Sumario:
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La revolución cultural
— La diplomacia triangular
— Reseñas biográficas
— La diplomacia triangular
— Reseñas biográficas
La revolución cultural
La Revolución Cultural fue uno de los acontecimientos más extraordinarios del siglo XX. Era la revolución dentro de la revolución, la demostración de que la revolución no es un acto, un instante sino la apertura de un periodo de profundos cambios y convulsiones con la participación activa de los obreros, los oprimidos y las masas populares en general. La revolución socialista no se circunscribe a la expropiación, ni a los planes económicos sino que necesariamente debe modificar en profundidad también las instancias políticas y culturales y para eso no basta un partido, ni un ejército sino que debe promover a millones de personas a liberarse de las cadenas y ataduras de todo tipo. Sólo así puede germinar no ya una sociedad, sino un hombre nuevo. Ante todo la Revolución Cultural fue un movimiento de las masas. En mayo de 1966 empezaron a surgir los dazibaos o carteles murales en la Universidad de Beijing denunciando el revisionismo, pero luego el fenómeno se generalizó y aparecieron murales -muchos de ellos grandes obras de arte- por todas partes. El espectáculo de las masas populares destituyendo a los más altos dirigentes del Estado y del propio Partido Comunista, será difícil de olvidar y constituye un acontecimiento de gran alcance internacional. No hay muchos ejemplos históricos de un Jefe del Estado (y viejo militante del Partido Comunista) como Liu Shaoqi, del alcade la capital (también veterano militante comunista) Peng Zhen y del Secretario General Deng Xioping, denostados públicamente y arrastrados por el lodo de una crítica implacable y masiva. En cualquier otro país del mundo eso constituye un delito y conduce a las masas a la cárcel, mientras que en China fueron ellos -y otros muchos- los que tuvieron que soportar los ataques y acabaron detenidos o trabajando en los empleos más humildes. Esto sacudió a todo el mundo: mientras en las revueltas antirracistas de Estados Unidos o en las calles de París la policía disparaba y golpeaba a los manifestantes, en China los manifestantes sacaban a los burócratas de sus madrigueras y los exponían públicamente a la crítica de las masas.El alcance propagandístico de aquella convulsión fue tremendo, llevando la crítica contra el revisionismo por los cinco continentes y favoreciendo la formación de partidos verdaderamente comunistas en muchos países.
Al mismo tiempo, la Revolución Cultural tuvo sus defectos, limitaciones y dificultades, hasta el punto de que no pudo completar su programa de impedir el retorno de China al capitalismo. El más importante es que careció de un partido comunista dirigente, y lo que es aún peor: la Revolución estuvo enfilada contra el propio Partido Comunista, que había marginado a Mao, cayendo en manos de los revisionistas.
El Partido Comunista había experimentado una grave crisis durante el Gran Salto Adelante y la lucha entre las diversas líneas políticas se había agudizado. Las luchas en el interior del Partido Comunista, que no eran luchas entre camarillas o luchas personales, lo tenían paralizado y, con él, a todo el país, casi al borde de la guerra civil. Su dirección estaba cada vez más dividida. El lanzamiento de la Revolución Cultural estuvo motivado precisamente por las discrepancias en el seno de la dirección del Partido Comunista, que se había convertido en un frente nacional en el que coexistían de diversas clases, diversas líneas y diversas ideologías.
Uno de los puntos de fricción más importantes con los revisionistas es muy sigificativo. Para ellos se trataba de someter a los equipos de la Revolución Cultural a los órganos del Partido Comunista; por el contrario, para los impulsores de la Revolución, de lo que se trataba era de atacar esos mismos órganos y depurarlos. La consigna de disparar contra el Cuartel General tenía ese significado, especialmente en Beijing: el enemigo era el propio Partido Comunista.
La Revolución Cultural fue obra de Mao, que desde el Gran Salto Adelante había sido desplazado de la dirección del Partido Comunista. También en este punto se trata de un fenómeno original porque no hay muchos ejemplos en los que la revolución la desencadene quien nominalmente es el máximo dirigente del país. Al final del Gran Salto Adelante, a pesar de que había sido relegado del primer plano de la vida política, Mao había esperado agazapado hasta que pudo retornar, criticando muchas de las medidas adoptadas por la dirección del Partido Comunista. Mao temía que en China se impusiera el revisionismo como en la Unión Soviética con Jruschov. Sus críticas principales a la conducción de Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping fueron el retorno a las formas privadas de agricultura, el resurgimiento de los centros de enseñanza superiores y el uso de la tecnología extranjera.
A pesar de su papel determinante en la creación y conducción del nuevo Estado chino, Mao no hubiera logrado removerlo de sus raíces sin el apoyo de una serie de fuerzas dispersas:
— un segmento importante del Ejército controlado por Lin Biao quien, en 1965, al suprimir los grados militares, hizo tambalear la influencia de quienes estaban a su frente. El Ejército había conseguido éxitos (en 1964 la bomba atómica) y para Mao era un ejemplo de la combinación entre la capacidad técnica y la voluntad revolucionaria.
— un grupo de intelectuales radicales dirigidos por Chen Boda, un cuadro muy cercano a Mao en la etapa de Yenan, a Lin Biao, y a Jiang Qing, la mujer de Mao. Este grupo movilizó a los trabajadores y a las masas alegando que era el propio Partido Comunista quien estaba traicionando al socialismo y dio a la Revolución un carácter a la vez juvenil e intelectual.
— el aparato de seguridad controlado por Kang Sheng y Xie Fuzhi.
Por una serie de factores, al mismo tiempo alejados pero coyunturalmente coincidentes, la Revolución Cultural reforzó las tesis acerca del pensamiento de Mao, poniéndolo a la altura de Marx, Engels y Lenin, destacando su originalidad y su importancia en las condiciones concretas de China. Es de destacar que la expresión pensamiento Mao Zedong no deriva del propio Mao, sino de un revisionista como Liu Shaoqi, y que Mao rechazó tanto esa expresión como la de maoísmo. Pero si los revisionistas contribuyeron a inflar la personalidad de Mao para encubrir sus verdaderas posiciones derechistas, los izquierdistas como Lin Biao y Chen Boda actuaron en la misma línea, declarándose los verdaderos intérpretes del pensamiento de Mao. Éste se había convertido en una autoridad indiscutida de manera que unos y otros debían apoyar sus iniciativas con citas de Mao, contribuyendo de ese modo a distorsionar tanto la personalidad como el papel de Mao dentro del marxismo-leninismo, hasta el punto de que Mao ha tenido -y tiene- a sus peores enemigos dentro del maoísmo.
La grotesca distorsión del pensamiento de Mao dentro del movimiento comunista internacional ha resultado contraproducente en los países occidentales, creando un rechazo que proviene de la disociación aquí imperante entre la personalidad y sus ideas. No estamos habituados a defender unos principios a través de la persona que los ha elaborado. Sin embargo, las culturas orientales no han conocido la Ilustración y asocian el pensamiento a su autor, lo cual no impide reconocer que, en contra del criterio del propio Mao, la importancia de sus aportaciones fuera exagerada hasta el ridículo, especialmente por parte de Lin Biao y Chen Boda, que actuando de esta forma se enfrentaron al propio Mao y favorecieron así indirectamente a los revisionistas. Los comunistas no concebimos que exista nada ni nadie por encima de la crítica y Mao fue el primero en demostrarlo cuando se autocriticó públicamente cuantas veces lo consideró justo. La teoría del genio de Lin Biao y Chen Boda, lo mismo que todos los absurdos acerca del maoísmo como una tercera etapa del comunismo, son falsas.
La Revolución Cultural era una necesidad muy sentida por las masas y sus protagonistas más conocidos fueron los Guardias Rojos, formados principalmente por estudiantes. Pero no se trata de los estudiantes ociosos que conocemos en occidente sino de jóvenes que compatibilizaban el estudio con el trabajo. En una emisión de radio se definió así: La guardia roja es una organización creada por los escolares de enseñanza media de familias de obreros, de campesinos pobres y medios, de cuadros revolucionarios y de soldados revolucionarios. Su distintivo era un brazalete rojo que simbolizaba el regreso a los tiempos heroicos de la Larcha Marcha y de Yenan. Se recuperaron muchas de las consignas y gestos de las décadas pasadas, tratando de volver al espíritu combatiente de antaño. Algunos guardias rojos sacaron del baúl los viejos uniformes militares de sus padres y se los volvieron a enfundar. En la literatura y el teatro se desempolvaron los temas antiguos de la lucha contra los japoneses y las historias bélicas revolucionarias.
Formalmente se inicia como un movimiento para la educación socialista, que no se podría comprender si no se tuviera en cuenta la extraordinaria importancia de los intelectuales en China y lo que se pretendía afirmar exactamente con la noción de cultura. La propuesta comunista de lograr que los obreros y campesinos pudieran instruirse era totalmente ajena a China. Más que en cualquier país capitalista, en China la educación existente era elitista en extremo, favorecida por una compleja escritura ideográfica sólo apta para iniciados. La literatura, la ópera y la música eran un reducto para seres exquisitos. Desde el Movimiento 4 de Mayo la intelectualidad había jugado un papel muy importante en un país completamente analfabeto pero, al mismo tiempo, constituían un sector muy alejado de las masas. La misma expresión revolución cultural era de uso común en China desde 1919 y trataba de enfatizar la importancia de la movilización ideológica, la relevancia de los estímulos espirituales y el entusiasmo revolucionario de las masas. Los intelectuales debían participar en ese gran proceso de movilización pero, al mismo tiempo, los intelectuales debían ser transformados: En todo el proceso de la revolución socialista y de la construcción del socialismo, el problema de la transformación de los intelectuales es uno de los más importantes (Mao: La construcción del socialismo, pg.81). El movimiento pretendía reducir las barreras entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, lo cual significa:
— alfabetizar, crear escuelas y universidades, elevar el nivel cultural de las masas
— vincular el saber a la práctica, el aspecto intelectual con el técnico
— crear un elenco importante de expertos y rojos, esto es, equipos de técnicos y profesionales compenetrados con la revolución.
En la antigua China la cultura era libresca y se concebía como una acumulación enciclopédica de conocimientos. Existía un convencimiento profundamente arraigado que menospreciaba la aplicación del saber, su utilidad para transformar la naturaleza y la sociedad. Un tradicional aforismo de Mencio decía que el que usa su cabeza gobierna, el que trabaja con sus manos es gobernado.
Por tanto, una verdadera revolución no podía preservar esa situación, no podía ser exclusivamente económica sino que debía abordar, además, los diversos aspectos político e ideológico. Era, además, doble: la popularización y la divulgación, por un lado, y la ampliación y la elevación, por el otro.
La mejora cultural y científica debía llegar de los países más avanzados, que no sólo eran capitalistas sino extraños desde el punto de vista nacional. El progreso cultural debía nacionalizarse, esto es, adoptar una forma propiamente china, con el obstáculo de que esas formas auctóctonas eran feudales y que la mayor parte de los intelectuales eran de procedencia burguesa. Las disputas que todo ello causó en la revolución china y el grado de tensión que llegaron a alcanzar, es difícilmente descriptible. Y esas divergencias no sólo eran técnicas sino que tenían una profunda carga política porque el alcance de la producción artística tenía una extraodinaria resonancia. Por ejemplo, en 1965 en China acudían al cine 2.000 millones de espectadores.
El cambio se produjo en noviembre de 1965 con una crítica de Yao Wenyuan (integrante luego de la Banda de los Cuatro) a la ópera del vicealcalde de Beijing, el historiador Wu Han, titulada La destitución de Hai Jui. El objetivo del ataque no era Wu Han sino su jefe inmediato, el alcalde Peng Zhen. Por medio de una comisión de cinco intelectuales Peng Zhen dirigía desde Beijing una parte importante de la producción artística y se había empezado a producir un enfrentamiento entre ese tipo de producción literaria y el que desde Shangai venían promoviendo otro tipo de intelectuales, encabezados por Zhang Chungqiao y Yao Wenyuan, integrantes ambos de lo que luego se conocería como la Banda de los Cuatro. El guión de la ópera de Wu Han versaba sobre un antiguo emperador corrupto que despedía a un funcionario público virtuoso, una alegoría para atacar veladamente a Mao y apoyar a Peng Dehuai. La crítica abierta de dicha obra, publicada por Yao Wenyuan, constituía una defensa de Mao pero, a causa del enconado enfrentamiento literario existente, sólo se publicó inicialmente en un medio de escasa difusión. Después de mucha resistencia fue publicado de nuevo en el Diario del Pueblo en noviembre de 1965 y fue como el toque de trompeta que desencadenó la Revolución Cultural.
La Revolución Cultural empezaba como un desafío entre Shangai, la ciudad proletaria, y Beijing, la vieja urbe burocrática. Además de los guardias rojos, en Shangai los trabajadores militantes en las fábricas comenzaron a formar sus propios grupos revolucionarios. A principios de noviembre de 1966, un joven trabajador del sector textil de Shangai, Wang Hongwen, de 33 años, creó el Cuartel General Revolucionario de los Trabajadores para coordinar los destacamentos de obreros revolucionarios de la ciudad portuaria. Desde finales de ese mes, el Cuartel General de Shangai, respaldado por el Grupo para la Revolución Cultural de Beijing, desató una lucha cada vez más violenta con el Destacamento Rojo de Shangai, apoyado por el Comité local del Partido Comunista. Este enfrentamiento se debía a que los revisionistas, estimulados por Peng Zhen, habían aparentado ponerse al frente de la Revolución Cultural, creando organizaciones paralelas.
El 30 de diciembre, decenas de miles de trabajadores organizaron batallas callejeras en el exterior de las oficinas del Comité local del Partido Comunista. Comenzaron las huelgas. El puerto quedó paralizado, con más de 100 buques extranjeros esperando para la descarga. El transporte ferroviario también se detuvo. El Cuartel General anunció que no reconocía la autoridad del Comité local del Partido Comunista y que asumía el gobierno de la ciudad. El 5 de febrero de 1967 se proclamó la Comuna Popular de Shangai.
La toma de poder de Shangai se convirtió en un modelo para el resto del país.
El movimiento había penetrado bien pronto en el terreno político, hasta el punto de que se desplegó bajo la consigna de poner la política en el puesto de mando, con el que se pretendía combatir tanto las tendencias oportunistas de la dirección del Partido Comunista como las desviaciones capitalistas. Tres millones de personas fueron obligadas a someterse a cursos de reeducación. Entre un 60 y un 70 por ciento de los funcionarios centrales y de un 70 a un 80 por ciento de los funcionarios locales y provinciales fueron depurados. En más de una ocasión Mao había sostenido que no podía existir ninguna construcción sin destrucción. Sin embargo, al principio no parecía que la Revolución Cultural conduciría a depuraciones masivas. No obstante, a partir de finales de 1964, los equipos destinados a llevarla a cabo destituyeron a un cuatro por ciento de los cuadros comunistas, alcanzando en algunas regiones un cuarenta por ciento. De los 23 miembros originales del Buró Político sólo quedaron 9 y sólo 54 de los 167 miembros del Comité Central. Pareció que se había destruído a la dirección revisionista del Partido, con Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xioping como figuras principales. No fue así.
Los primeros enfrentamientos políticos se produjeron como consecuencia de las denuncias contra algunos dirigentes y altos funcionarios. En marzo de 1966 Lin Biao destituyó de su puesto en la jefatura del Estado Mayor al anterior ministro de Seguridad, Luo Ruiqing por su negativa a que el Ejército se mezclara en las batallas políticas. El asunto era una reedición de la Conferencia de Lushan de 1959 en la que fue destituido Peng Dehuai. En realidad, la mayor parte de las batallas de la Revolución Cultural contra el revisionismo iban enfiladas contra quienes seguían sosteniendo que el Gran Salto Adelante había sido un fracaso. Dos de las figuras claves que salieron peor paradas de la Revolución Cultural fueron Peng Zhen y Liu Shaoqi que inicialmente habían apoyado a Peng Dehuai en la Conferencia de Lushan en 1959. A su vez, eso significa que dicha batalla no se había cerrado y, en consecuencia, que los revisionistas seguían manteniendo posiciones muy sólidas en el interior del Partido Comunista, el Ejército Popular de Liberación y el Estado.
En la propaganda burguesa se dibuja la revolución cultural como una etapa caótica y confusa cuya consecuencia más importante, además de la represión y las depuraciones, fue la paralización de la actividad económica. También en el pensamiento revisionista revolución y economía aparecen como términos opuestos y, en consecuencia, la revolución cultural sería una supuesta etapa de bancarrota económica para China. Naturalmente la verdad es que para los comunistas revolución y desarrollo económico deben ir necesariamente de la mano, lo que en China expresó una consigna muy conocida, que llegó a incorporarse luego a la Constitución de 1975: Empeñarse en la revolución y promover la producción. Para los comunistas la economía no puede avanzar sin impulsar la revolución pero, con el tiempo, los revisionistas se olvidaron de la primera parte de la consigna para quedarse sólo con la segunda. Incluso fueron más allá para acabar afirmando que para desarrollar la economía era imprescindible frenar la revolución. la economía, según ellos, necesita tranquilidad y regularidad, que los obreros acudan todos los días a las fábricas puntualmente y se esfuercen al máximo.
Toda revolución necesita consolidarse para recojer sus frutos. No hay construcción sin destrucción, pero tras la destrucción también hay que reconstruir. El movimiento frenético de la Guardia Roja había conducido al colapso del Estado y era el momento de hacer balance, de reagruparse de nuevo, e incluso de retroceder en ciertos aspectos si era necesario. Sin embargo, los revisionistas lo que se hicieron fue liquidar la Revolución Cultural, hasta acabar renegando de ella.
A partir de 1968 se pretendió la estabilización política a partir de la reestructuración del poder político gracias al Ejército, considerarado como el pilar fundamental de la dictadura del proletariado. El país fue colocado bajo la tutela de las Fuerzas Armadas, mientras que Zhou Enlai contribuyó también a consolidar el poder político. La autoridad militar ayudó a la reconstrucción del Partido Comunista.
La propia convocatoria del IX Congreso de Partido Comunista en abril de 1969 es un intento de consolidar la Revolución Cultural. En su informe al Congreso, Lin Biao hizo un balance de la Revolución, que en ningún momento consideró como un proceso definitivamente cerrado. La misión del Partido Comunista, según su interpretación, no sería acelerar el desarrollo económico sino mantener la iniciativa de las masas. Los estatutos aprobados concedían también un papel fundamental a Lin Biao, calificado como el más próximo de los compañeros de armas de Mao, que fue designado vicepresidente del Partido Comunista. Además el 44 por ciento del Comité Central quedó formado por militantes de procedencia militar, cifra que en el Buró Político llegó al 55 por ciento del total.
Las apariencias eran muy engañosas. Las campañas puramente propagandísticas no eran suficientes. Debajo de las estridentes consignas y de las movilizaciones masivas, las cosas seguían igual. Se decía que las autocríticas eran prefribles a las depuraciones. En octubre de 1967 Mao ya estaba propagando la tesis de que la mayor parte de los cuadros del Partido Comunista eran buenos y que los malos podían ser reeducados sin necesidad de acudir a depuraciones traumáticas. Tampoco las depuraciones había sido tan profundas y pronto los destituidos volvían a sus puestos. En noviembre de 1970 Zhou Enlai le confesó a Edgard Snow en una entrevista pública, que el 95 por ciento de los miembros del Partido Comunista depurados durante la Revolución Cultural, habían sido reintegrados en sus puestos. A finales de 1970 unos cinco millones y medio de Guardias Rojos fueron, a su vez, trasladados al campo con el propósito de dedicarse a tareas agrícolas, pero era una medida para quitárselos de encima y alejarlos de las ciudades y los centros neurálgicos del país.
Por otro lado, no obstante todas las tesis acerca de la guerra popular prolongada y la primacía del factor humano sobre el armamento en el Ejército, China había seguido investigando para fabricar armamento nuclear, aún sin la ayuda soviética. La Revolución Cultural no paraliza ni un instante siquiera la puesta punto de cohetes atómicos. La primera prueba nuclear se experimenta favorablemente en 1964 y la segunda en diciembre de 1966; el 17 de junio logra el salto a la bomba de hidrógeno. Entonces Geng Biao, que lleva las riendas del Ministerio de Asuntos Exteriores, publica dos artículos al respecto en el Diario del Pueblo (15 de enero y 20 de junio de 1967) en los que afirma que gracias a ello la influencia de China en la escena internacional se ha reforzado de manera irresistible. Pero el armamento por sí solo no basta; un arma poderosa requiere un poder fuerte y coherente; sin embargo, añade Geng Biao, hoy la autoridad es inconsistente y lleva la marca de una dispersión de responsabilidades.
Como todos los factores que confluyeron en la Revolución Cultural, el papel del Ejército Popular de Liberación ha sido sobreestimado como factor movilizador, o quizá habría que decir, para ser más precisos, que cuando el Ejército comienza a intervenir es para acabar y no para impulsar la Revolución Cultural.
Era claro que los planteamientos militares de 1959 volvían a reaparecer -si es que alguna vez se habían erradicado por completo- claramente vinculados a una nueva política internacional que exigía la liquidación de la Revolución Cultural.
La designación de Lin Biao como vicepresidente del Partido Comunista en el IX Congreso fue idéntica a su anterior desigación al frente del Ministerio de Defensa: puramente nominal. Bajo las apariencias, los revisionistas controlaban el Ejército, controlaban la diplomacia y controlaban también el Partido Comunista. Los izquierdistas podían redactar panfletos y pegar carteles porque en realidad las riendas, la práctica, venía impuesta por los revisionistas, entre cuyas filas no se advierten disensiones importantes.
La diplomacia triangular
Desde 1956 la política conciliadora de los revisionistas soviéticos había proporcionado el primer balón de oxígeno a los imperialistas. Quince años después, la República Popular de China les proporcionó otro globo de aire fresco que, naturalmente, tampoco dejaron escapar. Desde mediados de los años sesenta se fue gestando en el seno de los círculos imperialistas estadounidenses toda una corriente partidaria de modificar su estategia hacia la República Popular. En sus memorias, el entonces presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, apenas se ocupa de China, a pesar del primer ensayo nuclear de 1964; en una de sus raras reflexiones al respecto dice que no es a él sino a quien le suceda en la Casa Blanca, a quien le corresponderá ocuparse del asunto (Memorias de un presidente, 1963-1969, Dopesa, Barcelona, 1971, pg.506). Hasta la llegada de Nixon y Kissinger al gobierno, China había sido considerada como un apéndice de la Unión Soviética, que era con quien había que tratar.Pero en octubre de 1967, Nixon publica un artículo en la revista Foreign Affairs Quatterly proponiendo dar un giro a la línea estadounidense respecto a China. Aún no era Presidente de Estados Unidos, pero se declaraba dispuesto a introducir esa nueva política en su agenda cuando llegase a la Casa Blanca, lo que se produjo un año después. En su artículo Nixon decía que Estados Unidos debía establecer relaciones diplomáticas con la República Popular y sentarla en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero como una nación grande y en desarrollo, no como el epicentro de la revolución mundial. A partir de entonces los imperialistas podían jugar con dos barajas, la Unión Soviética y China, cuyo antagonismo interno -paradógicamente- se manifestaba más fuerte que el que mantenían cada uno de ellos con Estados Unidos.
A esta nueva estrategia imperalista Kissinger la llamó diplomacia triangular y en ella China aparece con una personalidad propia. Según reconoce Kissinger, existía una comunidad de intereses entre ambos países, porque China nos quería desesperadamente en Asia como contrapeso para la Unión Soviética, que seguía siendo la parte más agresiva (Mis memorias, Atlántida, Buenos Aires, 1979, pgs.138, 477 y 490). Por tanto, China se prestó a ser utilizada por los imperialistas para atacar a la Unión Soviética.
Todos los países -y los países socialistas igualmente- tienen derecho a mantener las relaciones que tengan por conveniente con cualesquiera otros del mundo y el aislamiento ha sido siempre una imposición del imperialismo. Por tanto, nada se puede reprochar a China en este sentido.
Ahora bien, por parte china, no se trataba sólo de entablar relaciones diplomáticas con Estados Unidos sino de todo un vuelco en la política exterior que era contrario a los más elementales principios del comunismo. Abiertamente China se alineaba con las posiciones del imperialismo estadounidense. Eran los primeros síntomas de su incorporación al mundo capitalista, la primera de sus modernizaciones, para lo cual los revisionistas y nacionalistas chinos tenían perfilado toda una batería de actuaciones internas e internacionales. En 1969 sólo disponían de una embajada operativa en todo el mundo; China era como una mancha blanca en el mapa, decía Willy Brandt. Pero a partir de la entrada en la ONU y el establecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos pudieron intercambiar embajadas con todos los países capitalistas y, naturalmente, con los embajadores llegaron también los mercaderes y financieros. Se levantó el bloqueo económico y el embargo comercial, que había sido más estricto para China que para otros países socialistas. En julio de 1972 el nuevo gobierno de Tanaka en Tokio restableció relaciones diplomáticas con Beijing y ambos países empezaron a firmar toda una cascada de convenios comerciales, marítimos, pesqueros y aéreos.
Tras su ruptura con la Unión Soviética, la retórica china consideró inicialmente que Estados Unidos y la Unión Soviética actuaban de común acuerdo. Entonces dijeron que la Unión Soviética era un país dirigido por un Partido revisionista cuya línea era de claudicación respecto al imperialismo y, en consecuencia, ambas políticas eran equivalentes. Sin embargo, quince años después llegan a una conclusión totalmente diferente, según la cual la Unión Soviética también era un país imperialista (o socialimperialista) enfrentado a Estados Unidos. Según China ambas superpotencias se disputaban la hegemonía mundial y mantenían estrategias enfrentadas. Ahora decían que la política de ambos ya no sólo no coincidía sino que era opuesta. Cuando los comunistas nos enfrentamos a un enemigo dividido tenemos la obligación de maniobrar entre ellos, aprovechar sus contradicciones internas, pero sólo en casos excepcionales y extremos podemos establecer una alianza con unos en contra de los otros. La elección de China fue aliarse con Estados Unidos y considerar a la Unión Soviética como la peor forma de imperialismo, no sólo para ellos mismos sino para todos los pueblos del mundo. A partir de 1971 la política exterior china se fundamentó en el principio de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, una tesis que podía justificarse también con alusiones retóricas a una falsa dialéctica.
Varias circunstancias anunciaron este vuelco en la diplomacia china, la más importante de las cuales fue la Primavera de Praga en 1968. La teoría con la que Breznev justificó la invasión de Checoslovaquia, la soberanía limitada, parecía inventada para atacar a China. La primera reacción oficial china frente a ella (23 de agosto), procedente de Zhou Enlai, resultó feroz: la Unión Soviética, que actuaba de acuerdo con Estados Unidos, aparecía equiparada a la Alemania nazi. Vuelve el drama de Munich. El Diario del Pueblo afirmó que, como buenos imperialistas, la Unión Soviética y Estados Unidos se estaban repartiendo el mundo en áreas de influencia.
China se siente amenazada y, además, observa que la Revolución Cultural le hubiera impedido responder a un ataque soviético en cualquier punto de los 7.000 kilómetros de frontera común. Lo primero, pues, es acabar con el desorden bajo los cielos, sacar al Ejército de las ciudades y ponerlo en la frontera, donde en marzo de 1969 estalla la guerra contra el Ejército soviético. No se trataba de un incidente fronterizo sin importancia. El 2 y el 15 de marzo se entablaron choques militares en el río Ussuri, en la isla Zhenbao (la isla del tesoro, Damansky en ruso), con un saldo de unos 350 muertos; entre el 3 de mayo y el 13 de agosto se volvieron a producir al menos otros cuatro enfrentamientos en el Amur y en los montes Barluk, en Xinjiang. Por aquellas fechas se reunía el IX Congreso del Partido Comunista de China en el que el ministro del Defensa era nombrado su Vicepresidente.
En noviembre de 1968, Chai Zemin, un alto cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores, redacta un informe sobre las líneas maestras de la diplomacia china, afirmando que el deterioro de las relaciones con la Unión Soviética es irreversible y que procede aproximarse a Estados Unidos, país con el que no existen fronteras: Una pausa en nuestras críticas contra el imperialismo bastaría para inquietar a los revisionistas del Kremlin, dice el informe. En fin, la política que el informe diseña es clara: la enemistad con el imperialismo no es absoluta sino que puede ser graduada, los funcionarios del Ministerio que habían sido depurados durante la Revolución Cultural debían reintegrarse a sus puestos, había que restablecer las relaciones diplomáticas con Yugoslavia (que se materializaron en mayo de 1970), no porque fuera socialista, sino porque era un país no alineado.
En 1969, con Estados Unidos enfrascado en su agresión a Vietnam, Zhou Enlai comienza a negociar de manera secreta el establecimiento de relaciones diplomáticas con la primera potencia imperialista. Aquel año sólo la prensa oficial china publicó -en su integridad- el discurso inaugural de Nixon como nuevo Presidente. Los acontecimientos se suceden con rapidez. En julio de 1971 Kissinger visita China en secreto; el 23 de octubre China ocupa su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU y en febrero del siguiente año Nixon viaja a Beijing.
Como no podía ser de otra forma, el giro de la política exterior de la República Popular se abre camino en medio de una auténtica batalla en el interior del Partido Comunista. La posición de Lin Biao es diferente de los revisionistas que, a pesar de las depuraciones de la Revolución Cultural, siguen controlando la diplomacia china. Como expuso en 1969 ante el IX Congreso del Partido Comunista, Lin Biao no estaba de acuerdo con la tesis del socialimperialismo soviético, ni con su consideración como enemigo principal. Para Lin Biao, como para Chen Boda, la Primavera de Praga es un síntoma de la decadencia y la disgregación del revisionismo y, por tanto, propone, como los comunistas albaneses, una denuncia de todas las formas de imperialismo, sin concesiones hacia ninguno de ellos. Lin Biao y Chen Boda eran partidarios de mantener las distancias tanto respecto de la Unión Soviética como de Estados Unidos. En su informe, Chai Zemin criticaba la línea de Lin Biao de luchar en dos frentes mientras en una carta dirigida a los comunistas chinos el 12 de agosto de 1971, el Partido del Trabajo de Albania criticó, a su vez, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos.
Pero Lin Biao y Chen Boda pierden la batalla. En el verano de 1970 Chen Boda es apartado de la dirección del Partido Comunista; también es marginado -temporalmente- Kang Sheng y, poco después, en setiembre del año siguiente, le llega el turno a Lin Biao, que supuestamente muere en un accidente de aviación cuando trataba de huir precisamente a la Unión Soviética: No teníamos información de primera mano sobre este asunto, dice falsamente Kissinger (Mis memorias, pg.533), pretendiendo lavarse las manos. A la mentira de unos le seguía la de los otros. Por expreso deseo de los imperialistas, toda la operación diplomática entre Washington y Beijing se llevó a cabo en el más absoluto secreto, al margen de los cauces de la Secretaría de Estado. Kissinger no era el secretario de Estado, no tenía ninguna responsabilidad en las relaciones internacionales; su función era la seguridad, el secreto y el espionaje y, a pesar de ello, nada sabía de la muerte de Lin Biao.
Las extraordinarias proporciones del conflicto interno dentro del Partido Comunista de China quedan al descubierto si tenemos en cuenta que, a pesar de las mutuas divergencias, Mao reconoció a Lin Biao como un amigo, declaración que no prodiga con otros militantes. Tampoco encaja con su lema de tratar la enfermedad para salvar al paciente. Cosa absolutamente excepcional en el Partido Comunista de China, con Lin Biao, sus familiares y colaboradores más cercanos se practicó la eutanasia, lo que no se había hecho con Kao Kang, ni con Liu Shaoqi, ni con Den Xioping, ni con ningún otro revisionista.
Como proponía el informe de Chai Zemin, unos se van (los linbiaoístas) y otros vuelven (los denguistas), cobijados por Zhou Enlai. El vuelco en la diplomacia china -con las transformaciones ideológicas que supone- no es, por tanto, consecuencia de la Revolución Cultural sino de su desmantelamiento. La desaparición de Lin Biao les abre las puertas a todos ellos, que reafirman sus posiciones dentro del Partido Comunista y del Estado. A partes iguales, su línea es una mezcla de revisionismo y nacionalismo, de ausencia de principios ideológicos y políticos, por un lado, y de defensa de los intereses particulares de China, por el otro.
Para justificar la claudicación de China ante el imperialismo y su diplomacia aberrante, tras la muerte de Lin Biao se abren paso toda una serie de retóricas justificaciones que -naturalmente- resultaban totalmente ajenas al comunismo, por no decir contrarias a él. Un editorial titulado Leninismo o socialimperialismo publicado el 22 de abril de 1970 en el Diario del Pueblo lanza por primera vez la tesis de la Unión Soviética como un país socialimperialista y enemigo principal de todos los pueblos del mundo. En febrero de 1968 Lin Biao aún felicitaba a su homólogo soviético al cumplirse el 50 aniversario de la creación del Ejército Rojo y pocos meses después la Unión Soviética era ya un país socialimperialista, el enemigo principal, mucho más peligroso que Estados Unidos, hasta el punto de desatarse una guerra fronteriza entre ambos países. El más estrecho aliado de antaño se convertía en el peor adversario actual. No se trataba sólo de que el PCUS hubiera caído en manos de una camarilla revisionista porque, como se comenzó a decir a partir de entonces, el ascenso del revisionismo al poder es el ascenso de la burguesía al poder o, lo que es lo mismo, la Unión Soviética se había reconvertido al capitalismo y, como cualquier otro país capitalista, era también imperialista, y lo que es peor: es la más feroz de todas las potencias imperialistas, por encima de Estados Unidos, Japón, Alemania o Francia.
Lin Biao cae y las posiciones izquierdistas son derrotadas porque no están unidos, mientras que los revisionistas presentan un frente unido y una política más pragmática y sutil que es capaz de embaucar a una parte de los izquierdistas que luego sería conocida como la Banda de los Cuatro: Jiang Qing, Zhan Chungqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen. La caída posterior de estos últimos era sólo cuestión de tiempo.
En cualquier caso, la muerte de Lin Biao no permitió alcanzar la unidad interna del Partido Comunista. Durante el X Congreso se leyeron dos informes políticos, uno por cada una de sus fracciones, Zhou Enlai por los derechistas y Wang Hongwen, miembro de la Banda de los Cuatro, por los izquierdistas, pero ambos informes nada tenían en común. A pesar de ello, es claro que, en aspectos importantes, la Banda de los Cuatro apareció entonces haciendo causa común con los revisionistas. Zhan Chungqiao es quien recibe a Nixon en el aeropuerto de Beijing y las fotos muestran también a Jiang Qing departiendo relajadamente con el Presidente de Estados Unidos. Yao Wenyuan publicó un artículo titulado Sobre la base social de la camarilla antipartido de Lin Biao e inmediatamente Zhan Chungqiao otro, más general, cuyo encabezamiento era Acerca de la dictadura omnímoda sobre la burguesía (Bandera Roja núms. 3 y 4, 1975), en buena parte enfilado también contra él, acusándole de posiciones derechistas. La Banda de los Cuatro contribuye a mantener en los papeles la ficción izquierdista de continuidad de la Revolución Cultural, mientras la práctica política está en manos de los derechistas. La confusión se multiplica al unir a Lin Biao con Confucio, sinónimo rechazado de veneración por lo antiguo y lo caduco de China. Naturalmente que por sus posiciones políticas, la Banda de los Cuatro podía acusar a Lin Biao de posiciones derechistas, pero eso resultaba mucho más difícil para alguien como Zhou Enlai. Sin embargo, éste demostró que ese tipo de escrúpulos no iban con él y en el X Congreso del Partido Comunista, celebrado en agosto de 1973, también acusa a Lin Biao de derechista y narra un cúmulo de embustes sobre la manera en que murió. De esta forma, los revisionistas trataron de tejer una cortina de humo con la que encubrir su maniobra y utilizar a los izquierdistas de la Banda de los Cuatro para disimular su verdadera naturaleza de clase. Zhou Enlai imputa a Lin Biao todo lo que él estaba llevando a cabo. Afirma que Lin Biao pretendía capitular ante el socialimperialismo revisionista soviético y como los soviéticos se habían manifestado favorables a Liu Shaoqi en su momento, el círculo se cierra: Lin Biao era otro revisionista. También le acusa de renegar de la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado y de sostener que la contradicción principal no estaba planteada entre el proletariado y la burguesía sino entre el avanzado sistema socialista y la atrasadas fuerzas productivas. Cualquiera diría que Zhou Enlai hablaba de sí mismo. En cualquier caso, no podemos dejar de subrayar que el infundio de colusión con los soviéticos iba dirigido contra quien había encabezado al Ejército Popular de Liberación en la guerra fronteriza entre ambos países, siendo Lin Biao ministro de Defensa.
La confusión dentro el Partido Comunista de China no podía ser mayor. Lo verdaderamente importante es que en esta lucha política e ideológica los revisionistas no encuentran un frente unido por parte de quienes habían promovido la Revolución Cultural. Sometidos a un fuego cruzado, a los izquierdistas se les acusaba de derechistas.
El drástico cambio en la política exterior china acarreó consecuencias impactantes en sus relaciones con Vietnam, hasta el punto de que en 1978 ambos países entran en guerra. Vietnam es el termómetro que mide el vaivén de la política exterior china cuya temperatura oscila rápidamente desde el punto de ebullición hasta los más gélidos bajo cero.
El significado -incluso emocional- de Vietnam para el movimiento comunista internacional en la década de los años sesenta del siglo XX sólo es comparable a la Revolución Cubana o a la Revolución Cultural. Supuso un extraordinario revulsivo y, en consecuencia, tanto los soviéticos como los chinos trataron de ganarse las simpatías de los vietnamitas.
En un primer momento, al estallar la controversia con los revisionistas soviéticos, los vietnamitas se alinean con los comunistas chinos. La confraternización es total entre ambas organizaciones comunistas. China había batallado en la primera guerra de Vietnam (1950-1954) como lo había hecho en Corea, si bien de manera encubierta. Al estallar la segunda en 1964, la colaboración es también total. Pero los vietnamitas aceptan también la ayuda soviética que se va incrementando progresivamente, mientras que la china, después de alcanzar su máximo en 1968, decrece posteriormente. Los vietnamitas tampoco siguen ya ciegamente las instrucciones de los chinos y comienzan a tomar sus propias decisiones. Aquel año los chinos no aceptan las conversaciones de París entre Vietnam y Estados Unidos. China siempre se opuso a la convocatoria de una conferencia internacional sobre Vietnam que los soviéticos trataban de impulsar y que debía ir acompañada del cese de la polémica entre ambos partidos y la coordinación de los esfuerzos destinados a apoyar a Hanoi, incluidos los vuelos de los aviones soviéticos sobre el espacio aéreo chino. Como escribió Hoxha en su diario: En relación a Vietnam, China estaba en contra de las negociaciones de los vietnamitas con los norteamericanos en París, porque las juzgaba inútiles. Pero cuando ella misma comenzó las conversaciones secretas con los Estados Unidos de América, cambió de actitud en esta cuestión. En París los vietnamitas propusieron 7 puntos, los norteamericanos propusieron los suyos. Corría la época en que se hizo público el acuerdo sobre el viaje de Nixon a China. Precisamente después de la conclusión de este acuerdo, los norteamericanos dejaron de mostrar interés por la Conferencia de París. ¿Por qué? No existe ninguna duda, lo lógico es pensar que en Beijing Nixon conversaría sobre Viet Nam. Y había razones para que fuera así. Los norvietnamitas reaccionaron y seguramente se querellaron con los chinos, hasta el punto de que Chou En-lai se vio obligado a declarar públicamente que ‘la cuestión de Viet Nam no será tratada con Nixon’. Aquí reside la causa del conflicto (Reflexiones sobre China, Tirana, 1979, pgs.746-747).
Además de las conversaciones de París, los chinos desconfiaban de las pretensiones vietnamitas de crear una federación indochina bajo su control. Una nota interna de Ye Jianying a Ji Pengfei dice al respecto: La justa causa de los vietnamitas saldrá adelante, pero ¿quién nos dice que esta victoria no será puesta al servicio de los designios de Hanoi, empeñado en crear una federación indochina colocada bajo su tutela con el apoyo cínico de la URSS? El decidido apoyo a Shihanuk y a los jemeres rojos tenía ese mismo objetivo de impedir el fortalecimiento de Vietnam en la región. Los chovinistas chinos no podían permitir el fortalecimiento de un país vecino, y menos contribuir a su rearme; ni siquiera les interesaba un Vietnam unido y no faltaron propuestas -entre ellas una de Zhang Wentian- para preservar dividido a su vecino del sur e incluso mantener buenas relaciones con Vietnam del sur para contrarrestar a Vietnam del norte.
En aquellos tiempos la prensa imperialista lanzó el rumor de que las negociaciones entre la República Popular y Estados Unidos comprendían a Vietnam, lo que calificaban como el Yalta del Lejano Oriente. Querían decir que no les interesaba su marcha de Vietnam para compensar la fuerte presencia soviética. Los chinos pretendían dispensar a los vietnamitas el mismo trato que hacia ellos habían tenido los soviéticos, y que tanto habían criticado antes. Pero no estaban en condiciones de hacerlo. De finales de 1965 a 1968, China envió aproximadamente 300.000 militares a Vietnam, sobre todo ingenieros e infraestructura logística, un apoyo muy importante y muy generoso, pero insuficiente para las necesidades bélicas de Vietnam y, por tanto, insuficiente para impedir la llegada de material de guerra soviético. Ye Jianying reconocía que China no podía influir sobre Vietnam cuando su aportación de material bélico era diez veces menor que el soviético, sin olvidar que Vietnam necesitaba equipos sofisticados que China no podía suministrarles. Con sus armas, los soviéticos desplazaban a los chinos de Vietnam y le creaban otro conflicto por el sur. Nada atestigua mejor el final de esta historia que el tratado militar y económico firmado en julio de 1966 entre Hanoi y Moscú. Ni siquiera la equidistancia deseada por Ho Chi-minh se pudo cumplir y los vietnamitas acabaron en brazos de los soviéticos.
En el blanco principal de las críticas lo que aparece es la Unión Soviética, el gran oso ruso, los nuevos zares del Kremlin. Los revisionistas chinos copiaban lo peor de la demagogia imperialista. En el X Congreso del Partido Comunista, celebrado en agosto de 1973, concluyó Zhou Enlai: La camarilla dirigente soviética ha hecho degenerar un Estado socialista en un Estado socialimperialista. Ha restaurado el capitalismo, ejerce una dictadura fascista y somete a la servidumbre a numerosos pueblos de diferentes nacionalidades. Fuera de la Unión Soviética todo es secundario; los países europeos se dejan engañar por los soviéticos. A China no le interesaba la distensión en Europa para impedir que la Unión Soviética trasladara sus tropas a las fronteras orientales. La carta de Helsinki es calificada de burda cortina de humo que encubre el expansionismo soviético: mientras negocian la paz se rearman hasta los dientes. En la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea no sólo falta Albania, dijo Deng Xioping: también faltan Ucrania, Letonia, Moldavia, Armenia... Hasta el lenguaje chino estaba tomado de la guerra fría: los países del Pacto de Varsovia son satélites y Estonia, Letonia y Lituania, naciones cautivas. Lo que proponía Deng era una verdadera provocación: el desmembramiento de la Unión Soviética.
Bajo la tesis del peligro ruso, los chinos pasaron a convertirse en los más fervientes partidarios de la reunificación de Alemania. Desde el verano de 1972 ya no se encuentran menciones a los revanchistas alemanes en los documentos diplomáticos chinos para referirse a la República Federal Alemana. Los antifascistas alemanes ya no son sólo la República Democrática Alemana: hubo un puñado de nazis pero eso poco tuvo que ver con la mayoría del pueblo alemán. Todo vale para sabotear cada una de las iniciativas diplomáticas soviéticas.
Que no eran las cuestiones ideológicas lo que interesaba a los revisionistas chinos quedó claro tras la Primavera de Praga cuando se forma toda una corriente ultrarrevisionista (los más conocidos fueron los llamados eurocomunistas) que también comenzaron a criticar a la Unión Soviética. Se vio claro entonces que el Partido Comunista de China trató de formar un frente con ellos contra los soviéticos. Todo valía para atacar a la URSS; todos cabían en el gran frente antisoviético porque el socialimperialismo era el enemigo principal.
La comparación de China con Rumanía puede ayudar a clarificar este punto y descubrir las verdaderas raíces de la controversia con la Unión Soviética (que no con el revisionismo). Durante años, como los demás países del este de Europa, Rumanía había sido un ejemplo perfecto de país plenamente integrado en el Pacto de Varsovia, esto es, sumiso y disciplinado. Pero en 1956 China abrió la espita de todas las tensiones acumuladas y mal resueltas (o nunca resueltas) entre los países socialistas. Se abrió la veda. De repente, la actitud de Rumanía cambió de modo radical. En 1958 sacó a las tropas soviéticas de su territorio. Más tarde se negó a integrarse en un sistema de planificación centralizada por el CAME, la unión económica de los países socialistas. Poco a poco fueron cerrando las escuelas rusas, despidieron a los técnicos rusos de las fabricas, rebautizaron las calles y trasladaron los monumentos que conmemoraban el triunfo del Ejército soviético en la II Guerra Mundial. Los revisionistas rumanos nunca tomaron partido en la disputa chino-soviética, adoptando una posición neutral e incluso trataron de hacer de intermediarios entre unos y otros. La prensa rumana expuso imparcialmente los puntos de vista de ambos bandos. Cuando los soviéticos convocaron a los partidos comunistas a Berlín para discutir la situación de China, los rumanos no acudieron. Naturalmente Ceaucescu era un especimen de la misma ralea que Jruschov y Breznev; si tenía divergencias con ellos no eran de tipo ideológico sino puramente nacionales y económicas. Como China, Rumanía se inclinaba cada vez más hacia el capitalismo, hacia occidente y, en especial hacia la República Federal Alemana. Si Alemania iba hacia el este con su Ostpolitik, Rumanía iba hacia el oeste y, por tanto, ambos países estaban obligados a cruzarse en el camino. Los rumanos deseaban acrecentar los intercambios comerciales y la cooperación técnica con los imperialistas alemanes; contrataron a 600 ingenieros y especialistas occidentales, buscaron divisas fuertes, prefirieron vender su maíz a Inglaterra en lugar de a Checoslovaquia y exportar cerdos y aves a los países capitalistas en lugar de los checos o los polacos. Rumanía prefería negociar con el Mercado Común antes que con el CAME.
Los revisionistas rumanos también querían ser independientes y su verdadera naturaleza política queda explicada en el hecho de que son ellos los que acogen y financian a Carrillo y demás secuaces revisionistas españoles, que siempre prefirieron a Ceaucescu antes que a Breznev y tuvieron en Bucarest un refugio seguro. Son los rumanos los que en 1971 ponen en contacto a los revisionistas chinos con los revisionistas españoles para que Carrillo viaje a Beijing en noviembre de 1971 (un poco después de Kissinger y un poco antes de Nixon).
En consecuencia, una vez escindido el movimiento comunista internacional, no sólo hay dos polos sino tres. En su batalla contra los chinos y los albaneses, Jruschov no sólo no logró un consenso sino que dispersó a los comunistas, lo que Togliatti, calificó como un saludable policentrismo, sólo que los comunistas no nos agrupamos por países, como pretendía Togliatti, sino por nuestra ideología y el policentrismo del revisionista italiano, lo mismo que la disolución del Kominform por Jruschov en 1956, no era más que un intento de facilitar el desarrollo del revisionismo dentro de cada país. No es casualidad que la fecha de aparición del eurocomunismo, la publicación del Memorial de Yalta de Togliatti, coincida con la caída de Jruschov en octubre 1964: los ultrarrevisionistas acusaban al PCUS de ir muy despacio y ellos querían frenarlo más todavía. Como Kautski, Breznev tiró por la calle de enmedio. En 1968 la Primavera de Praga permitió que unos revisionistas se justificaran en los otros: para los eurocomunistas todo había ocurrido por ir muy despacio, para los otros soviéticos, por ir muy deprisa. La caída de Jruschov engendró no pocas ilusiones -nunca confesadas- entre los comunistas chinos y albaneses que muy pronto se vieron frustradas. El revisionismo era mucho más que una cuestión personal por parte de determinados dirigentes; estaba bien arraigado en el PCUS y la nueva hornada de Breznev sólo dilataba la crisis en el tiempo con el mantenimiento de ciertas apariencias.
Junto a la verborrea acerca del socialimperialismo soviético, los chinos también encubren su diplomacia reaccionaria con una batería de postulados tercermundistas que les dan un barniz izquierdista. Ambos aspectos, socialimperialismo y tercermundismo, se acoplan en 1974 bajo la denominación de teoría de los tres mundos para justificar una política exclusivamente nacionalista.
Si en 1949 Mao hablaba de tomar partido, en 1956 acusaba de revisionistas a quienes pretendían situarse en regiones intermedias:
Es gente que opina que se puede ocupar una posición de línea intermedia, colocándose entre la Unión Soviética y América para, de esta manera, desempeñar una función de puente; éste era el método de Yugoeslavia (Mao íntimo, pg.26).Pero al año siguiente, en sus Discursos en una conferencia de secretarios, de una manera confusa, Mao ya define tres fuerzas en juego que serán el antecedente de la teoría de los tres mundos de Deng Xiaoping, apuntando también que el principal escenario está en África y Asia, si bien lo plantea desde el punto de vista de las contradicciones interimperialistas, de las cuales -añade- podemos sacar partido (OO.EE., V, pgs.394 y 395). En 1958 afirma que la OTAN está dirigida contra las zonas intermedias de Asia, África y América Latina como puntos centrales. Remonta a 1946 su descubrimiento de esas zonas intermedidas de las que hay que lograr que se pongan del lado de uno (Mao íntimo, pgs.139 y 141).
Ahora bien, la noción de zona intermedia era deliberadamente ambigua, ideada para articular una política pragmática al servicio de los intereses nacionales de China. Inicialmente incluía sólo a los países del denominado Tercer Mundo, es decir, aquellos recién independizados que supuestamente estaban entre el capitalismo y el socialismo. Pero había que dar un paso más para incluir a los propios países imperialistas, que también pasaban a estar oprimidos por otros imperialistas más fuertes. Así, Europa Occidental no formaba parte del imperialismo sino que también era una zona de disputa por parte de terceras potencias imperialistas. Todos los países imperialistas del segundo escalafón también debían independizarse de la tutela de los imperialistas norteamericanos. Expuesta por primera vez en marzo de 1963, eso se pasó a llamar la teoría de las dos zonas intermedias. En el artículo titulado Una vez más sobre las divergencias entre el camarada Togliatti y nosotros, se decía:
La lucha entre los países imperialistas por los mercados y esferas de influencia en Asia, África, América Latina e incluso en Europa Occidental, ha traido consigo nuevas agrupaciones entre ellos (Bandera Roja, marzo de 1963; también en P.Togliatti/Mao Tse-tung: Una controversia sobre el movimiento comunista internacional, Icaria, Barcelona, 1978, pg.41).Un año después, Mao era mucho más contundente:
Ahora destacamos la naturaleza de las dos zonas intermedias. Asia, África y América Latina constituyen la primera zona intermedia. Europa, Norteamérica y Oceanía forman la segunda. El capital monopólico japonés pertenece igualmente a esta segunda zona intermedia (Mao íntimo, pg.48).En fin, coincidiendo con la ruptura con la URSS, Mao pasó de hablar de tomar partido a hablar de sacar partido de las nuevas posiciones tercermundistas y neutralistas. Pasó de hablar de que la zona intermedia se ponga del lado de China a hablar de China se ponga del lado de la zona intermedia. Estaba recorrido todo un abismo ideológico: el que va del alineamiento a una neutralidad confusa, de una política de principios a una política pragmática. La consigna ya no es Proletarios del mundo uníos sino Proletarios, países y pueblos oprimidos del mundo uníos, que sigue siendo el sello de las publicaciones maoístas aún hoy día. El acento ya no está en el proletariado sino en los países y en las naciones; la forma de organización ya no es el partido sino el frente. El antimperialismo sustituye al comunismo y el revisionismo pasa de contrabando con más facilidad con su barniz izquierdista.
El núcleo de las contradicciones tampoco se situaba ya en el interior del imperialismo sino en las zonas intermedias donde la clase obrera desempeñaba una función meramente auxiliar. La geografía sustituye a las clases sociales: el viento del este prevalecía sobre el viento del oeste; la contradicción principal es el sur contra el norte. Las colonias ya no eran la reserva del proletariado en la lucha revolucionaria sino el destacamento de choque más importante y, como había sucedido en China, el campo mundial debe rodear a la ciudad mundial. Los comunistas chinos empezaron hablando exclusivamente de los países coloniales y semicoloniales, de las luchas de liberación porque era la época del auge descolonizador y las luchas de los pueblos contra el imperialismo aparecían en un primer plano. Pareció que la lucha de los pueblos coloniales era el ejemplo a seguir.
Pero el neutralismo de esta tesis era falaz porque conducía a unirse con unos imperialistas para luchar contra otros imperialistas. Uno de los primeros grupos maoístas franceses, el Centro Marxista-Leninista, llamará a votar a De Gaulle en las elecciones presidenciales de diciembre de 1965. Liu Shaoqi había enseñado que los comunistas chinos eran internacionalistas y nacionalistas al mismo tiempo. Eso valía para cualquier imperialista de la zona intermedia. Había que unirse a los imperialistas franceses, japoneses o ingleses para luchar contra las superpotencias, y a veces incluso mejor: había que unirse con los imperialistas estadounidenses contra los socialimperialistas rusos porque éstos eran mucho peores que aquellos.
A partir de aquí sólo era posible el desvarío; en todas partes los autodenominados maoístas no veían más que países coloniales, colonizados o semicolonizados. Veían la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Sólo hay enemigos externos... y cuanto más lejanos mejor (menos compromiso en la lucha de clases). Ese tipo de concepciones demanda un frente nacional, la unidad de todos contra las dos superpotencias.
Sólo quedaba que los revisionistas chinos descubrieran su fachada nacionalista, que no había aparecido con claridad a lo largo de la ruptura con la Unión Soviética en la década anterior. Sin embargo, como se puso luego de manifiesto, lo que subyacía también entonces era la defensa de los intereses de la burguesía nacional china, esto es, los intereses particulares de China como Estado. Los revisionistas chinos no habían tenido inconveniente en adoptar ademanes puristas y defenderse de los soviéticos con todas las armas ideológicas de las que podían echar mano. En 1949 se habían liberado de los imperialistas y ahora les tocaba liberarse de los soviéticos. Se habían aliado a los soviéticos para luchar contra los imperialistas y ahora tocaba aliarse con los imperialistas para luchar contra los soviéticos. Sólo a partir de 1968 esos intereses nacionales aparecieron tal y como eran realmente.
Cuando Qiao Guanhua defendió públicamente las tesis del informe de Chai Zemin en Bandera Roja apareció por primera vez la defensa de la soberanía como un principio fundamental, un principio universal e intangible que inspira la política internacional de China que, a partir de entonces, de forma declarada, deja de ser una política de principios, una política de Partido para convertirse en una política de Estado. La diplomacia china, a pesar de las estridencias propagandísticas, se atiene al pragmatismo nacional más estrecho. Aunque se reviste y justifica con principios ideológicos, siempre priman por encima de todo los intereses particulares de China. Así se expresa una nota interna de Nie Rongzhen de enero de 1968: Nuestra política exterior, sin traicionar el mensaje revolucionario y su alcance, debe ser esencialmente pragmática, evitando cualquier confrontación con Estados Unidos que pueda provocar un choque frontal. Esta eventualidad perjudicaría grandemente nuestros intereses.
Las ambigüedades de Mao crecieron durante una entrevista con K.Kaunda, el presidente de Zambia, en febrero de 1974, donde aparecía una formulación de los tres mundos que nada tenía que ver con consideraciones de clase sino con factores más bien geoestratégicos ajenos al comunismo. Aunque tampoco presentó la forma de toda una teoría, esa formulación fue repetida en el mes de abril por Deng Xioping en un discurso ante la ONU. Pero fue el informe político de Hua Guofeng al XI Congreso, celebrado en agosto de 1977, el que dio forma ideológica a lo que ya venía constituyendo una práctica diplomática de la República Popular. Luego quedaba encuadrar todo esto con forceps dentro del marxismo-leninismo, que es lo que trato de hacer el artículo La teoría del Presidente Mao sobre la división en tres mundos: enorme aporte al marxismo-leninismo, pubicado en el Diario del Pueblo el 1 de noviembre de aquel mismo año. La fachada puramente nacionalista de China quedó entonces al descubierto.
Un Estado socialista no es un país al modo burgués, sino la forma que adopta la dictadura del proletariado, que tiene un carácter clasista. Los comunistas no hablamos en nombre de toda la población de un país sino sólo de la clase obrera y de sus aliados políticos. Como escribió Lenin en 1921, cuando sólo existía un país socialista, no reconocemos más que la existencia de dos mundos: En la actualidad existen dos mundos: el mundo viejo, el capitalismo que se debate en confusión y que jamás cederá, y el mundo nuevo que crece, que es aún débil, pero que irá creciendo porque es invencible (IX Congreso de los soviets de Rusia, OO.CC., tomo 44). Idéntico criterio repitió Stalin: El mundo está resuelta e irrevocablemente dividido en dos campos: el campo del imperialismo y el campo del socialismo [...] La lucha entre estos dos campos constituye el eje de toda la vida contemporánea y determina todo el contenido de la actual política interior y exterior de los representantes del viejo y del nuevo mundo (Dos campos, OO.EE., tomo IV).
Pero según la teoría de los tres mundos, los países no se dividen conforme a la naturaleza de clase de sus Estados respectivos, sino conforme al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, en subdesarrollados, desarrollados y muy desarrollados. No existían países que trataban de construir el socialismo sino países en vías de desarrollo. El tercer mundo lo conforman los países subdesarrollados, dependientes y coloniales; en el segundo están los países más avanzados, incluso aunque tengan naturaleza imperialista; y en el tercero están las dos grandes superpotencias, la Unión Soviética y Estados Unidos, que conforman el núcleo de riesgo para todos los demás países, los enemigos más temibles. La teoría de Deng Xioping propugna, además, la unión más estrecha de todos los pueblos del tercer y del segundo mundo contra las superpotencias, especialmente contra la Unión Soviética. Muchas organizaciones autodenominadas maoístas del mundo defendieron esta tesis, que a nada les comprometía en sus respectivos países.
Todo esto demuestra el grado de descomposición al que había llegado el movimiento comunista internacional, en cuyo nombre se estaban difundiendo todo ese cúmulo de absurdos, consecuencia de la más absoluta falta de principios y del asentamiento de la regla pragmática de que los enemigos de mis enemigos son siempre mis amigos. Por el contrario, Lenin caracterizaba el internacionalismo de la siguiente manera, bien simple: Alianza con los revolucionarios de los países adelantados y con todos los pueblos oprimidos contra todos los imperialistas, tal es la política exterior del proletariado (La política exterior de la revolución rusa, OO.CC., tomo 25). Los imperialistas son enemigos siempre y todos ellos, de manera que no son aceptables las alianzas con unos para combatir a los otros. Enver Hoxha escribió muy acertadamente:
Los enemigos de nuestros enemigos pueden ser nuestros verdaderos amigos cuando están en una misma línea ideológica y política que nosotros. Los enemigos de nuestros enemigos pueden ser nuestros aliados provisionales acerca de algunas cuestiones, pero no debemos hacerles concesiones en los principios, debemos ponerles en claro nuestra línea y nuestros principios y no ocultárselos.Una revolución que no es capaz de unirse a sus verdaderos aliados para enfrentarse a sus verdaderos enemigos, está abocada al fracaso. Se estaban encendiendo todas las alarmas. Acababa la revolución y comenzaban las cuatro modernizaciones, el programa de desarrollo económico esbozado por Zhou Enlai en 1974. No cabe duda de que un país tan atrasado como China necesitaba modernizarse a marchas forzadas para ponerse a la altura de los tiempos. Pero la Constitución de 1975 establecía la consigna de empeñarse en la revolución y promover la producción, de manera que la primera parte sólo existía en la teoría, en la letra muerta de una ley de la que nadie se acordaba. En China la revolución había perdido su impulso desde el final de la Revolución Cultural, aunque no se evaporó de forma definitiva sino hasta la muerte de Mao, ocurrida en Beijing el 9 de septiembre de 1976, cuando tenía 83 años de edad. Sólo un mes después de su muerte, los revisionistas dan un golpe de Estado y encarcelan a la Banda de los Cuatro, haciéndose con las riendas del Partido Comunista. Las cuatro modernizaciones de Zhou Enlai se convirtieron en el programa de gobierno de su máximo exponente: Deng Xioping. No había pasado un año de la muerte de Mao cuando se celebró el XI Congreso, en el que Hua Guofeng pronunció el informe político, llamando a administrar bien el país así como a alcanzar un gran orden. Naturalmente los revisionistas ocultaban muy bien sus verdaderas intenciones, por lo que Hua Guofeng, aunque veladamente da por concluida la revolución cultural, se refiere a ella como la primera, aparentando que en el futuro habría sucesivas revoluciones culturales. Nada más lejos de sus intenciones.
Los enemigos de nuestros enemigos pueden ser nuestros verdaderos enemigos, y ser considerados y combatidos como tales los unos y los otros. Las contradicciones entre estos dos campos de enemigos obedecen a una ley indiscutible, son contradicciones ineluctables que nuestra lucha enconada, fundada en los principios, consecuente y continua, exacerba y profundiza. Debemos aprovecharlas, pero no ablandarnos y ser condescendientes con el uno o el otro, ni caer en sus trampas o en su demagogia. Temo que los camaradas chinos no tienen siempre una clara comprensión de estas cuestiones (Reflexiones sobre China, pgs.101-102).
Mao se debió apercibir de la posibilidad de un riesgo de este tipo cuando escribió:
Si la generación de nuestros hijos practicara algún día el revisionismo y tomara el rumbo contrario, y si esto se produjera, incluso, en nombre del socialismo, en realidad no sería otra cosa que capitalismo. En este caso, la generación de nuestros nietos haría, con toda seguridad, una revolución con el fin de derribar a sus padres, porque las masas no estarían contentas (Mao íntimo, pg.180).Estas palabras fueron proféticas. La generación de 1976 no tenía nada que ver con la de 1949 y, en nombre del comunismo, se había enfangado por la ruta contraria. Otros treinta años después, la generación de los nietos volverá otra vez a la revolución porque no le quedará otro camino.
Continúa.
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