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Casi todo el material publicado en este blog, ha sido extraido de ANTORCHA órgano de comunicación del Partido Comunista de España (reconstituido). Otros que pertenecen a otras fuentes, son siempre bién señaladas.
Son trabajos con una estupenda elaboración y se trata de publicitarlos lo máximo posible en estos tiempos que corren.
Son imprescindibles.
No he podido pedir autorización para la publicación de los mismos, pero estoy seguro de que contaría con ella sin duda alguna.
Salud y República Popular.

lunes, 18 de junio de 2012

Henri Barbusse (1873-1935)

El escritor y periodista francés Henri Barbusse nació el 17 de mayo de 1873 en Asnières-sur-Seine, entonces un pueblo de recreo situado a las puertas de París.
Su madre, inglesa, murió joven al dar a luz a su tercer hijo. Su padre provenía de una familia protestante, aunque él fue siempre un ferviente defensor del ateismo. Era periodista de Le Siècle y también escritor. Supo trasmitir a su hijo una extraordinaria sensibilidad y capacidad de análisis, así como aproximarle a los círculos literarios e intelectuales más importantes de la época.
Fue un estudiante destacado, aunque su integridad moral chocará con la absurda disciplina escolar, interviniendo en una rebelión escolar. Gran amante del deporte, de la literatura y del arte, abrazará a Victor Hugo y desde muy joven mostrará gran admiración, tanto por la pintura de Rembrandt como por la poesía de Baudelaire.
En la escuela, Stéphane Mallarmé fue su profesor de inglés y luego Bergson le impartió lecciones de Filosofía.
Se estrenó en la vida intelectual muy joven, como el más razonable de esos alumnos aplicados que merecen el apodo de bestias de concurso. Estando en el colegio obtuvo un premio por una composición enteramente rimada, sobre el papel que desempeña el escritor en la sociedad. Algunos años después alcanzó otro premio en un torneo de poesía organizado por L'Echo de Paris.
El éxito le arrastró hacia la vida mundana impidiéndole obtener su licenciatura en letras. Cuando, salido de las aulas, empezó a dedicarse a la literatura, Barbusse sufrió la crisis que sufren casi todos los efebos de las letras.
La decepción le lleva a alistarse en 1893 en el ejército, en el que permanece un año perdido, como él mismo reconocerá.

Primeras obras literarias

Sus primeros ensayos fueron versos nebulosos que pretendían ser originales, prosas torturadas en las que intentaba expresarse todo el lirismo balbuciente de una naturaleza atormentada por el ideal. En 1895 publica su primer trabajo poético Les Pleureses, una historia íntima y lejana de un solo ensueño que obtuvo una extraordinaria acogida por parte de la crítica. Catulle Mendès, su futuro suegro y gran amigo, está entre los primeros que se rinde ante la capacidad literaria del joven Barbusse. Redacta una elogiosa presentación del poemario para L'Echo de Paris. Mallarmé, su antiguo profesor de inglés también aprecia su talento lírico. Se le compara con Lamartine, Alfred de Musset, Théodore de Banville y Baudelaire.
Les Pleureses expresa un mundo interior pleno de soledad, tristeza y desencanto. Pero aunque Barbusse constata que la vida es dolorosa y trágica, no la maldice. Hay en su poesía, aún en sus más angustiosas peregrinaciones, un amor infinito. Ante la miseria y el dolor humano, su gesto está siempre lleno de ternura y de piedad por el hombre, débil, pequeño, e incluso grotesco. Pero precisamente por eso no debe ser befado, no merece ser detractado.
Ahora el éxito le abre las puertas de la élite intelectual del momento. Entre otros frecuenta a Paul Claudel, a Paul Valéry y a Jose María de Heredia. Es inmediatamente reconocido como parte integrante de los más selectos grupos literarios.
En 1898 se casa con la hija segunda de Catulle Mendès y la genial compositora de música Augusta Holmes, una de las figuras más interesantes de París a fines del siglo XIX.
Comenzó a trabajar en la oficina de prensa del Ministerio del Interior, así como en el de Agricultura. Hasta que en 1892 decide vivir exclusivamente de su trabajo literario y de su empleo como directivo de las editoriales Lafitte y Hachette.
En 1903 publica su primera novela Les Suppliantes (Las suplicantes), que refleja los tormentos de un alma angustiada por el enigma de su propio destino a través de la historia de un niño, Maximiliano, replegado sobre sí mismo, sobre su propio mundo interior. Es una crítica sutil de las religiones que no tiene demasiado éxito, pese a su innegable calidad.
Aunque se trata de una novela de juventud desde el punto de vista literario, se encuentra ya en ella la mayor parte de las ideas que Barbusse desarrolló posteriormente. Así como la imagen definitiva se precisa poco a poco bajo los trazos vagos y titubeantes del boceto, sin embargo, en Barbusse, su verdadera personalidad fué mostrándose clara, firme e invariable ya desde sus primeros balbuceos literarios.
Por aquellos años Barbusse escribía mucho en los diarios socialistas, particularmente en El Popular, casi siempre sobre literatura y arte, considerando que el pueblo debe interesarse en estos ramos de la producción humana, para que no fueran un privilegio de casta, un monopolio de los mandarines de las letras.

El infierno

Su arte madura en 1908 con una novela naturalista, L'Enfer (El infierno), un libro desolado y pesimista. Se trata de una narración a contrapelo de una época en que los autores escribían por puro entretenimiento. Barbusse demuestra que la novela no es una labor de ameno y ágil flautista, y se sirve de ella para para restablecer la verdad entre sus semejantes y destruir la injusticia. La novela carece de acción; no hay en ella argumento. Cuenta la llegada de un joven de provincias a París para trabajar en un banco. En la habitación de la pensión donde se aloja, hay un pequeño agujero en la pared que le permite ver y escuchar a sus vecinos de alcoba. Por ella van desfilando toda clase de personajes que expresan el rico mosaico de vivencias y problemas de la gran ciudad. Se trata de gentes cuyo nombre y cuya historia ignora, habitantes ocasionales de un cuarto en el que los personajes se creen solos, al abrigo de las normas imperantes.
Los relatos del vidente oculto, aunque parecen fragmentarios y sin relación, tienen un hilo irrompible que los junta, dándoles una sólida unidad: la vida. Todo pasa ante el agujero, desde los amores regulares a los amores unisexuales; nace un nuevo ser; muere un hombre; unos médicos, en el secreto del cuarto cerrado, se atreven a confesar la inutilidad de su ciencia con un desaliento aterrador; un sacerdote atropella a un moribundo para salvarlo a viva fuerza.
Pero la pluma de un gran artista, el talento genial de Barbusse, da a esta novela, que apenas es novela para muchos, un interés poderoso, a pesar de su falta de argumento.
Es un relato impactante y desesperante sobre el vacío, sobre la insignificancia de nuestra existencía. En todas las épocas la lectura de esta novela ha dejado una huella profunda. Representa -dijo Victor Cyrll- uno de los más grandes esfuerzos artísticos de la producción contemporánea.
El agujero por el cual un hombre sumerge su mirada en el cuarto del hotel, en el que ve, al capricho del paso de los huéspedes, hacer el amor, palpitar, sufrir y morir a bípedos de su especie; ese famoso agujero, semejante al de ciertas casas de placer, no es más que un procedimiento imaginado por el autor para dramatizar un sistema filosófico, en el que resplandece nuevamente el espíritu ateo y laico que hereda de su padre. Barbusse grita contra todo lo que representa la abrumadora servidumbre de las tradiciones, la huella del pasado, el espíritu religioso, la moral dominante. Nuestra moral es para la calle, para el salón, para las relaciones sociales; una moral para andar entre gentes, fabricada a medida del público. Cuando damos vuelta a la llave y nos vemos solos a dos, lejos del mundo, sin que nadie pueda espiarnos, esa moral se esfuma: somos nosotros mismos y nos manifestamos tal cual, sin imposiciones.
Dijo Blasco Ibáñez que esta novela merecía el título de formidable, por su grandiosa y genial originalidad. Fue un éxito extraordinario, tanto de crítica como de público, vendiéndose más de 200.000 ejemplares, cifras no conocidas en Francia y superiores a las que consiguió alcanzar Zola.

En la gran guerra

Cuando llega la guerra Barbusse tiene 41 años. Había sido declarado inútil mucho antes para el servicio militar, por ser pleurético. Su personalidad intelectual y sus facultades le daban derecho a ser suboficial. Podía también haberse quedado en una oficina del frente o encargarse de un trabajo en relación con su capacidad literaria y su salud frágil. No quiso admitir grado ni privilegio alguno. El pueblo iba a morir en la guerra, y él deseaba ir con el pueblo. No buscó siquiera entrar en un Arma privilegiada, de las que arrostran el peligro con menos frecuencia. Quiso ser simple soldado, y soldado de Infantería.
No sólo se presentó voluntario para ir a primera línea, sino que se prestó gustoso a las más arriesgadas acciones bélicas, por lo que fue herido y distinguido con dos menciones honoríficas de sus superiores.
Ya entonces era un pacifista convencido. Blasco Ibáñez divulgó una carta que le remitió explicándole las razones de su extraño proceder: Me enganché voluntariamente en la Infantería a consecuencia de mis ideas antimilitaristas. Tuve la convicción de que debía hacer esta vez la guerra a la guerra, morir si era preciso, para que en lo futuro no surjan más guerras.
Su pacifismo estaba muy influenciado por Jaurés, por la socialdemocracia de entonces. En aquella época su ideario imaginaba que el militarismo y el nacionalismo alemán eran la causa de la gran guerra. Una vez aplastada Alemania, se impondría la paz perpetua. Por eso había que combatir.
En las trincheras el escritor gana en lucidez, en capacidad de análisis. Un nuevo vivero de ideales se va forjando en medio de la desolación, rodeado de humildes soldados que la burguesía francesa conduce a una agonía infinita. Comienza a tomar apuntes entre el estruendo de los obuses y el crepitar de las ametralladoras.
Nuevas formas de pacifismo se imponen: en abril de 1917 más de cien unidades francesas se revuelven contra sus mandos, de las que algunas pretenden marchar sobre París. La represión de Petain es feroz; regimientos enteros fueron diezmados salvajemente, dándose casos de fusilamientos masivos.
Barbusse comienza a intuir que la clave de la guerra estaba en los apetitos económicos de las grandes potencias. Había que denunciar a fondo aquella horrible carnicería; dar a conocer la realidad del frente, transmitir las verdaderas sensaciones del combatiente de primera línea.
Después de 23 meses de combates los médicos le obligaron a retirarse del frente. Su salud precaria estaba quebrantada por una nueva enfermedad, la disentería, contraída en los penosos servicios de las trincheras. Aprovecha la evacuación del frente y su traslado a un hospital en la retaguardia para comenzar a dar forma a los apuntes y notas que había ido recopilando. Así aparece El fuego su gran novela, el testimonio más estremecedor de la guerra imperialista.
La novela se publicó en 1916 y logró inmediatamente dos premios Goncourt. El jurado estaba en contra de otorgarle el galardón, pero tuvieron que ceder presionados por el clamor popular de unas masas que comenzaban apenas entonces a comprender el engaño que había llevado a la muerte a tantos de sus seres queridos.
El fuego apareció primero en forma de folletín por entregas. Su subtítulo es precisamente Diario de una escuadra.
Es una novela escrita con la sangre de la guerra; una dolorosa crónica de las trincheras, un relato veraz de la crueldad de la contienda imperialista que demostraba que lo que se presentaba como un mito glorioso, no era más que una carnicería horrible y estúpida para los obreros de todos los bandos, provocada por la ambición de unos explotadores sin escrúpulos.
La conclusión de la obra es que todo está en nosotros y depende de nosotros.
Probablemente ha quedado como el más verídico relato de la contienda, y su autor como el mejor cronista de sus batallas, por lo que fue calificado como el Zola de las trincheras.
Pronto la reacción tiene que empezar a moverse tratando de contener el éxito editorial y la censura militar también se vio impelida a actuar para tratar de mutilar algunos de sus párrafos.
Con esta novela la guerra dejó de ser fuente de inspiración artística, como lo había sido durante siglos: En tiempos más caballerescos -dice un crítico- otros han podido cantar la guerra empenachada, el noble estrépito de las armas, las cargas aullantes entre nubes de gloria y de polvo. Por su temperamento literario, Henri Barbusse era el cantor predestinado de esta guerra, que no ha sido más que un largo sufrimiento resignado; el cantor de la trínchera de inmensa monotonía y de las alboradas lívidas sobre la tierra devastada; el cantor de la llanura desnuda y caótica, de las extensíones inundadas, en las que los cadáveres emergen como reptiles aglutinados.
El éxito del libro fue enorme, fulminante, como no se había visto nunca: más de 300.000 ejemplares. Toda Francia quiso leer esta obra; y la mayoría de sus lectores fueron los mismos hombres que luchaban en las trincheras. Oficiales y soldados escribieron numerosas cartas al novelista dándole las gracias por haberlos iluminado en esta lucha a muerte, por haberles demostrado que el valor más intrépido puede ser inspirado por la conciencia de batirse contra un crimen y no contra un país.
El debate sobre la novela, que en suma era un debate sobre la guerra, ya puesta en cuestión públicamente, llegó hasta la Asamblea, donde se le califica de traidor, e incluso de cobarde. La discusión se prolonga hasta en Estados Unidos, donde hay quien dice que no es más que propaganda alemana.

El compromiso con todas las causas justas

La guerra hizo de Barbusse un rebelde. Comprendió la ineptitud y la esterilidad de las actitudes negativas. El escritor sintió entonces el deber de trabajar por el advenimiento de una sociedad sin guerras. Escribirá: Es la guerra la que me ha educado; no solamente el horror de la guerra, sino también la significación de la guerra imperialista. En julio de 1917 realiza un llamamiento a todos los combatientes desde L'Oeuvre que tiene una enorme repercusión pública, dando lugar a la constitución de la ARAC (Asociación Republicana de Antiguos Combatientes). En algunos de sus párrafos el llamamiento decía:
Dirijo un ardiente llamamiento a todos los antiguos combatientes de esta guerra que creen en la República y la aman. Camaradas, oficiales y soldados, habéis luchado con vuestras manos contra la autocracia y la injusticia. Por fortuna la muerte os ha respetado. Otros han caido; sois sus valedores. Pero las heridas y las enfermedades os han obligado a dejar las armas. Habéis regresado y ahora estáis ahí. Yo os pido que vengáis con nosotros, que os agrupéis, que os unáis no solamente para conocer y salavaguardar fraternalmente vuestros intereses como trabajadores sino para servir a la causa misma que habéis defendido en los campos de batalla hasta el final de vuestras fuerzas. No os hablo de ventajas inmediatas, profesionales, de nuestra unión, sólo pretendo transmitiros hoy un gran interés general que sobrepasa el de cada uno de vosotros: soldados de la guerra, continuad siendo soldados del pensamiento [...] Por todas partes los principios republicanos están siendo demasiado atacados o muy mal defendidos. Hay que vigilar a la República. Ante todo es a todos vosotros a quienes incumbe este deber, supervivientes de los hombres contra los opresores.
El Congreso constitutivo de la ARAC se celebró en Lyon, en setiembre de 1919, con un ideario aún impreciso que sólo el tiempo, y sobre todo la lucha, irá puliendo progresivamente, al calor de los enfrentamientos, hasta la consigna guerra a la guerra que no es sólo una frase -dirá Barbusse- sino un principio de lucha contra el imperialismo. Barbusse comienza a ser aclamado por las multitudes y ferozmente denostado por la burguesía. La lucha pacifista le pone en contacto con las masas, con la clase obrera, que va abriendo en él perspectivas cada vez más hondas de las verdaderas raíces del combate en el que estaba comprometido.
Infatigable desde entonces, en enero del siguiente año hace extensivo el llamamiento a los antiguos combatientes de todos los países para que se unan fraternalmente en una Internacional que se constituye en abril del mismo año, pronunciando Barbusse el discurso inaugural, en el que expone:
Se nos habla de patria. Nosotros también hablamos de ella. Pero la nuestra no es, como la suya, una especie de ciudadela feroz plantada frente a las otras con las cajas fuertes en el centro. Es una patria que no tiene más frontera que el horizonte -como la naturaleza y el espíritu humano- y es demasiado grande para que los explotadores sean capaces de comprenderla [...] El verdadero patriotismo se horroriza del que siembra el odio y la guerra [...] Nosotros decimos que la vieja sociedad está condenada.
Barbusse lucha, convoca renuniones y pronuncia discursos, pero también sigue escribiendo. En 1919 publica Clarté (Claridad), su tercera novela, en la que describe la vida de otro personaje, Simon Paulin, un sujeto banal dominado por su tía, su esposa y sus jefes. No es que no sea capaz de resolver sus problemas, sino que ni siquiera sabe que los tiene. La guerra le saca de su aturdimiento y comienza a comprender la situación de postración en la que vive. Esta novela es un verdadero manifiesto social y moral, rebosante de ternura y de buenos sentimientos. Nada más publicarse la novela se funda el grupo del mismo nombre, germen de una Internacional del Pensamiento. Clarté fue, en un principio, un hogar intelectual donde se mezclaban pacifistas de todas clases. Entre los más destacados escritores, participaron del grupo Romain Rolland y Anatole France.
Clarté es un movimiento intelectual, una editorial, un teatro, una revista y, en definitiva, el espejo crítico de la sociedad francesa del momento, que no sabe a ciencia cierta qué es lo que busca, pero está convencida de que, tras la experiencia bélica, las cosas no pueden seguir indefinidamente de la misma forma, como si nada hubiera ocurrido.
Aunque, por sus mismas características, el pacifismo no tuvo en todos sus militantes las mismas consecuencias, muchos intelectuales cayeron en la cuenta de que el viejo orden social era impotente para la realización de sus ideales. Los gérmenes de la guerra -como ya había dicho Jaurès- estaban alojados en las mismas entrañas de la sociedad capitalista. Por consiguiente para vencerlos era necesario destruir ese régimen. Del pacifismo, pasaron a la revolución, a la lucha contra el capitalismo.
Barbusse no cesa. En 1920 aparece La lueur dans l'abîme, un manifiesto destinado a explicar el significado del movimiento Clarté, como un paso de gigante entre los intelectuales, que no pueden quedarse satisfechos con mirar una realidad tan sangrante desde lejos:
Hacer política es pasar de los sueños a las cosas, de lo abstracto a lo concreto. La política es el trabajo efectivo del pensamiento social, la política es la vida [...] No hacer política es sostener la política imperante.
En 1921 edita Le couteau entre les dents un llamamiento a los intelectuales en el que les recuerda el deber revolucionario de la intelectualidad, que no debe conformarse con la subsistencia de una forma social que su crítica ha atacado y corroído enérgicamente. El ejército innumerable de los humildes, de los pobres, de los miserables, se ha puesto resueltamente en marcha hacia la revolución y la intelectalidad no puede abandonarles en el combate. La revolución rusa es el motivo de buena parte de las reflexiones del libro. Ese mismo año ve la luz un libro recopilatorio de sus artículos y discursos, con el título Palabras de un combatiente

El militante comunista

La lucha de clases se agudizaba dejando pocos huecos para las imprecisiones. Cuando el Partido Socialista francés se niega a entrar en la III Internacional, Barbusse deja de escribir en El Popular, que era su portavoz y con el que había colaborado desde tiempo atrás. Por el contrario, comienza a escribir con L'Humanité el viejo diario fundado por Jaurès, convertido en órgano de los comunistas.
Barbusse desarrolló el ideal pacifista hasta sus últimas consecuencias, llegando a donde otros no alcanzaban siquiera a divisar. Se identificaba progresivamente con el proletariado revolucionario, llevando a la Internacional del Pensamiento por el camino de la Internacional Comunista. En 1923 ingresa en el Partido Comunista. Era la trayectoria fatal de un intelectual que no todos quisieron emular. En aquel momento los comunistas estaban siendo perseguidos por su oposición a la ocupación del Ruhr por las tropas francesas y la adhesión de Barbusse estaba cargada de simbolismo político.
La lucha iba definiendo posiciones, clarificando lo que hasta entonces podía permanecer difuso. Una parte de los integrantes de Clarté quedaron paralizados y el tiempo les situará en posiciones cada vez más acomodadas, por no decir reaccionarias. Otro grupo adoptó el camino del surrealismo. Finalmente la revista Clarté será el órgano de expresión de los estudiantes comunistas.
Barbusse no vaciló; siguió adelante. Critica duramente a la Sociedad de Naciones. Interviene para tratar de impedir el asesinato de Sacco y Vanzetti por el gobierno norteamericano. Participa del comité por la liberación de la India y combate el colonialismo italiano en Abisiania. Es nombrado vicepresidente de la sección francesa del Socorro Rojo Internacional. Se solidariza con Gramsci, Thaelmann y Dimitrov, perseguidos y encarcelados por los fascistas italianos y alemanes...
De la difamación la burguesía pasa a la persecución y le procesa por conspiración. Desde la tribuna de uno de los congresos de antiguos combatientes que presidió en Berlín, llamó a los soldados franceses del Ruhr a no disparar jamás contra los trabajadores alemanes, aunque se lo ordenaran sus jefes. Barbusse apelaba a la insubordinación, a la indisciplina, o lo que es lo mismo, a la revolución, porque sin ella no puede haber paz.
Su ideario pacifista adopta nuevos contornos que se resumen en la consigna: El orden clasista se beneficia de la no violencia. Así pues había que empezar a combatir a quienes bajo la excusa del pacifismo se convertían en bomberos de la lucha revolucionaria, de quienes pretendían sofocar la rebeldía de las masas, que adquiría tintes de levantamiento, de combate, de justa violencia revolucionaria.
Desde su ingreso en el Partido Comunista, la prensa silencia sistemáticamente sus obras literarias, que van brotando una tras otra fecundamente: en 1925 La force, L'au-delà, Le crieur; al año siguiente Les bourreaux; en 1927 comienza a salir a la luz su trilogía Jésus, Judas de Jésus y Jésus contre Dieu que no consigue escenificar ni divulgar, pese al escándalo desatado por los plumíferos a sueldo de la reacción, que montan en cólera por su singular visión del Nuevo Testamento.
Los últimos años están presididos por la lucha antifascista y la necesidad de unir a todos los obreros y demás sectores populares para impedir el ascenso de la reacción. La lucha por la paz adopta entonces la forma nueva del frente popular, del antifascismo.
En esa década de los años treinta viajó con frecuencia a la Unión Soviética, donde escribió dos ensayos: Stalin, le monde vue travers l'homme nouveau y Rusia. En uno de esos viajes, en 1932, fue condecorado con la orden de Lenin. En el último, en 1935, contrajo neumonía durante el mismo y murió al llegar a Moscú. Decenas de miles de moscovitas desfilan durante sus restos, expuestos al público durante tres días. Lo mismo sucede cuando su cadáver es repatriado a París. Al día siguiente 200.000 personas acompañan su féretro al cementerio de Père Lachaise.
El caso de Barbusse es paradigmático de la intelectualidad de comienzos del siglo XX, inicialmente enferma de ideas escépticas, disolventes, nihilistas, de las que no pudo escapar por sí misma pero a la cual la guerra imperialista rescató de su estéril letargo. El novelista francés atravesó también esa fase pero continuó un recorrido, sin duda oscuro y tempestuoso, que a otros aterraba, pero resplandeciente de verdad, de ideas frescas, de sensaciones fructíferas. La nueva perspectiva que se abrió ante sus ojos le amarró al mundo, a lo concreto, a la sociedad más perseguida y a sus ansias liberadoras. Su ejemplo permanece vigente como el de un intelectual comprometido con su momento hasta la médula y, por supuesto, un escritor con páginas rebosantes de luz, de entusiasmo, de futuro.
Bibliografía:
— Philippe Baudorre: Barbusse, le pourfendeur de la Grande Guerre, Flammarion, 1995
— Jean Relinger: Henri Barbusse, escrivain combattant, Press Universitaires de France
— Jean Sanitas, Paul Markides, Pascal Rabaté: Barbusse, la passion d'une vie, Editions Valmont, 1996
— Annette Vidal: Henri Barbusse, soldat de la paix, Les Editeurs Français Réunis, 1953

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