imputación obsesiva de los trotskistas contra Stalin no puede resultar más infundada, hasta el punto de que los comunistas bien podrían haberse sacudido la imputación sobre sus espaldas arrojándola sobre Ioffé, Maring, Chen Duxiu y los demás. Pero no había nada erróneo en la línea general, nadie expuso ninguna crítica previa a los planteamientos de la Internacional Comunista, por lo que las tesis trotskistas al respecto, además de equivocadas, son de un oportunismo desmedido. Ya es poco edificante emitir cierto tipo de críticas después de suceder los hechos, pero es aún peor si ni siquiera esa crítica ex post facto realiza un diagnóstico certero de lo sucedido.
También son falsas las conclusiones deducidas sobre las consecuencias derivadas de la insurrección. Trotski -y tras él sus secuaces y toda la propaganda imperialista- hablan de tragedia y de liquidación total tanto del Partido Comunista como del movimiento obrero y campesino. Tienen que hacerlo así para magnificar los famosos errores de Stalin, cuando los propios comunistas chinos nunca se han expresado en tales términos, ni contra la Unión Soviética, ni contra la Internacional Comunista, ni tampoco contra Stalin, de quien incluso salieron en su defensa. La evolución posterior del Partido Comunista de China demuestra todo lo contrario; el Partido Comunista de China era -y siguió siendo- el más numeroso del mundo, detrás de los bolcheviques y por encima de cualquiera de los europeos. En cuanto al movimiento obrero, cabe afirmar otro tanto; a pesar de la dureza de la represión y de las matanzas de sindicalistas, en el mismo Shanghai continuaron las huelgas y las luchas sindicales sin solución de continuidad. En la ciudad portuaria el Partido y los sindicatos pasaron a la clandestinidad; el Kuomintang creó sindicatos amarillos para embaucar a los trabajadores porque la movilización no remitía. Es muy significativo que hacia 1928, a pesar de la represión, la dirección comunista se trasladara otra vez a Shanghai, donde permaneció hasta 1932. Un investigador concluye: Es excepcional en la historia asistir a un renacimiento tan rápido de un movimiento obrero víctima del terror blanco (Alain Roux: Grèves et politique à Shanghai, París, 1995, pg.19).
La insurrección de Shanghai no se propuso, en ningún momento, la toma del poder político por parte del proletariado, sino la liberación de la ciudad del gobierno caciquil existente, como efectivamente logró. Pero eso fue justamente lo que sucedió: cayó el poder municipal pero en absoluto resultaron afectados los intereses imperialistas. Las concesiones internacionales (francesa, japonesa, británica) se mantuvieron a la expectativa, lo que ilustra con claridad hasta qué punto hablar del poder en China exige muchas matizaciones.
Esta insurrección no fue la única sino una más de las muchas que estallaron en aquella época, en buena parte espontáneas e imposibles de contener. Estos levantamientos populares iban acompañados de la formación de milicias y el control de los barrios obreros de las ciudades. En la provincia de Guangdong, durante las huelgas generales, los piquetes terminaban en combates diarios con los mercenarios pagados por los grandes comerciantes. Dos años antes, en mayo de 1925, estallaron dos huelgas muy conocidas, una en Hongkong y otra en Shanghai, en las que participaron medio millón de obreros y que, a su vez, desataron un amplio movimiento de solidaridad por todo el país. La de Hongkong, que duró nada menos que 16 meses, es la huelga más prolongada de la historia del movimiento obrero mundial. La de Shanghai condujo, ya entonces, a la matanza del 30 de mayo, cuando la policía inglesa disparó contra los manifestantes, matando a varios de ellos y causando oleadas de indignación antimperialista en toda China.
Llegaba el momento del diagnóstico, de conocer las causas de la derrota de la insurrección de Shanghai y de ponerles remedio. En un partido comunista no importan tanto los errores como el saberlos corregir a tiempo. Seguramente pensando en la experiencia de la insurrección de Shanghai, diez años después Mao diría que el fracaso es madre del éxito y que las lecciones sacadas de los fracasos son la base de los futuros triunfos (Entrevista con el periodista inglés James Bertram, OO.EE., II, pgs.50-51). No se logró inmediatamente, pero a partir de 1927 los comunistas chinos tuvieron que madurar a marchas forzadas para aplicar correctamente la estrategia de la revolución democrático burguesa en China. Hasta entonces, seis años después de la fundación de su Partido, los comunistas carecían de experiencia política y la misma Internacional Comunista era la primera vez que se enfrentaba a una revolución en un país asiático, muy atrasado, semifeudal y sometido en buena parte al dominio imperialista. En principio no cabe ninguna duda de que la línea general era correcta porque, dada su situación, en China no era posible una revolución socialista, lo cual no significa que no fuera necesaria una revolución, si bien de tipo democrático burgués. Esta línea exigía la colaboración con el Kuomintang, que era un partido nacionalista y revolucionario. Pero el movimiento comunista internacional tampoco había creado frentes amplios entre diversas fuerzas políticas y clases sociales, por lo que el Partido Comunista de China no podía beneficiarse de experiencias previas.
En julio de 1927 el Comité Ejecutivo de la Internacional envió una carta a la dirección del Partido Comunista de China que no hacía un análisis correcto de las relaciones entre las clases. En ella afirmaba que tanto la burguesía como la pequeña burguesía habían traicionado la revolución, que la ola revolucionaría seguía en ascenso, que a causa de la traición de la burguesía estaba empezando a tomar un carácter socialista, y que había que preparar la insurrección.
En un informe de agosto de aquel año (no publicado en sus Obras Escogidas) Mao resume en tres los errores cometidos:
— insuficiente atención al movimiento campesino, que no acudió en apoyo del proletariado
— subestimación de la lucha armada en beneficio de la lucha de masas
— entrega de la dirección al Kuomintang y seguidismo respecto a él.
En cuanto al campesinado, a finales de 1926 Mao ya había sido enviado desde Wuhan a Hunán para informar al Partido sobre el movimiento campesino, cuyo nivel de organización y movilización superaba las previsiones más optimistas. Casi la mitad de los campesinos, unos diez millones, estaban organizados en asociaciones, la mayoría de ellas dirigidas por campesinos pobres. La lucha no remitía, los campesinos habían barrido por sí mismos las instituciones feudales, a los caciques locales, a los terratenientes y a los funcionarios corrompidos, al tiempo que crearon sus propios órganos de poder. Este informe, redactado en febrero de 1927, sobre el movimiento campesino en Hunan es típico de la manera de trabajar de Mao: amplio, preciso y meticuloso. Estaba dirigido contra Chen Duxiu, que subestimaba el papel de los campesinos en la revolución: Sin los campesinos pobres no hay revolución. Negar su papel es negar la revolución. La conclusión de Mao es clara: Hay que poner término inmediatamente a todo comentario contra el movimiento campesino y corregir cuanto antes todas las medidas erróneas que respecto a él han tomado las autoridades revolucionarias. Sólo así se puede contribuir al desarrollo de la revolución. Pues el actual ascenso del movimiento campesino es grandioso (OO.EE., I, pgs.19 a 55).
China no era un país altamente industrializado; en las ciudades era el Kuomintang quien disponía del control de la situación, mientras que la masas rurales constituían el aliado más valioso para la revolución, su fuerza de reserva y, como decía Mao, esto significaba un importante cambio estratégico: Esta teoría sobre la necesidad de ganarse primero a la masas a escala nacional y en todas partes, y establecer después el Poder, no corresponde a las condiciones reales de la revolución china (Una sola chispa puede incendiar la pradera, OO.EE., tomo I, pg.125). Siempre que los feudales se mantuvieran en una guerra permanente, en China existía la posibilidad de liberar regiones enteras, establecer en ellas un poder popular y extender desde allí la revolución.
En cuanto a la cuestión miitar, en su informe de agosto Mao dice que el Partido Comunista había descuidado los problemas militares pero desde este momento deberíamos prestar mucha atención a los asuntos militares. Debemos ser conscientes de que el poder político se consigue blandiendo un arma. Al año siguiente recomienda expresamente a la dirección del Partido: Desarrollar la insurrección mediante la fuerza armada es un rasgo característico de la revolución de China. Sugerimos al Comité Central que dedique grandes esfuerzos al trabajo militar (La lucha en las montañas de Chingkang, OO.EE., I, pg.104). Al año siguiente, el VI Congreso de la Internacional Comunista planteó acertadamente dos de las cuestiones capitales de la revolución en los países semicoloniales y semifeudales como China: la creación de un ejército propio y la reforma agraria (VI Congreso de la Internacional Comunista, Primera Parte, Ediciones Pasado y Presente, México, 1977, pgs.189 y stes.). Era imprescindible crear una fuerza militar propia, pero ambas declaraciones de la Internacional Comunista, la agraria y la militar, quedaban simplemente apuntadas, sin ofrecer mayores precisiones para su puesta en funcionamiento. Además, en su formulación parecía que ambos aspectos estaban desconectados cuando, como en Rusia, eran dos aspectos del mismo problema. La guerra civil rusa fue también una guerra campesina, si bien las etapas históricas se invirtieron: primero estalló la insurrección en las ciudades y luego llegó la guerra al campo. En China primero fue la guerra y luego la insurrección en las ciudades. En cualquier caso, parece evidente que en este punto Mao no inventó nada nuevo, por lo cual la acusación dirigida en su contra de no representar exactamente a un movimiento proletario sino más bien campesino, carece de todo fundamento. El papel de Mao consistiría en analizar minuciosamente, desde un punto de vista marxista, un proceso que tampoco se adquirió rápidamente ni de forma sencilla pero que, una vez comprobada su validez, ha quedado como una aportación decisiva del movimiento comunista internacional.
China tenía una larga historia de guerras campesinas sin parangón en el mundo, la única fuerza motriz real del desarrollo histórico en la sociedad feudal china (La revolución china y el Partido Comunista de China, OO.EE, I, pg.319). La revolución china sería otra guerra campesina, esta vez dirigida por el proletariado y por su Partido Comunista, que era la garantía de la victoria.
Sin un ejército propio, el Partido Comunista nunca podría ponerse a la vanguardia de la lucha revolucionaria ni desarrollar una línea independiente. Para afrontar la guerra civil era necesario un ejército propio del que el Partido Comunista carecía. Eso también era muy novedoso pero la experiencia en China demostraba que sin respaldo militar, cualquier organización de masas, incluido el Partido Comunista, sería aplastado. Era imprescindible contar con una fuerza militar adecuada para alcanzar la revolución democrático burguesa: Sólo después de haber aniquilado unidades enemigas relativamente grandes y ocupado poblados, podremos movilizar a las masas en gran escala y establecer el Poder en zonas que abarquen varios distritos colindantes. Sólo así podremos llamar la atención de las poblaciones próximas y lejanas (esto es lo que se llama extender la influencia política) y contribuir efectivamente a la promoción del auge revolucionario (Mao: Una sola chispa puede incendiar la pradera, OO.EE., tomo I, pg.133).
La clase obrera en las ciudades no podría no ya derrotar sino ni siquiera organizarse frente a la reacción sin que simultáneamente se dieran ambas condiciones: el apoyo del campesinado y un ejército propio. Ambas condiciones conducían a que el teatro principal de operaciones (políticas y militares), la acumulación de fuerzas revolucionarias, se trasladara a las zonas rurales sin renunciar en absoluto a proseguir la lucha clandestina en las zonas blancas y, por tanto, también en las ciudades. En sus sucesivas fases, la revolución china adoptó combinaciones diversas entre todos esos factores, lo que exigió de su Partido Comunista un análisis muy fino de las situaciones cambiantes a fin de dar en cada momento la importancia que se merecían a unos u otros factores. En expresión de Mao, hacer incapié en la lucha armada no significa renunciar a las otras formas de lucha (La revolución china y el Partido Comunista de China, OO.EE., II, pg.329).
No obstante, con gran diferencia, de los tres errores cometidos por los comunistas chinos el tercero fue el más importante: el proletariado debería dirigir la revolución democrática y antimperialista y no ir a remolque de la burguesía. La plena independencia de clase hubiera permitido anticiparse a los acontecimientos y limitar los daños ocasionados por la traición del Kuomintang. El VI Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en el verano de 1928, reconoció el revés padecido en Shanghai y habló de seguidismo, de la falta de independencia del Partido Comunista respecto al Kuomintang, pero diagnosticó que no existía error en la línea política, sino una mala aplicación práctica de la misma, que condujo a la pérdida de independencia política del proletariado respecto al Kuomintang: Sin la liberación de las masas laboriosas de la influencia de la burguesía y el nacionalreformismo, no puede ser alcanzado el principal objetivo estratégico del movimiento comunista en la revolución democrático-burguesa, la hegemonía del proletariado. A su vez, sin la hegemonía del proletariado, cuya parte orgánica integrante es la posición dirigente del partido comunista, la revolución democrático burguesa no puede ser llevada a término, para no hablar de la revolución socialista. Siguiendo esta orientación Mao repetirá: China necesita con urgencia una revolución democrático burguesa y esta revolución sólo puede ser llevada a cabo bajo la dirección del proletariado (¿Por qué puede existir el poder rojo en China?, OO.EE., I, pg.64). Que numéricamente los campesinos fueran la reserva más importante de la revolución, decía Mao, no disminuía el trascendental papel dirigente del proletariado: El problema de la dirección ideológica proletaria es de capital importancia. Las organizaciones del Partido en los distritos de la Región Fronteriza, que están compuestas casi exclusivamente de campesinos, se desorientarán si les falta la dirección ideológica proletaria. Además de prestar gran atención al movimiento obrero en las capitales de distrito y los principales poblados, debemos aumentar la proporción de representantes obreros en los órganos del Poder. También hay que elevar la proporción de obreros y campesinos pobres en los organismos dirigentes del Partido a todos los niveles (La lucha en las montañas de Chingkang, OO.EE., I, pg.102).
La lección había sido tan dura que la Internacional Comunista, repitiendo lo que ya había dicho en el II Congreso, rechaza para el futuro cualquier posibilidad de formar un bloque de los comunistas con los nacionalistas, salvo de manera pasajera y siempre -advierte- que no degenere en una fusión (Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Primera Parte, Cuadernos de Pasado y presente, Buenos Aires, 1973, pg.156).

En busca de una estrategia revolucionaria

Tras el aplastamiento de la insurrección de Shanghai, el 7 de agosto de 1927 se celebró una conferencia del Partido Comunista en la concesión japonesa de Hangzhou en la que el Secretario General del Partido, Chen Duxiu, que tuvo una responsabilidad muy destacada en el fracaso, fue destituido de su cargo, asumiéndolo Qu Qiubai. Chen Duxiu nunca aceptó sus responsabilidades. Se negó a asistir a la conferencia y a todas las reuniones de la Internacional Comunista para dar explicaciones. Era un intelectual soberbio y, como dijo Zhou Enlai, fruto de su ascendiente, tenía un estilo patriarcal de trabajo que no se dejaba aconsejar fácilmente. Sus planteamientos políticos eran similares a los de los mencheviques rusos: la revolución democrática debía ser dirigida por la burguesía, mientras que el proletariado debía limitarse a apoyar esa lucha y el campesinado no era una fuerza social a tomar en consideración. En fin, según su criterio, el Kuomintang ocupaba el centro del escenario político en China. Pero no todo el peso de las críticas se volcó sobre Chen Duxiu y la dirección del Partido Comunista de China. Bujarin afirmó ante el VI Congreso de la Internacional Comunista que los errores, que calificó de graves, fueron responsabilidad de la dirección del Partido Comunista de China y en parte del delegado de la Internacional, esto es, de Borodin (VI Congreso de la Internacional Comunista. Segunda Parte, Cuadernos de Pasado y Presente, pg.37). A consecuencia de ello, Borodin también fue sustituido por Neumann y Lominadse, que fueron quienes participaron en la conferencia. Se había producido, por tanto, un relevo entre los delegados de la Internacional y luego también en la dirección del Partido Comunista de China. Como pauta para promover a los trabajadores a la dirección del Partido, Xiang Zhongfa fue designado, junto con otro obrero industrial, Su Zhaozheng, para formar parte del Buró Político, hasta entonces monopolizado por los intelectuales. La orientación era buena pero se ejecutó de manera precipitada, sustituyendo cuadros experimentados por trabajadores habituados a la lucha sindical.
La Conferencia dio un giro completo a la línea política del Partido que, a partir de entonces, adoptó ademanes aventureros. Del desliz derechista de 1924-1927, la dirección del Partido Comunista pasó, sin solución de continuidad, a un peligroso izquierdismo combinado con un dogmatismo de importación que cubrirá una larga etapa de siete años. Sus errores se manifestaron en varios aspectos:
— negar el carácter prolongado de la guerra y promover levantamientos insurreccionales
— exigir una concentración absoluta de las fuerzas y oponerse a la guerra de guerrillas
— tomar las ciudades como medio de controlar toda una región
— preferencia por el trabajo de masas frente al trabajo militar
— preferencia por el trabajo en la retaguardia del enemigo frente al trabajo en las zonas liberadas.
Siguiendo la nueva orientación izquierdista, Mao organizó en Changsha el Levantamiento de la Cosecha de Otoño. El 21 de mayo de 1927 las tropas locales del Kuomintang asaltaron los locales de las asociaciones obreras y campesinas de Changsha, perpetrando una sangría contra los comunistas y las masas. En respuesta, los destacamentos campesinos se alzaron y comenzaron a marchar sobre Changsha, capital de la provincia de Hunan. Pero en el último momento desistieron por orden de la dirección del Partido.
El 1 de agosto de 1927 se produce el levantamiento de Nanchang, capital de provincia de Jiangxi, al mando de Zhou Enlai, Zhu De, Lin Biao, Liu Bocheng y otros militantes comunistas. Para combatir la contrarrevolución desatada por el Kuomintang, se alzó un ejército de 200.000 campesinos armados. Los insurgentes lograron tomar Nanchang después de la lucha feroz. Inmediatamente, como estaba previsto, se replegaron pero tuvieron que sostener cinco días de combates durante los cuales fueron diezmados, aunque varias columnas lograron romper el cerco. Dirigieron sus pasos hacia Changsha, que lograron tomar hasta que las cañoneras imperialistas se adentraron por el río Yangze, al tiempo que las tropas del Kuomintang se posicionaban junto a las murallas de la ciudad. La lección parecía evidente: la potencia de fuego de unos pocos regimientos regulares era capaz de contener el asalto de decenas de miles de campesinos armados, que tuvieron que romper el cerco y huir de Changsha.
El objetivo del levantamiento de Nanchang era marchar al sur a Shantou, ocupar el puerto y de allí marchar a Guangzhou. Era un plan correcto, pero la dirección no entendió el levantamiento correctamente. Lo concibieron como una acción puramente militar, sobre la base de que las ciudades eran de importancia primaria, sin la idea de integrar a los campesinos locales y establecer áreas de apoyo en el campo.
En noviembre, el Comité Central decidió organizar el levantamiento de Guangzhou, pero sin un objetivo definido. Neumann y Lominadse ayudaron a dirigir la insurrección en diciembre de 1927, que resultó un tremendo fracaso: 5.700 comunistas, entre ellos cinco delegados soviéticos de la Internacional Comunista, fueron asesinados. No obstante el fracaso del levantamiento, el Comité Central envió a uno de los más fervientes partidarios de la nueva línea izquierdista, Li Lisan, a Hongkong dirigir el trabajo en la provincia de Guangdong.
En todas las ciudades (Shanghai, Nanchang, Guangzhou) las insurrecciones acabaron de la misma forma. En toda ellas la represión resultó brutal. Al terminar los levantamientos, el comunismo parecía exterminado para siempre en China. Además, el Partido no extrajo las lecciones apropiadas de aquellos fracasos. Toda esta etapa izquierdista del Partido Comunista es también una etapa de progresiva marginación política de Mao, posiblemente porque comienza a exponer de una manera abierta y contundente sus críticas a la línea política del Partido. Fue excluido de la dirección y en algún momento se llegó a decir que había sido despojado de su carnet de militante. Es muy posible que Mao chocara directamente con Neumann, un dirigente comunista alemán que había intervenido directamente en la redacción de la obra La insurrección armada bajo el nombre colectivo de A.Neuberg, un manual muy divulgado en el movimiento comunista internacional que resumía una determinada estrategia militar de asalto al poder considerada como una guía para todos los partidos comunistas. Del fracaso en China de esta estrategia de la Internacional Comunista extraerá Mao sus tesis acerca de la guerra popular prolongada, pero para ello aún deberán transcurrir varios años, múltiples experiencias e importantes fracasos. La dirección del Partido Comunista no elaboró un plan ajustado de las tareas a realizar en relación con la revolución agraria, el movimiento de masas y la organización de unas fuerzas armadas, ni tampoco la creación de bases de apoyo. Los comunistas comenzaron a poner en primer plano las cuestiones militares pero de una manera errónea; la lucha armada aparecía desvinculada del campesinado y se concentraba sobre las ciudades; tampoco pretendía lograr una lenta acumulación de fuerzas sino que se manifestaba en golpes de mano por sorpresa. En Shanghai, en lugar de entrar en los sindicatos amarillos, los comandos armados comunistas ejecutan a los capataces de las empresas, a los burócratas sindicales y a los funcionarios.
Tras el dramático fracaso de los levantamientos urbanos a finales de 1927, la Internacional Comunista convocó en Moscú el VI Congreso del Partido Comunista de China, que se celebró entre el 18 de junio y el 11 de julio de 1928. Qu Qiubai leyó un informe político titulado La revolución china y el Partido Comunista. Por su parte, Zhou Enlai presentó el informe de organización, que también abordaba aspectos militares de la revolución, y Liu Bocheng entregó un informe complementario también sobre los problemas militares.
El Congreso criticó el aventurerismo militar de Qu Qiubai, resultado de divorciarse de las masas y aprobó varias resoluciones sobre la línea política, el ejército y las cuestiones organizativas. Señaló que la situación política se caracterizaba por una calma entre dos pleamares revolucionarias, que la revolución se estaba desarrollando de una manera desigual y que la tarea general del Partido en aquel momento no consistía en lanzarse a la ofensiva o de preparar levantamientos, sino ganarse a las masas. Elegido un nuevo Comité Central, Qu Qiubai fue sustituido en la Secretaría General por Xiang Zhongfa. Si bien ahora ya no se trataba de promover insurrecciones en las ciudades, se pretendió crear un Ejército Rojo para adueñarse de una o dos provincias, preferentemente Guangdong. En definitiva, la línea izquierdista, construida sobre el supuesto de una insurrección inminente, no fue corregida. Ya no se trataba de una mala aplicación de la línea política, sino de una línea política equivocada. El error es tanto más grave en cuanto que en su informe al VI Congreso de la Internacional, Bujarin recomendaba expresamente a los comunistas chinos abandonar la posición favorable a la realización inmediata de la insurrección (VI Congreso de la Internacional Comunista. Segunda Parte, pg.38). Pero éstos no comprendieron la necesidad de proceder a un repliegue después del fracaso de la insurrección de Shanghai, de la importancia del trabajo en las áreas rurales así como de la naturaleza prolongada de la revolución democrática.
En los planes de asalto a las ciudades existió un mimetismo respecto al Kuomintang y la época de 1924 a 1927. Si entonces los nacionalistas habían logrado establecerse en Guangzhou, incluso con un gobierno propio, los comunistas podían repetir esa misma experiencia. Pero aunque también lo hubieran logrado en 1930, eso no hubiera desencadenado una revolución en todo el país, como sucedió en Rusia en 1917 con la toma de Petrogrado, tras la que cayeron todas las demás ciudades y luego las regiones rurales. Guangzhou no era Petrogrado diez años después, ni tampoco Shanghai, ni siquiera Beijing, la capital, porque tras la Revolución de 1911 China carecía de un poder central en lo político y en lo económico o, por decirlo de otra manera, en China había varias Petrogrado. Ni siquiera Shanghai, la ciudad más industrializada, era ese centro económico y político. Como en las demás ciudades costeras, en Shanghai se podía asestar un golpe al imperialismo pero no a China. Al unificar formalmente el país en 1928, el Kuomintang ya había tenido esa experiencia. Por eso Mao decía que la revolución china no sería un acto sino un proceso y muy prolongado.
A golpe de bayoneta, el movimiento obrero y campesino iba remitiendo y China entraba en una fase de relativa estabilización en la que el Kuomintang aparecía como fuerza dominante. El 5 de julio de 1928 las fuerzas del Kuomintang al mando de Chiang entraban en Beijing y todo el país quedaba aparentemente unificado.
No obstante, los levantamientos sirvieron para constituir a los obreros y campesinos en una fuerza armada revolucionaria. La fecha de 1 de agosto de 1927, que conmemora el levantamiento de Nanchang, es también la de la creación del Ejército Rojo de China. Es importante consignar que esta fecha la eligió en 1932 la dirección del Partido Comunista de China, entre ellos Zhou Enlai, para desacreditar la imagen de Mao como fundador del Ejército Rojo precisamente porque Mao nada había tenido que ver con el levantamiento de Nanchang. Fue una expresión de su relegamiento dentro de la dirección del Partido.
Tras retirarse de Nanchang, los campesinos insurrectos se dirigieron al sur a principios de octubre, a la región de Chaozhu-Shantu de camino hacia Guangdong, en medio de ataques generalizados del enemigo, muy superior en tropas y armamento. Otra parte de las tropas restantes fue al área de Haifeng-Lufeng y donde también se vieron obligados a entablar feroces choques armados. Al mando de Zhu De y Chen Yi, otra columna revolucionaria se desplazó al sur de Hunán, donde desató otro levantamiento campesino.
Derrotadas y dispersas todas estas unidades fueron confluyendo desde diversos lugares en un mismo territorio y bajo una misma dirección político-militar. En octubre de 1927 Mao decide retirarse con los restos de sus tropas hacia el sur, a las montañas de Jinggang, entre Hunan y Jiangxi. Allí confluyeron también algunos regimientos provenientes del ejército nacionalista de Wuhan que siguieron fieles a los comunistas, así como las fuerzas armadas de los mineros de Anyuán. Los destacamentos obreros y campesinos se reorganizaron como regimiento independiente e iniciaron la guerra de guerrillas.
En aquella región fronteriza, ajena a las tradiciones de organización y lucha de los campesinos de Hunan y, naturalmente, del movimiento obrero internacional, Mao creó la primera zona liberada por el Ejército Rojo en China. La heterogénea tropa la formaba un ejército de 10.000 campesinos pobres y muy poco disciplinados. No contaban con ropa de invierno, ni con medicinas para tratar a los heridos; tampoco tenían dinero para comida y muy pocas armas y municiones. Solo la práctica de la democracia y compartir las tareas duras cualquiera que fuera la graduación podía contener la situación.
En las montañas Mao continuó aplicando una política en consonancia con lo que había ido aprendiendo de las luchas campesinas en Hunan y en la política de la Internacional Comunista sobre los campesinos. La reforma agraria de Jinggangshan, tal como fue aplicada por Mao en diciembre de 1928, estipulaba que todas las tierras de los ricos debían ser confiscadas, siendo la mayor parte de ellas distribuidas directamente a los campesinos de manera individual y otra parte reservada para granjas modelo. Las laderas dedicadas a plantaciones de aceites comestibles serían divididas entre los campesinos, pero el gobierno revolucionario controlaría todos los bosques de bambú. En la mayoría de los casos se cobraría un impuesto agrario fijo del 15 por ciento. Los miembros del Ejército Rojo recibirían el mismo lote de tierras que los campesinos, pero en su caso el gobierno contrataría a jornaleros para que trabajaran las tierras de los soldados de servicio.
En Jinggangshan las tropas de Kuomintang se enfrentaron a un Ejército distinto y a una estrategia distinta que pocas veces se había manifestado en la historia militar. El Ejército Rojo se concentraba, atacaba por sorpresa, establecía el poder soviético, otorgaba la tierra a los campesinos, condonaba sus deudas, castigaba a los terratenientes y burócratas y luego se dispersaba en cuanto aparecían las tropas del Kuomintang.
El periodo de la vida de Mao en Jinggangshan terminó en enero de 1929, cuando decidió encontrar una nueva base de operaciones con mayores recursos. Mao decidió trasladar su base de operaciones hacia el este, entre las provincias de Jiangxi y Fujian. Fue allí donde Mao pasó gran parte de los siguientes cinco años. Esta base de operaciones fronteriza, aunque de una mayor extensión que Jinggangshan, también era más vulnerable.
Como todos los dirigentes comunistas, desde 1927 Mao llevaba tiempo meditando sobre las causas de la derrota de Shanghai y las deficiencias en la aplicación de la línea del Partido. Allí mismo, en las zonas liberadas, estaba la solución a las preguntas.
Durante bastante tiempo, la distancia geográfica permitió una dicotomía dentro del Partido entre dos prácticas políticas completamente diferentes: la de la dirección en las ciudades y la de Mao en las montañas de Jinggang. No siempre la convivencia entre ambas políticas era posible. Cuando, por orden del Partido, Mao tuvo que llevar a algunas de sus tropas hasta las llanuras, sufrieron grandes derrotas y pronto tuvo que regresar a su base en la montaña. Al menos en una ocasión se negó a obedecer órdenes de realizar una de esas incursiones militares. Las contradictorias instrucciones recibidas de la dirección del Partido que le seguían llegando a Mao, unidas a la pobreza de la región de Jinggangshan, su inestabilidad y el cambiante número de tropas disponibles, hacían difícil mantener una línea política coherente.
También en la dirección del Partido Comunista seguían las oscilaciones. Tras el VI Congreso, Xiang Zhongfa se trasladó de Moscú al interior de China para organizar la Comisión Militar dentro del Comité Central para formar el Ejército Rojo. Con el fin de acelerar los preparativos insurreccionales, la Internacional Comunista envió también el interior de China a Qu Qiubai y Zhou Enlai. Pavel Mif acudió a Shanghai con las mismas instrucciones y dentro del Comité Central Li Lisan también era partidario de las insurrecciones parciales. Se trataba de apoderarse de una o varias provincias, especialmente Guangdong. Bajo la dirección de Mif, se celebró el cuarto pleno del Comité Central donde Xiang dimitió, lo que no fue aceptado hasta junio de 1930, momento en el que fue sustituido por Li Lisan en la Secretaría General.
Li Lisan pretendía la ocupación inmediata de Wuhan y otros grandes centros urbanos. Durante el verano de 1930 se reprodujeron los intentos de ataque contra Nanchang y Changsha, conducidos sin mucho entusiasmo por parte de Mao y Zhu De que dejaron sólo a Peng Dehuai, lo que creó un fuerte resentimiento contra ellos dentro del Ejército Rojo y una grave crisis.
Mao se vio de nuevo acosado por la nueva línea militar que habían adoptado los dirigentes del Partido. Sus posiciones ideológicas sobre el papel del campesinado en la revolución y la estrategia militar fueron duramente criticadas. Recibió la orden de que dejara el Ejército Rojo y regresara a Shanghai para recibir instrucciones. En una respuesta inequívoca dirigida a la dirección del Partido, Mao arguyó que sería un error. Finalmente serían los dirigentes los que irían a las bases de apoyo en las que estaba Mao, y no al revés. Los izquierdistas se empeñaron en liquidar lo que -erróneamente- consideraban como una concepción puramente guerrillera del Ejército Rojo.
Más que la proeza de mantener una base de apoyo en la región fronteriza, el fracaso en la toma de las ciudades empezó a sembrar dudas dentro del Partido Comunista sobre la estrategia seguida hasta la fecha. A partir de setiembre de 1930, en un pleno del Comité Central, Li Lisan abandona la dirección del Partido Comunista. Le sustituye en enero de 1931 el grupo denominado de los 28 bolcheviques de los que los más conocidos son Wang Ming, Lo Fu y Bo Gu, la cabeza del grupo de estudiantes que se había formado en Moscú en la escuela de cuadros de la Internacional Comunista. Bo Gu fue nombrado Secretario General mientras que Wang Ming siguió residiendo en Moscú como delegado del Partido Comunista de China en la dirección de la Internacional Comunista. Con la línea de los 28 bolcheviques estaba alineado Zhu Enlai y buena parte de los oficiales del Ejército Rojo. Este grupo no corrigió los errores advertidos, de manera que la línea política no cambia esencialmente. Fracasaba repetidamente el intento de tomar al asalto las ciudades y ello propiciaba, a la vez, el aplastamiento de las organizaciones comunistas en ellas: el Partido Comunista y el Ejército Rojo perdieron el 90 por ciento de los militantes así como sus bases de apoyo.
Bo Gu, Wang Ming y el grupo de los 28 bolcheviques matizaron la estrategia izquierdista de Li Lisan, sin alterarla en lo fundamental. En una resolución del Comité Central de 9 de enero de 1932 diferenciaron entre grandes y pequeñas ciudades para tratar de concentrarse en éstas, especialmente las del valle del río Gan. No todo el Ejército Rojo estaba de acuerdo con las posiciones de Mao, que eran compartidas por Zhu De. Otros dirigentes militares, singularmente Peng Dehuai, un militar profesional, compartían la estrategia militar de la dirección del Partido Comunista y, entre otras, trataban de imponer el servicio militar obligatorio en el soviet. Siguiendo las instrucciones del Comité Central, Zhou Enlai y Peng Dehuai atacaron Ganzhou a finales de febrero de 1932, que resultó catastrófico.
En un informe interno, Mao decía que no era importante entablar una batalla en la que se podía aniquilar un gran número de tropas enemigas si había pérdidas en el Ejército Rojo porque éstas eran más difíciles de reponer, lo mismo que las municiones. La mayor parte de los combatientes del Ejército Rojo carecía de armas y los que las tenían, carecían de munición para ellas. En febrero de 1929 durante la batalla de Dabodi a cada combatiente le entregaron 20 cartuchos. Los combatientes estaban adiestrados para no disparar a discreción y se han realizado estudios que demuestran que en la batallas, los nacionalistas gastaban 300 veces más munición. Por eso resultó mucho más práctica la toma de Zhangzhou, en Fujian, el 20 de abril de 1932, donde se apoderaron de un importante arsenal. En consecuencia, como puede observarse, no es cierto que Mao preconizara rodear a las ciudades desde el campo porque los arsenales, verdadero punto débil del Ejército Rojo, estaban en ciudades como Zhangzhou.
El arsenal de Zhangzhou fue un tesoro para el Ejército Rojo: dos tornos, un motor de 30 caballos y una forja. Para ponerlo en marcha el Partido Comunista desplazó desde Manchuria -ya ocupada por los japoneses- a tres obreros especialistas, militantes clandestinos en el arsenal de Mukden. De su importancia da idea que ocupaba a 500 obreros encargados de fabricar fusiles y municiones. Cuando durante la Larga Marcha hubo que desmontarlo, 3.600 porteadores se encargaron de trasladarlo bien custodiado por el grueso de las tropas. Desde entonces los combatientes del Ejército Rojo pudieron disparar sin escatimar municiones.
Los escritos de esta época de Mao evidencian que, a pesar de reconocer que la lucha en la Región fronteriza es exclusivamente militar (La lucha en la montañas de Chingkang, OO.EE., I, pg.83) y que el Ejército Rojo de China es una organización armada que ejecuta las tareas políticas de la revolución (Sobre la rectificación de las ideas erróneas en el Partido, OO.EE., I, pg.112), en ningún momento identifica al Partido Comunista con el Ejército Rojo. En el movimiento comunista internacional han aparecido al respecto dos concepciones erróneas que, por un lado, confunden al ejército revolucionario con el partido comunista, de manera que un ejército revolucionario no sería más que el partido comunista en armas, y por el otro lado, la separación absoluta, la profesionalización a ultranza, la confianza en la técnica y en el armamento. Pero un ejército revolucionario no es -ni puede ser nunca- en nada parecido a un partido comunista; es una fuerza armada con su propia organización y su propa disciplina. El ejército revolucionario es una parte del pueblo en armas, pero no existe un partido en armas ni un partido combatiente. Mao examina cuidadosamente cómo el Partido Comunista debe desempeñar su función de vanguardia política en el interior del Ejército Rojo, formando un triángulo con vértices en el Partido, el Ejército y el gobierno. Las formas de organización son diferentes; el centralismo democrático no tiene nada que ver con la disciplina militar. Ahora bien, el Partido Comunista de China se abrió camino gracias a la creación y el fortalecimiento de su propio ejército.
Otra de las falsas ideas que se asocia a los escritos militares de Mao, cuya paternidad se remonta a Bujarin y que fue luego introducida por Lin Biao en China, es la que describe el proceso seguido por la revolución en la cual el campo debe rodear la ciudad, algo que ni siquiera puede tomarse como una vaga metáfora de lo realmente sucedido. Se induce la falsa impresión de que las bases de apoyo revolucionarias estaban situadas en los arrozales o que el reclutamiento de sus fuerzas se producía sobre las propias basees de apoyo. En realidad esas bases, lo mismo que las del Kuomintang, se asentaban en las ciudades, si bien se trataba de ciudades de tamaño medio o de carácter no estratégico desde el punto de vista militar.

Cerco y aniquilamiento

Restablecida en 1928 la unidad nacional de China, aunque de manera precaria, los comunistas eran el único desafío del Kuomintang. El 10 de octubre Chiang anunció solemnemente que acabaría con los bandidos rojos en el plazo de seis meses. Se desató una nueva guerra civil, la segunda entre el Kuomintang y el Partido Comunista, singularizada por cinco campañas de cerco y aniquilamiento entre 1930 y 1934 de las tropas nacionalistas contra las bases de apoyo del Ejército Rojo durante las cuales, en muchos momentos, a causa de errores propios, la situación de las fuerzas revolucionarias llegó a ser verdaderamente desesperada. Las campañas de cerco y aniquilamiento coinciden con el inicio de la ocupación japonesa del norte de China. No habían pasado tres años desde la reunificación de China cuando el 18 de setiembre de 1931 Japón invadió Manchuria, una zona del norte de China muy industrializada y rica en materias primas, pero poco poblada y en la cual los manchúes eran sólo un diez por ciento de la población. Tras la revolución de 1911, Manchuria había caído en manos del general Zhang Xoling, uno de los caudillos militares del norte que fue asesinado en 1928. Le sucedió en el mando su hijo Zhang Xueliang quien, al ponerse a las órdenes del Kuomintang, permitió a Chiang Kaisek anunciar que la unidad de China era una realidad. La invasión de Manchuria era una flagrante violación del Tratado de las Nueve Potencias, pero en enero de 1932 Japón ya se había apoderado de toda la región, estableciendo allí el denominado Estado independiente de Manchukuo, en realidad un títere suyo, poniendo a la cabeza al destituido emperador chino Pu Yi. Lejos de ceñir sus ambiciones a aquella región, los imperialistas japoneses comenzaron a expandirse también por el sur de China y desembarcaron sus tropas en Shanghai, donde fueron las masas las que opusieron una heroica resistencia contra los imperialistas.
La lucha contra el imperialismo japonés comenzó a transformarse en un factor crucial en la estrategia del Partido Comunista, pero la línea de la dirección en aquel momento no se mostró capaz de hacer frente a una tenaza de fuerzas en la que no era fácil determinar las tareas políticas y militares de cada momento, sobre todo en el estado de división interna de la dirección, que se manifestó en ambas facetas, es decir, tanto en cuanto a la desarticulación de las campañas de cerco y aniquilamiento del Kuomintang, como en cuanto a la lucha contra el imperialismo japonés.
La invasión japonesa puso de manifiesto la distinta posición del Kuomintang y del Partido Comunista. Los nacionalistas tenían a los japoneses ocupando Manchuria pero le preocupaban más los comunistas. Mientras Chiang Kaishek se negó a combatir a los ocupantes, el Partido Comunista declaró la guerra a los imperialistas japoneses y ofreció una alianza al Kuomintang para expulsarles del país.
La negativa nacionalista a una nueva coalición llegó por la contundente vía de los hechos, desatando en los últimos días de 1930 una primera campaña de cerco y aniquilamiento con una fuerza contrarrevolucionaria de 100.000 mercenarios del Kuomintang, frente a unas fuerzas de 40.000 combatientes del Ejército Rojo de los cuales sólo la mitad disponían de un arma. Sin embargo, de inicio, atacaron a las unidades de élite nacionalistas, derrotándolas y sembrando el pánico en las demás, que huyeron y fueron perseguidas implacablemente por los revolucionarios. La ofensiva apenas había durado diez días.
La segunda, iniciada en mayo de 1931, se prolongó durante dos meses. El ejército nacionalista lanzó infructuosamente 200.000 tropas contra las bases de apoyo del Ejército Rojo, que se replegó 400 kilómetros en quince días en busca del terreno y el momento propicios para el combate.
El Ejército Rojo ya había perdido la mitad de sus efectivos. Sólo un mes después, la tercera campaña, que se prolongó durante tres meses, fue dirigida por Chiang Kaishek en persona, al frente de 300.000 soldados de su ejército. Trató de penetrar profunda y rápidamente en las bases de apoyo del Ejército Rojo que tuvo que replegarse 600 kilómetros en 17 días desde Fujian hasta Jianxi. Los nacionalistas no pudieron completar el ataque por la permanente movilidad del Ejército Rojo, diez veces inferior en efectivos. Finalmente el Ejército Rojo concentró todas sus fuerzas para atacar al 19 Ejército de Ruta, la unidad de élite de los nacionalistas, en la batalla de Gaoxingxu, que se prolongó durante dos días, el 7 y 8 de setiembre de 1931. Disparó todas sus municiones sin poder lograr una ventaja sustancial sobre el enemigo que, sin embargo, se retiró acuciado por el incidente de Mukden (18 de setiembre de 1931) que inició la invasión japonesa en Manchuria y el levantamiento militar de Ningdú (14 de diciembre de 1931) por el que el 26 Ejército de Ruta de los nacionalistas se pasó a los comunistas. Chiang Kaishek no logró su objetivo.
Entre esta campaña y la siguiente transcurren una serie de acontecimientos fundamentales que requieren un inciso. Las tres primeras campañas habían sido dirigidas por Mao, mientras que entre ésta y la cuarta se produce la evacuación de la dirección del Partido Comunista de Shanghai. El cerco represivo contra los comunistas se hizo sentir tanto en las ciudades como en las zonas liberadas por Mao en el campo y forzó a la dirección del Partido a abandonar Shanghai y refugiarse en la bases rurales de apoyo. En el verano de 1931 los dirigentes comunistas más veteranos tuvieron que huir de Shanghai y trasladarse al soviet en Jiangxi ante la constante persecución de la policía del Kuomintang. Disfrazado de cura católico, Zhou Enlai fue el primero en llegar a finales de 1931. Los últimos dirigentes del Comité Central llegan a la base de apoyo en compañía del asesor de la Internacional Comunista, Otto Braun al año siguiente. Por eso, cuando se le dirigen imputaciones al Partido Comunista de China acusándole de representar al campesinado, no se tiene en cuenta que los cuadros dirigentes que actuaban en la montaña no eran originarios de ella sino emigrantes procedentes de la ciudades más industriales y, en su mayor parte, obreros. Las bases de apoyo eran un polo de atracción a las que acudían los revolucionarios, especialmente de las ciudades de la costa, para reorganizarse y combatir.
Cuando llegaron a la zona liberada de Yongxin los dirigentes del Partido Comunista trasladaron sus erróneas posiciones políticas, desplazando al Comité regional que encabezaba Mao, quien se apercibe de que la dirección había hecho caso omiso de sus informes. La dirección del Partido Comunista se instaló en la base de apoyo pero sus ideas seguían en Shanghai. Era la práctica la que les obligaba a salir de las ciudades y refugiarse en el campo. El repliegue de la dirección había unido al Partido sólo geográficamente. Por aquellas fechas, en Moscú la Internacional Comunista publicaba un folleto de Wang Ming significativamente titulado Las dos líneas que indicaba bien a las claras la situación interna del Partido y el posicionamiento al respecto de la Internacional Comunista contra Mao, que fue acusado de pragmatismo y de oportunismo. Al llegar los dirigentes comunistas a la base de apoyo explotó la dualidad dentro del Partido Comunista, manifestada en la marginación política de Mao al tiempo que preservaba -con grandes reservas- sus funciones administrativas y militares. Cuando en setiembre de 1931 los japoneses comienzan la invasión de Manchuria, Mao difunde un llamamiento dirigido a las tropas del Kuomintang para enfrentarse unidos al enemigo exterior. En enero de 1932 propone al Kuomintang la formación de un gobierno de coalición; en abril el gobierno soviético de Yongxin declara la guerra a Japón. Pero la dirección del Partido Comunista rechaza de plano todas estas iniciativas de Mao. En agosto de 1932 el Partido celebró una conferencia en Ningdú, donde las divergencias internas estallaron con gran violencia, especialmente entre Zhou Enlai y Mao, siendo éste destituido de todos sus cargos e ingresado en un hospital cerca de Ruijin. No obstante, el prestigio que había alcanzado le permitió conservar algunas responsabilidades, aunque fuera del Partido, en el Ejército Rojo y en el gobierno de Yongxin. En enero de 1934 Mao fue relevado de su puesto en el Buró Político del Partido Comunista y durante un tiempo apenas participó en las reuniones de la dirección. Sin embargo, ese mismo mes, Mao fue elegido presidente del soviet de la base de apoyo y del Consejo Militar Revolucionario. De entonces viene el tratamiento de Mao como presidente, una denominación ajena a las tradiciones del movimiento comunista internacional: no se trataba de la presidencia del Partido Comunista sino de la del gobierno y del Consejo Militar Revolucionario. Con posterioridad se creó el cargo dentro del Partido Comunista para preservar el tratamiento con el que todos los militantes le conocían. Pero se trataba de la presidencia del Comité Central, no del Partido Comunista en su conjunto.
Mao defendía que lo primordial era el ejército regular frente a la guerrilla, si bien dicho ejército, a causa de su debilidad relativa, debía ser móvil, basarse en la defensiva estratégica y la ofensiva táctica. También le acusaban de montaraz, calificativo que aceptó gustoso: Todo se hace en las montañas y todo está destinado, en esencia, a los campesinos, reconoció, añadiendo inmediatamente después: Cuando decimos ‘en esencia’ queremos decir ‘en lo fundamental’, lo que no significa, como el propio Stalin ha explicado, pasar por alto a los otros sectores (Sobre la nueva democracia, OO.EE., II, pg.381). Los campesinos constituyen la fuerza revolucionaria principal, por ser la mayor parte de la población, pero el proletariado constituye la fuerza dirigente. Esto significaba que la guerra en las zonas rurales, que era una guerra campesina, debía apoyarse en la retaguardia del enemigo y en las mismas ciudades. No se trataba, pues, de rodear las ciudades desde el campo como luego trataron de hacer creer los revisionistas chinos, siguiendo a Bujarin. Mao nunca utilizó esa expresión en sus escritos militares, y no aparece hasta 1956, en el tomo V de sus Obras Escogidas (Algunas experiencias en la historia de nuestro Partido, pg.355), que fueron publicadas tras su fallecimiento en 1976 y en las cuales es muy probable que introdujeran interpolaciones. Mao nunca contrapuso para nada la tarea en la ciudad con la tarea en el campo:
La dirección del proletariado constituye la única clave para la victoria de la revolución. Asentar al Partido sobre una base proletaria y establecer células en las empresas industriales de los centros urbanos, son en este momento importantes tareas en el terreno organizativo; pero, al mismo tiempo, el desarrollo de la lucha en el campo, el establecimiento del Poder rojo en pequeñas zonas, la creación y engrosamiento del Ejército Rojo son, antes que nada, los principales requisitos para ayudar a la lucha en las ciudades y promover el auge revolucionario. Por consiguiente, es erróneo renunciar a la lucha en las ciudades; pero, en nuestra opinión, también se equivocará todo miembro del Partido que tema el desarrollo de la fuerza campesina, creyendo que la revolución será perjudicada si esa fuerza supera a la obrera. Pues en la China semicolonial, la revolución fracasa inevitablemente cuando la lucha campesina no cuenta con la dirección de los obreros, pero jamás se perjudica porque la fuerza de los campesinos se torne, en el curso de la lucha, mayor que la de los obreros (Una sola chispa puede incendiar la pradera, OO.EE., tomo I, pgs.125 y 131).
En China las fuerzas revolucionarias siempre estarían en desventaja numérica y, por tanto, se trataba de vencer a un enemigo superior poniendo en acción otros resortes que los estrictamente militares. Por eso Mao quiere un ejército de calidad y no de cantidad. Una guerra de movimientos exige un tipo de combatiente muy especial y, por tanto, un ejército también especial. Cuando Mao afirma que en el ejército lo importante no es el armamento sino el hombre, no está haciendo una afirmación retórica. La línea izquierdista se fundamentaba en un reclutamiento masivo porque se trataba de crear un gran ejército, un ejército numeroso. Pero la guerra de movimientos que Mao pretende imponer exige un ejército más pequeño capaz de desplazarse rápidamente. En las unidades militares pequeñas la disciplina es muy difícil de preservar y, sin embargo, la guerra de guerrillas requiere una disciplina muy superior a la guerra convencional. Esa disciplina no se puede lograr por medios exclusivamente militares sino que exige poner en marcha todos los recursos políticos e ideológicos, especialmente la dirección comunista. En la guerra de movimientos los campesinos no podían constituir el grueso del ejército regular. El campesino es un magnífico combatiente en su tierra por lo que es válido para una milicia local de autodefensa y para la guerrilla tras las líneas enemigas, pero no sirve para desplazarse ni para combatir en escenarios alejados de su medio natural. Por eso en sus escritos Mao alude tan frecuentemente al lumpenproletariado, a los desclasados y desarraigados que no tienen nada que perder ni raíces en ningún sitio. El reclutamiento selectivo de Mao tratará de buscar este tipo de combatientes, y a causa de ello, cuando se tomaban las ciudades, además de los arsenales, el Ejército Rojo abría las puertas de las prisiones y liberaba a todos los convictos.
Cuando se alude al Ejército Rojo en China como un ejército campesino hay, pues, que introducir varias matizaciones, que no siempre se advierten. Por ejemplo, las tres primeras campañas crearon un enorme malestar contra el Ejército Rojo entre los campesinos de la región fronteriza porque la estrategia de Mao de replegarse inmediatamente y dejar penetrar profundamente a los nacionalistas en el soviet, los dejaba a merced de las represalias de los invasores, que quemaban las cosechas, las viviendas, los graneros y practicaban brutales redadas. Los campesinos del lugar favorecían la estrategia militar izquierdista de defensa a ultranza del territorio, de defensa pasiva para evitar la llegada del Kuomintang hasta sus tierras.
Cuando los recién llegados tomaron las riendas de las operaciones militares pudo comprobarse su rotundo fracaso. Las tesis insurreccionales se vinieron abajo: no era posible una acumulación rápida de fuerzas para lanzarse en un momento dado contra el gobierno reaccionario. Mientras en Jiangxi el Ejército Rojo no pudo ser jamás derrotado, en Shanghai y otras ciudades el Kuomintang había aplastado a las organizaciones comunistas. Las regiones liberadas demostraban en la práctica que la revolución era posible en China y las vías para alcanzarla.
A finales de 1932, la defensa frente a la cuarta campaña de cerco y aniquilamiento fue asumida por Zhou Enlai bajo la consigna de atacar en toda línea del frente. Esta vez no dejaron penetrar a las tropas del Kuomintang. La estrategia de Zhou Enlai se resolvió con un ataque contra la columna más débil de los nacionalistas. El dispositivo enemigo quedó desorganizado y, tras un ataque japonés, el Kuomintang tuvo que retirar parte de sus efectivos de Jianxi. La columna no pudo ser asistida y fue aniquilada.
La victoria de Zhou Enlai en esta campaña reforzó las posiciones izquierdistas de la dirección del Partido que, mal aconsejado, se planteó entonces la defensa pasiva del soviet ante la inminencia de nuevas campañas. En contra de la estrategia de Mao así como de la que él mismo había puesto en funcionamiento en la última campaña, Zhou Enlai propuso fortificar al soviet y proteger la vasta zona soviética a fin de que el enemigo no se atreva nunca a penetrar aquí y utilizar nuestras plazas fuertes como puntos de apoyo para lanzar ataques hacia el exterior. Esta estrategia era también muy diferente de la que Pavel Mif defendía en el número de abril de 1933 de la revista Internacional Comunista donde aconsejaba al Ejército Rojo preservar su movilidad y dejar para más adelante la ocupación de las grandes ciudades. Por tanto, Zhou Enlai no seguía, como habitualmente se afirma, las instrucciones de Moscú sino que se enfrentaba a ellas. El artículo de Pavel Mif fue publicado en China con una nota de la redacción donde se decía que había sido redactado antes de la cuarta campaña, que confirmaba la validez de la nueva estrategia y que, después de ella, el Ejército Rojo había demostrado que era capaz de atacar simultáneamente, en toda la línea del frente, como decía Zhou Enlai, a las fuerzas principales del enemigo.
Precisamente en abril de 1933 Chiang Kaishek iniciaba la quinta campaña, en unas condiciones nuevas que iban a demostrar con claridad el error de Zhou Enlai. El Kuomintang también cambió de estrategia, abandonando la idea de lanzar un ataque frontal y penetrar en profundidad en el soviet. El cambio en el Kuomintang no se produjo por consejo del general nazi Hans von Seeckt, ya que cunado éste llegó a Jongxi, la campaña ya estaba en marcha. Von Seeckt fue, ante todo, un traficante de armas que trató de abrir mercados en China para los monopolistas alemanes. En esta campaña, un millón de tropas del Kuomintang impusieron el bloqueo de la base de apoyo. Los nacionalistas pasaron también a la guerra de posiciones, construyendo 2.900 blocaos (blockhaus), trincheras, nidos de ametralladoras y fortificaciones para consolidar un avance lento y aislar completamente al Ejército Rojo, agotarlo y estrangularlo. Las aldeas rurales fueron bombardeadas sin piedad. Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos ejércitos volvieron a las batallas que caracterizaron la I Guerra Mundial en Europa.
Llegado a la base de apoyo, el asesor militar de la Internacional Comunista, Otto Braun, se adhirió a la estrategia de Zhou Enlai aconsejando ataques frontales para defender la base de apoyo y sostener una guerra de posiciones, dividir las fuerzas y tratar de resistir en toda la línea del frente. Fue el alemán quien dirigió sobre el terreno todas las operaciones militares de la quinta campaña por encima del Secretario General del Partido Bo Gu y de Zhou Enlai. Alejado Mao de la dirección, Lin Biao fue el único que criticó su estrategia, proponiendo ataques repentinos y fulgurantes. El soviet chino se convirtió en una ratonera. Se impuso el servicio militar obligatorio y los efectivos del Ejército Rojo se multiplicaron. La quinta campaña se convirtió en el modelo militar de guerra de posiciones para las academias militares de todo el mundo, singularizada por la gran batalla de Guangchang, entablada en junio de 1934.
En el plazo de 12 meses, el Ejército Rojo perdió la mitad de su territorio, aproximadamente del tamaño de Suiza; 60.000 combatientes murieron. En total, sumando los campesinos, las propias fuentes del Kuomintang aluden a casi un millón de muertos a consecuencia del bloqueo y el hambre. La ofensiva de los nacionalistas se saldó con un fracaso del Ejército Rojo por una errónea dirección militar. Tras el desenlace desfavorable de la batalla de Guangchang, el Partido Comunista ordenó abandonar el soviet. Paradójicamente, la falta de movilidad del Ejército Rojo le forzó a iniciar la Larga Marcha.
Continúa.

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