El escritor y periodista francés Henri Barbusse nació el 17 de mayo de
1873 en Asnières-sur-Seine, entonces un pueblo de recreo situado a las
puertas de París.
Su madre, inglesa, murió joven al dar a luz a su tercer hijo. Su
padre provenía de una familia protestante, aunque él fue siempre un
ferviente defensor del ateismo. Era periodista de
Le Siècle y
también escritor. Supo trasmitir a su hijo una extraordinaria
sensibilidad y capacidad de análisis, así como aproximarle a los
círculos literarios e intelectuales más importantes de la época.
Fue un estudiante destacado, aunque su integridad moral chocará
con la absurda disciplina escolar, interviniendo en una rebelión
escolar. Gran amante del deporte, de la literatura y del arte, abrazará a
Victor Hugo y desde muy joven mostrará gran admiración, tanto por la
pintura de Rembrandt como por la poesía de Baudelaire.
En la escuela, Stéphane Mallarmé fue su profesor de inglés y luego Bergson le impartió lecciones de Filosofía.
Se estrenó en la vida intelectual muy joven, como el más
razonable de esos alumnos aplicados que merecen el apodo de bestias de
concurso. Estando en el colegio obtuvo un premio por una composición
enteramente rimada, sobre el papel que desempeña el escritor en la
sociedad. Algunos años después alcanzó otro premio en un torneo de
poesía organizado por
L'Echo de Paris.
El éxito le arrastró hacia la vida mundana impidiéndole obtener
su licenciatura en letras. Cuando, salido de las aulas, empezó a
dedicarse a la literatura, Barbusse sufrió la crisis que sufren casi
todos los efebos de las letras.
La decepción le lleva a alistarse en 1893 en el ejército, en el que permanece un año
perdido, como él mismo reconocerá.
Primeras obras literarias
Sus primeros ensayos fueron versos nebulosos que pretendían ser
originales, prosas torturadas en las que intentaba expresarse todo el
lirismo balbuciente de una naturaleza atormentada por el ideal.
En 1895 publica su primer trabajo poético
Les Pleureses, una
historia íntima y lejana de un solo ensueño
que obtuvo una extraordinaria acogida por parte de la crítica. Catulle
Mendès, su futuro suegro y gran amigo, está entre los primeros que se
rinde ante la capacidad literaria del joven Barbusse. Redacta una
elogiosa presentación del poemario para
L'Echo de Paris.
Mallarmé, su antiguo profesor de inglés también aprecia su talento
lírico. Se le compara con Lamartine, Alfred de Musset, Théodore de
Banville y Baudelaire.
Les Pleureses expresa un mundo interior pleno de
soledad, tristeza y desencanto. Pero aunque Barbusse constata que la
vida es dolorosa y trágica, no la maldice. Hay en su poesía, aún en sus
más angustiosas peregrinaciones, un amor infinito. Ante la miseria y el
dolor humano, su gesto está siempre lleno de ternura y de piedad por el
hombre, débil, pequeño, e incluso grotesco. Pero precisamente por eso no
debe ser befado, no merece ser detractado.
Ahora el éxito le abre las puertas de la élite intelectual del momento.
Entre otros frecuenta a Paul Claudel, a Paul Valéry y a Jose María de
Heredia. Es inmediatamente reconocido como parte integrante de los más
selectos grupos literarios.
En 1898 se casa con la hija segunda de Catulle Mendès y la genial
compositora de música Augusta Holmes, una de las figuras más
interesantes de París a fines del siglo XIX.
Comenzó a trabajar en la oficina de prensa del Ministerio del
Interior, así como en el de Agricultura. Hasta que en 1892 decide vivir
exclusivamente de su trabajo literario y de su empleo como directivo de
las editoriales Lafitte y Hachette.
En 1903 publica su primera novela
Les Suppliantes (Las
suplicantes), que refleja los tormentos de un alma angustiada por el
enigma de su propio destino a través de la historia de un niño,
Maximiliano, replegado sobre sí mismo, sobre su propio mundo interior.
Es una crítica sutil de las religiones que no tiene demasiado éxito,
pese a su innegable calidad.
Aunque se trata de una novela de juventud desde el punto de vista
literario, se encuentra ya en ella la mayor parte de las ideas que
Barbusse desarrolló posteriormente. Así como la imagen definitiva se
precisa poco a poco bajo los trazos vagos y titubeantes del boceto, sin
embargo, en Barbusse, su verdadera personalidad fué mostrándose clara,
firme e invariable ya desde sus primeros balbuceos literarios.
Por aquellos años Barbusse escribía mucho en los diarios socialistas, particularmente en
El Popular,
casi siempre sobre literatura y arte, considerando que el pueblo debe
interesarse en estos ramos de la producción humana, para que no fueran
un privilegio de casta, un monopolio de los mandarines de las letras.
El infierno
Su arte madura en 1908 con una novela naturalista,
L'Enfer (El
infierno), un libro desolado y pesimista. Se trata de una narración a
contrapelo de una época en que los autores escribían por puro
entretenimiento. Barbusse demuestra que la novela no es una labor de
ameno y ágil flautista, y se sirve de ella para para restablecer la
verdad entre sus semejantes y destruir la injusticia.
La novela carece de acción; no hay en ella argumento. Cuenta la
llegada de un joven de provincias a París para trabajar en un banco. En
la habitación de la pensión donde se aloja, hay un pequeño agujero en la
pared que le permite ver y escuchar a sus vecinos de alcoba. Por ella
van desfilando toda clase de personajes que expresan el rico mosaico de
vivencias y problemas de la gran ciudad. Se trata de gentes cuyo nombre y
cuya historia ignora, habitantes ocasionales de un cuarto en el que los
personajes se creen solos, al abrigo de las normas imperantes.
Los relatos del vidente oculto, aunque parecen fragmentarios y
sin relación, tienen un hilo irrompible que los junta, dándoles una
sólida unidad: la vida. Todo pasa ante el agujero, desde los amores
regulares a los amores unisexuales; nace un nuevo ser; muere un hombre;
unos médicos, en el secreto del cuarto cerrado, se atreven a confesar la
inutilidad de su ciencia con un desaliento aterrador; un sacerdote
atropella a un moribundo para salvarlo a viva fuerza.
Pero la pluma de un gran artista, el talento genial de Barbusse,
da a esta novela, que apenas es novela para muchos, un interés poderoso,
a pesar de su falta de argumento.
Es un relato impactante y desesperante sobre el vacío, sobre la
insignificancia de nuestra existencía. En todas las épocas la lectura de
esta novela ha dejado una huella profunda.
Representa -dijo Victor Cyrll-
uno de los más grandes esfuerzos artísticos de la producción contemporánea.
El agujero por el cual un hombre sumerge su mirada en el cuarto
del hotel, en el que ve, al capricho del paso de los huéspedes, hacer el
amor, palpitar, sufrir y morir a bípedos de su especie; ese famoso
agujero, semejante al de ciertas casas de placer, no es más que un
procedimiento imaginado por el autor para dramatizar un sistema
filosófico, en el que resplandece nuevamente el espíritu ateo y laico
que hereda de su padre. Barbusse grita contra todo lo que representa la
abrumadora servidumbre de las tradiciones, la huella del pasado, el
espíritu religioso, la moral dominante. Nuestra moral es para la calle,
para el salón, para las relaciones sociales; una moral para andar entre
gentes, fabricada a medida del público. Cuando damos vuelta a la llave y
nos vemos solos a dos, lejos del mundo, sin que nadie pueda espiarnos,
esa moral se esfuma: somos nosotros mismos y nos manifestamos tal cual,
sin imposiciones.
Dijo Blasco Ibáñez que esta novela merecía el título de
formidable, por su grandiosa y genial originalidad. Fue un éxito
extraordinario, tanto de crítica como de público, vendiéndose más de
200.000 ejemplares, cifras no conocidas en Francia y superiores a las
que consiguió alcanzar Zola.
En la gran guerra
Cuando llega la guerra Barbusse tiene 41 años. Había sido declarado
inútil mucho antes para el servicio militar, por ser pleurético. Su
personalidad intelectual y sus facultades le daban derecho a ser
suboficial. Podía también haberse quedado en una oficina del frente o
encargarse de un trabajo en relación con su capacidad literaria y su
salud frágil.
No quiso admitir grado ni privilegio alguno. El pueblo iba a morir en
la guerra, y él deseaba ir con el pueblo. No buscó siquiera entrar en
un Arma privilegiada, de las que arrostran el peligro con menos
frecuencia. Quiso ser simple soldado, y soldado de Infantería.
No sólo se presentó voluntario para ir a primera línea, sino que
se prestó gustoso a las más arriesgadas acciones bélicas, por lo que fue
herido y distinguido con dos menciones honoríficas de sus superiores.
Ya entonces era un pacifista convencido. Blasco Ibáñez divulgó
una carta que le remitió explicándole las razones de su extraño
proceder:
Me enganché voluntariamente en la Infantería a
consecuencia de mis ideas antimilitaristas. Tuve la convicción de que
debía hacer esta vez la guerra a la guerra, morir si era preciso, para
que en lo futuro no surjan más guerras.
Su pacifismo estaba muy influenciado por Jaurés, por la
socialdemocracia de entonces. En aquella época su ideario imaginaba que
el militarismo y el nacionalismo alemán eran la causa de la gran guerra.
Una vez aplastada Alemania, se impondría la paz perpetua. Por eso había
que combatir.
En las trincheras el escritor gana en lucidez, en capacidad de
análisis. Un nuevo vivero de ideales se va forjando en medio de la
desolación, rodeado de humildes soldados que la burguesía francesa
conduce a una agonía infinita. Comienza a tomar apuntes entre el
estruendo de los obuses y el crepitar de las ametralladoras.
Nuevas formas de pacifismo se imponen: en abril de 1917 más de
cien unidades francesas se revuelven contra sus mandos, de las que
algunas pretenden marchar sobre París. La represión de Petain es feroz;
regimientos enteros fueron diezmados salvajemente, dándose casos de
fusilamientos masivos.
Barbusse comienza a intuir que la clave de la guerra estaba en
los apetitos económicos de las grandes potencias. Había que denunciar a
fondo aquella horrible carnicería; dar a conocer la realidad del frente,
transmitir las verdaderas sensaciones del combatiente de primera línea.
Después de 23 meses de combates los médicos le obligaron a
retirarse del frente. Su salud precaria estaba quebrantada por una nueva
enfermedad, la disentería, contraída en los penosos servicios de las
trincheras. Aprovecha la evacuación del frente y su traslado a un
hospital en la retaguardia para comenzar a dar forma a los apuntes y
notas que había ido recopilando. Así aparece
El fuego su gran novela, el testimonio más estremecedor de la guerra imperialista.
La novela se publicó en 1916 y logró inmediatamente dos premios
Goncourt. El jurado estaba en contra de otorgarle el galardón, pero
tuvieron que ceder presionados por el clamor popular de unas masas que
comenzaban apenas entonces a comprender el engaño que había llevado a la
muerte a tantos de sus seres queridos.
El fuego apareció primero en forma de folletín por entregas. Su subtítulo es precisamente
Diario de una escuadra.
Es una novela escrita con la sangre de la guerra; una dolorosa
crónica de las trincheras, un relato veraz de la crueldad de la
contienda imperialista que demostraba que lo que se presentaba como un
mito glorioso, no era más que una carnicería horrible y estúpida para
los obreros de todos los bandos, provocada por la ambición de unos
explotadores sin escrúpulos.
La conclusión de la obra es que todo está en nosotros y depende de nosotros.
Probablemente ha quedado como el más verídico relato de la
contienda, y su autor como el mejor cronista de sus batallas, por lo que
fue calificado como
el Zola de las trincheras.
Pronto la reacción tiene que empezar a moverse tratando de
contener el éxito editorial y la censura militar también se vio impelida
a actuar para tratar de mutilar algunos de sus párrafos.
Con esta novela la guerra dejó de ser fuente de inspiración artística, como lo había sido durante siglos:
En tiempos más caballerescos -dice un crítico-
otros han podido cantar la guerra empenachada, el noble estrépito de
las armas, las cargas aullantes entre nubes de gloria y de polvo. Por su
temperamento literario, Henri Barbusse era el cantor predestinado de
esta guerra, que no ha sido más que un largo sufrimiento resignado; el
cantor de la trínchera de inmensa monotonía y de las alboradas lívidas
sobre la tierra devastada; el cantor de la llanura desnuda y caótica, de
las extensíones inundadas, en las que los cadáveres emergen como
reptiles aglutinados.
El éxito del libro fue enorme, fulminante, como no se había visto
nunca: más de 300.000 ejemplares. Toda Francia quiso leer esta obra; y
la mayoría de sus lectores fueron los mismos hombres que luchaban en las
trincheras. Oficiales y soldados escribieron numerosas cartas al
novelista dándole las gracias por haberlos iluminado en esta lucha a
muerte, por haberles demostrado que el valor más intrépido puede ser
inspirado por la conciencia de batirse contra un crimen y no contra un
país.
El debate sobre la novela, que en suma era un debate sobre la
guerra, ya puesta en cuestión públicamente, llegó hasta la Asamblea,
donde se le califica de traidor, e incluso de cobarde. La discusión se
prolonga hasta en Estados Unidos, donde hay quien dice que no es más que
propaganda alemana.
El compromiso con todas las causas justas
La guerra hizo de Barbusse un rebelde. Comprendió la ineptitud y la
esterilidad de las actitudes negativas. El escritor sintió entonces el
deber de trabajar por el advenimiento de una sociedad sin guerras.
Escribirá:
Es la guerra la que me ha educado; no solamente el horror de la guerra, sino también la significación de la guerra imperialista.
En julio de 1917 realiza un llamamiento a todos los combatientes desde
L'Oeuvre
que tiene una enorme repercusión pública, dando lugar a la constitución
de la ARAC (Asociación Republicana de Antiguos Combatientes). En
algunos de sus párrafos el llamamiento decía:
Dirijo un ardiente llamamiento a todos los antiguos
combatientes de esta guerra que creen en la República y la aman.
Camaradas, oficiales y soldados, habéis luchado con vuestras manos
contra la autocracia y la injusticia. Por fortuna la muerte os ha
respetado. Otros han caido; sois sus valedores. Pero las heridas y las
enfermedades os han obligado a dejar las armas. Habéis regresado y ahora
estáis ahí. Yo os pido que vengáis con nosotros, que os agrupéis, que
os unáis no solamente para conocer y salavaguardar fraternalmente
vuestros intereses como trabajadores sino para servir a la causa misma
que habéis defendido en los campos de batalla hasta el final de vuestras
fuerzas. No os hablo de ventajas inmediatas, profesionales, de nuestra
unión, sólo pretendo transmitiros hoy un gran interés general que
sobrepasa el de cada uno de vosotros: soldados de la guerra, continuad
siendo soldados del pensamiento [...] Por todas partes los principios
republicanos están siendo demasiado atacados o muy mal defendidos. Hay
que vigilar a la República. Ante todo es a todos vosotros a quienes
incumbe este deber, supervivientes de los hombres contra los opresores.
El Congreso constitutivo de la ARAC se celebró en Lyon, en setiembre de
1919, con un ideario aún impreciso que sólo el tiempo, y sobre todo la
lucha, irá puliendo progresivamente, al calor de los enfrentamientos,
hasta la consigna
guerra a la guerra que no es sólo una frase -dirá Barbusse- sino un principio de lucha contra el imperialismo.
Barbusse comienza a ser aclamado por las multitudes y ferozmente
denostado por la burguesía. La lucha pacifista le pone en contacto con
las masas, con la clase obrera, que va abriendo en él perspectivas cada
vez más hondas de las verdaderas raíces del combate en el que estaba
comprometido.
Infatigable desde entonces, en enero del siguiente año hace
extensivo el llamamiento a los antiguos combatientes de todos los países
para que se unan fraternalmente en una Internacional que se constituye
en abril del mismo año, pronunciando Barbusse el discurso inaugural, en
el que expone:
Se nos habla de patria. Nosotros también hablamos de
ella. Pero la nuestra no es, como la suya, una especie de ciudadela
feroz plantada frente a las otras con las cajas fuertes en el centro. Es
una patria que no tiene más frontera que el horizonte -como la
naturaleza y el espíritu humano- y es demasiado grande para que los
explotadores sean capaces de comprenderla [...] El verdadero patriotismo
se horroriza del que siembra el odio y la guerra [...] Nosotros decimos
que la vieja sociedad está condenada.
Barbusse lucha, convoca renuniones y pronuncia discursos, pero también sigue escribiendo. En 1919 publica Clarté (
Claridad),
su tercera novela, en la que describe la vida de otro personaje, Simon
Paulin, un sujeto banal dominado por su tía, su esposa y sus jefes. No
es que no sea capaz de resolver sus problemas, sino que ni siquiera sabe
que los tiene. La guerra le saca de su aturdimiento y comienza a
comprender la situación de postración en la que vive. Esta novela es un
verdadero manifiesto social y moral, rebosante de ternura y de buenos
sentimientos.
Nada más publicarse la novela se funda el grupo del mismo nombre,
germen de una Internacional del Pensamiento. Clarté fue, en un
principio, un hogar intelectual donde se mezclaban pacifistas de todas
clases. Entre los más destacados escritores, participaron del grupo
Romain Rolland y Anatole France.
Clarté es un movimiento intelectual, una editorial, un teatro,
una revista y, en definitiva, el espejo crítico de la sociedad francesa
del momento, que no sabe a ciencia cierta qué es lo que busca, pero está
convencida de que, tras la experiencia bélica, las cosas no pueden
seguir indefinidamente de la misma forma, como si nada hubiera ocurrido.
Aunque, por sus mismas características, el pacifismo no tuvo en
todos sus militantes las mismas consecuencias, muchos intelectuales
cayeron en la cuenta de que el viejo orden social era impotente para la
realización de sus ideales. Los gérmenes de la guerra -como ya había
dicho Jaurès- estaban alojados en las mismas entrañas de la sociedad
capitalista. Por consiguiente para vencerlos era necesario destruir ese
régimen. Del pacifismo, pasaron a la revolución, a la lucha contra el
capitalismo.
Barbusse no cesa. En 1920 aparece
La lueur dans l'abîme,
un manifiesto destinado a explicar el significado del movimiento
Clarté, como un paso de gigante entre los intelectuales, que no pueden
quedarse satisfechos con mirar una realidad tan sangrante desde lejos:
Hacer política es pasar de los sueños a las cosas, de lo
abstracto a lo concreto. La política es el trabajo efectivo del
pensamiento social, la política es la vida [...] No hacer política es
sostener la política imperante.
En 1921 edita
Le couteau entre les dents un llamamiento a los
intelectuales en el que les recuerda el deber revolucionario de la
intelectualidad, que no debe conformarse con la subsistencia de una
forma social que su crítica ha atacado y corroído enérgicamente. El
ejército innumerable de los humildes, de los pobres, de los miserables,
se ha puesto resueltamente en marcha hacia la revolución y la
intelectalidad no puede abandonarles en el combate. La revolución rusa
es el motivo de buena parte de las reflexiones del libro.
Ese mismo año ve la luz un libro recopilatorio de sus artículos y discursos, con el título
Palabras de un combatiente
El militante comunista
La lucha de clases se agudizaba dejando pocos huecos para las
imprecisiones. Cuando el Partido Socialista francés se niega a entrar en
la III Internacional, Barbusse deja de escribir en
El Popular, que era su portavoz y con el que había colaborado desde tiempo atrás. Por el contrario, comienza a escribir con
L'Humanité el viejo diario fundado por Jaurès, convertido en órgano de los comunistas.
Barbusse desarrolló el ideal pacifista hasta sus últimas
consecuencias, llegando a donde otros no alcanzaban siquiera a divisar.
Se identificaba progresivamente con el proletariado revolucionario,
llevando a la Internacional del Pensamiento por el camino de la
Internacional Comunista. En 1923 ingresa en el Partido Comunista. Era la
trayectoria fatal de un intelectual que no todos quisieron emular. En
aquel momento los comunistas estaban siendo perseguidos por su oposición
a la ocupación del Ruhr por las tropas francesas y la adhesión de
Barbusse estaba cargada de simbolismo político.
La lucha iba definiendo posiciones, clarificando lo que hasta
entonces podía permanecer difuso. Una parte de los integrantes de Clarté
quedaron paralizados y el tiempo les situará en posiciones cada vez más
acomodadas, por no decir reaccionarias. Otro grupo adoptó el camino del
surrealismo. Finalmente la revista Clarté será el órgano de expresión
de los estudiantes comunistas.
Barbusse no vaciló; siguió adelante. Critica duramente a la
Sociedad de Naciones. Interviene para tratar de impedir el asesinato de
Sacco y Vanzetti por el gobierno norteamericano. Participa del comité
por la liberación de la India y combate el colonialismo italiano en
Abisiania. Es nombrado vicepresidente de la sección francesa del Socorro
Rojo Internacional. Se solidariza con Gramsci, Thaelmann y Dimitrov,
perseguidos y encarcelados por los fascistas italianos y alemanes...
De la difamación la burguesía pasa a la persecución y le procesa
por conspiración. Desde la tribuna de uno de los congresos de antiguos
combatientes que presidió en Berlín, llamó a los soldados franceses del
Ruhr a no disparar jamás contra los trabajadores alemanes, aunque se lo
ordenaran sus jefes. Barbusse apelaba a la insubordinación, a la
indisciplina, o lo que es lo mismo, a la revolución, porque sin ella no
puede haber paz.
Su ideario pacifista adopta nuevos contornos que se resumen en la consigna:
El orden clasista se beneficia de la no violencia.
Así pues había que empezar a combatir a quienes bajo la excusa del
pacifismo se convertían en bomberos de la lucha revolucionaria, de
quienes pretendían sofocar la rebeldía de las masas, que adquiría tintes
de levantamiento, de combate, de justa violencia revolucionaria.
Desde su ingreso en el Partido Comunista, la prensa silencia
sistemáticamente sus obras literarias, que van brotando una tras otra
fecundamente: en 1925
La force,
L'au-delà,
Le crieur; al año siguiente
Les bourreaux; en 1927 comienza a salir a la luz su trilogía
Jésus,
Judas de Jésus y
Jésus contre Dieu
que no consigue escenificar ni divulgar, pese al escándalo desatado por
los plumíferos a sueldo de la reacción, que montan en cólera por su
singular visión del Nuevo Testamento.
Los últimos años están presididos por la lucha antifascista y la
necesidad de unir a todos los obreros y demás sectores populares para
impedir el ascenso de la reacción. La lucha por la paz adopta entonces
la forma nueva del frente popular, del antifascismo.
En esa década de los años treinta viajó con frecuencia a la Unión Soviética, donde escribió dos ensayos:
Stalin, le monde vue travers l'homme nouveau y
Rusia.
En uno de esos viajes, en 1932, fue condecorado con la orden de Lenin.
En el último, en 1935, contrajo neumonía durante el mismo y murió al
llegar a Moscú. Decenas de miles de moscovitas desfilan durante sus
restos, expuestos al público durante tres días. Lo mismo sucede cuando
su cadáver es repatriado a París. Al día siguiente 200.000 personas
acompañan su féretro al cementerio de Père Lachaise.
El caso de Barbusse es paradigmático de la intelectualidad de
comienzos del siglo XX, inicialmente enferma de ideas escépticas,
disolventes, nihilistas, de las que no pudo escapar por sí misma pero a
la cual la guerra imperialista rescató de su estéril letargo. El
novelista francés atravesó también esa fase pero continuó un recorrido,
sin duda oscuro y tempestuoso, que a otros aterraba, pero
resplandeciente de verdad, de ideas frescas, de sensaciones fructíferas.
La nueva perspectiva que se abrió ante sus ojos le amarró al mundo, a
lo concreto, a la sociedad más perseguida y a sus ansias liberadoras. Su
ejemplo permanece vigente como el de un intelectual comprometido con su
momento hasta la médula y, por supuesto, un escritor con páginas
rebosantes de luz, de entusiasmo, de futuro.
Bibliografía:
— Philippe Baudorre: Barbusse, le pourfendeur de la Grande Guerre, Flammarion, 1995
— Jean Relinger: Henri Barbusse, escrivain combattant, Press Universitaires de France
— Jean Sanitas, Paul Markides, Pascal Rabaté: Barbusse, la passion d'une vie, Editions Valmont, 1996
— Annette Vidal: Henri Barbusse, soldat de la paix, Les Editeurs Français Réunis, 1953